PARTE 4
Así que con 1 espada, 2 puñales, 2 pistolas, un mosquete,abundante pólvora y munición; al anochecer decididamente el alguacilmarchó hacia la hacienda.
Se dedicó a vigilar la casa. Convencido que el asesino volvería a la escena del crimen una y varias veces para disfrutar otra vez del crimen, esperaría esa noche y las que fuera necesaria
Vió la luz en la segundo piso, y a pesar de la peligrosidad , dejó su caballo suelto y le dijo
-- No tengas miedo,eres un buen alguacil y vamos a detener a ese maldito, te prometo que voy a resolver esto ,seré promovido a alguacil mayor y nos iremos los dos a España, es una promesa. Guarda silencio-- le dijo, colocando las tiendas sobre la silla, lo besó en la frente y se fue en silencio a la casa. Volteó a ver y su caballo estaba disimulado bajo el árbol desde donde vigilaba
Decidido se dirigió a la casa, y llegó a un costado de la misma. Tratando de no hacer ruido llegó a la puerta principal. Con cuidado introdujo una llave maestra, y rogando que la puerta no chirriaba entró, con su espada en la mano. Vio en la oscuridad una tenue luz que salía de uno de los cuartos.
---!Maldito!, muy pronto te colocaran en la plaza mayor para sufrir garrote vil.-- pensó con decidida actitud.
Se dirigió sigilosamente hacia la escalera y escuchó claramente a su espalda.
--Pstt.
A toda velocidad giro su rostro, sintió el impacto en su cabeza, un dolor agudo en la misma y más nada
I
Despertó activamente con toda la caballería de Los maestres Calatrava y Alcántara galopando a todo dar en su cerebro.
Vio la luz de una vela. Y si está era la asesina, pues estaba presto a dejarse asesinar, porque era la mujer más bella que jamás en su vida había visto.
-- Usted es la asesina-- indicó trabajosamente, tratando de incorporarse, para ver que estaba amarrado de punta a punta y todas sus armas encima del sofa de la casa.Adicional la bella joven tenía una pistola en cada mano.
---Pues déjeme decirle que para mí , usted es el asesino que vuelve a ver el resultado de su crimen-- dijo indignada la joven.
--Perfectamente sabe que soy el alguacil Juan Sota Villarroel.
--Eso no explica nada. Se metió a media noche en mi propiedad. Si fuera el alguacil, pues viene de hecho y derecho de día a ver que sucede por estos lares.
--!¡USTED NO ES DUEÑA DE NADA!
--Baje la voz, que este no es su señorío. Yo soy Chantal Alvarez de Toledo du Chatelet, hija de los asesinados-- dijo la joven y su voz se quebró al decir lo último
---Y porque no vino a presentarse?-- pregunto en el colmo de la sorpresa, e inmerso en el inmenso ridículo que se había expuesto
--- Porque llegue a la casa de mi padrino Agustin Reinaldo , y el me indico que no se me ocurriera entrar al pueblo, pues todos estaban con diarreas y fiebres, incluyéndolo a usted. El viene todos los días a traerme vituallas y precisamente dentro de un rato será el primer día de los ordeñadores. Se podrá imaginar los comentarios si lo ven aquí en mi casa de noche y yo soltera-- dijo la joven furiosa.
--El Herrero?. El negro Agustin Reinaldo?
--Respete el nombre de mi padrino--indicó la joven furiosa
-- Pues suélteme y me iré. Sin embargo, usted está citada a presentarse en la jefatura. Tiene mucho que explicarme, y apenas amanezca ire a donde su padrino Agustin Reinaldo
A regañadientes la joven comenzó a soltar
y le dijo.
--Tenga en cuenta que tengo un puñal a mano.No intente propasarse de la raya.
--Soy un caballero atento a mis deberes. Y usted. Está sola aquí en esta mansión?-repuso el joven ofendido, una vez liberado, prisionero de una angustia repentina. La bella joven era una hechicera con un embrujo imposible de escapar. Acababa de comprender que dormir, estar tranquilo, no ver a la señorita Chantal le sería imposible para su persona
-- Claro que no. Me acompañas mi mayordomo Benito..
El alguacil quedó estupefacto. Guardó silencio y repitió en tono de duda.
El Mayordomo Benito? Está segura.
-- Por supuesto. Lo conozco desde niña. Y déjeme reclamar que he sido víctima de ataque por dos veces de parte de un fascineroso y Benito me defendió.
-- Benito fue asesinado junto con sus padres-- indicó sorprendido a la joven
Chantal quedó en shock.
Pero es que no entiendo. Usted es el alguacil. Entonces quien fue que vino a visitarme de tropas del Rey?.
-- La única autoridad soy yo
III
Ven hacia mí , oh gran morador del abismo,Y has que tui presencia se manifieste.De la sexta torre de tu templo, descendera el poder hacia mi, eso hará que venga a mi el cuerpo carnal que estoy invocando.. Sal al vacío de la noche y taladra esa mente para que respondan con pensamientos que conduzcan a los senderos de tu gloria.
