El aire de la selva era denso, cargado con el aroma de la tierra húmeda, las flores exóticas y, de forma más sutil pero omnipresente, el olor a pólvora y sudor. Rafael de la Fuente, un hombre acostumbrado a los salones pulcros de la élite y a los campos de batalla ordenados, se encontraba en un campamento temporal, un microcosmos de caos y esperanza en medio de la insurgencia. Había sido un día extenuante, lleno de escaramuzas y decisiones difíciles que pesaban sobre sus hombros como el uniforme militar que vestía. Fue entonces, en el crepúsculo que pintaba el cielo con tonos naranjas y púrpuras, cuando sus ojos se posaron en ella por segunda vez, y esta vez, con una conciencia más profunda de su presencia.
Edmée, con la piel curtida por el sol y las secuelas del antiguo trabajo en la hacienda Rosa Negra, se movía entre los heridos con una gracia que desmentía la dureza de su existencia. Sus manos, pequeñas pero fuertes, vendaban una herida con una delicadeza que conmovió al recién llegado Rafael,que reconoció a la muchacha y en silencio contemplaba la escena.
La imagen de la muchacha, con su cabello negro trenzado con cintas de colores vibrantes, era un contraste sorprendente con la brutalidad que los rodeaba. Sus ojos, grandes y oscuros, reflejaban una mezcla de inocencia y una profunda tristeza que Rafael había notado en los esporádicos encuentros en su casa mientras ella limpiaba.
II
El atractivo joven la abordó con la brusquedad de un general que intenta mantener el control en un mundo que se desmoronaba, sin saber que su alma ya había sido cautivada.
“—¿Tú trabajabas en nuestra hacienda? ¿Te envió mi padre para vigilarme? — pregunto Rafael a rajatabla, su voz resonando con una autoridad que pretendía ocultar su propia curiosidad y la confusión que la presencia de Edmée le generaba.
La muchacha, con las mejillas rojas como tomates maduros, había bajado la mirada, un gesto de sumisión que a Rafael, a pesar de su posición, le resultaba incómodo y, extrañamente, doloroso.
—No, mi señor. Vine porque el General Ortiz nos ofreció libertad. Mi madre murió y ya nada me ataba al compromiso con su padre —balbuceó Edmée, su voz apenas un susurro que, sin embargo, caló hondo en Rafael.
Él recordó la enfermedad de la madre de la joven, una mujer que había trabajado incansablemente en sus tierras, y un recuerdo que le trajo un atisbo de culpa por su dureza inicial, una culpa que se mezclaba con una admiración incipiente por la valentía de ella.
—Lo lamento —dijo, su tono más suave, casi una caricia.
Edmée se atrevió a levantar la mirada, sus ojos encontrándose con los de él por un instante fugaz, un momento que pareció suspender el tiempo y el espacio a su alrededor.
—Gracias, mi señor —respondió ella, y en ese momento, Rafael sintió un impulso que no pudo explicar, una necesidad imperiosa de conectar con ella. Tomó las pequeñas manos de la muchacha, llenas de callos, un testimonio silencioso de una vida de esfuerzo y sacrificio. Sus dedos rozaron la piel áspera, y una chispa, casi imperceptible, se encendió entre ellos, una promesa tácita de algo más profundo.
—Mírame. Esta lucha es por todos nosotros. Te cuidaré —le dijo el joven, su voz cargada de una sinceridad que sorprendió incluso a sí mismo.
Edmée sintió un temblor recorrer su cuerpo, una emoción tan intensa que la dejó sin aliento. Podía morirse en ese momento y sería la mujer más feliz del mundo, pensó, su corazón latiendo con una fuerza inusitada. La promesa de Rafael, pronunciada en medio de la desolación de la guerra, fue para ella un ancla, una luz en la oscuridad de su existencia, una esperanza que nunca antes había osado soñar.
Desde que Edmée había trabajado en la hacienda de los De la Fuente, Rafael había sido para ella una figura casi mítica. El era bellísimo,demasiado Apuesto, culto, diferente a los rudos campesinos y soldados que la rodeaban, había robado su alma sin siquiera saberlo. Su voz, sus modales, su forma de hablar; todo en él le parecía de otro mundo. Era el epítome de la nobleza y la educación, un contraste absoluto con la vida de privaciones y trabajo duro que ella había conocido. Ahora, en sus ojos, Rafael no era solo un general, sino un ser casi divino, un príncipe de un cuento de hadas que había descendido a su humilde realidad para, quizás, cambiarla para siempre. Su devoción por él era un secreto bien guardado, una llama que ardía silenciosamente en su interior, alimentada por cada encuentro, por cada palabra, por cada mirada robada.
Lo que comenzó como una fascinación unilateral pronto se transformó en un secreto y pasional romance que Rafael ignoraba totalmente, en su posición de general y hombre de la alta sociedad, no había previsto ni buscado.
A pesar de las barreras sociales y las circunstancias de la guerra, se sintió atraído por la pureza, la devoción y la fuerza silenciosa de Edmée. Era una atracción que desafiaba la lógica y las expectativas de su mundo y el no sabía explicarse. Sus encuentros, inicialmente accidentales, se volvieron deliberados, buscados con una urgencia creciente. Rafael encontraba excusas para pasar horas con ella, bajo el pretexto de supervisar las tareas del campamento o de discutir asuntos triviales. Pero la verdad era que quería enseñarle a leer y escribir, compartiendo con ella fragmentos de los libros que una vez atesoró en su biblioteca personal.
Le hablaba de un mundo donde la justicia prevalecía, donde la educación era un derecho y no un privilegio, y donde el amor, creía él con una convicción creciente, no conocía barreras sociales. Se encontraba a sí mismo, un hombre de ciencia y estrategia, divagando sobre la poesía y la filosofía, solo para ver la chispa de comprensión en los ojos de Edmée.
Edmée, ávida de conocimiento, absorbía cada palabra, cada lección como una esponja. Su mente, antes limitada por las circunstancias de su nacimiento y la ignorancia impuesta por el sistema, comenzó a florecer bajo la tutela de Rafael. Él le abría las puertas a un universo de ideas y posibilidades que nunca antes había imaginado. Cada libro que leía, cada concepto que entendía, era una victoria personal, un paso más allá de las cadenas de su pasado. Ella, a su vez, le enseñaba a Rafael la sabiduría de la tierra, los secretos de la selva, la resiliencia del espíritu humano frente a la adversidad. Le mostraba la belleza de las cosas simples, la importancia de la comunidad y la fuerza del amor incondicional que ella misma encarnaba.
En medio del caos de la guerra, el secreto amor de Edmée se convirtió en su refugio, su santuario donde ella podía ser ella misma, lejos de las expectativas y las presiones de sus mundos respectivos. Era un intercambio silencioso, un pacto no verbal que los unía más allá de sus diferencias.
Una tarde, mientras el sol se ponía, tiñendo el cielo de un rojo ardiente y dorado, Rafael encontró a Edmée sentada junto a una fogata, reparando la ropa de un soldado con una aguja e hilo. La luz danzante de las llamas iluminaba su rostro, revelando la concentración en sus ojos y la delicadeza de sus movimientos. Había una quietud en ella, una paz que contrastaba con el bullicio del campamento. Se acercó en silencio, y ella levantó la vista, una sonrisa tímida asomando en sus labios, una sonrisa que siempre lograba calmar la tormenta en el alma de Rafael.
—Edmée —dijo Rafael, su voz suave, casi un susurro, como si temiera romper la magia del momento.
Se sentó a su lado, sintiendo el calor de la fogata y la cercanía de ella, una cercanía que se había vuelto esencial para él. El ambiente era íntimo, un pequeño oasis de paz en medio de la guerra, un refugio donde podían ser simplemente Rafael y Edmée.
—Mi señor —respondió ella, su voz apenas audible, pero cargada de una emoción que Rafael empezaba a descifrar. Había en su tono una mezcla de respeto y una calidez que Rafael empezaba a reconocer como algo propio, algo que le pertenecía.
—Te he dicho que puedes llamarme Rafael —insistió él, una ligera sonrisa en su rostro. La formalidad, aunque esperada por su posición, se sentía como una barrera entre ellos, una barrera que él deseaba derribar con cada encuentro.
Edmée dudó por un momento, sus ojos oscuros buscando los suyos, como si sopesara el peso de su petición. Luego asintió lentamente, una decisión tomada.
—Rafael —pronunció, y el nombre, en sus labios, sonó diferente, más dulce, más personal, como una melodía que solo él podía escuchar.
—¿Qué lees hoy? —preguntó él, señalando un pequeño libro que ella tenía a un lado, un volumen de poesía clásica que él mismo le había prestado. Era uno de sus favoritos, y le intrigaba saber cómo lo percibiría ella.
—Un poema sobre el amor perdido —respondió ella, sus ojos oscuros brillando a la luz de la fogata, revelando una profundidad de sentimiento. —Es triste, pero hermoso, ¿no cree? Habla de un amor que se fue, pero que dejó una huella imborrable.
—El amor es a menudo así —reflexionó Rafael, su mirada perdida en las llamas danzantes, en los recuerdos de amores pasados que no habían dejado la misma huella. —Una mezcla de alegría y melancolía, de éxtasis y dolor. ¿Crees en el amor, Edmée, en medio de tanta desolación?
Ella lo miró fijamente, y por un momento, Rafael sintió que sus ojos leían su alma, desnudando sus propios miedos y esperanzas.
—Sí, Rafael. Creo en el amor. Creo que es lo único que nos mantiene cuerdos en tiempos como estos. Lo único que nos da esperanza, la fuerza para seguir adelante cuando todo parece perdido. Sin amor, ¿qué nos quedaría?
Sus palabras resonaron en el corazón de Rafael, un eco de sus propios pensamientos más íntimos. Él, un hombre de razón y estrategia, se encontró conmovido por la simple y profunda fe de Edmée, una fe que no se basaba en dogmas, sino en la pura esencia del sentimiento humano.
—¿Y qué tipo de amor crees que es el más verdadero, el más duradero?
Edmée bajó la mirada, sus mejillas se tiñeron de un suave rubor, un color que Rafael encontraba infinitamente atractivo.
—El amor que no espera nada a cambio. El amor que es puro y desinteresado. El amor que lo arriesga todo, incluso la propia vida, por el bienestar del otro. Ese es el amor que trasciende todo.
El silencio se extendió entre ellos, llenado solo por el crepitar de la fogata y los sonidos distantes de la selva, un concierto de la noche. La tensión era palpable, una corriente eléctrica que amenazaba con desbordarse, con romper las barreras invisibles que aún los separaban. Edmée, en su imaginación, no se veía de otra forma que no fuera en los brazos de tan apuesto galán, su mente pintando escenarios de un futuro imposible.
La pasión volcánica que Rafael desataba en ella era un secreto que guardaba celosamente, pero que amenazaba con escapar en cada mirada, en cada roce accidental, en cada suspiro. Sus encuentros eran llenos de una secreta pasión contenida, una danza de miradas y palabras no dichas, un ballet de emociones que solo ellos dos entendían.
Rafael, aunque ajeno a la intensidad de los sentimientos más profundos de Edmée, no era inmune a su encanto. La candidez de ella, su inteligencia innata y su espíritu indomable, lo atraían de una manera que ninguna mujer de su círculo social había logrado. Se encontró anhelando sus conversaciones, la forma en que sus ojos se iluminaban con cada nueva idea, la risa suave que a veces se le escapaba, un sonido que era música para sus oídos. Era una conexión que trascendía las barreras de su mundo, una conexión forjada en la adversidad y la esperanza, un lazo que se fortalecía con cada día que pasaba.
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Una noche, la lluvia torrencial los obligó a refugiarse en una pequeña choza improvisada, construida con ramas y hojas de palma. El sonido de la lluvia golpeando el techo era un telón de fondo para su conversación, un ritmo constante que los aislaba del resto del mundo. Rafael le leía un pasaje de un libro de filosofía, explicando conceptos complejos con una paciencia infinita, disfrutando de la forma en que ella absorbía cada palabra. Edmée escuchaba atentamente, interrumpiéndolo con preguntas perspicaces que revelaban una mente aguda y curiosa, una mente que él se deleitaba en estimular.
—Entonces, ¿crees que la libertad es un estado del ser o una condición social? —preguntó ella, sus ojos fijos en él, buscando una respuesta que pudiera darle sentido a su propia lucha.
Rafael sonrió, impresionado por la profundidad de su pregunta, por la forma en que ella siempre iba más allá de lo superficial.
—En ambas, Edmée. La libertad comienza en la mente, en la capacidad de pensar por uno mismo, de cuestionar, de soñar. Pero también es una condición social, un derecho que debe ser garantizado para todos, sin importar su origen o su posición, sin importar si nacieron en una hacienda o en la más humilde de las chozas.
—Y si no se nos da, ¿debemos tomarla? —su voz era firme, una determinación que sorprendió a Rafael, una chispa de rebeldía que él encontraba irresistible.
—A veces, Edmée, la libertad debe ser conquistada. No sin un gran costo, no sin sacrificio, pero a veces es el único camino. La historia nos lo ha demostrado una y otra vez —respondió, su voz grave, cargada con el peso de la responsabilidad.
En ese momento, se dio cuenta de que Edmée no era solo una muchacha campesina; era una mujer con un espíritu revolucionario, una fuerza silenciosa que lo inspiraba, que lo empujaba a ser un mejor líder, un mejor hombre.
Y por eso ella sonaba feliz, algo le decía que en medio de tantas muertes y desastres que cada día se incrementaban, algo podía pasar entre los dos.
Y por eso cada sueño era diferente ..
