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por
Edrapecor
Una historia de amor adolescente
Recuerdo el día en que mi madre murió.
Todo estaba tan absurdamente tranquilo en la casa. Sabía que algo no iba bien. Se llevaron a mis hermanas a casa de mi tía... como si a mi tía realmente le importamos.
—¡No toquen! ¡No hablen! ¡No ensucien!
Qué fastidio. Siempre repitiendo que no sabíamos comportarnos.
Me quedé en casa, como siempre, solo.
Mi papá tenía la cara coloreada de ceniza, casi como un cadáver caminante. En las noches, lo veía ahí, con su vieja fr deanela y unos shorts, sentado, viendo fijamente la pared. Sin decir nada. Sin decirme nada.
En el liceo todo cambió.
Yo era "el chico cuya mamá estaba enferma". El que podía quedarse solo. El que entendió que la vida no era Coca-Cola Light, jugar béisbol y estar locamente enamorado de Eneida, la diosa del salón.
Un día, mi papá me llevó al hospital.
Ni siquiera podía hablar. Mi mamá estaba allí, diminuta, perdida bajo una sábana blanca, igual de pálida que su cara demacrada, haciendo esfuerzos sobrehumanos por no desmayarse. Su sonrisa me rompió algo por dentro. No lloré. No pude. Era esa mirada.
La mirada que nunca entendí.
Sabía que se iba.
Sabía que mi papá no podría con tres hijos.
Ella preguntaba por cosas de la casa, le recordaba a mi papá que nos vigilará en el liceo.
Fue la última vez que la vi.
Al día siguiente, mi papá me dijo que debía ser fuerte. Que no lo avergonzara. Que no llorara.
Me obligó a ponerme el flux de las fiestas. En silencio fuimos a la funeraria.
Ahí estaba mi mamá. Exactamente igual que ayer.
Esperé que se despertara.
Que dijera que todo era una broma.
Pero no.
Mis hermanas regresaron temporalmente.
Mi papá trabajaba hasta tarde.
Nos reunimos como zombis a la hora de comer. Sin hablar. Sin reír. Sin vivir.
Se decidió que mis hermanas se quedarían con mi tía.
Se decidió que yo me quedaría con mi papá.
Se decidió regalar el loro, donar la ropa de mi madre, vender sus joyas.
Se decidió todo.
Yo no decidí nada.
Y seguí en el liceo.
El chico sin mamá.
Las Navidades fueron un infierno.
Peor aún cuando mi papá apareció con ella: una mujer flaca, de cara odiosa.
Al verla supe que mi vida cambiaría para siempre.
Probablemente tendría que irme de casa.
Que ya no había marcha atrás.
Ella me odiaba desde el primer segundo.
Y yo también.
Su régimen me hacía desear estar en Corea del Norte.
Siempre tenía un diccionario de quejas para cuando llegara mi padre.
Siempre lograba que me castigara.
Comencé a odiarla.
Comencé a odiarlo.
Comencé a odiar al liceo.
Comencé a odiar a Eneida.
Sí.
La odiaba.
No porque me conociera.
No porque me hubiera hecho algo.
La odiaba porque estaba ridículamente enamorado de ella.
Y medio liceo lo sabía.
Y se burlaban.
Un día salimos los tres, pretendiendo ser una familia normal.
Era sábado de compras.
Lo que siempre le negaba a mi mamá, ahora lo pagaba sin pestañear.
Me ofrecieron un refresco: dije que no.
Almorzamos en un restaurante: no hablé.
Me propusieron ir al cine: también dije que no.
—Entonces vete a casa —soltó mi papá, harto.
—¿Qué pasa contigo? ¿Qué quieres? ¿Qué te pasa?
—Lo que pasa es que no fuiste tú quien se murió, en vez de mi mamá —dije. Sin anestesia.
Su golpe fue automático.
Me limité a mirarlo.
Me fui.
Y por unas horas, fui feliz.