La figura a caballo, desde el inmenso pajonal contempló al jinete marcharse y a la muchacha iluminada con una lámpara de mano.
---Hijo mío. Ella seguramente conoce la entrada. Los otros no quisieron colaborar. Quizás ella sí-- susurro la voz-- pronto la conocerás... quiero un hijo de ella. Tu me ayudaras.
Viernes 1 de Junio de 1696, 3.33 Am
El silencio era impresionante. Todos estaban reunidos, vestidos con sus túnicas negras y moradas, miraban con sucia lujuria el cuerpo desnudo de la muchacha, una joven esclava, una preciosa muñeca de ébano, de apenas 17 años.
Reposaban sobre un altar , cubierto de un paño de terciopelo negro con bordes de hilos de oro.
Una almohada de terciopelo, sostenía la cabeza de la bella muchacha,las piernas separadas, colgaban a cada lado del altar, mostrando todo su cuerpo desnudo.
Las luces de varias teas, alumbraba con siniestra y espectral luz, la cueva secreta, donde se desarrollaba la escena.
E.
El olor a incienso ambientaba todo el lugar. Velas negras completan la escena . Todos contemplaban con lujuria contenida los duros senos de la muchacha, que se movian con su tranquila y profunda respiración.
Los dos oficiantes entraron,
y saludo a todos los presentes.
En nombre magni dei nostre Hugo rafael.
Todos respondieron.
--Adjotoriumnostrum in nomini domini inferi.
Prosiguieron la infame ceremonia,con irreverentes e infames letanías,con actos similares a los practicados en el rito de las iglesias, pero invirtiendo su sentido en todo momento.
A medida que continuaban en la satánica ceremonia,fueron saliendo llamas, y un terrible olor a excrementos inundó el ambiente, hasta que se materializó un ser morado y negro.
Todos se mostraron clamando
-- Inmunda Presencia, Oh todopoderoso Hugo Rafael.. Hugo Rafael
-- Compláceme, lujuria, depravación.
Todos tomaron la joven-- y comenzaron a penetrar entre tres, luego otros tres, y hasta que todos se saciaron en la joven examine, luego uno tomó un puñal y lo hundió en ella así, todos mientras el Maligno Hugo Rafael reía sin poder contenerse.
-- Necesito que encuentren y destruyan las protecciones que cayeron en la fiesta religiosa. Ya llegará el día en que un sirviente mío destruya ese árbol estúpido que dió los odiosos frutos que curaron la epidemia que mandé.
-- Inmunda presencia-- dijeron todos haciendo un cerrado circulo sexual.
--- Llegará el día en que esta tierra viva en guerras, epidemias,gobernantes corruptos. Todo para mi gloria.
-- Tuya es la gloria Hugo Rafael.
-- Por eso, mis detestables y miserables hijos, de ese árbol brotan limones que inhiben mi poder. Los recogió la Novicia María Serena. Necesito que la encuentren. Debo copular con ella,debo robarle los limones. No son limones, son fuentes de poder, mientras no estén en mi poder, habrá paz, habrá progreso.
-- No podemos permitirlo. -- clamaron todos.
Continuara
Dos semanas antes de la Visita del Alguacil Juan Sota a Chantal
¡
El amanecer llegó teñido de rojo.
Cuando Chantal y Benito abandonaron la capilla, la hacienda estaba bajo un manto de una pesadez terrible, puertas abiertas de par en par, muebles volcados, el eco de un llanto lejano flotando entre los corredores. Alguien parecía mirar a Chantal a los ojos.
A media mañana, el sonido de cascos rompió el silencio denso de El Anima
Un pequeño destacamento real, vestidos con uniformes azul y plata, se detuvo frente a la mansión. A la cabeza, montado en un caballo negro como la noche, iba un joven de rostro grave y mirada decidida.
Su armadura brillaba bajo el sol tropical.
Sus ojos, de un verde oscuro casi dorado, parecían dos brasas bajo un ceño endurecido por la guerra.
Cuando desmontó, Chantal aún vestida con su camisón de lino blanco y una capa ligera, se adelantó sin miedo.
El joven se quitó el casco, revelando un cabello negro cortado al estilo militar.
—Soy Diego de Sandoval, capitán del regimiento de su Majestad —dijo, inclinándose—. Vengo en nombre del gobernador. Hemos recibido informes de sucesos... anormales en esta propiedad.
Su voz era firme, pero cortés, con un acento castellano puro.
Chantal sintió una oleada de alivio irracional al ver al hombre de carne y hueso ante ella, como si por un momento la pesadilla que la devoraba cediera espacio a la realidad.
—Señor Sandoval —dijo, alzando la barbilla—, esta hacienda ha sido víctima de una fuerza que no puede combatir con espadas.
Diego entrecerró los ojos.
—Entonces me quedaré. Hasta que esté a salvo.
No preguntó permiso. Era una declaración.
Benito, a su lado, carraspeó.
—Señor, esta tierra está condenada. Nadie que se quede vive mucho tiempo.
Diego sonrió, apenas.
—He enfrentado a hombres peores que la muerte misma en las guerras de Flandes.