La cercanía en la pequeña choza, el sonido de la lluvia, la intensidad de su conversación; todo contribuía a una atmósfera cargada de emoción, de una electricidad palpable. Rafael sintió un impulso irresistible de tocarla, de sentir la calidez de su piel, de borrar la distancia que los separaba. Extendió una mano y rozó su mejilla, un gesto que fue tanto una pregunta como una afirmación, una invitación tácita. Edmée cerró los ojos por un instante, el contacto eléctrico, y luego se inclinó hacia su mano, un gesto de entrega y confianza que derritió las últimas barreras de Rafael.
—Rafael —susurró ella, su voz temblaba, cargada de anhelo.
Él acercó su rostro al de ella, sus ojos buscando permiso, una confirmación de que no estaba cruzando una línea que no debía, una línea que, en el fondo, ambos deseaban cruzar. En los ojos de Edmée, vio no solo permiso, sino un anhelo tan profundo como el suyo, un deseo que se reflejaba en los suyos.
Sus labios se encontraron en un beso tierno al principio, luego más apasionado, un beso que lo decía todo sin necesidad de palabras. Era un beso que lo decía todo: la devoción silenciosa de Edmée, la atracción prohibida de Rafael, la esperanza de un futuro incierto. Era un beso que desafiaba las convenciones, las clases sociales, la guerra misma. En ese momento, en la oscuridad de la choza, bajo el sonido rítmico de la lluvia, el mundo exterior dejó de existir. Solo existían ellos dos, perdidos en el torbellino de sus sentimientos, en la promesa de un amor que apenas comenzaba a florecer.
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El romance secreto prohibido floreció en medio de la adversidad, como una flor exótica en el corazón de la selva.Y ella ya no sabía cómo contenerse.
Sus encuentros se volvieron más frecuentes, sus conversaciones más íntimas, cada vez más profundas. Rafael le enseñaba a Edmée sobre estrategia militar, sobre política, sobre el mundo más allá de la selva, sobre la historia y la geografía. Ella, a cambio, le enseñaba sobre la resiliencia de la gente, sobre la importancia de la fe y la esperanza, sobre la verdadera riqueza que no se mide en oro o tierras, sino en el espíritu humano, en la conexión con la naturaleza y con los demás. Se complementaban, cada uno llenando los vacíos del otro, construyendo un puente entre sus dos mundos tan dispares.
Pero el campamento era un lugar de ojos curiosos y oídos atentos.
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Los rumores comenzaron a circular, susurros sobre el general y la muchacha campesina, sobre la impropriedad de su relación.
Rafael, consciente de las implicaciones, intentó ser más discreto, pero la atracción entre ellos era demasiado fuerte para ser contenida, como un río desbordado. Edmée, por su parte, no le importaban los rumores. Su amor por Rafael era un fuego que la consumía, una fuerza que la hacía sentir viva en medio de la muerte y la destrucción, una razón para luchar, para existir.
Un día, el General Ortiz, un hombre astuto y observador, llamó a Rafael a su tienda. Su rostro, curtido por años de batalla, era inescrutable, una máscara de experiencia y autoridad. Rafael entró con el corazón latiéndole con fuerza, sabiendo lo que se avecinaba.
—Rafael, he notado tu interés en la muchacha Edmée —dijo Ortiz, su voz baja y grave, pero con un matiz de advertencia. Rafael sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que Ortiz era un hombre que no toleraba distracciones, especialmente en tiempos de guerra, y menos aún romances que pudieran comprometer la moral de las tropas.
—Es una muchacha inteligente, General. Estoy educándola, como usted me ha pedido que haga con la gente del pueblo, para que puedan ser parte activa de esta revolución —respondió Rafael, intentando mantener la calma, aunque su corazón latía con fuerza contra sus costillas.
Ortiz lo miró fijamente, sus ojos penetrantes, como los de un halcón. —La educación es importante, Rafael, sí. Pero también lo es la disciplina. Y los rumores, mi joven general, pueden ser peligrosos. Pueden desmoralizar a las tropas, pueden crear divisiones, pueden dar munición al enemigo. No podemos permitirnos tales lujos en estos tiempos críticos.
Rafael apretó los puños, la frustración y la impotencia burbujeando en su interior. —Mis acciones no han afectado mi deber, General. Mi lealtad a la causa es inquebrantable, y mi compromiso con la revolución es total. Edmée no es una distracción, sino una inspiración.
—No lo dudo, Rafael. Pero la percepción lo es todo en la guerra. Te aconsejo que seas más cuidadoso. La revolución necesita tu mente, no tu corazón distraído por asuntos personales —dijo Ortiz, su tono final y sin apelación, dejando claro que no habría más discusión al respecto. Rafael salió de la tienda con un nudo en el estómago, el sabor amargo de la reprimenda en su boca. La advertencia de Ortiz era clara. Estaban malinterpretado su relacion con Edmée, y si se seguían abiertamente los rumores, podría tener consecuencias desastrosas no solo para ellos, sino para la causa que ambos defendían con tanto ahínco.
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Edmée notó el cambio en Rafael. Se volvió más distante, más preocupado, una sombra se cernía sobre sus ojos. Sus encuentros se hicieron menos frecuentes, y cuando se veían, la alegría que antes los unía se veía empañada por una sombra de preocupación, por la tensión de lo no dicho. Una tarde, ella lo confrontó en su lugar secreto, un pequeño claro escondido entre la densa vegetación, donde los sonidos de la guerra parecían distantes y el mundo exterior no podía alcanzarlos.
—¿Qué sucede, Rafael? —preguntó, su voz llena de angustia, su corazón encogiéndose al ver la tristeza en sus ojos. —Pareces distante, preocupado. ¿He hecho algo mal?
Rafael suspiró, pasando una mano por su cabello, un gesto de cansancio y frustración.
—Es el General Ortiz, Edmée. Malinterpreta mi relación contigo. Me ha advertido de las consecuencias si continuamos.
El corazón de Edmée se encogió. Sabía que su amor era prohibido, que desafiaba las normas de su sociedad, pero la realidad de la amenaza era más dura de lo que había imaginado. El miedo se apoderó de ella. —¿Qué haremos, Rafael? ¿Vamos a dejar que nos separen?
—No lo sé, Edmée. No puedo arriesgar la causa. No puedo arriesgarte a ti. Si nuestra relación se convierte en un problema, podríamos poner en peligro todo por lo que luchamos, y a ti misma —dijo Rafael, su voz llena de dolor, la idea de separarse de ella era insoportable, pero la responsabilidad de la revolución pesaba sobre él como una losa.
—No me importa la causa si te pierdo a ti —respondió Edmée, su voz firme a pesar de las lágrimas que comenzaban a asomar en sus ojos. Se acercó a él, tomando sus manos, sintiendo la fuerza de sus dedos.
—Mi vida antes de ti no era vida. Solo existía, sin un propósito claro, sin una verdadera alegría. Ahora, contigo, siento que vivo, que cada día tiene un significado. No me pidas que renuncie a esto, Rafael. No puedo.
Rafael la miró, la fuerza y la devoción en sus ojos lo conmovieron profundamente. La amaba, lo sabía con cada fibra de su ser. La amaba con una intensidad que nunca había creído posible, un amor que trascendía todo lo que había conocido. Pero el camino que habían elegido, el camino de la revolución, era peligroso y exigía sacrificios, a veces, los más grandes. Se sentía atrapado entre su deber y su corazón.
—No te pido que renuncies a nada, Edmée. Solo te pido paciencia. Debemos ser más cuidadosos, más astutos. Debemos proteger lo que tenemos, lo que hemos construido. Nuestro amor es un arma en sí mismo, pero debemos usarlo con sabiduría —dijo, y la abrazó con fuerza, sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo, la fragilidad de su existencia entrelazada con la suya. En ese abrazo, ambos encontraron consuelo y una promesa tácita de que lucharían por su amor, incluso si eso significaba desafiar al mundo entero, a las normas, a la guerra misma.
La revolución continuó,
y con ella, la lucha de Rafael y Edmée por mantener su amor en secreto. Se volvieron maestros en el arte de la discreción, sus miradas, sus gestos, sus palabras, cargados de un significado oculto que solo ellos entendían, un lenguaje secreto de amor. Rafael continuó sus lecciones, usando los libros como un pretexto para sus encuentros, para sus conversaciones profundas. Edmée, por su parte, se convirtió en una estudiante excepcional, su mente floreciendo con cada nueva idea, cada nuevo concepto. La sabiduría de la selva que ella poseía, combinada con el conocimiento del mundo que Rafael le ofrecía, los hacía un equipo formidable, una alianza de mentes y corazones.
Un día, una nueva escaramuza estalló cerca del campamento, más violenta y caótica que las anteriores. El sonido de los disparos, los gritos de los hombres, el choque de las espadas llenaron el aire, un presagio de muerte. Rafael, como siempre, estaba al frente, liderando a sus tropas con valentía, su figura imponente en medio del caos. Edmée, en el campamento, ayudaba a los heridos, su corazón latiendo con miedo por Rafael, cada explosión, cada grito, un puñal en su alma.
En medio del caos, un soldado enemigo, astuto y sigiloso, logró flanquear a las tropas de Rafael, apuntando su rifle directamente a él, un blanco fácil en la confusión de la batalla. Edmée, que había estado observando desde la distancia, con una premonición de peligro, vio el momento exacto en que el enemigo levantaba su arma. Sin pensarlo dos veces, sin importarle su propia seguridad, corrió hacia Rafael, gritando una advertencia que esperaba que él pudiera escuchar por encima del estruendo de la batalla.
—¡Rafael, cuidado! ¡A tu izquierda! —su grito, agudo y desesperado, resonó en el campo de batalla, un sonido que logró perforar el caos. Rafael se giró justo a tiempo para ver al soldado enemigo, su rifle ya apuntando. Desenvainó su espada y, con un movimiento rápido y preciso, desarmó al atacante, salvando su vida por un instante. Pero en el proceso, una bala perdida, silbando en el aire, rozó su brazo, y él cayó al suelo, herido, el dolor agudo y punzante.
Edmée corrió hacia él, su rostro pálido de miedo, el corazón en un puño. Se arrodilló a su lado, sus manos buscando la herida, temblorosas pero decididas. —¡Rafael! ¡Por Dios, Rafael! —exclamó, las lágrimas brotando de sus ojos, un torrente de angustia y alivio al verlo con vida.
—Estoy bien, Edmée. Solo un rasguño, no te preocupes —dijo él, intentando tranquilizarla, aunque el dolor era intenso y la sangre manchaba su uniforme. Los soldados de Rafael llegaron rápidamente, asegurando la zona y llevando al general herido de vuelta al campamento, con Edmée a su lado, sin soltar su mano.
En la tienda médica, Edmée se negó a dejar su lado. Con una determinación férrea, cuidó de él con una devoción que conmovió a todos los que la vieron. Limpió su herida con agua tibia y hierbas medicinales, cambió sus vendajes con delicadeza, y se quedó a su lado durante toda la noche, velando su sueño, sus ojos fijos en él, rezando por su recuperación. Rafael, febril y débil, sentía su presencia como un bálsamo, una caricia para su alma. En medio de la oscuridad y el dolor, la mano de Edmée en la suya era la única cosa real, la única cosa que importaba, la única que le daba fuerza para seguir luchando.
Al amanecer, Rafael se despertó, la fiebre había bajado, el dolor era más soportable. Edmée estaba dormida a su lado, su cabeza apoyada en el borde de la camilla, su mano todavía aferrada a la suya, un gesto de amor y protección. La vio allí, tan vulnerable y tan fuerte, tan hermosa en su cansancio, y una oleada de amor lo invadió, un amor que ya no podía ni quería ocultar. No podía negar lo que sentía por ella. No podía seguir ocultándolo, ni a sí mismo ni al mundo.
Cuando Edmée despertó, sus ojos se encontraron con los de Rafael. Había una nueva intensidad en su mirada, una determinación que no había visto antes, una luz que iluminaba su alma. —Edmée —dijo él, su voz ronca por la debilidad, pero cargada de una emoción innegable. —Lo que siento por ti es real. No puedo seguir negándolo. No quiero seguir negándolo. Te amo, Edmée.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Edmée, pero esta vez eran lágrimas de alegría, de alivio, de una felicidad que nunca pensó que experimentaría. —Yo también te amo, Rafael. Con todo mi corazón, con toda mi alma. Siempre te he amado.
Se inclinó y lo besó, un beso que era una promesa, un compromiso, una declaración de amor eterno. En ese momento, en la tienda médica, rodeados por los sonidos amortiguados de la guerra, Rafael y Edmée decidieron que su amor valía la pena luchar por él, sin importar las consecuencias, sin importar los obstáculos que se interpusieran en su camino. La revolución no solo les había traído libertad, sino también un amor prohibido, un amor que desafiaba todas las reglas y que estaba destinado a cambiar sus vidas para siempre, a redefinir su existencia.
El General Ortiz, al enterarse del incidente y de la valentía de Edmée, no pudo evitar reconocer la profunda conexión entre ella y Rafael, también vio la fuerza que Edmée le daba a Rafael, una fuerza que podría ser vital para la causa. Son embargo no logro dimensionar que existía algo más, le dió la sensación de lealtad de la muchacha hacia el joven general.
La guerra era un crisol que forjaba alianzas inesperadas y amores improbables. Y en el corazón de la selva, bajo el cielo estrellado, el amor de Rafael y Edmée florecía, un faro de esperanza en medio de la oscuridad de la revolución, un testimonio de que incluso en los tiempos más sombríos, el amor podía encontrar un camino.
El campamento, a pesar de las cicatrices de la reciente escaramuza, se sentía diferente. La valentía de Edmée no pasó desapercibida, y aunque su relación con Rafael seguía siendo objeto de susurros, ahora había un respeto tácito, una aceptación silenciosa. Rafael, recuperándose lentamente, se apoyaba en Edmée más que nunca. Sus conversaciones se extendían hasta altas horas de la noche, planeando no solo estrategias militares, sino también un futuro incierto para ellos dos, un futuro que ahora imaginaban juntos.