Estaba solo.
Sin él.
Sin ella.
II
—Por ahí no sales —ordenó la voz sobrenatural. El fuego surgió, vibrante, creando una tormenta infernal.
—Ese portal está prohibido. Nunca lo intentes.
La gata miró el fuego.
Maulló, disgustada.
Estaba atrapada.
Ahí, donde todo estaba prohibido.
Los que comieron de más, aquí eternamente pasarían hambre.
Los vagos y los corruptos trabajarían sin descanso.
Los adúlteros fornicaban sin jamás alcanzar el orgasmo.
Los usureros morían de sed.
Los egoístas jamás recibían ayuda.
Ella no podía jugar.
No encontraba un sofá mullido.
No había ratones.
No había paz.
Un látigo de fuego le rozó el lomo.
—Lo sabes... eres su mascota —dijo una presencia entre las sombras.
La gata maulló otra vez, rabiosa, su pelaje erizado.
El fuego no paraba.
El dolor se intensificó.
Y ese espejo morado...
ese portal prohibido... la llamaba.
—Si cruzas, nunca podrás volver —le advirtió el fuego.
Pero ella ya había decidido.
Los demás temían.
Ella no.
Ella saltó.
Y desapareció en el morado.
:
Eneida Parte 2
Esa noche, mientras dormía, escuché un maullido... lejano. Un gato... No me gustan los gatos... El maullido era lejano... Parecía estar dentro de mi cuarto... Seguí durmiendo... El maullido me acompañó en mis sueños.
En la mañana madrugué... Siempre era el primero en hacerlo. Me daba tiempo hasta para ver los viejos programas de TV. Todo el tiempo era el primero en llegar al liceo. Nunca me marchaba a clases en el autobús. Me dedicaba a caminar temprano. Calles solas. Poco tráfico. Lo disfrutaba mucho. Yo me inventaba tareas para no estar en mi casa. La calle y el liceo eran mi verdadero hogar.
Escuché el maullido casi junto a mí. Me detuve, vi para todos lados. Ningún gato. Es la verdad. Realmente no me gustan los gatos. Automáticamente, olvidé a los gatos. Es que la vi pasar. Eneida y su ondulante caminar. También le gustaba llegar temprano al liceo. La miré. No era de esas chicas de liceo que parecían sufrir de leucemia. Esta tenía de todo. La propia Ritz Badiani.
No es una belleza, pero imposible de pasar desapercibida. Musculosa, fuerte, divina, muy atractiva.
En el liceo fue novia de varios. Se sabían algunos chismes por ahí. Pero en su lista de preferencia estaban los chicos rudos, deportistas, con poco cerebro. Lo clásico en las chicas de su estilo. Adicionalmente, el muchacho debía tener un Mustang del 69 o un Challenger turbo diésel de los nuevos. Yo tenía todos los Mustang y los Camaros... en unas barajitas de colección. Eso no me ayudaría mucho a tener alguna probabilidad con ella. Por eso me limité a mirar a Eneida un instante y tratar de olvidarme de sus magníficas piernas. El verano arreciaba, ella le había eliminado unos centímetros a la falda del uniforme. Los profesores se dedicaban a verla suciamente y no le decían nada... Otra cosa... De paso... Era excelente estudiante. Todo un detalle. Totalmente fuera de mi mundo de chico simple de clase media baja, con promedio de notas para olvidar... Tampoco soy un tipo de músculos... El chico promedio... El que se detiene en la parada del bus y nadie, absolutamente nadie, se da cuenta de que está ahí...
Ese día nos miramos. Fue un momento. Ella se dio cuenta. Otro idiota que estaba enamorado de ella. No pudo evitar soltar una sonrisa.
Me sentí más imbécil que lo usual. Para ese momento la odiaba con toda mi alma. Era más que seguro que le habían llegado los chismes. Pero hablarme sería bajar muchos escalones de categoría. Ella estaba en el pináculo de la cadena alimenticia. Yo en lo profundo del sótano, sin escalera para salir. Así que me limité a caminar lejos de ella, contemplando lo que no era para mí.