Chantal contra toda razón, sintió que sus mejillas se ruborizaban.
La firmeza del capitán, su forma de plantarse ante lo imposible, era como una luz que rompía la espesura del horror.
—Entonces, capitán... —susurró—, bienvenido al infierno.
Esa misma tarde, Diego inspeccionó los alrededores.
Vio las huellas deformes en los establos. Los cuerpos rotos, aún sin enterrar. El suelo en algunos puntos se hundía ligeramente, como si algo colosal hubiera presionado allí.
Al anochecer, se reunió con Chantal en la sala principal.
Se sentaron frente a una chimenea donde ardía una llama temblorosa, más por ritual que por calor.
—¿Qué sabe realmente? —preguntó Diego.
Chantal tragó saliva.
—Sé que hay un ente... —dijo—, nacido de la desesperación y la codicia. Sé que busca las frutas sagradas guardadas por una monja... Y sé que si las destruye, el mundo caerá en guerras y odio sin fin.
Diego, pensativo, apoyó los codos en las rodillas.
—Entonces —dijo finalmente—, nuestra misión está clara.
Sus ojos encontraron los de ella.
—Protegerla a usted. Y encontrar esas frutas antes que él.
Chantal asintió.
Sábado, 2 de junio de 1696
10 de la mañana.
Amaneció sin la fresca brisa que caracterizaba la ciudad.. La joven novicia caminaba por la solitaria calle. Buscaba a alguien. Sin duda quería ver a alguien.. Llego a la calle empedrada, diagonal a la plaza mayor.
Sabía que tenía un distintivo, no un crucifijo, no una mantilla sevillana. Sería una mujer de ojos negros, muy grandes, de hipnótica presencia, muy bella, sola.. La había visto en sueños. Sabía que tenía escondido en su pecho un medallón, un pentagrama invertido. Es de marfil.. Estaba segura que era de marfil.
El hombre en medio de la calle, la detuvo, una calle donde no había nadie, una calle donde no había puertas abiertas de las casas.
-- Bella novicia, buscas a alguien?--- le dijo el hombre a manera de saludo.
-- Quiero hablar con la mujer del medallón.
--Y por qué ella quería hablar contigo? -- tuteo el hombre, fingiendo fortaleza.
---Dejala pasar-- se escuchó la voz de la mujer, parada en la única puerta abierta en la calle.
-La novicia se detuvo frente a ella. La mujer se arrodilló y le dijo
-- No es símbolo de sumisión, ni que eres superior a mí. Es simplemente un saludo. Una cortesía de mi parte. No quiero obligarte a que tú te arrodilles ante mí. No todavía-- le dijo en tono sereno, tranquilo.
La novicia la miró y tomó su rosario.
--Sabes que eso no tiene el más mínimo efecto sobre mi.
-- Quería conocerte.
-- Si te apetece-- contesto la otra, incorporándose después del saludo.-- María Serena. Que quieres de mí?.
La novicia María Serena la miró, más bien la escudriñó. Llegando de inmediato a la conclusión que la otra, frente a ella, era una de esas mujeres que causaban asombro a la naturaleza al dejar ver su belleza. Su hermosura tenía rasgos virginales, sensuales. Sin duda tenía ese poder insano que llevaba a los hombres a la perdición.
La mujer extrajo el medallón y se lo enseñándoselo.
--¿Satisfecha?. ¿Era eso lo que querías ver?.. !¡Mira qué tontería!. En esta época en que las mujeres no valemos nada, estamos aquí las dos dispuestas a destruirnos por dos hombres. Tú dices que el tuyo es bondadoso y perfecto. Yo digo que el mío es divino y depravado. Todo lo que una mujer desea en la cama... ¿Sabes algo? Me gustas. Me encantaría decirte que ya nos hemos besado, siempre he lamido tus duros senos, tu sabes cuan dulce es mi sexo. me place hacerte estremecer entre mis brazos-- dijo la mujer con una bella sonrisa
-- Te llamas Ximena. Significa oyente.. Oyes lo dañino, obedeces lo podrido--le contestó María serena.
-- Yo creo en Satán, creo en Hugo Rafael. Tú dudas. Quieres saber como es mi mundo. Y después rezar y flagelarte deseando volver a pecar. Siempre ha sido así. Yo soy sincera. A ti te escogieron. Nadie te pregunto si querías estar en u convento. Ahora eres la guardiana. Te obligaron, no te dieron oportunidad.
--Yo obedezco a mi señor.
--¿Realmente obedeces o tienes miedo que te suceda algo malo si eres por un momento tú misma?..Quiero volver hacer el amor contigo. Necesito hacer el amor contigo. Creo que me he enamorado de ti--le susurro Ximena viendo a la otra intensamente.
María Serena hizo una imaginaria línea con su dedo y una llama de color azul las separo.
--Me tienes miedo..Jajaja... Bésame María Serena-- le dijo la otra dando un paso atrás, con una repentina mirada temerosa.
--- Te desprecio satán. Te ordeno, te mantengas lejos de mí. Invoco a mi padre a que me proteja de la maldad y de la serpiente venenosa. No puedes, Hugo Rafael, hacer más daño del que has hecho. -- indico la joven novicia.