—¿Crees que alguna vez tendremos un lugar donde no tengamos que escondernos? —preguntó Edmée una noche, mientras Rafael dibujaba mapas en la tierra con un palo, delineando posibles rutas de escape o de ataque. La luna llena iluminaba el campamento, proyectando sombras largas y danzantes, creando un ambiente de misterio y anhelo.
Rafael la miró, sus ojos llenos de una promesa silenciosa, de una determinación inquebrantable. —Lo tendremos, Edmée. Lucharemos por ello. Por la libertad, por la justicia, y por nosotros. Este no es solo un sueño para el pueblo, es también nuestro sueño, el sueño de una vida juntos, sin miedo, sin secretos.
Ella asintió, su mano buscando la suya, entrelazando sus dedos, un gesto de unidad y compromiso. El roce fue un bálsamo, una confirmación de que no estaban solos en esto. La guerra era una realidad brutal, pero su amor era un refugio, un santuario que construían juntos, ladrillo a ladrillo, con cada mirada, cada palabra, cada toque. Sabían que el camino sería largo y peligroso, lleno de obstáculos y sacrificios, pero estaban dispuestos a recorrerlo juntos, de la mano, enfrentando lo que viniera. El romance prohibido de Rafael y Edmée, nacido en la adversidad, era ahora una fuerza imparable, un testimonio del poder del amor en los tiempos más oscuros, una luz que guiaba su camino hacia un futuro incierto pero lleno de esperanza.
La recuperación de Rafael fue lenta, pero cada día que pasaba, su vínculo con Edmée se fortalecía. Ella se había convertido en su sombra, su enfermera, su confidente. Las tropas, al ver la dedicación de Edmée, comenzaron a verla con nuevos ojos, no solo como la muchacha campesina, sino como la compañera del general, una mujer valiente y leal. El General Ortiz, aunque aún reticente, no pudo ignorar el efecto positivo que Edmée tenía en Rafael. Su moral había mejorado, su determinación se había renovado, y su liderazgo se había vuelto aún más inspirador.
Una tarde, mientras Rafael se recuperaba en su tienda, Edmée le leía un libro de historia, su voz suave y melodiosa llenando el espacio. De repente, Rafael la interrumpió.
—Edmée, ¿alguna vez has pensado en lo que haremos cuando todo esto termine? —preguntó, su mirada fija en el techo de lona.
Ella cerró el libro, pensativa.
—He soñado con ello, Rafael. Con un lugar tranquilo, lejos de la guerra, donde podamos vivir en paz, donde pueda leer todos los libros que quiera, y donde tú puedas ser simplemente Rafael, sin el peso del general.
Rafael sonrió, una sonrisa genuina que rara vez mostraba.
—Ese es mi sueño también, Edmée. Un hogar, una familia. Contigo.
Edmée sintió un rubor subir por sus mejillas.
—Una familia… ¿Conmigo? —susurró, la idea tan hermosa como aterradora.
—Sí, Edmée. Contigo. Quiero construir un futuro contigo. Un futuro donde no haya clases sociales, donde la educación sea para todos, donde el amor sea libre —dijo Rafael, extendiendo su mano para tomar la suya.
Sus dedos se entrelazaron, un pacto silencioso, una promesa de un futuro que aún estaba por escribirse.
Pero la guerra no esperaba. Los informes de inteligencia indicaban un gran movimiento de tropas enemigas. El General Ortiz convocó a Rafael a una reunión de emergencia. La recuperación de Rafael aún no era completa, pero su mente estratégica era indispensable.
—Rafael, necesitamos tu plan. El enemigo se está moviendo hacia el Paso de la Serpiente. Si lo toman, estaremos perdidos —dijo Ortiz, su rostro grave.
Rafael, apoyándose en Edmée para levantarse, se acercó al mapa. —General, propongo una estrategia audaz. Atacaremos por el flanco, usando el conocimiento de la selva que hemos adquirido. Será arriesgado, pero es nuestra única oportunidad.
Ortiz lo miró, luego a Edmée. —Y la muchacha, ¿qué papel jugará en esto?
Rafael miró a Edmée, y ella asintió con determinación. —Edmée conoce la selva como la palma de su mano. Ella puede guiarnos por senderos que el enemigo desconoce. Su conocimiento será invaluable.
Ortiz dudó por un momento, pero la confianza en los ojos de Rafael era inquebrantable.
—Muy bien, Rafael. Que así sea. Pero si algo sale mal, la responsabilidad será tuya.
La noche antes de la batalla, Rafael y Edmée se encontraron en su claro secreto. El ambiente estaba cargado de tensión y de una melancolía silenciosa. Sabían que esta batalla podría ser decisiva, y que sus vidas, y su futuro, estaban en juego.
—Tengo miedo, Rafael —confesó Edmée, su voz apenas un susurro.
—Yo también, mi amor —respondió Rafael, abrazándola con fuerza. —Pero no te dejaré. Lucharemos juntos, como siempre.
—Prométeme que volverás —dijo ella, sus ojos llenos de lágrimas.
—Lo prometo, Edmée. Volveré a ti. Y cuando lo haga, construiremos ese futuro que hemos soñado —dijo él, besándola con una pasión que era una mezcla de amor, miedo y esperanza. Era un beso de despedida y de promesa, un beso que sellaba su destino.
La batalla del Paso de la Serpiente fue feroz y sangrienta. Rafael lideró a sus tropas con una valentía inigualable, y Edmée, con su conocimiento de la selva, guio a un pequeño grupo de soldados por senderos ocultos, flanqueando al enemigo y cambiando el rumbo de la batalla. Ella luchó con la ferocidad de una leona, no con armas, sino con su ingenio y su conocimiento del terreno, desviando al enemigo, creando distracciones, abriendo caminos.
En un momento crítico, Rafael se encontró rodeado por soldados enemigos. Su brazo herido lo limitaba, y la derrota parecía inminente. De repente, Edmée apareció, no con un arma, sino con una antorcha, encendiendo un matorral seco, creando una cortina de humo que desorientó al enemigo y permitió a Rafael y sus hombres escapar. Ella no era una guerrera en el sentido tradicional, pero su valentía y su ingenio eran tan letales como cualquier espada.
La victoria fue suya, pero a un costo terrible. Muchos hombres cayeron, y la selva se tiñó de rojo. Rafael, exhausto pero victorioso, buscó a Edmée entre el caos. La encontró ayudando a los heridos, su rostro manchado de hollín y sudor, pero sus ojos brillando con una determinación inquebrantable.
Se acercó a ella y la abrazó con fuerza, sin importarle los ojos curiosos de los soldados. —Lo logramos, Edmée. Lo logramos. Gracias a ti.
Edmée se aferró a él, las lágrimas brotando de sus ojos.
—Estaba tan asustada, Rafael. Pensé que te perdería.
—Nunca me perderás, mi amor. Nunca —dijo él, besando su frente. En ese momento, la guerra, los rangos, las clases sociales, todo dejó de importar. Solo existía su amor, puro y verdadero, forjado en el fuego de la revolución.
El General Ortiz, al verlos juntos, sonrió. Había perdido un poco de su rigidez.
—Rafael, Edmée, habéis demostrado que el amor, cuando es verdadero, es una fuerza tan poderosa como cualquier ejército. Y Edmée, tu valentía ha sido ejemplar. La revolución necesita personas como tú.
Rafael y Edmée se miraron, sus corazones llenos de esperanza. El camino aún era largo, la revolución no había terminado, pero ahora tenían la bendición de su líder y el apoyo de las tropas. Su amor, que había nacido en secreto, ahora podía florecer abiertamente, un símbolo de la nueva era que estaban construyendo. Un futuro donde el amor no conocía barreras, donde la justicia prevalecía, y donde los sueños más audaces podían hacerse realidad.
Los días siguientes a la batalla fueron de curación y planificación. Rafael, con su brazo vendado, seguía siendo el estratega principal, pero ahora Edmée estaba a su lado en las reuniones, su voz escuchada y respetada. Su conocimiento de la gente y de la tierra complementaba la visión militar de Rafael, creando un equipo formidable. La dinámica entre ellos había cambiado; ya no era solo el general y la campesina, sino dos iguales, dos compañeros unidos por una causa y por un amor profundo.
—Necesitamos asegurar las rutas de suministro a través de la selva —dijo Rafael en una de esas reuniones. —El enemigo intentará cortarlas.
Edmée, con un mapa improvisado en el suelo, señaló un sendero.
—Hay un camino antiguo, Rafael, conocido solo por los locales. Es peligroso, lleno de trampas naturales, pero es casi imposible de detectar para los que no lo conocen. Podríamos usarlo para mover nuestros suministros de forma segura.
El General Ortiz, que escuchaba atentamente, asintió.
—Una excelente idea, Edmée. Tu conocimiento es un activo invaluable. Rafael, encárgate de esto con Edmée. Ella será tu guía principal.
Rafael sonrió a Edmée, un brillo de orgullo en sus ojos. —Será un honor, General.
Juntos, Rafael y Edmée se adentraron en la selva, no solo como líderes militares, sino como amantes, explorando los senderos ocultos, descubriendo la belleza y los peligros de la naturaleza. Cada paso que daban juntos era un paso hacia la construcción de su futuro, hacia la realización de sus sueños. Hablaban de todo: de la guerra, de la paz, de sus esperanzas, de sus miedos. Compartían sus pensamientos más íntimos, sus sueños más audaces. La selva, que antes había sido un campo de batalla, se convirtió en el escenario de su amor, un testigo silencioso de su creciente unión.
Una noche, acamparon bajo un dosel de estrellas, el sonido de los insectos y los animales nocturnos llenando el aire. Rafael encendió una pequeña fogata, y se sentaron uno al lado del otro, el calor de sus cuerpos mezclándose con el calor de las llamas.
—¿Crees que algún día podremos volver a la hacienda Rosa Negra? —preguntó Edmée, su voz suave, nostálgica.
Rafael la miró, su rostro iluminado por el fuego. —Quizás, Edmée. Pero no como antes. No como la hacienda de mi padre, sino como nuestro hogar, un lugar donde la justicia y la igualdad reinen. Un lugar donde todos sean libres.
Edmée apoyó su cabeza en su hombro.
—Me gusta ese sueño, Rafael. Un hogar contigo, donde podamos enseñar a nuestros hijos a leer y a escribir, donde puedan crecer libres y felices.
Rafael la abrazó con fuerza, sintiendo la dulzura de sus palabras, la promesa de un futuro que parecía cada vez más tangible.
—Ese es el futuro por el que luchamos, Edmée. Por el que vivimos.
La revolución aún tenía muchos desafíos por delante, pero Rafael y Edmée estaban listos para enfrentarlos juntos. Su amor, nacido en la adversidad, se había convertido en una fuerza motriz, un faro de esperanza para ellos y para todos los que los rodeaban. El romance prohibido se había transformado en un amor legendario, una historia de valentía, sacrificio y la inquebrantable fe en un futuro mejor.
Continuara
Capitulo 4
# : La Obsesion del General
El aire del campamento olia a polvora rancia, a sudor y a la promesa incumplida de un futuro mejor. Para Rafael de la Vega, el joven aristocrata que habia abandonado la opulencia de su hacienda familiar por la causa de los desposeidos, ese hedor se convertio en el perfume de su propia desilusion.
Casi un año Habia pasado desde su llegada al campamento del General Luis Felipe Ortiz con la cabeza llena de lecturas francesas sobre la libertad, la igualdad y la fraternidad. Soñaba con una región forjada en la justicia, donde el color de la piel y el apellido no dictaran el destino. Pero la realidad, como un machete desafilado, habia comenzado a desmantelar su idealismo, trozo a trozo.
La primera grieta se abrio en la Hacienda de los Olivos, a solo dos dias de marcha. Luis Felipe Ortiz, con su oratoria inflamada, muchas veces prometio redistribucion y respeto. Lo que Rafael presencio fue una orgia de saqueo y asesinatos indiscriminados indiscriminado. Los rebeldes, hambrientos y resentidos, no distinguieron entre los hacendados que habian maltratado a sus peones y aquellos que habian sido justos. Vio a un hombre anciano, un poeta y filantropo conocido por su biblioteca abierta al pueblo, arrastrado fuera de su casa y ejecutado sumariamente.
Sus libros, su preciada coleccion de clasicos, fueron apilados en el patio y quemados en una pira que iluminaba la noche con una luz roja y brutal.
Tambio vio tirada a la orilla del camino,mientras el incendio devoraba el central azucarero,el cadavar desnudo y ultrajado de Laura Arévalo.
En silencio el mismo cavo una fosa y con respeto la enterró.
--¿Por que, General?--- logró preguntar Rafael, con la voz temblando de rabia y horror.
Luis Felipe Ortiz, un hombre de estatura media, con ojos claros y una barba pulcra que desmentia su origen "popular", se habia encogido de hombros con una sonrisa fria.
--”Son las malezas, Rafael. Hay que quemarlas para que la nueva semilla pueda crecer. La cultura del opresor es tan peligrosa como sus armas.
Pero el "limpiar" no se detuvo en los libros. En la siguiente aldea, presencio la ejecucion de una familia de pequeños comerciantes, acusados de "colaboracion" por haber vendido alimentos a las tropas gubernamentales. Eran inocentes, gente humilde que solo intentaba sobrevivir. Rafael se dio cuenta de que el lema de Luis Felipe Ortiz, "Destruir para Renacer", no era una estrategia militar, sino una filosofia genuina de **destruccion y venganza**. La revolucion no buscaba elevar al pueblo, sino simplemente cambiar a los opresores, reemplazando una tirania por otra, quizas aun mas brutal, vestida con la bandera de la justicia social.
Su noble causa estaba siendo profanada por la ambicion y la hipocresia.
***
Sus dudas se intensificaron cuando, en una noche de borrachera entre oficiales, el Capitan Mendoza, un hombre de campo con un corazon sorprendentemente blando, le revelo un secreto a medias.