Pasé un día tranquilo en clases.
Se aproximaba la graduación. Sé que no iré a la universidad. Mi padre no tiene cómo pagar. No tengo el promedio de notas para solicitar una beca... ¡Qué diablos! ¡Yo no quiero estudiar más! Quizás consiga trabajo en Starbucks o Wendy. Terminó el día de clases. Maldije no tener una de las nuevas tabletas. Me hubiera sentado en una plaza a pasar el día jugando Criminal Case en Facebook. No quería volver a casa. Escuché el maullido.
—Me estoy volviendo loco —pensé, pues no vi ningún gato.
—¡Qué bella! ¿Es tuya? —preguntó directamente con su voz, con la íntima confianza de los que tienen mucho tiempo en una larga relación. Miré hacia la voz. Sabía quién era. Era Eneida junto a una pequeña gata. Yo la había visto pasar de regreso a su hogar. Ahora estaba parada junto a mí. La contemplaba, mientras la cachorrita la miraba maullando lastimeramente.
—No. No es mío —contesté atragantado. Era la primera vez en cinco años que me hablaba. Estando juntos en el salón todo ese tiempo.
—Está perdida. Si no es tuya me la quedaré —explicó, inclinándose hacia la mascota, quien arreciaba en sus lastimeros maullidos.
—¿Cómo sabes que es hembra? Alguien debe ser su dueño —contesté absolutamente idiotizado. Me maldije a mí mismo por la inmensa cara de estúpido que ya debía haber puesto. Aparte de que sentía cómo me ardía la cara de colorado.
—No existen gatos de tres colores. Todas son hembras —dijo ella, terminando de inclinarse y mostrándome toda... toda la belleza del nacimiento de sus imponentes senos... Esta noche no me voy a poder controlar... Tengo tiempo sin hacérmela... Pero no podré aguantar.
Olvidándose de mí, ella la tomó y comenzó a hacerle cariño. ¿Qué me quedaba hacer? Pues levantarme de donde estaba sentado, despedirme e irme. Era una anécdota únicamente mía. Era un momento que solo era mío. La chica más bella del universo descendió de su trono, cruzó dos palabras conmigo. Eso no significaba que me saludaría o me contestaría en el liceo. Pero ¿qué más me importaba?
Ella la tomó en su regazo…
—A ver. ¿Tienes hambre? Yo te voy a alimentar —expresó a la pequeña gata, quien inmediatamente comenzó a ronronear... Fuerte... Ronroneaba muy fuerte.
Adicionalmente, Eneida era vecina mía. Yo la había visto en shorts, hasta en bikini cuando regaba su jardín; entonces llegaba un viejo Alfa Romeo sonando a todo dar, con música hip hop, Bad Bunny y Metallica atronando el ambiente, y los más rudos del liceo llegaban a visitarla. Luego una chopper, y así... La chica popular junto a su corte de hombres. Definitivamente ella sabía que estaba enamorado de ella. Quedé en silencio, por la sencilla razón de que no tenía nada que decirle... No se me ocurría nada... Ella se limitó a jugar con la pequeña mascota, quien inmediatamente se animó... Estaban jugando las dos... Sencillo... Dos gatas jugando...
—Algún desgraciado le hizo daño. Tiene quemaduras y cortes. Parecen de navajas —expresó repentinamente, como si hubiera sido yo. Negué con un gesto.
—No es mía —repetí insulsamente, ya dispuesto a irme.
—Entonces desde ahora es mía —anunció, olvidándose inmediatamente de mí. Concentrada en disfrutar de su nueva adquisición...