La bella figura de la mujer dio paso a verdadera figura. Hugo Rafael se mostró tal como era frente a la novicia
---María Serena, eres la escogida para ser el guardián de estas tierras. Pues déjame decirte que fallaste.. Esto es en realidad lo que ha sucedido y le mostró la escena qué se formó en una imagen que borro la calle.
Sábado, 2 de junio de 1696
7 de la mañana.
Amaneció envuelta en una niebla espesa que se aferraba a las calles de San Jacinto, el sector aledaño a la Candelaria , en la Capitanía General, en las tierras altas de la Nueva España.
Las casas de adobe, con sus techos de teja gastados por el tiempo, parecían inclinarse bajo el peso de un silencio opresivo. El aire olía a tierra húmeda y a algo más, un dejo acre que los aldeanos susurraban era el aliento del diablo. Las campanas de la iglesia de San Miguel, una estructura modesta de piedra erosionada, repicaban con un tono grave y desacompasado, como si el campanero hubiera olvidado su ritmo habitual.
Maria Serena Ana, con sus diecinueve años, caminaba sola por la calle principal. Su hábito blanco y azul , bordado con hilos dorados en los puños, estaba salpicado de barro tras días de recorrer los senderos fangosos que rodeaban el pueblo.
Su rostro, pálido y demacrado por noches sin dormir, reflejaba una mezcla de determinación y temor. Llevaba un crucifijo de madera de encino, tallado por su propia mano durante sus años en el convento, y un frasco de vidrio con agua bendita que el padre Gregorio había consagrado bajo la luz de la luna llena.
Durante esta ocasión, el sacerdote, un hombre con una mirada severa, la había seleccionado para esta tarea: salvaguardar al sector de San Jacinto de la desgracia que se ocultaba sobre él desde que los niños comenzaron a desaparecer, dejando tras sí solo ecos de risas que resonaban en los caminos. Allí, como surgida de las sombras mismas, estaba Ximena.
Ximena no era una figura que pudiera pasar desapercibida. Su vestido morado , confeccionado de una tela que parecía absorber la luz, ondeaba con un movimiento antinatural, como si obedeciera a un viento que Ana no sentía. Su cabello, largo y castaño claro como la luna de medianoche, caía en mechones perfectos sobre sus hombros, y su piel tenía una palidez sobrenatural, casi traslúcida, que contrastaba con el brillo carmesí de sus ojos. En su mano derecha llevaba un rosario invertido, con cuentas de obsidiana que relucían como pequeños espejos rotos, en vez de cruz tenía un pentagrama invertido. No se cubría con mantilla.
Cuando sonrió, sus dientes eran afilados, apenas visibles tras unos labios que parecían teñidos de sangre seca.Maria Serena sintió un nudo en el estómago, pero su entrenamiento en el convento la obligó a mantenerse firme.
—¿Quién eres? —preguntó, su voz temblando ligeramente mientras apretaba el crucifijo contra su pecho. Ximena inclinó la cabeza, como un lobo evaluando a su presa.
—Soy Ximena, hija de Higo Rafael, el que nació en Sabaneta, aquel que tu Dios desterró a las tinieblas —respondió.
Su voz era profunda, resonante, como si surgiera de un pozo infinito—. Los hombres me llaman muchas cosas: bruja, sombra, mensajera. Pero tú, pequeña paloma, ¿qué nombre te han dado?—Soy María Serena , sierva del Señor —dijo la novicia, alzando la barbilla—. He venido a limpiar este pueblo de tu corrupción.
Ximena rió, y el sonido hizo que las pocas gallinas que aún quedaban en San Jacinto cacarearan desde sus corrales. Las ventanas de las casas cercanas, ya agrietadas por el abandono, vibraron como si intentaran escapar de sus marcos.
—¿Limpiar? —dijo, dando un paso hacia Maria Serena —. Este pueblo ya es mío. Sus rezos se han vuelto súplicas, sus sueños pesadillas. Los niños que buscas no están perdidos, están conmigo, cantando en las profundidades donde tu luz no llega.
María serena dio un paso atrás, pero levantó el frasco de agua bendita con mano temblorosa. Lo destapó y roció el líquido hacia Ximena, recitando en latín: "Exorcizamus te, omnis immundus spiritus...".
El agua chisporroteó al tocar a Ximena, como si cayera sobre brasas ardientes, y un humo negro se elevó de su vestido. Pero Ximena no retrocedió. En lugar de eso, el suelo bajo sus pies comenzó a agrietarse, revelando líneas de tierra negra que parecían venas palpitantes. El aire se llenó de un hedor a azufre y podredumbre, y las sombras de los árboles cercanos se alargaron, retorciéndose como dedos huesudos.
—¿Crees que tus palabras me queman? —dijo Ximena, avanzando con una gracia inhumana—. Soy más antigua que tus salmos, más fuerte que tu fe. Mira dentro de ti, . Hay duda en tu corazón, un susurro que dice que no eres digna de esta tarea.