--¿Sabes, Rafael? Luis Felipe Ortiz no es uno de nosotros. No es de la tierra.
Rafael fruncio el ceño.
--Es el General. Es nuestra voz.Se lo que me vas a decir.Es un conocido de mi familia.
--Es un medico. Un hombre culto de la capital, de piel clara como la mía,víctima de las injusticias de esta tierra.
--Su familia perdio su fortuna por un mal negocio, no por la opresion. El no busca la igualdad, busca el **poder absoluto** y la riqueza que le fue negada en su juventud por la rigidez de la sociedad. Y sobre todo venganza.Esta lleno de odio porque no pudo tener la mujer que amaba en silencio.En realidad,el Nos usa. Nos da palabras bonitas, y nosotros le damos la sangre.Yo estoy de este lado ,igual que por los demás, aguardiente,oro y mujeres finas.
El descubrimiento fue un puñetazo en el estomago de Rafael. Se sintio engañado, su fe hecha añicos. El lider de los "desposeidos" era, en esencia, un aristocrata resentido que manipulaba a las masas para sus propios fines.No fue el gobierno, fueron sus errores
Intentó hablar y averiguar con otros oficiales, pero encontro una mezcla de miedo, lealtad ciega y una resignacion fatalista. La revolucion era una maquina que ya no podia detenerse, y Luis Felipe Ortiz era su motor.
***
En medio de ese lodazal moral, Edmee era su unico faro. La joven sirvienta, de ojos color miel y una trenza negra que le caia hasta la cintura, habia sido su sombra silenciosa en la hacienda de su padre.
Ahora era Su amor era un secreto, un murmullo de manos que se rozaban en las tiendas de campaña oscuras y miradas robadas a traves de la distancia militar.
En el campamento, el peligro de su amor era doble. Estaban juntos, pero mas separados que nunca.
Edmee no era una rebelde. Habia sido arrastrada al campamento llevada por su secreta pasión por Rafael de la Fuente.
Rafael la buscaba en la oscuridad de la noche, en el cobertizo donde guardaban la leña, o detras de la tienda de provisiones. Sus encuentros eran breves, tensos, cargados de una electricidad que amenazaba con explotar.
--Debes irte, Rafael le susurro Edmee una noche, su aliento calido en el cuello del atractivo hombre. Estaban acurrucados entre sacos de grano, el olor a tierra humeda y desesperacion envolviendolos.
--No puedo dejarte.
---No has visto lo que yo he visto. La crueldad. No es tu guerra.
--Es la tuya, Edmee. Y si es tuya, es mia.
Pero no habia pasado nada entre ellos. La guerra, la proximidad constante de la muerte, y el miedo a ser descubiertos habian levantado un muro invisible. Sus besos eran castos, desesperados, promesas de un futuro que parecia cada vez mas improbable.
***
La presencia de Edmee no paso desapercibida para el General Valbuena. Su belleza natural, su inocencia y su espÃritu indomable lo cautivaron. Valbuena, acostumbrado a obtener todo lo que deseaba, desarrollr una **obsesion** por ella.
Para el General, Edmee no era solo una mujer. Era un sÃimbolo: la pureza del pueblo que el pretendia "liberar" y, al mismo tiempo, **corromper**. Su repentino deseo y capricho deseo por Edmee se mezclaba con un retorcido sentido de posesion y poder. La veia en la cocina, con el cabello recogido y la cara manchada de harina, y sentia una punzada de rabia al ver su mirada esquiva. El era el General, el dueño de la revolucion, como se atrevia esa sirvienta a no doblegarse ante su poder?
Comenzo a hacerle preguntas a Rafael sobre ella, de forma casual al principio.
--Esa muchacha, Edmee. ¿Era de tu hacienda, Rafael?
-- Si, MiGeneral. Una de las cocineras.
--Tiene una mirada... indomable. Me recuuerda a la tierra que luchamos por liberar.
Rafael sintio una alerta. Luis Felipe Ortiz no era un hombre que elogiara sin un proposito.
El General, sin embargo, no era un tonto. Estabaa notando los pequños detalles: la forma en que Rafael se demoraba cerca de la cocina, la manera en que Edmee evitaba su mirada, pero no la de Rafael. Luis Felipe Ortiz nunca confio plenamente en el "rico y culto" que se unió a su causa. Veia en Rafael una debilidad, un idealismo peligroso que, si no se controlaba, podria volverse contra el.
La noche del descubrimiento fue brutalmente simple. Ortiz habia salido de su tienda para aliviar su vejiga y se encontro con dos sombras acurrucadas detras del cobertizo de leña. No necesito ver sus rostros para saber quienes eran. La forma en que se aferraban el uno al otro, la desesperacion en el silencio de su abrazo, era mas elocuente que cualquier palabra.
El General sintio que la sangre le hervia. Rafael, el rival, el idealista, el que se creia moralmente superior, estaba robandole lo que el consideraba suyo. Su envidia y celos se desataron. Este romance era una afrenta a su autoridad y un obstaculo para su deseo.Era la segunda vez que un hombre De La Fuente se le atravesaba en el medio del camino
Luis Felipe Ortiz sonrió malévola mente en la oscuridad. Su mente retorcida comenzo a maquinar un plan para **destruir a Rafael** y **someter a Edmee**. El "romance" se convertiria en la excusa perfecta para eliminar a la amenaza y reclamar el simbolo.
***
### La Trampa se Cierra
A la mañana siguiente, Luis Felipe Ortiz convocl a Rafael a su tienda. El aire estaba denso, cargado de un olor a tabaco fuerte y peligro.
”Rafael ”dijo el General, sin mirarlo, examinando un mapa desdoblado sobre una mesa de campamento, tengo una mision para ti. Es de suma importancia.
--”A sus ordenes, General.
--”Hemos interceptado un mensaje. El Coronel Rojas, leal al gobierno, se dirige a la ciudad de Santa Marta con un convoy de armas y oro. Debe ser interceptado.
Luis Felipe Ortiz levantó la vista, sus ojos frios como el acero.
--”Necesito a un hombre de confianza, alguien que conozca las costumbres de la gente de bien. Rojas es un hombre de honor, a su manera. Necesito que te infiltres en su campamento, te ganes su confianza y nos des la señal para el ataque.
Rafael sintio una punzada de alarma. Infiltrarse en el campamento enemigo era una mision suicida.
--”General, con todo respeto, mi rostro es conocido. Soy el hijo mayor de la familia De la Fuente. Si me reconocen...
--”Precisamente por eso. Nadie esperaris que el hijo de Alejandro de la Fuente sea un traidor a su clase. Te dare una historia de descontento con tu padre. La gente supondrá que no estás de acuerdo en muchas cosas por tu ser afecto al gobierno, Es arriesgado, Pero si triunfas, seras un heroe de la revolucion. Y tendras el honor de dirigir la vanguardia en el ataque final.
La propuesta era tentadora para el idealista que vivia dentro de Rafael. El honor, la vanguardia, el triunfo. Pero el hombre desilusionado olio la trampa. Luis Felipe Ortiz lo estaba enviando a morir.
El corazon de Rafael se detuvo. El General lo sabia. Lo habia descubierto, y ahora usaba a Edmee como un rehen, una carnada.
--”General, no creo que sea apropiado. Ella es una sirvienta de campo, no sabe leer...
--”Aprendera¡. O quizas yo le enseñe. No te preocupes, Rafael. La cuidare como si fuera... una posesion preciada. Ahora vete. Prepara tu partida.
Rafael salió de la tienda con la mente en blanco, el puño cerrado. La mision era una sentencia de muerte, y Edmee era la garantia de que no huiria. La trampa se habia cerrado.
***
### El ultimo Encuentro Clandestino
Rafael sabia que no tenia tiempo. La noche caeria pronto, y con ella, su partida. Necesitaba ver a Edmee, advertirle, idear un plan.
La encontro en la cocina, empacando sus escasas pertenencias. Sus ojos color miel estaban llenos de lagrimas contenidas.
--”Lo se”dijo ella, sin levantar la vista. ”El Capitan Mendoza me lo dijo. Me ha reasignado.
--”Edmee, escuchame. Esto es una trampa. Luis Felipe Ortiz lo sabe.
Ella levantó la vista, y Rafael vio un fuego nuevo en sus ojos. No era miedo, sino una furia fria.
-- Lo he visto mirarme. Como si fuera un trozo de carne.
--”Me esta enviando a morir. Y te esta usando para asegurarse de que no escape.
--”Entonces, no vayas.
--”Si no voy, me ejecutara¡ aqui mismo. Y te tomara a ti. Si voy, tengo una oportunidad, por pequeña que sea, de escapar y volver por ti.
Edmee se acercó a el, y por primera vez, el miedo y la guerra no pudieron contener la pasion. Se abrazaron con la desesperacion de dos naufragos.
--No quiero que te vayas , aprovechará que no estás para violarme cuántas veces le de la gana.sabes que es asi.”murmuro ella, enterrando su rostro en el pecho de el.
--”Volvere por ti. Te lo juro por mi vida.
--¿Y que haras?
--Me infiltrare. Pero no por Luis Felipe Ortiz. Por mi. Y por ti. Si logró contactar con Rojas, le revelare la verdad sobre Luis Felipe Ortiz. La unica forma de derrotar a este monstruo es unir a los que realmente buscan la paz.
Edmee lo miró, y en sus ojos vio el regreso del idealista que amaba.
--”Rafael --”dijo ella, con una voz firme que lo sorprendio. ”Si te vas, llevate esto.
Extrajo de su bolsillo un pequeño relicario de plata, un objeto que habia pertenecido a su madre.
--¿Que eses?
--”No es el relicario. Es lo que esta dentro.
Abrio el relicario. Dentro, no habiia una imagen religiosa, sino un pequeño trozo de papel doblado.
--”Es el listado de los contactos de tu padre en la capital. , contactos con gente de influencia que odiaba con justa razón a Luis Felipe Ortiz. Si llegas a Santa Marta, busca a Don Elias. Es amigo de tu padre y te conoce Te vio cuando eras un niño -- expreso la preciosa muchacha ante el sorprendido Rafael
Rafael sintió una oleada de esperanza. Edmee no era la víctima pasiva. Era una mujer con recursos, con una red de apoyo oculta.
--”Esto lo cambia todo.
--”Ahora, besame, Rafael. Besame que necesito tus labios para quitarme este miedo que te vayas
Y en ese momento, el muro invisible se derrumbo. El miedo se convirtio en un catalizador. Se besaron con una intensidad que no conocÃan, un beso que era una promesa, un juramento y una despedida. Rafael sintio inxsaciable la dulzura de sus labios, el sabor salado de sus lagrimas, y el calor de su cuerpo. El romance, que no endcontraba la oportunidad de soltar el volcan que en ambos se estaba concentrando para estallar.
***
### La Huida y la Persecución
El campamento se sumio en el silencio de la medianoche. Rafael, vestido con ropas viejas de peon y con el relicario de Edmee escondido en su bota, se preparaba a salir al punto de encuentro. Llevaba un rifle viejo y una cantimplora.
De repente, escuchó un grito. Un grito ahogado, seguido de un golpe seco. Venia de la tienda de Luis Felipe Ortiz.
Rafael se detuvo. Entendio lo que significaba. Luis Felipe Ortiz no esperaria. HabÃia ido a buscar a Edmee.
El idealista murió en ese instante, reemplazado por el hombre de accion. El plan de infiltracion se desvanecia. Solo quedaba el rescate de la mujer que amaba.
Maldiciendo su ingenuidad Corrio hacia la tienda. Dos guardias montaban guardia.
-- ¡Alto! ¿Quien va ahi?
Rafael no respondio. Levanto el rifle y disparo certeramente dos veces. Los disparos resonaron en el campamento. Los guardias cayeron.
Entro en la tienda. Luis Felipe Ortiz estaba ahi, de pie, con el torso desnudo. Edmee estaba en el suelo, llorando, con la ropa rasgada. Luis Felipe Ortiz la habia golpeado en el forcejeo tratando de ultrajarla.
--¡Traidor! --rugio Luis Felipe Ortiz ,moviéndose a toda velocidad y sacando un sable de la pared.
-- Tuv eres el traidor, General. A la causa, al pueblo, a todo lo que juraste defender.
Luis Felipe Ortiz cargó contra el muchacho. Rafael esquivo el golpe del sable y usando el rifle como garrote, golpeo contunfente al General en la cabeza. Luis Felipe Ortiz cayó al suelo , aturdido.
-- ”¡Edmee, va¡monos!-- urgió el joven levantando a la joven semidesnuda
Ella se levantó, su rostro marcado por el horror.
--”¡El caballo! ¡Mi caballo!
Salieron de la tienda. El campamento estaba despertando. Los hombres de Luis Felipe Ortiz, confusos por los disparos, comenzaban a correr hacia la tienda.
Rafael y Edmee corrieron hacia las caballerizas. Rafael monto su caballo, **El Rayo**, un semental negro que habia traido de su hacienda. Subio a Edme a la grupa.
--”¡Sujetate fuerte!
Espoleo a El Rayo. El caballo relincho y salio disparado hacia la oscuridad, rompiendo la cerca del campamento.
-- ”¡Detenganlos! ¡Matadlos! --”se escuchaba la voz furiosa de Luis Felipe Ortiz a la distancia.
Cabalgaban a toda velocidad por el sendero polvoriento. Detrás de ellos, los gritos y los cascos de los perseguidores se acercaban.
--¡Nos alcanzan! ”grito Edmee, aferrandose a Rafael.
--”No lo haran. El Rayo es el mas rapido.
Pero Luis Felipe Ortiz no era un hombre que se rindiera facilmente. Habia montado a su propio caballo, un tordo fuerte y resistente, y dirigÃa la persecución con una furia personal.
Llegaron a un rÃio. El puente habia sido volado por los rebeldes semanas antes.
--¡Maldicion! ” exclamó Rafael.