Eneida se marchó en un Charger 1998 turbo diésel que se detuvo a su lado. Ella les sonrió. Eran unos chicos rudos. Ya habían salido del liceo. Se abrió la puerta, ella entró al vehículo. Deteniéndose un momento antes de subir al auto, me miró directamente. Le hice un gesto de despedida. Me regaló una sonrisa que significaba: "El día que tengas uno mejor que este te permitiré estar cerca de mí. No antes"...
Me fui con la firme idea de que más nunca volveré a estar junto a ella. Que su mirada fue una burla, pues sabe, siente que yo tengo el más fuerte crush con ella. El auto arrancó velozmente dejándome casi sordo. Ese clásico también lo tengo en mis barajitas.
Llegué a mi casa. Me encerré, entré directamente a mi cuarto. Coloqué mis audífonos para escuchar a mi banda favorita, Clohtonic...
Quiero ser libre de ti... De tu tiranía —pensé en mi padre...
Por supuesto que me masturbé por Eneida. Claro que lo hice. Sin complejo de culpa. Sin sentirme mal. Mientras veía en la pared la imagen de ella que me decía: Más. Más. Más. Maaaas. Dame más... Por un momento mi visualización fue tan real, que casi me avergoncé...
Sí quiero hacerlo contigo... Yo sí estoy enamorado de ti...
IV
--Es mía... Encuéntrala. Nadie debe tenerla... Sabe cosas. Entiende cosas... Nunca he dado nada que sea mío. Ni he permitido que escape. Encuéntrala... Aprovechó este momento de fragilidad en el status quo. Eso es imperdonable. Todos deben sufrir y seguirán así hasta que vuelva... Lo mío es mío. Nadie debe tenerla. Me debilita así sea en una partícula infinitesimal.
—Asquerosa presencia... Ella allá castigará, asesinará, atacará, destruirá. Seguirá haciendo tu obra.
—Adquirirá lo peor. Capacidad de decidir. Capacidad de escoger. Capacidad de ser libre... No lo puedo permitir —tronó la voz, mientras la oscuridad y el viento de llamas se intensificaban.
—Todos deben sufrir... Todos deben sufrir…
Al día siguiente llegué al liceo... Comentarios. Muchos comentarios. Escuché en silencio, no pude menos que quedarme en una sola pieza. Un accidente terrible. Dos chicos que se graduaron en el otro liceo murieron. También se encontraban tres de nuestro liceo. Se suponía que había sobrevivientes. Supuestamente acababa de fallecer uno en el hospital. No se sabía quién era. En definitiva, en muy mal estado habían llegado. Fracturados, con desprendimiento de órganos... Se decía que habían sido adicionalmente atacados por perros atraídos por la sangre...
Los profesores hacían un llamado a la conciencia a los noveles conductores del liceo. Los compañeros se estrellaron y volcaron a 190 kilómetros por hora... Muchas versiones se decían... Quedé sin respirar...
Eneida... Eneida estaba en el coche accidentado... Decían que Eneida le hacía sexo oral al chico que conducía. Que unos chavistas trataron de secuestrarlos. Que trataron de escapar de un vendedor de drogas al que debían mucho dinero. Los chicos del salón irían al hospital. Los profesores lamentaban el incidente... Sobre todo porque aparentemente Eneida no había hecho el amor con ninguno.
Fuimos un grupo. Más bien me adicioné a ellos. Llegamos al hospital. Ya habían muerto los otros dos. Eneida estaba viva. La única de los cinco. No dejaban verla. Estaba en Terapia Intensiva. Los médicos no daban ninguna esperanza, apenas un rato antes había tenido un colapso... La habían resucitado a duras penas...
No sentí nada, no pensé en nada. Caminé por el pasillo y ahí estaba... La gata de tres colores. Cómodamente instalada en la larga y solitaria fila de sillas metálicas para visitantes. Exactamente en la pose de un familiar preocupado por la salud de un paciente. No podía creerlo. Ayer yo vi cuando ella se la llevó. La tomé e inmediatamente comenzó a ronronear.