María serena negó con la cabeza, pero las palabras de Ximena se clavaron en ella como dagas. Recordó las noches en el convento, cuando había cuestionado su vocación, cuando había envidiado a las muchachas que bailaban en las fiestas del pueblo en lugar de rezar en silencio. Apretó los dientes y continuó su oración, pero entonces Ximena extendió una mano hacia ella. El rosario invertido en sus dedos comenzó a girar solo, y un viento helado envolvió a la novicia. El crucifijo en su mano crujió y se partió en dos, cayendo al suelo como madera podrida.Ximena se acercó hasta quedar a un paso de Maria Serena, su aliento frío rozando el rostro de la novicia.
—No eres pura. En tus sueños has hecho el amor conmigo mil veces. —susurró, casi con ternura—. Y eso es suficiente para mí. Siempre me has amado. Estamos juntas en esto. Tu destino es el mío. Y sueñas siempre con mis labios, con la tibieza de mi cuerpo.
Antes de que Maria Serena pudiera responder, un torbellino de polvo y cenizas la cegó. Cuando abrió los ojos, Ximena había desaparecido, pero su risa aún resonaba en el aire, un eco que parecía venir de todas partes y de ninguna.
La novicia corrió hacia la iglesia, su corazón latiendo con fuerza, y encontró a los aldeanos reunidos en el interior. Sus rostros estaban vacíos, sus ojos opacos como los de los muertos. En el altar, tallado en la madera con una precisión imposible, estaban dos nombres: Ximena y Maria Serena, unidos por un símbolo que parecía una cruz invertida.
Esa noche, los maizales cantaron con voces infantiles, y la niebla se tiñó de rojo. El mal no había sido expulsado. Había encontrado un nuevo rostro para caminar entre los vivos.
En algún momento en 1699
El sol se desangraba en el horizonte de los vastos llanos, tiñendo el cielo de un carmesí enfermizo que parecía presagiar la llegada de algo innombrable. El Capitán Diego de Sandoval, oficial del ejército del Rey,incansable cabalgaba en solitario por el sendero polvoriento que serpenteaba entre la alta hierba amarillenta. Su uniforme, otrora impecable, mostraba las marcas del largo viaje desde la capital del Virreinato hasta estos territorios apenas conquistados.Los motivos de su translado de la capital de la Capitanía a aquella desolada tierra era un última oportunidad para poder continuar en la milicia
La expedición que comandaba acampaba a varias leguas de distancia. Él había insistido en adelantarse para explorar el terreno, pero la verdad era otra. Necesitaba estar solo, lejos de las miradas de sus subordinados, lejos de los ojos que pudieran juzgar su recurrente obsesión.
El viento susurró entre la hierba, trayendo consigo el aroma dulzón de las flores silvestres mezclado con algo más antiguo, algo que parecía emanar de la tierra misma. Diego detuvo su caballo junto a una pequeña capilla abandonada, una construcción sencilla de adobe y madera que los primeros misioneros habían erigido años atrás.
Fue entonces cuando la vio por primera vez en la zona
Sentada en los escalones desgastados de la entrada, una figura femenina vestida con el hábito blanco de las novicias contemplaba el atardecer. Su rostro, parcialmente oculto por el velo, resplandecía con una belleza sobrenatural que hizo que el corazón del Capitán se detuviera por un instante.
—¿Quién sois vos? —preguntó Diego, desmontando con premura—. ¿Qué hace una sierva de Dios en este paraje desolado? Acaso eres la misma que yo conozco?
La joven giró lentamente su rostro hacia él. Sus ojos, de un azul imposiblemente profundo, parecían contener el reflejo de océanos que Diego nunca había navegado.
Usted sabe que soy María Serena —respondió con una voz que sonaba como agua cristalina sobre piedras pulidas—. Y vos debéis ser el Capitán Diego de Sandoval,siempre nos encontramos en medio de circunstancias excepcionales de peligro. Celebro que hoy sea en paz.
Un escalofrío recorrió la espalda del militar. Era la misma que vio en aquel extraño suceso dentro de la capilla , ella conocía su nombre.
—¿Recuerdas quién soy?
Una sonrisa enigmática se dibujó en los labios de la novicia.
—Los espíritus del llano hablan, Capitán. Susurran secretos al viento, y el viento me los trae a mí.
Diego se acercó, cautivado por aquella presencia etérea. Había algo en ella que desafiaba toda lógica, algo que despertaba en él una fascinación que rayaba en lo enfermizo.
—No deberíais estar sola, estos territorios son peligrosos —dijo, extendiendo su mano para ayudarla a levantarse.
Cuando sus dedos rozaron los de ella, sintió un frío que penetró hasta sus huesos. María Serena se incorporó con una gracia sobrenatural, como si apenas tocara el suelo.
—El peligro no siempre viene de fuera, Capitán —murmuró ella, mirándolo directamente a los ojos—. A veces habita en nuestro interior, esperando el momento para devorarnos desde dentro.