--¡Debemos cruzar!
Rafael no lo dudo. Espoleo al Rayo y se lanzo al rio crecido. El agua estaba fria y la corriente era fuerte. El Rayo luchó, pero logró llegar a la orilla opuesta.Afortunadamente ninguna piedra ni árbol los golpeó.
Al otro lado, Luis Felipe Ortiz y sus hombres se detuvieron.
”--¡No escaparan! ¡Mendoza, toma a tres hombres y siguelos por el sendero norte! ¡Yo ire por el sur! .¡Los quiero muertos!
***
Rafael y Edmee cabalgaron durante horas por la oscuridad de la media noche, hasta que el sol comenzo a asomar por el horizonte. Estaban exhaustos, pero a salvo por el momento. Se detuvieron en un pequeño bosque de cañafistulas y apamates.
--”Estamos a salvo --”dijo Rafael, bajando del caballo.
Edmee se desplomo en el suelo, temblando.
--”No. No lo estamos. Luis Felipe Ortiz no se detendra¡.
Rafael se arrodillo junto a ella.
--”Lo se. Pero ahora tenemos una ventaja. Y tenemos el relicario. Iremos a Santa Marta. Buscaremos a Don Elias.
Ella asintio, su mano buscando la de su amado. El miedo no habÃia desaparecido, pero la urgencia de su huida habia forjado un vinculo mas fuerte que cualquier promesa.
--¿Que haras cuando lo encuentres?
--”Le dire la verdad. Que Luis Felipe Ortiz es un tirano. Que la revolucion es una mentira. Y le pediré que me ayude a contactar al Coronel Rojas. No para traicionar a la causa, sino para salvarla de si misma.
Rafael se puso de pie. El sol se alzaba, y con el, la promesa de un nuevo dia de lucha. El joven aristocrata habÃia perdido su idealismo ingenuo, pero habÃia ganado algo mas valioso: un proposito real, forjado en el amor, la traicion y la cruda realidad de la guerra.
El camino a Santa Marta seria largo y peligroso. Pero por primera vez desde que se unio a la revolucion, Rafael sintio que estaba luchando por algo que valia la pena: la vida de Edmee, y la posibilidad de una verdadera justicia.
***
### El Plan de Luis Felipe Ortiz
Mientras tanto, en el campamento, Luis Felipe Ortiz se limpiaba la sangre de la cabeza. Estaba furioso. Su obsesion por Edmee se habia convertido en una sed de venganza contra Rafael.
--Encuentrenlos! rugia a sus hombres. ¡Y traiganme a la muchacha viva!¡Al traidor, traiganme su cabeza!
Luis Felipe Ortiz sabia que Rafael iria a Santa Marta, la ciudad leal al gobierno. Era el unico lugar donde un aristocrata como podria encontrar refugio.
--¡Capitán Mendoza!
--ordene. —
Quiero que envies a un mensajero a Santa Marta. No al Coronel Rojas. A los **agentes dobles** que tenemos infiltrados en la policia.
Mendoza se acerco, temblando. Al General, --¿que les digo?
--Diles que el hijo de Alejandro de la Fuente, Rafael, es un espia del gobierno. Que esta¡ tratando de infiltrarse en nuestras filas para sabotearnos. Diles que lo capturen y lo ejecuten.
--Pero, General, si lo hacemos, el gobierno sabra¡ que tenemos espias en sus filas...
--¡No importa! El honor de la revolucion es secundario a mi **venganza**. Si Rafael llega a Rojas, revelara mis secretos. ¡No puedo permitirlo! Si lo capturan los del gobierno, sera un martir para nosotros, y un traidor para ellos. ¡Y Edmee sera mia!
Una vez dicho esto,Luis Felipe Ortiz sonrio,con una sonrisa demente. La guerra civil, la revolucion, todo se habÃia reducido a una obsesion personal. El destino de miles de personas pendia de un hilo, todo por el amor prohibido de un aristocrata y una sirvienta, y la envidia de un tirano.
***
### La Encrucijada
Rafael y Edmee llegaron a la encrucijada del Camino Real. Santa Marta estaba a un dia de marcha. Pero tambien lo estaba el campamento de Rojas.
--”Debemos separarnos aqui”dijo Rafael, con el corazon encogido.
--¿AQui? porque? ¡No!
--”Si. Si vamos juntos, nos encontraran. Yo ire a buscar a Don Elias. Tu iras al campamento de Rojas.
--¿Estas loco? ¡Rojas es del gobierno! ¡Me matara!
--No. Tienes el relicario. Y tienes la historia. Dile que eres la sirvienta de la hacienda de Alejandro de La Vega. Que Luis Felipe Ortiz te secuestro. Que Rafael de la Fuente , el hijo de Alejandro, esta en camino con informacion vital.Si contacta con mi padre el lo corrobara
--¿Y si no me cree?
--Debe creerte. Eres la unica prueba de que Luis Felipe Ortiz es un hipocrita. Si te mata, Luis Felipe Ortiz gana.
Rafael la miro los ojos.
--”Edmee, eres mi unica esperanza. Si me capturan, tu debes seguir. Si te capturan, yo debo seguir. El destino de la revolucion, y el nuestro, pende de esto.
Ella dudo, luego asintio con la cabeza y susurro . ---Te amo, Rafael.
”Y yo a ti, Edmee. Mas que a mis ideales, mas que a mi vida.
Se besaron por ultima vez, un beso de promesa y sacrificio. Luego, Edmee se monto en El Rayo.
--Cuidalo bien.
--Lo hare
Rafael la vio cabalgar hacia el norte, hacia el campamento de Rojas, hacia el peligro.El se dirigio al sur, hacia Santa Marta, hacia la trampa de Luis Felipe Ortiz.
El joven aristocrata, ahora un fugitivo, se habia convertido en el unico hombre que podia salvar a la revolucion de si misma. Y todo por el amor de una sirvienta más digna y pura que cualquier princesa y el engaño de un General.
La guerra civil habla encontrado su verdadero campo de batalla: el corazon de un hombre.
En el corazón palpitante de Shanghái, una metrópolis donde el acero y el cristal se elevan hacia un futuro incierto, y las luces de neón pintan un lienzo de ambición y soledad, reside el apuesto y millonario Xi Ling.
Un hombre cuya fortuna es tan vasta como los rascacielos que dominan el horizonte de la ciudad, forjada con una astucia casi sobrenatural en el volátil mundo de la bolsa.
Xi Ling no es un inversor común; su genio reside en la anticipación, en la lectura de los patrones ocultos del mercado, invirtiendo con maestría en ProShares, ETFs, índices y commodities. Cada transacción es un testimonio de su intelecto, cada ganancia un ladrillo más en el imperio de su riqueza.
Sin embargo, detrás de la fachada de éxito y opulencia, Xi Ling es un alma prisionera de una soledad abrumadora, un eco constante de una herida sentimental tan profunda que ha dejado una cicatriz indeleble en su espíritu. Es un hombre que lo tiene todo, excepto aquello que el dinero no puede comprar: la conexión humana genuina, el calor de un afecto desinteresado,un conversación sincera,un paseo nocturno en una playa,sentir estar vivo.
A sus 32 años ya había experimentado todo, una colección de relaciones temporales,frías,vacías,de sexo en cualquier lujosa habitación, de deslumbrantes noches que solo dejaban una sensación de soledad y hastio. Vivir Una noche de fin de año en medio de una multitud gritando sin conocerse, comprar un carro lujoso para mantenerse en el tope de los más ricos de Shanghai. Viajes a Hong Kong,Noches en Singapur.Sólo consigo mismo, ganar millones para comerse un sándwich a las diez de la noche y otro día igual,conversación técnica,zancadillas entre inversores, comprar,vender,arriesgar y otro sábado en la noche con una mujer vacía, desesperada por ser la amante oficial, la concubina con apartamento, lo que fuera..
Su última relación fue tóxica,dañina, enfermiza.Zhou Song
era extremadamente bella, con un cerebro totalmente vacío y un pesado lleno de fracasos amorosos, y desesperada por atraparlo como fuera.
Casi que llegó un momento en que el por fastidio le planteó tener un hijo, llenarla de millones y listo. Por un momento le pareció que era una solución.La otra mudarse a Hong Kong y ver qué tal. Total. Tenía un apartamento ahí.. Quería huir, de todo, principalmente de el mismo.
Era evidente que Zhou estaba entre las 5 mujeres más bellas de Shanghai.Sabia perfectamente que habia una división completa de hijos de su madre detrás de Zhou con el único propósito de llamarlo a las Tres de la mañana y decirle.
-"Mira Xi con quien me acoste"-- y enseñarle un video de Zhou desnuda en una cama.
II
La opulencia de su
ático en el distrito de Pudong, con sus ventanales que ofrecían una vista
panorámica de la incesante danza de luces de Shanghái, se había convertido en
una jaula dorada. Cada objeto de diseño, cada obra de arte contemporáneo, cada
mueble minimalista, gritaba éxito, pero sus ecos solo resonaban en el vacío de su
propia existencia. Xi Ling se movía entre ellos como un fantasma, un espectador
de su propia vida, incapaz de sentir la calidez que el lujo prometía. Sus días
eran una sucesión de reuniones en salas de juntas asépticas, donde las palabras
eran números y las emociones, variables a controlar. Las noches, un desfile de
cenas de negocios y eventos sociales, donde las sonrisas eran máscaras y las
conversaciones, meros intercambios de información para mantener las
apariencias. Se había acostumbrado a la frialdad de las relaciones
transaccionales, a la ausencia de cualquier conexión genuina que no estuviera
mediada por el interés o el beneficio.
La idea de un afecto desinteresado, de
una conversación que no persiguiera un objetivo oculto, le parecía una quimera,
un lujo que ni siquiera su vasta fortuna podía comprar. La soledad era su
compañera constante, un eco ensordecedor en los vastos espacios de su
apartamento, donde el silencio solo era roto por el suave zumbido de los
sistemas de climatización o el ocasional repique de su teléfono, siempre
anunciando más negocios, más obligaciones, nunca una voz que buscara su alma,
solo su influencia. En ocasiones, se encontraba de pie junto a los ventanales,
observando la ciudad que se extendía a sus pies, una maraña de luces y sombras,
de vidas entrelazadas y destinos inciertos. Se preguntaba si, entre esa
multitud, habría alguien más que compartiera su misma soledad, alguien que,
como él, anhelara una conexión que trascendiera el brillo superficial del
éxito. Pero la respuesta siempre era la misma: un silencio ensordecedor, un
vacío que ninguna cantidad de dinero o poder podía llenar.
La cena con Tiang,
en un restaurante de alta cocina donde el silencio era tan denso como el aire,
había comenzado como cualquier otra. Un ritual de cortesía entre dos
depredadores del mercado, cada uno midiendo al otro, buscando la debilidad, la
oportunidad. Xi, con su habitual desinterés, apenas escuchaba las quejas de
Tiang sobre las fluctuaciones del mercado. Su mente divagaba, calculando los
movimientos de la bolsa de Tokio, anticipando la próxima caída del yuan. Estaba
más preocupado por la hora, por la siguiente reunión, por la interminable lista
de tareas que lo esperaban. Pero entonces, la voz de Tiang, inusualmente grave,
rompió la monotonía, una grieta en la fachada de acero que ambos presentaban al
mundo, revelando una vulnerabilidad que Xi no esperaba encontrar en su rival.
La frase colgó en el
aire, pesada, inesperada. Xi levantó la vista, sorprendido. La máscara de
indiferencia de Tiang se había resquebrajado, revelando una vulnerabilidad que
Xi rara vez presenciaba en su mundo. Por un instante, el ruido de la ciudad, el
murmullo de las conversaciones cercanas, todo se desvaneció. Solo existía la
confesión cruda y desesperada de un hombre que, como él, vivía en la cima de
una montaña solitaria, y que ahora se enfrentaba a una cima mucho más
formidable: la de su propia mortalidad. Xi sintió un escalofrío, no por miedo,
sino por la cruda realidad de la vida que se imponía sobre el artificio de sus
existencias.
La imagen de Tiang, siempre tan calculador y frío, ahora
desmoronándose ante él, era un espejo de su propia vulnerabilidad, una que rara
vez se permitía reconocer. En ese momento, la barrera invisible que los
separaba se disolvió, dejando al descubierto la humanidad compartida que, a
pesar de sus rivalidades, los unía.
—Voy a hacerme
tratamiento en Houston. Me va a costar un ojo de la cara— continuó Tiang, su
voz apenas un susurro, mientras apuraba un trago de whisky, como si buscara
ahogar el miedo que lo consumía, o quizás, el dolor de una vida vivida en la
soledad. Xi, por primera vez en mucho tiempo, sintió algo más que hastío. Una
punzada de empatía, una conexión inesperada con este rival que, de repente, se
mostraba tan humano, tan frágil. La imagen de Tiang, siempre tan calculador y
frío, ahora desmoronándose ante él, era un espejo de su propia vulnerabilidad,
una que rara vez se permitía reconocer.
Laconversación se tornó más personal,
más íntima, a medida que Tiang desvelaba los detalles de su enfermedad, la
incertidumbre de su futuro, la soledad que lo había acompañado a lo largo de su
vida. Xi escuchaba, absorto, sintiendo una extraña conexión con este hombre
que, hasta ese momento, había sido solo un nombre en una lista de competidores.
—Vas a salir bien—
le dijo Xi, y la frase, aunque sencilla, sonó con una sinceridad que lo
sorprendió incluso a él mismo. Era un eco de una humanidad que creía haber
perdido. —Lo que necesites. No es un préstamo. Ni siquiera tienes que pedirlo.