—El ronroneo es benéfico. Traemela —estalló dentro de mi cerebro la voz de Eneida—. Tráela. Ayúdame... Ven.
Miré. ¿Eneida?....
El pasillo estaba solo. Si tan solo hace un segundo todos estaban ahí... La gata ronroneaba más fuerte... La puerta de Terapia Intensiva se abrió. No vi a nadie abrirla. Quizás las enfermeras. Debe haber ahí un médico y enfermeras... Me van a sacar...
—Tráela... —siguió la voz dentro de mi cerebro.
Al día siguiente llegué al liceo. Comentarios. Muchos comentarios. Escuché en silencio. De alguna manera, ya había vivido esto.
—Una falla en la matrix —dije, sabiendo hasta la última letra de lo que dirían, harían, comentarían y cómo me mirarían. Un nerd que no saca buenas notas no es un nerd, y tampoco es muy popular. Ese soy yo.
Fuimos en grupo a preguntar por Eneida. Más bien, me uní a ellos. Llegamos al hospital. Los otros dos ya habían muerto. Eneida estaba viva, la única de los cinco. No permitían verla; estaba en Terapia Intensiva. Los médicos no daban esperanzas: apenas unas horas antes había sufrido un colapso. La habían resucitado a duras penas. No sentí nada, no pensé en nada. Caminé por el pasillo y ahí estaba… la gata de tres colores, cómodamente instalada en la larga y solitaria fila de sillas metálicas para visitantes, en la pose de un familiar preocupado por un paciente. No podía creerlo. Ayer la vi cuando ella se la llevó. La tomé y comenzó a ronronear.
El ronroneo es benéfico. La voz de Eneida —«Tráela»— estalló en mi cerebro. —«Tráela. Ayúdame… Ven».
Miré. ¿Eneida? El pasillo estaba vacío. Hace un segundo todos estaban ahí. La gata ronroneaba más fuerte. La puerta de Terapia Intensiva se abrió. No vi a nadie abrirla. Quizás las enfermeras. Debe haber un médico ahí dentro… Me van a echar.
—Tráela… —insistió la voz en mi cabeza.
No había nadie en el pasillo, pero sabía que estaban ahí. No escuchaba nada. No había temperatura. Era un silencio absoluto, pesado, denso, como mis movimientos.
Nadie en el pasillo. Caminé. Estoy seguro de que es mi imaginación. No puedo estar haciendo esto. Estoy dentro de Terapia Intensiva. Al fondo estaba Eneida, entubada, conectada a aparatos que emitían señales arrítmicas, sonidos. No se veía nada bien. Estaba en coma. Vi sombras paradas, contemplando a los pacientes en las camas. Vi figuras caminando. Algunos seres no eran agradables. No me atrevía a mirarlos. Ya no tenía a la gata en mis manos. Las sombras se apartaban de mí.
Ella estaba ahí. Sola. Con los ojos semiabiertos. Nada que ver con la chica sexy que casi me lo enseñó todo ayer.
—Ponla junto a mí. Ponla junto a mí… Es nuestro secreto —continuó la voz dentro de mí.
—Me gustas —dije. Fue una estupidez, lo sabía. No era el momento para declararse.
—Lo sé. No entiendo por qué, pero tú también me atraes…
Estuve parado, viéndola. No se veía bonita. No era la princesa que tanto me gustaba. No me había hablado. Estaba en coma. ¿Quién era entonces?
La gata saltó a la cama, se acomodó en su regazo. Eso no debía pasar. Es antihigiénico, peligroso. Ella está muy herida. Una infección la rematará.
De repente, vi que no era una sala de hospital. Era otro lugar. Habían apartado a la gata. Eran… otros seres ayudando a Eneida, y no querían a la gata ahí.
Levanté la vista del piso. Estaba sentado en las sillas de la sala de espera.
¿Cómo diablos estaba una gata en un hospital? ¿Cómo es que hace un instante estaba en Terapia Intensiva? ¿Estaba? Esto no pasó. Mi mente va a toda velocidad, estoy confundido.