-- Agradezco su interés, debo entregarme a mis oraciones
*#@#@##@
Los días siguientes fueron un tormento para Diego. La imagen de María Serena se había grabado nuevamente a fuego en su mente. La buscó en el pequeño pueblo cercano al campamento, preguntó por ella en la misión local, pero nadie parecía conocerla. Era como si la hermosa novicia solo existiera para él.
Y entonces comenzó a verla en todas partes.
Una tarde, mientras supervisaba la construcción de un puesto avanzado, la vislumbró entre los árboles que bordeaban el claro. Al anochecer, creyó distinguir su silueta recortada contra la luna llena, observándolo desde la colina. Durante la misa dominical, la encontró sentada en el último banco de la iglesia, su mirada fija en él mientras el sacerdote hablaba de los peligros de la tentación.
—¿La veis? —preguntó en un susurro a su teniente, señalando discretamente hacia el fondo de la nave.
El oficial miró en la dirección indicada y frunció el ceño. Era obvio que su Capitán seguía con desvaríos en su mente
—¿A quién, mi Capitán? El banco está vacío.-- respondió el joven negando con la cabeza.
Diego sintió que el suelo se tambaleaba bajo sus pies. ¿Estaba perdiendo la razón? ¿O era algo más siniestro lo que estaba ocurriendo?
Esa noche, incapaz de conciliar el sueño, abandonó su tienda y caminó hasta la plaza del pueblo. La luna iluminaba las fachadas encaladas con una luz espectral, proyectando sombras que parecían moverse con vida propia.
Y allí estaba ella, sentada en el borde de la fuente, pasando sus dedos por el agua como si dibujara símbolos arcanos.
—¿Qué queréis de mí? —preguntó Diego, acercándose con pasos vacilantes.
María Serena levantó la mirada. Bajo la luz lunar, su piel parecía translúcida, casi como si pudiera ver a través de ella.
—La pregunta correcta sería: ¿qué queréis vos de mí, Capitán? —respondió ella con aquella voz que parecía resonar directamente en su alma—. Sois vos quien me busca, quien me llama con vuestros pensamientos.
Diego se sentó junto a ella, sintiendo cómo su voluntad se desvanecía ante su presencia.
—No puedo dejar de pensar en vos —confesó, con la voz quebrada —. Es como si hubierais embrujado mi mente.Es un pecado terrible el que sentimiento se desborda por vos.Debo confesarlo
—Quizás lo he hecho —dijo ella con una sonrisa inquietante—. O quizás vuestro corazón ya estaba maldito mucho antes de conocerme.
—¿Quién sois realmente? —insistió él, tomando su mano fría entre las suyas—. ¿Por qué nadie más puede veros?
María Serena se inclinó hacia él. Su aliento era frío como la niebla matutina cuando susurró:
—Soy lo que los antiguos habitantes de estas tierras temían. Soy lo que vuestros sacerdotes intentan exorcizar. Soy el eco de un amor prohibido que terminó en tragedia hace siglos, cuando otro hombre como vos sucumbió a una pasión que lo consumió hasta los huesos.
Diego quiso apartarse, pero su cuerpo no respondía. Sentía como si hilos invisibles lo ataran a ella.
—¿Estáis diciendo que sois… un espíritu?
—Soy un recuerdo que se niega a morir —respondió ella—. Y vos, Capitán, habéis sido elegido para mantenerme viva un ciclo más.
Las semanas siguientes fueron un descenso al abismo para Diego. Su obsesión por María Serena creció hasta consumir cada aspecto de su vida. Descuidó sus deberes, se distanció de sus hombres, pasaba horas vagando por los llanos en busca de encuentros fugaces con aquella aparición que solo él podía ver.
Sus superiores, preocupados por su comportamiento errático, enviaron un médico desde la capital. El diagnóstico fue claro: fiebre tropical, delirios causados por alguna enfermedad local. Le ordenaron regresar para recibir tratamiento.
La noche antes de su partida, Diego cabalgó hasta la vieja capilla donde había visto a María Serena por primera vez. Necesitaba respuestas, necesitaba liberarse de aquel embrujo que lo estaba destruyendo.
La encontró arrodillada ante el altar derruido, rezando en una lengua que no era el latín ni ningún idioma conocido por él. Las velas que iluminaban el recinto no proyectaban su sombra sobre las paredes.
—He venido a despedirme —dijo Diego, avanzando entre los escombros—. Mañana parto nuevamente hacia la capital.
María Serena se volvió lentamente. Su rostro había cambiado; ahora mostraba una belleza más antigua, más terrible, como si la máscara que había llevado comenzara a resquebrajarse.
—Nadie abandona los llanos una vez que ha sido marcado —respondió con una voz que parecía provenir de las profundidades de la tierra—. Vuestro destino está sellado desde el momento en que vuestros ojos se posaron en mí.
—¿Qué destino? —preguntó él, sintiendo cómo el miedo y la fascinación luchaban en su interior.
—El mismo que todos los que vinieron antes que vos —María Serena se acercó flotando sobre el suelo—. Entregar vuestra alma a cambio de una eternidad a mi lado.
Diego retrocedió, pero su espalda chocó contra la pared de adobe.