Es un hecho. Xi, el hombre que medía todo en términos de costo-beneficio,
ofrecía ayuda sin esperar nada a cambio. Era un gesto inusual, casi ajeno a su
propia naturaleza, un acto de pura compasión que brotaba de un lugar que creía
seco dentro de sí. Tiang lo miró, una chispa de gratitud en sus ojos cansados,
una luz tenue en la oscuridad de su desesperación. La oferta de Xi,
desinteresada y genuina, fue un bálsamo para su alma atormentada, una prueba de
que, incluso en el mundo despiadado de los negocios, aún existía la bondad
humana.
—Lo tengo cubierto.
Pero no sé si estaré todavía a tiempo. Si sucede, solo te pido que no dejes que
lleven a un refugio a Shampoo. La mención de su gato, su única compañía, su
único lazo con la vida, conmovió a Xi profundamente. Entendió la profundidad de
la petición, la desesperación de un hombre que, ante la inminencia de la
muerte, solo se preocupaba por el bienestar de su mascota, el último vestigio
de afecto genuino en su vida. Era un testamento a la soledad que ambos
compartían, una soledad tan profunda que un animal se convertía en el único
confidente, el único receptor de un amor incondicional. Xi asintió, la promesa
sellada en el silencio de la noche. La vida de Shampoo, el pequeño gato anaranjado y crema,una pelota de pelo viviente,
se había convertido en un símbolo de la fragilidad de la existencia, un
recordatorio de que, incluso en la cima del éxito, la vida podía desmoronarse
en un instante.
—No va a suceder.
Descuida. Vigilaré que atiendan bien a Shampoo, y cuando vuelvas lo vas a
encontrar perfecto— prometió Xi, y en ese momento, la promesa se sintió como un
juramento sagrado, un pacto silencioso entre dos hombres que, en circunstancias
normales, nunca habrían cruzado esa línea de intimidad. La conversación se
extendió, y Tiang, aliviado, le confió las llaves de su apartamento, los
detalles del servicio que cuidaba a Shampoo, la contraseña de su Huawei
Maestro. Era una entrega total de confianza, un acto de fe en un hombre que,
hasta ese momento, había sido solo un competidor, un rival en el despiadado
juego del dinero.
Xi sintió el peso de esa confianza, una responsabilidad que
iba más allá de cualquier transacción financiera, una que tocaba las fibras más
íntimas de su ser. La imagen de Tiang, vulnerable y confiado, se grabó en su
mente, un recordatorio constante de la complejidad de las relaciones humanas,
incluso en los entornos más hostiles.
Cuando terminaron la
cena, el abrazo fue espontáneo, sincero. No había cálculo, no había interés.
Solo la conexión efímera entre dos almas solitarias que, por un breve instante,
habían encontrado consuelo en la vulnerabilidad compartida. Xi se quedó en la
acera, viendo cómo el Toyota Camry de Tiang se alejaba en la noche, sus luces
traseras desvaneciéndose en la distancia. Decidió caminar, no importaba la
distancia. Quería sentir el asfalto bajo sus pies, el aire frío en su rostro,
la vida en sus pulmones. Quería respirar, andar, saber que estaba vivo, que, a
pesar de su riqueza y su poder, había algo más, algo que el dinero no podía
comprar. Y mientras observaba a las parejas que caminaban hacia el metro, hacia
sus hogares, sintió una punzada de envidia, un anhelo por una vida que, hasta
ese momento, había creído que no era para él, una vida de conexiones simples,
de afectos genuinos, de una calidez que su propio mundo de acero y cristal le
había negado. La imagen de Tiang, frágil y humano, se grabó en su mente, un
recordatorio constante de la efímera naturaleza de la existencia y de la
importancia de los lazos humanos, por muy inesperados que fueran. La noche
avanzaba, y con cada paso, Xi sentía que se alejaba un poco más del hombre que
había sido, y se acercaba a una versión de sí mismo que apenas reconocía, una
versión más humana, más vulnerable, más conectada con el mundo que lo rodeaba.
III
III
El amanecer en
Shanghái trajo consigo el habitual torbellino de actividad, pero para Xi Ling,
la mañana comenzó con una interrupción inesperada. Al llegar a su oficina, el
mensaje de su asistente parpadeaba en la pantalla de su terminal, un presagio
de los problemas que se avecinaban. La señorita Zhou, su ex pareja, había sido
detenida. El Honqi S9, el lujoso deportivo que le había prestado, yacía
destrozado contra un poste, un símbolo de su imprudencia. La noticia no le
sorprendió, pero sí le irritó profundamente. Zhou siempre había sido un
torbellino de caos, una fuerza destructiva envuelta en una belleza
deslumbrante. Pero esta vez, su irresponsabilidad había cruzado una línea, una
que afectaba directamente su patrimonio y su ya precaria paz mental.
El informe detallaba
la pérdida de los doce puntos de su licencia, una multa considerable y una pena
de cárcel de entre tres y seis meses. Lo que más le molestó fue la llamada del
seguro, que se negaba a cubrir los daños. La voz de su asistente, por lo
general imperturbable, sonaba teñida de una mezcla de exasperación y cautela.
“El seguro ha rechazado el siniestro, señor
Xi. Alegan negligencia grave por parte de la señorita Zhou. El coste de la
reparación del Honqi S9 es… considerable”.
Xi gruñó, la
frustración burbujeando en su interior.
“Esa idiota andaba
en mi auto sin mi permiso”, espetó, su voz resonando en la impecable oficina.
Su asistente, siempre eficiente, le preguntó si deseaba enviar un abogado.
La respuesta de Xi
fue tajante, casi un rugido:
“De ninguna manera y
coloque en venta de inmediato el Honqi. No lo repare. Véndalo así mismo. Que se
pudra en la cárcel si es necesario. Esa mujer es un pozo sin fondo de
problemas”.
No había espacio para la compasión, solo para
la lógica fría de los negocios. El coche era un activo dañado, y Zhou, una
responsabilidad que ya no estaba dispuesto a asumir. La noticia se filtró
rápidamente a los medios, y los titulares sensacionalistas no tardaron en
aparecer, vinculando su nombre al escándalo.
“El magnate Xi Ling y el escándalo
de su ex novia”, “Zhou Song, la influencer caída en desgracia, y su lujoso
accidente”.
Xi, sin embargo,
permaneció impasible. La opinión pública era un ruido de fondo en su mundo, una
distracción insignificante en comparación con las complejidades del mercado de
valores. Su mente ya estaba en el siguiente movimiento, en cómo minimizar las
pérdidas y seguir adelante. Zhou era un capítulo cerrado, o al menos eso quería
creer.
La noche trajo
consigo la promesa de un compromiso, una obligación autoimpuesta que,
sorprendentemente, no le pesaba. Xi se dirigió al apartamento de Tiang, el
lugar que ahora albergaba a Shampoo, el gato que se había convertido en
un inesperado vínculo con su rival.
Al entrar, el ronroneo satisfecho
de Shampoo lo recibió, un sonido que, para su sorpresa, le resultaba
reconfortante. El gato, con su aire de superioridad felina, se acurrucó en su
regazo, ajeno a la complejidad de los asuntos humanos. Mientras acariciaba su
suave pelaje, la pantalla del portátil de Tiang parpadeó, mostrando una alerta.
Por un instante, Xi dudó. La curiosidad, sin embargo, fue más fuerte que su
reticencia.
“Es el insufrible
de Tiang que quiere comprobar si vine a visitar a Shampoo”, pensó con una
sonrisa irónica, una pequeña victoria personal en medio del caos de su vida.
Presionó enter, y el mensaje se desplegó ante sus ojos.
El mensaje era
críptico, pero su significado era inconfundible:
“Sr. Tiang. Tenemos mercancía de
estreno”.
Debajo, una foto. Una imagen que, a pesar de
su baja resolución, lo impactó de una manera que pocas cosas lo hacían. No era
la belleza convencional de Zhou, ni la sofisticación calculada de las mujeres
que solían rodearlo. Era algo más sutil, más enigmático. Una mirada profunda,
unos ojos que parecían contener secretos milenarios, una pose que denotaba una
vulnerabilidad que lo atrajo de inmediato. No le quedó ninguna duda de qué se
trataba.
El servicio de acompañantes de lujo de Tiang,
una faceta de su vida que Xi había intuido pero nunca confirmado.
Y ahora, una nueva
“mercancía” había capturado su atención, despertando una curiosidad que no
había sentido en mucho tiempo. Una curiosidad que iba más allá del simple deseo,
una que prometía una conexión que su alma anhelaba. La imagen de esa mujer,
desconocida y misteriosa, se grabó en su mente, un faro en la oscuridad de su
soledad.
V
Esa noche, el rostro
de la chica de la foto se incrustó en su mente, una imagen persistente que
eclipsaba cualquier pensamiento sobre Zhou, sobre el mercado, sobre su propia
existencia vacía. Xi, acostumbrado a la frialdad de los números y la lógica
implacable del mercado, se encontró desorientado por una emoción que no podía
cuantificar, una sensación que lo arrastraba hacia lo desconocido. La belleza
de Zhou era innegable, una belleza de revista, de pasarela, pero la de esta
desconocida poseía una cualidad etérea, casi irreal, que lo perturbaba. Era una
belleza que no buscaba la atención, sino que la exigía con una quietud
magnética, una promesa de profundidad que lo atraía como un imán. Al día
siguiente, la concentración le falló. Los gráficos de la bolsa, los informes
financieros, todo se volvió borroso, insignificante. La idea de conducir, de
enfrentarse al bullicio de la ciudad, le resultaba insoportable. Decidió que su
chófer lo llevaría en el Toyota Century, un santuario de silencio y lujo que le
permitía aislarse del mundo exterior, un capullo donde podía entregarse a sus
pensamientos sin interrupciones.
—No vamos a la
oficina. Vamos a Zhujiajiao— le indicó a su chófer, la decisión surgiendo de un
impulso repentino, una necesidad imperiosa de ver a esa mujer, de desentrañar
el misterio que la rodeaba. El chófer, acostumbrado a las excentricidades de su
jefe, asintió en silencio y condujo hacia la tranquila zona de jubilados, donde
se alzaba el edificio de Tiang. Al llegar, Xi se encontró frente a una antigua
casa convertida en dos apartamentos, un reflejo de la personalidad excéntrica de
su rival. “Espérame. No tardo”, dijo, casi precipitándose al interior
de la vivienda, impulsado por una urgencia que no comprendía del todo, una
mezcla de excitación y nerviosismo que rara vez experimentaba.
Al entrar, Shampoo
lo recibió con un ronroneo, como si supiera que su presencia era un bálsamo
para el alma atormentada de Xi.
“Tranquilo Shampoo.
Vine a ver cómo pasaste la noche”, le dijo, mientras se dirigía directamente a
la computadora de Tiang.
Con manos temblorosas, tecleó en el link de la
foto de la joven. Se sintió estúpido, un millonario poderoso reducido a un
adolescente nervioso, un hombre que había conquistado mercados enteros, ahora
temblaba ante la perspectiva de una simple cita. La respuesta fue inmediata:
“¿Esta noche?”.
Xi respondió con un
simple “Sí”, su voz apenas un susurro.
La voz al otro lado
de la línea, impersonal y eficiente, le preguntó: “
¿A la misma dirección? ¿En su apartamento?”.
Xi, sin dudarlo, escribió atropelladamente: “A
las 10 PM”.
La transacción fue
rápida, sin preguntas.
“Descontaré de su tarjeta”, le informaron.
Xi, sin embargo,
optó por otra tarjeta, una que no estuviera vinculada a sus negocios, una que
le permitiera mantener un velo de discreción sobre esta nueva aventura.
“Adicione”, le indicaron. “¿El mismo monto de siempre?
Quiero un… contrato…
por tres horas…”, indico Xi, sintiendo una extraña mezcla de vergüenza y
excitación, una sensación que lo hacía sentir vivo por primera vez en mucho
tiempo.
“Entiendo. Estamos hablando de 1500 $. Es un
‘producto’ nuevo y por eso el monto”, le explicaron.
“Perfecto”, respondió Xi, la palabra sonando
hueca en el silencio del apartamento, pero su mente ya estaba en otra parte, en
la imagen de esa mujer, en la promesa de una conexión que iba más allá del
dinero y con una sensación de indignación en la forma como se expresaban de la
muchacha…
El resto del día fue
una tortura. Las horas se arrastraban, cada minuto una eternidad. Una reunión
inesperada sobre la caída de Doge.Coin, una visita no planificada de una
anciana millonaria que quería asegurar el futuro de sus nietos, todo se sentía
como una distracción, un obstáculo en su camino hacia la noche. A las 7 PM,
huyó de su oficina, desesperado por prepararse para su encuentro. Al llegar a
su apartamento, la frialdad de su lujoso hogar, con sus vistas panorámicas a
una ciudad que nunca duerme, se convirtió en un espejo de su propio vacío
interior. Desesperado por ver a una desconocida, una mujer que, en el fondo,
sabía que sería igual que todas, pero a la que, por alguna razón, sentía una
atracción irresistible. Por lo menos tenía algo de honestidad. Le estaba
cobrando bastante, y eso, de alguna manera, lo hacía sentir menos culpable.
Inspiró profundamente, buscando consuelo en el aire viciado de su soledad. Otra
noche, otra evasión, otro intento desesperado de llenar el abismo que lo
consumía.
“Para eso se ganan millones, para comprar
sexo, tomar dos copas, fingir una relación y seguir en el mismo vacío”, se dijo
a sí mismo, la amargura en su voz, una verdad que lo perseguía como una sombra.
Acostumbrado y consciente de la ilegalidad y los riesgos, pero impulsado por
una desesperación que superaba cualquier juicio, Xi Ling había decidido cruzar
una línea adicional, una que lo llevaría a un territorio desconocido, a una
búsqueda de algo que el dinero no podía comprar.
Otro desesperado
intento de llenar el abismo de su soledad, de encontrar, aunque sea por un
instante, una sombra de compañía en un mundo que parece haberlo olvidado. La depresiva hora de cualquier día, era un monstruo que lo acechaba, un vacío que ninguna cantidad de éxito
o riqueza podía llenar. Y en esa búsqueda desesperada, Xi estaba dispuesto a
arriesgarlo todo, a cruzar cualquier límite, con la esperanza de encontrar un
atisbo de conexión, un momento de paz en el torbellino de su existencia.
Manejó hasta llegar
al apartamento de Tiang. 9 P.M. Tenía tiempo. Un servicio de delivery de súper
lujo. Llamó al restaurante Hakkasan, y pidió un delivery vía dron. Al rato le
llegó. El menú, una sinfonía de sabores exóticos, se desplegó ante él:
Dim Sum Trufado con Cangrejo de Río, Sushi de
Atún Rojo con Oro Comestible, Pato Pekín con Caviar Oscietra, Wagyu A5 con
Salsa Teriyaki y Trufa. Una cena digna de un emperador, pero que comería solo,
en la soledad de un apartamento ajeno, esperando la llegada de una mujer que,
por 1500 dólares, le ofrecería una ilusión de compañía, una breve tregua en su
batalla contra la soledad.
Abrió la puerta y
realmente quedó deslumbrado. No era una belleza convencional, de esas que se
exhiben en las portadas de las revistas, sino una belleza más sutil, etérea,
casi irreal. La joven mujer entró serena, con una gracia innata que contrastaba con
la cruda realidad de su profesión. Sin embargo, Xi, con su aguda percepción,
descubrió que, bajo esa aparente calma, había una nerviosismo apenas
perceptible, un temblor en sus manos, una ligera vacilación en su mirada. Y sin
duda se asombró. Y es que Xi, a sus 32 años, era un tipo extremadamente
guapísimo, por lejos, a la par de cualquier actor de moda y de más. Su
presencia, su aura de poder y riqueza, era innegable, y ella, a pesar de su aparente profesionalismo, no pudo evitar sentirse intimidada por el hombre que tenía
delante.
Él, en silencio, la
invitó a entrar y le dijo, con una sinceridad que lo sorprendió incluso a él
mismo:
—Seré sincero. No
soy Tiang. Y realmente solo quiero conversar y escuchar a alguien. Esto no es
la costumbre, estoy seguro de ello.
La confesión, tan
directa y honesta, desarmó a la joven. No era lo que esperaba. Estaba acostumbrada
a las demandas explícitas, a la superficialidad de las interacciones dictadas
por el dinero. La propuesta de una simple conversación, de una conexión humana,
la tomó por sorpresa.
—Gracias. Me llamo
Dana Chou y no es un apodo— dijo ella, sentándose en el sofá, para que
inmediatamente Shampoo, el gato siamés, se acomodara en su regazo con un
ronroneo de satisfacción, como si reconociera en ella una bondad que pocos
poseían. A sus veintitrés años, Dana poseía una belleza etérea, casi irreal,
que contrastaba con la cruda realidad de su profesión. Reservada, con una
mirada que parecía contener secretos milenarios y una fragilidad que invitaba a
la protección. Su voz, suave y melodiosa, era un bálsamo para el alma
atormentada de Xi.
Pasados los minutos
iniciales, la conversación fluyó con una naturalidad sorprendente. Hablaron de
todo y de nada, un prefacio a algo que ya estaba establecido, una conexión que
trascendía las barreras de su profesión. Dana no era como las otras. No había
en ella la artificialidad o el descaro que Xi había anticipado. Desde el primer
momento, Xi se sintió intrigado por su quietud, por la dignidad con la que se
movía en un mundo que buscaba despojarla de ella. Él, acostumbrado a la
superficialidad de las interacciones dictadas por el dinero, se encontró
tratando a Dana con una deferencia y un respeto que rara vez ofrecía a nadie.
No la veía como un mero servicio, sino como un enigma, un alma solitaria como
la suya, atrapada en circunstancias que no comprendía del todo. Y así pasaron
las horas. Tres horas que se fueron en un instante, un lapso de tiempo que,
para Xi, se sintió como una eternidad, un oasis de paz en el desierto de su
existencia. La llamaron para irse, y Xi sintió una punzada de decepción, un
anhelo de que la noche no terminara.
1:30 AM. Un tiempo
compartido. Una conversación íntima de dos desconocidos y nada. No sucedió lo
que suponía tendría que pasar. Xi quedó fascinado de ella, del aroma de ella,
de la cara de ella. Fue la única vez en muchos que consideró que 1500 $ le
hicieron sentir vivo. La sensación de conexión, de comprensión, de ser
escuchado sin juicio, era un lujo que ni todo su dinero podía comprar. Fue
directo al laptop, su mente ya tomada por una obsesión que no podía controlar.
—Quiero a Dana
únicamente para mí— tecleó, la decisión firme, inquebrantable. La voz al otro
lado de la línea, impersonal y eficiente, sugirió:
—Ese servicio es muy especial y le quita
oportunidades a ella. Podemos enseñarle otras “posibilidades”. Pero Xi no
quería otras. Quería a Dana, y solo a Dana.
—No quiero otra. La
quiero únicamente a ella, y que nadie la use— respondió, su voz cargada de una
determinación que no admitía réplicas.
La voz dudó por un
instante, luego respondió:
—Como guste. Sin
embargo, debo aclararle que… Xi no la dejó terminar. Colocó los números de su
tarjeta, su mente ya calculando el costo de su obsesión.
—¿Cuánto?— preguntó,
la impaciencia en su voz.
—22500 $ el mes— le informaron. Xi revisó,
confirmó, y la transacción se completó. La exclusividad de Dana Chou, un precio
que estaba dispuesto a pagar, un paso más en su desesperada búsqueda de una
conexión que trascendiera el dinero, una que llenara el vacío de su alma.
Sus encuentros
iniciales no fueron lo que la agencia prometía. Xi no buscaba el placer
efímero; buscaba compañía, una voz que rompiera el silencio ensordecedor de su
existencia. La llevó a lugares que rara vez visitaba con sus socios de negocios
o sus conocidos superficiales. Cenaron en restaurantes discretos donde la
comida era una obra de arte y la conversación fluía con una naturalidad
sorprendente. Pasearon por los jardines ocultos de la ciudad, lejos del bullicio,
donde el tiempo parecía detenerse, donde las preocupaciones del mundo exterior
se desvanecían, dejando solo el presente, la conexión entre dos almas
solitarias. Xi descubrió que Dana poseía una inteligencia aguda y una
sensibilidad artística que la hacía ver el mundo con una profundidad inusual.
Hablaban de libros, de arte, de la vida en Shanghái, de los sueños rotos y las
esperanzas secretas. Dana, con su mirada profunda y su voz suave, le revelaba
un mundo que Xi, a pesar de su riqueza, nunca había explorado, un mundo de
belleza, de significado, de conexión.
Xi, el inversor
implacable, se encontró compartiendo fragmentos de su alma con esta joven
enigmática, revelando la herida que lo había consumido durante tanto tiempo.
Dana, por su parte, escuchaba con una paciencia y una comprensión que
desarmaban a Xi. No había juicio en sus ojos, solo una quietud que lo invitaba
a ser él mismo, a despojarse de las máscaras que había usado durante tanto
tiempo. La relación entre ellos se construyó sobre un respeto mutuo, una
curiosidad creciente y una comprensión tácita de la soledad que ambos cargaban.
Xi se dio cuenta de que, a pesar de sus mundos tan dispares, compartían un hilo
invisible de melancolía. Él, con su riqueza y su poder, y ella, con su vulnerabilidad
y su belleza silenciosa, eran dos almas a la deriva en la inmensidad de
Shanghái, buscando un ancla, un refugio en la tormenta de sus vidas.
Xi no la
presionaba, no la forzaba a nada. Se contentaba con su presencia, con la calma
que Dana traía a su caótica existencia. La llevaba a galerías de arte
contemporáneo, donde Dana se perdía en la contemplación de las obras, Xi
observaba su perfil, fascinado por la forma en que la luz se posaba en su
rostro, por la expresión de asombro y admiración que iluminaba sus ojos. La
invitaba a conciertos de música clásica, donde el silencio entre las notas era
tan elocuente como la melodía misma, y Xi sentía una paz que no había
experimentado en años, una paz que solo la presencia de Dana podía brindarle.
Con cada encuentro,
la barrera entre ellos se desdibujaba un poco más. Xi empezó a ver a Dana Chou
más allá de la etiqueta de acompañante; veía a Dana, la mujer, el alma. Y Dana,
a su vez, empezó a ver más allá del millonario solitario; veía a Xi, el hombre
herido, el corazón que anhelaba ser sanado.
Un día, con la sorpresa que siempre
acompaña, él le robó un beso, un beso inexperto por parte de ella, una sorpresa
adicional para él, un momento de pura magia que selló la conexión entre ellos.
Fue inevitable. En apenas 22 días, con angustia a las 3 y media de la mañana,
Xi despertó y, sentándose en la cama, dijo en voz alta, la verdad que había
estado reprimiendo:
—¡Maldita sea! Estoy obsesionado con Dana Chou. No la
quiero 2 horas. La quiero para mí. No me importa el qué dirán. No me importa la
opinión de nadie. La necesito. La quiero aquí conmigo. Estoy enamorado de ella.
Y es que los sitios de reunión dejaron de ser en el apartamento de Tiang. Lo
que hizo que su rival Shampoo estallara en furia. Shampoo era el otro enamorado
de ella y peleaba sin tregua la atención de ella, celoso de la atención que
Dana le brindaba a Xi. La presencia de Dana había transformado la vida de Xi,
llenando el vacío que lo había consumido durante tanto tiempo, y ahora, no
podía imaginar su vida sin ella.
III
III
Tiang murió. Xi
sabía que le dejaría Shampoo.
Como todo inversionista, Tiang tenía muchas amantes, y sin duda que desde el
hospital en Houston dejó arreglos. No fue sorpresa que le dejó Shampoo con las
escrituras del apartamento para que Shampoo estuviera cómodo y un fideicomiso
de 75 millones de yuanes para la alimentación, así como para su cuidado y
bienestar. La noticia de la muerte de Tiang, aunque esperada, golpeó a Xi con
una extraña mezcla de tristeza y resignación. No eran amigos íntimos en el
sentido tradicional, pero la vulnerabilidad compartida en aquella cena había
forjado un lazo inesperado. Xi sintió el peso de la responsabilidad sobre sus
hombros, no solo por el gato, sino por la memoria de un hombre que, a su
manera, había encontrado una forma de confiar en él.
Evidente que donde estaba Dana estaba Shampoo y eso fue a parar en el apartamento de Xi.
Dana se había acostumbrado tanto a Xi que ya en sus visitas no llegaba elegantemente vestido. Ella se vio obligada a aceptar que otras mujeres la miraban con indisimulada envidia al ellos ir a las zonas de comida informal.
Ella le dijo que la agencia pensaba que el era un policía encubierto. Se rieron bastante. Y realmente la pasaban bien.hacian buena pareja y estaban muy peligrosamente en convertirse en buenos amigos.
El la llevo al stadium de Shanghai, para que ella viera a su equipo de béisbol los Tianjin Lions
- Basado en la ciudad de Tianjin, cerca de Beijing.
-- Eres de Tianjin. Cómo vinistes a tener a Shanghai? Era más fácil ir a Beijing.
Ella le explicó que obtuvo permiso de mudanza. Estudiaba arte moderno y quería ser directora de cine.
Paso más tiempo
Hasta que un domingo sucedió. Dana mostró una manzana.Parecia decidida a definir la situación. Ella era la tentación y el pecado.
No pudieron seguir presos en barreras,Hicieron el amor. No fue comprado, no fue pagado. Sucedió. Fue intenso,apasionado,físico,sin conseciones y con un beso profundo e interminable Xi le dijo.
-- Quiero que seas mía. No por un pago insincero, me gustas Dana. Llegastes de una manera y quiero que empecemos desde hoy.
Dana guardó silencio
-- No quiero que nos hagamos daño.Hay una sombra en esto. Y podemos hacernos daño.-- insistió nerviosa
-- Adicional estamos los dos. Y solo importa cada momento
-- Estoy segura que ya te están señalando bastante.
-- Es evidente que es un triangulo amoroso. Se ve que Shampoo es de mente muy abierta
-- Esto es serio.
-- Si lo es. Lo que siento es genuino. Quiero que seas sincera.
Dana guardó silencio y bajo la mirada .
-- Cuál es tu miedo?
-- Eres un hombre importante. Lo sé.Perteneces a un mundo muy diferente al mio.En realidad somos desconocidos fingiendo una amistad.
-- Me parece que los 24 millones de habitantes de Shanghai tienen cosas más importantes que hacer,que inmiscuirse en mi vida. Resulta que contigo soy feliz.Estoy vivo y las cosas tienen sentido.Lo has hecho tu.
-- Repito.Tengo miedo de hacerte daño
-- Voy a liberarte de esa empresa .-- anunció enfatico
-- Ellos van a destruir tu reputación.
-- Eso es imposible.
-- Porque estás tan seguro?.-- dijo ella viendolo
-- Porque no tengo ninguna-- susurro Xi.
-- Ya hicimos el amor. Se suponía que era una sola noche. Aproveché las circunstancias.
-- Eso no es cierto.-- le repuso el .
Dana lo miró con genuina angustia, y envuelta en sábanas se sentó en la cama, llorando silenciosamente,de espaldas a el .
-- Que sucede? Tenemos dos meses juntos. Es un comienzo. Puede suceder. Podemos hacerlo real. Yo quiero luchar por ti. No me importa más nada.
-- Yo estoy enamorada de otro hombre y por el he hecho lo que he hecho. El no merece esto-- contestó entrecortada Dana.
Xi quedó estupefacto. Un silencio pesado se hizo y el desnudo se sentó junto a ella viendo su pelo desordenado y su rostro descompuesto.
-- Y yo. Acaso yo merezco esto.? Estoy ilusionado contigo-- indicó el con el corazón roto.