—No podéis tomar mi alma. Soy un hombre de fe.
Una risa escalofriante brotó de los labios de la aparición.
—Vuestra fe se quebró en el momento en que permitisteis que la obsesión por mí creciera en vuestro corazón. Ya no pertenecéis a vuestro Dios, Capitán. Me pertenecéis a mí.
Con un movimiento fluido, María Serena colocó su mano helada sobre el pecho de Diego. Él sintió cómo algo se desgarraba en su interior, como si una parte esencial de su ser fuera arrancada.
—Ahora entenderéis —susurró ella—. Ahora veréis lo que yo veo.
Y en ese instante, la percepción de Diego cambió. El mundo a su alrededor se transformó. Pudo ver las capas de realidad superpuestas, los espíritus antiguos que habitaban los llanos, las energías primordiales que fluían bajo la tierra. Y comprendió la verdadera naturaleza de María Serena, un ser que había existido desde mucho antes de que los primeros conquistadores pisaran estas tierras.
—¿Qué me habéis hecho? —preguntó, sintiendo cómo su humanidad se diluía en aquella nueva conciencia.
—Os he liberado —respondió ella—. Y os he condenado.
-- Con su mente perdida en los desvaríos de una insana pasión el capitán se marcho en medio de la noche
La monja se quedó quieta, levantó la vista.
-- Ximena, por qué le haces daño a un inocente?
-- Te culparán. Es eso. Hacer más divertida la situación -- explicó Ximena a María Serena
Meses después, los viajeros que atravesaban los llanos comenzaron a hablar de un extraño fenómeno. Un capitán español a caballo, con el uniforme desgarrado y la mirada perdida, vagaba por los caminos solitarios. Siempre parecía estar buscando algo, o a alguien. Y a su lado, invisible para todos excepto para aquellos marcados por la soledad y la desesperación, caminaba una hermosa novicia de ojos azules como el océano.
Los nativos de la región conocían bien la leyenda. La llamaban “la devoradora de almas”, un espíritu que seducía a los hombres de corazón débil para alimentarse de su esencia vital. Y sabían que cada nuevo amante condenado se convertía en su heraldo, atrayendo nuevas víctimas hacia ella, perpetuando un ciclo que había comenzado siglos atrás y que continuaría mientras los llanos existieran.
El Capitán Diego de Sandoval nunca regresó a la capital. Su nombre se convirtió en un susurro temeroso entre los pobladores, una advertencia sobre los peligros de sucumbir a pasiones prohibidas. Y en las noches de luna llena, cuando el viento sopla desde el este, algunos juran escuchar dos voces entrelazadas en una conversación eterna: la voz grave y atormentada de un hombre que perdió su alma, y la voz cristalina y seductora de la aparición que lo condenó a vagar por los llanos hasta el fin de los tiempos.
¡
Tiempo del Séptimo mes del embarazo de la primeriza madre de Chantal.
El primer temblor sacudió el suelo como un latido de un corazón enfermo.
Los caballos huyeron desbocados, relinchando de terror.
Dentro de la capilla
Gaspar cayó de rodillas, llorando y rezando en idiomas olvidados por los hombres.
Desde la espesura, la sombra emergió.
El Aplastador.
No tenía forma definida: era una masa informe, oscura como la noche misma, pero más densa que cualquier sustancia. Donde pasaba, los árboles se partían como cañas, los pájaros caían muertos de los cielos, y la tierra se rajaba a sus pies.Se detuvo en un remolino de polvo frente a la humilde capilla de pueblo
Era el peso de mil condenas.
Era la maldad misma, hecha carne y sombra.
La madre de Chantal retrocedió, cubriéndose la boca para no gritar. El aire mismo parecía solidificarse: cada inhalación era como tragar vidrio molido.
Sin saber de dónde, apareció una bellísima novicia , firme como una raíz milenaria, levantó su cetro y gritó:
—¡Atrás, espíritu del peso eterno! ¡Aquí las frutas están protegidas!
El Aplastador respondió con un sonido que no era humano: un rugido sordo, un crujido de huesos, un grito de guerra de todos los condenados.
La entidad se lanzó.
El suelo se rompía bajo su avance.
Los muros de la capilla comenzaron a agrietarse, como si manos invisibles los aplastaran desde todas direcciones.
El altar temblaba.
Las frutas sagradas vibraban, a punto de caer.
Diego de Sandoval estaba subido en sus oraciones, alertado por la situacion desenvainó su espada, inútil gesto de coraje frente a lo incomprensible.
—¡Corran! —gritó a la joven novicia y a la mujer embarazada
Pero la madre de Chantal no podía moverse.Estaba muy avanzada en su embarazo
Un peso invisible la mantenía anclada al suelo.
Sentía cómo sus huesos crujían, su piel se tensaba contra la presión brutal del ente.
Diego alcanzó a la joven madre de Chantal y con cuidado la cargó en brazos.
La bella novicia María Serena se interpuso entre ellos y el monstruo, recitando una letanía olvidada, palabras prohibidas. Su voz era un látigo de fe, temblorosa pero feroz.
El Aplastador dudó por un instante.
Fue suficiente.
Diego colocó a la embarazada madre de Chantal en el suelo , y vio a la novicia , en ese instante supo que había perdido su corazón,débil y paralizado,casi se arrodilló ante esa imposible belleza
Pero detrás de ellos, el mundo colapsaba.
El convento estalló como una fruta podrida, lanzando escombros y sangre antigua al cielo.
El Aplastador, furioso, aulló un sonido que retumbó hasta las estrellas.
Luego La joven novicia María Serena cayó de rodillas, jadeante.
Antes de que el ente la aplastara, alzó la mirada al cielo y gritó:
—¡Aún no! ¡No tendrás su alma!
Y entonces, el peso la aplastó con un estruendo horrible.
Su cuerpo se hundió en la tierra como una flor marchita, desapareciendo sin dejar más que una sombra retorcida.
-- Señora, hemos de salir de aquí, debo salvar a esa novicia
Ella no pudo explicarle al joven Capitán,
Había comprado tiempo.
Tiempo para escapar.
Tiempo para luchar.
Pero el precio sería altísimo.
Porque ahora, el Aplastador ya había olido las frutas.
Y jamás detendría su cacería.
Verónica, con quince años, estaba orgullosa de su trabajo. Su padre le había asignado la tarea de acompañar a la señorita,
la nueva ama y señora de la hacienda, que ahora esgrimía un nuevo nombre...
Ingenio Rosa Negra, propiedad de la señorita Chantal Álvarez de Toledo du Chatelet, una bellísima señorita, un poco mayor que ella, que no la trataba como servicio sino como compañía. Los antiguos servicios a raíz de la muerte de los señores no quisieron trabajar más en la hacienda, salvo los ordeñadores y peones de faena. Y limpiaba la casa con devoción. Estaba feliz de hacerlo. Su patrona le regalaba ropa, comían juntas en la misma mesa, y su patrona le dio un cuarto para dormir para ella sola.
Como no todo era perfecto, la niña Chantal la obligaba a bañarse todos los días. Tal como la misma señorita patrona lo hacía diariamente, oliendo a rosas y jazmines con perfumes carísimos... Y eso no era todo. Su patrona le regalo un jabón y perfumes... Otra cosa más.. Había visto a media noche a la señorita Chantal caminando en lo oscuro por la casa.. Eso si que le daba miedo, pero ni siquiera con garrote vil lo diria a nadie.
La niña señorita patrona buscaba algo, quería que no se supiera. ¿Qué sería? Y porque le cambio el nombre del Anima a Rosa Negra?
II
Domingo, 3 de junio de 1696
3,33 AM de la mañana.
Ven inmunda y sucia presencia.
Todos hemos colocado nuestras promesas en el estiércol que oscurece con selecta depravación todos nuestros actos.
De la sexta torre de Miraflores descenderá un signo a la cloaca de tu servidumbre, Hemos congregado los símbolos que permitirán a los basiliscos y serpientes liberarse.
Los deseos se convertirán en realidad, ensuciando la pureza y envileciendo los corazones, saliendo al miedo y oscuridad de la noche y así podremos gritar tu sucia bajeza.
Invocación a Hugo Rafael.
II
Maria Serena fue guiada por el camino, era la alta madrugada del domingo 3 de junio de 1669
y llego al cementerio
ahi estaba el nuevamente Hugo Rafael en medio de las tumbas
---Hola María Serena, nuevamente vienes .. Espero que esta vez te unas a nosotros.
Hugo Rafael le enseñó.. Hombres y mujeres, desnudos,la invitaban a unirse en aquella procesión depravada y diabólica, eran todas las proficientes de la montaña de la Cruz dl Diablo, estaban junto a Adanech y Oholiva, enseñando la ebullición de sus carnes putrefactas , que luego se envolvían en llamas dejando el olor de carne podrida quemada.
La muchacha tuvo miedo.
--Es normal que tengas miedo.-- le dijo serenamente Hugo Rafael, invitando a acercarse.
--No tentarás al señor tu señor y no seguirás ensuciando esta joven tierra con tus antiguas y malignas creencias-- respondió la joven.
---¿Acaso eres mi señor? Sólo veo a una muchacha asustada. Asustada de sus propios deseos y pasiones. Ven a mí y serás libre.
La muchacha vió los cirios negros y caminó hacia ellos, un negro ataúd estaba en medio de la vereda principal del cementerio. Y vió, estaban alrededor del ataúd todas las víctimas de la peste. La miraban y sonreían.
Dentro de la urna acostado estaba Hugo Rafael. La contempló y le sonrió afectuosamente , la invitó a a meterse en el ataúd.
Maria Serena de su traje de novicia extrajo tres limones y les dijo.
--Estos son los limoneros del señor. Sirvieron para curar cuerpos atormentados. Servirán para curar almas enfermas. No hace falta oraciones. Tampoco fe. Sólo ver los resultados.
Dicho esto, María Serena los enseñó y estos empezaron a brillar
---No lo hagas..-- dijo la voz francamente asustada de Hugo Rafael.
continua
Continuara
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