-- Eres un hombre bello. Sabes hacer feliz a cualquier mujer,pues conviertes todos los momentos en especiales. Por eso No debemos vernos más-- dijo ella sacando valor.-- Esto debió haber sido para lo que me buscastes. Esa noche eras mi primer cliente. No he sido de más nadie en todo este tiempo. Tengo panico de enamorarme de ti.
-- Entonces porque llegastes hasta aquí?
-- El hombre que amo es estudiante de ingeniería mecatrónica en la universidad. Ahí nos conocimos. Nos enamoramos. Sucedió. Resulta que el es enfermo del corazón. Un día hicimos frenéticamente el amor. Le dió un infarto.su seguro médico universitario casi se agotó. Hay que hacerle una operación muy peligrosa. Con donaciones y lo que queda de seguro solo cubre una parte. Faltan 60000 yuanes. Por eso estoy en esto. Buscando ayudar. El está en esa situación porque no supe contenerlo y contenerme.
-Xi no supo que decir
-- Tenías planeado que hoy sucediera. Era una despedida.Hacer realidad el contrato.Es así?,-- cuando pudo hablar
-- Si-- dijo ella sin mirarlo.
Luego, Se vistió en silencio y en el mismo se marcho
Pasaron dos semanas.
Un torbellino de emociones se apoderó de Xi en esos dias. La culpa, la ternura, un feroz instinto de protección. La idea de que otros hombres pudieran tocarla, que pudieran profanar esa pureza que él había descubierto, se volvió insoportable. En ese momento, tomó una decisión irrevocable. Dana no volvería a la agencia. No sería de nadie más. Hizo una reunión con ellos. Ella tenía un contrato Leonino. Todo lo que el pagaba se lo quedaba la agencia. Un porcentaje infimo era para ella. La agencia se dió cuenta que podía sacarle de más. Y a el no le importó. Lo logro. Rompió el contrato.Dana era libre. Tenía que encontrarla. Le dieron la dirección. Estaba viviendo en Chongming es una isla en el extremo norte de Shanghai, viviendo alquilada en los contenedores
Los días que siguieron fueron una extraña mezcla de tensión. Xi no dejaba de recordar la burbuja dorada, aislados del mundo exterior en que vivió con Dana.
Él la trató con una ternura y un cuidado que nunca antes había mostrado. La llevó a los mejores restaurantes y a los más sencillos, le compró ropa de diseñador y se vistieron con ropa rota, la rodeaba de lujos que Dana nunca había imaginado y viajaron en autobus. Pero más allá de lo material, Xi le ofrecía su tiempo, su atención, su corazón. Compartían cenas íntimas, largas conversaciones y noches de que profundizaban su conexión. Xi se sentío vivo de una manera que no recordaba. La soledad que lo había atormentado durante tanto tiempo parecía disiparse en presencia de Dana. Sin embargo, a pesar de la aparente perfección de su nueva vida,
Xi notaba una sombra de tristeza en los ojos de Dana, una melancolía que no lograba descifrar. Ella era agradecida, cariñosa, pero había una parte de su ser que permanecía cerrada para él, un jardín secreto al que no tenía acceso.
La curiosidad de Xi, la misma que lo había convertido en un inversor de éxito, se despertó. Empezó a recordar Dana sus silencios, sus miradas perdidas. No era una pose.Era genuino.Y el no lo supo ver.Tan experto en negociar y no supo ver un sentimiento humano.
Decidió ir a buscarla, y estaba preparándose para ellos, cuando un investigador que había contratado le llevo lo que el había solicitado.
A los días recibió Las fotografías que mostraban a una pareja joven y feliz, compartiendo helados en un parque, estudiando juntos en una biblioteca, mirándose con una devoción que Xi nunca había visto en los ojos de Dana cuando lo miraban a él.
-- Es el. Ese es el hombre que ella ama
Los mensajes visuales revelaban una historia de amor truncada, una separación forzada por las circunstancias..Mostraba la tensión y angustia de ella cuando el jóven estaba en chequeo médico y como cambiaba cuando lo veía regresar.Era genuino,era real.No era pagado.
Xi entendió.
Dana se había alejado de Johg Ting para no ser una carga, para no arrastrarlo a sus problemas económicos, para no interferir en su futuro. Se había sacrificado por él, eligiendo un camino oscuro para que él pudiera seguir en la luz y a la vez buscó destruirse en el fango para salvarle la vida.
III
La rabia inicial, los celos, la sensación de haber sido engañado, dieron paso a una comprensión dolorosa. Vio el reflejo de su propia soledad en la historia de Dana y Johg Ting, dos almas separadas por las crueles ironías de la vida.
En ese momento de claridad, Xi comprendió que el verdadero amor no es posesión, sino generosidad. Se enfrentó a una elección imposible: aferrarse a Dana y mantenerla a su lado, sabiendo que nunca sería completamente feliz, o dejarla ir y darle la oportunidad de recuperar el amor que había perdido. El había pensado presentarse ante los dos y decirle lo que había sucedido entre ella y el
Continúa..
El reencuentro de Dana y Johg fue
un testimonio del poder del amor verdadero, y del sacrificio de un hombre que, a pesar de su riqueza y su poder, comprendió que la felicidad de la persona amada estaba por encima de sus propios deseos.
IV
Xi averiguó en el hospital .No le dieron información de John, Pero si que le dijeron que faltaban 60000 yuanes . Una simple bagatela para el.El costo de Una noche aburrida en cualquier restaurant en decadencia. Transfirió el dinero como donante anonimo. La operación quirúrgica se efectuaria. Era un homenaje a los días que Dana de manera artificial o no, lo hizo sentirse bien y reconciliado con la vida.
II
El mismo día en que el novio de Dana se le hizo el procedimiento trascateter de reparación de la válvula mitral borde a borde con un dispositivo clip dragón fly.
Zhou salió de la cárcel.
Sin lugar a dudas seguían estando entre las 5 mujeres más bellas de Shanghai También estaba entre las cinco mujeres que convertían el tomarse un té de frutas en un mega escándalo social.
Enfundada detrás de unos lentes negros,con el pelo recogido y sin maquillaje era la puesta en escena perfecta para desatar todas las noticias de farándula.
"La influencer Zhou Song sale de la cárcel" "Su compañero oficial el hombre de negocios Xi Ling nunca fue a visitarla y se exhibió por todo Shanghai con una joven desconocida"
III
Xi averiguó que Zhou celebraría su retorno a la libertad con una glamorosa fiesta. Y con eso comprendió que había vivido lo suficiente para comprender que nunca nacio el primer hombre que entendiera a las mujeres; y el no sería la exepcion.
Por lo tanto recordó que en la joyería Van Cleef en el centro comercial Plaza 66tenían la medida del dedo de Zhou.
Fue y compró un anillo de unos miserables 550000 yuans , armado con un ramo de rosas gigantesco y con la coraza del mayor descaro se presentó en la fiesta de Zhou.
--Tiene que funcionar.No va a perder la oportunidad de botarme delante de todo el mundo--- pensó esperanzado.
Llegó a la fiesta,bajo el peso de todas las miradas y el automático silencio de todos los concurrentes.
Zhou caminó hasta donde estaba Zhou y colocando el ramo de rosas en el piso,teatral mente se arrodilló,enseñó el anillo y con una voz que no le pertenecía dijo
-- "Zhou. Quieres ser mi esposa?".
Zhou estalló en las lágrimas más hipócritas y falsas que se recordarán en la historia de China desde el falso llanto de Akame, y mirándolo con una triunfal expresión respondio cuál ensayo perfecto.
-- Por supuesto que SI, mi amado y unico amor-- respondio efusiva,arrodillándose y abrazándolo con fuerza, no fuera a arrepentirse y escapar. La fiesta explotó de manera salvaje hasta el amanecer,para amanecer bailando los dos ,atrapados en sus mentiras, mientras el piso estaba lleno de los ebrios colapsados.
-- Espero que de ahora en adelante ,cuando tengas un amante no lo publiques en Weibo.-- sugirió el.
-- No tienes ningún derecho a reclamar nada. Mientras estaba presa,sola y abandonada, te divertistes un mundo con esa chica Dana Chou.Lo supe y la vi, es flaca,corriente y fea.-- afirmó con un susurro expeluznante
-- Con eso aprendes a manejar.
-- Cuando es la boda?.
-- Pon la fecha.No voy a huir.-- respondió a punto de soltar un bostezo
-- Hoy mismo me voy a ir a tu...a nuestro apartamento.... Total, querías que te botara delante de todos, con eso aprendes que no existe un hombre que le gane una pelea a una mujer.
-- Veo que vas a lograr que me enamore de ti.
-- Soy bellísima y vanidosa.Tenia que suceder.Tengo Hipergarmia superlativa - le regaló un beso, demoledor,apasionado,lleno de promesas,de mujer experta,que sabía manejar el momento y las circunstancias de ese amanecer, con los primeros rayos del sol Xi llevo a Zhou a la cama.
-- Estoy hirviendo.Tres meses fue mucho tiempo-- ronroneó ella feliz y victoriosa. Una vida de lujo,derroche ,con un hombre precioso y sin límites en el amor.
Cuatro meses después de la boda
Xi había perdido a Dana, pero había ganado algo más valioso: la redención de su propia alma, la prueba de que era capaz de un amor desinteresado.
Zhou realmente estaba haciendo la tarea de ser una buena esposa simulando ser INFJ, y seguía llevando a Xi al paraíso haciendo depravada e intensamente el amor.
Xi no podía quejarse, experto en atraer a su vida mujeres como Zhou, con baja autoestima tendencia a la introversión. Con indicios de deshonestidad, junto con una estabilidad emocional moderada. poca audacia y un autocontrol moderado,junto con una ambición descontrolada e irracional con el dinero
Shampoo todavia no lograba tolerarla y ella tampoco lo soportaba, pues le alborotaba la alergia ,que lograba que se detestarán cada vez más.
-- Tenemos que buscar la forma de aprender a vivir con esto-- lo consoló Xi-- Se que no es fácil.. Pero yo llevo la peor parte.Te lo aseguro..
Xi entendió que tanto Shampoo como el mismo vivieron el efecto Halo con Dana; fue interesante,misteriosa,muy honesta, nunca dijo que podía llegar a algo con ella y finalmente dijo la verdad. Todo lo demás lo asumió el mismo. Podía decir exactamente lo mismo con Zhou.Ella simplemente era así, vanidosa,fatua,vacía,inmersa en su grupo social y con todas las características del mismo. Bella para lucir la,preciosa en todas sus formas.No podía pedirle la exclusividad en su vida.
-- Tres años máximo estará bien-- afirmó Xi mientras extrenaba un Armani para ir con Zhou a una recepción tan plástica y artificial como su mundo. Una más, igual a todas con una variante.
Bailando una balada,siendo pareja para envidia de todos Zhou le dijo muy bajito.
-- Por qué me embarazaste.Hay que contribuir a la generación de relevo en China.Es tuyo. Puedes dormir tranquilo....... --susurro Zhu dandole uno de esos besos mortales, apasionados,experimentados, atrapantes y cautivadores, al finalizar del beso Xi pregunto.
--Pense que no querias embarazarte...
--- Soy precavida. Y eso me tranquiliza.
--No te entiendo.
--Hay una herencia.
--No pretendo morirme todavia.
--!Por favor Xi! . Ya me doy cuenta que no la has visto.
-- A quien?
-- Dana Chou Tiene un embarazo bastante adelantado. Obviamente también es tuyo.....-- le dijo Zhou con una sonrisa
-#@#-
La ciudad de Shanghái, donde se hacen cursos para conquistar una chica, dónde casi todas las mujeres después de 27 años no consigue pareja, con sus luces parpadeantes y su constante movimiento, fue testigo silencioso de este drama humano, un recordatorio de que incluso en el corazón de la modernidad, las emociones más antiguas y poderosas siguen rigiendo el destino de los hombres.
En ella ciudad está el hombre de negocios Xi Ling, hábil, perspicaz con los números de inversión,con una diabólica habilidad para predecir que criptomonedas comprar y vender; es fácil para el, los índices tecnológicos y los precios de materias primas no tienen sentimientos,ni aman. Sigue siendo un hombre muy deseado, por elegante,extremadamente atractivo y millonario, recién padre y con su bella esposa,la sofisticada y preciosa sociality Zhou
Quien cuida mucho los espacios de su esposo y que sabe que por allá,escondido en lo más profundo de su alma,está una herida que nunca se cerró. Un auto castigo que el se impuso por haberla perdido.Zhou era inteligente y entendió que quizás debería aprender a. amarlo.
Y tres años después en una guardería de las zonas de los obreros
Y ese mismo día comenzó clases en una guardería de lujo para que sus madres comenzarán a vivir una experiencia nueva
Y a todas estas,son tiempos modernos siempre suceden cosas que no se preguntan y no se explican...
Afortunadamente Shampoo es muy adaptable,siempre supo que era el tercero en la cuestión ,sabiduría e inteligencia de los gatos, tiempo después está nuevamente de buen humor,pues está en los brazos de una madre humana que si lo quiere y una niña a quien cuidar
Y se la pasan viendo TV en el único sitio donde se sentía cómodo a todo dar, su verdadero hogar
, su casa, su mullido sofá,y la amplia ventana del balcón que le permita contemplar la belleza de todo Zhujiajiao .En definitiva su propio y perfecto ecosistema personal
Zhou Song está muy cómoda ,inmersa en sus actividades sociales y espantar posibles rivales , no tiene tiempo ni interés en averiguar lo que no hay necesidad de averiguar y a pesar de exhibirse en Bahía de Yalong, en la isla de Hainan, hay fuertes rumores de un segundo embarazo.
Y siempre está junto a Xi, quien luce feliz estable,alegre , tranquilo, disfrutando su matrimonio y su hija.
John Ting no tiene porque saber lo que nunca deberá conocer,pues no lo sabría entender.