No está la gata. Pero sí estaba junto a mí.
Me incorporé violentamente de la silla. No está. Quedé en medio del pasillo, en la incesante actividad del hospital.
—No está —musité, inmerso en los ruidos que, aunque pocos, parecían estallar en mis oídos. Enfermeras caminaban. Una aspiradora automática limpiaba. Un médico marchaba presuroso al urgente llamado de Terapia Intensiva. Mis compañeros de salón estaban ahí. Apenas hablo con ellos. Saben por qué estoy aquí: el idiota enamorado, solo, que pasó horas en el pasillo de familiares sin hablar con nadie.
No recuerdo cómo llegué a casa. Pero ahora lo entendí. Sé que Eneida no va a vivir. Sé qué es el miedo. Entiendo lo que negué hace un rato. El día que vi a mi madre en el hospital, supe que moriría pronto. Sé que no vi a Eneida. También sé que la vi. Su aspecto me dijo que ella también moriría, y pronto. No entré a Terapia Intensiva, pero sé que estuve ahí. La gata no estaba en el hospital, pero la tuve en mis brazos y escuché su ronroneo. Fue un… ¿cómo se dice? Un déjà vu continuo y holográfico.
Nuestras clases son monótonas. La preparación del baile de graduación no parecía importante. Los grupos hablaban en voz baja. Varios han ido al hospital. Yo ya no quise ir.
Esa noche soñé. Eneida y yo nos casábamos.
Nos reímos. Nos encontrábamos en un lugar más allá del espacio, del tiempo, con una mujer que no conocíamos. Más allá de todo calor, color y dolor. El sueño también me dijo que soñar con casarse es de mala suerte.
—No me dejes nunca. No me dejes nunca. Tengo miedo. Aquí hace mucho frío. Estoy perdida —me dijo, cuando llegamos a un campo. Vimos nuestra casa, en las afueras de un pueblo feo. La casa también era fea y, peor aún, se estaba incendiando. Soñaba y, a la vez, estaba despierto. Una mujer, una gata y una niña en mi cuarto…
La noticia llegó como reguero de pólvora. A siete semanas de la graduación, Eneida se salvó. Los médicos no entienden cómo, pero se salvó.
Permitieron visitarla. Fui de los primeros en precipitarme a verla. Tenía que verla. Corrí por el pasillo, pregunté en información. Ya estaba en recuperación. Llegué corriendo. Un hombre adulto estaba en el pasillo, sin duda su padre, con la misma pinta de irresponsable y mal padre que el mío. Pasé como exhalación. Ahí estaba ella, sentada en la cama. No sabía qué decirle. Apenas habíamos cruzado nueve palabras en cinco años. Me pareció estúpido estar ahí. Me detuve frente a ella. Sabía que debía irme.
Le habían cortado el pelo. Estaba pálida. Me quedé al pie de su cama, sin decir nada. Tenía un yeso en el brazo y moretones por toda la piel.
Eneida me miró. Al principio, parecía no reconocerme. Pero luego lo entendió. Fijó la vista y dijo:
—Viniste… Tú estabas conmigo allá adentro. Eres el que me acompañaba y me defendía de ellos. Trajiste a Quimera.
Cerró los ojos.
—¿Quiénes? —respondí, cerrando también los ojos.
Eneida se veía horrible.
—No los veía bien. Querían que los acompañara… Les tenía miedo. Tenía mucho miedo de morir. Ven, siéntate aquí en la cama conmigo —dijo, cansada, agotada.
No pude contarle nada. Solo sé que mis lágrimas salieron incontenibles. Tengo pánico. Necesito huir. Necesito no volver a ver a Eneida. Sé que esa no es ella. La chica sexy que tanto me gusta, de una belleza diferente… Abrí los ojos. Por supuesto, alguien que sobrevive a un accidente horrible luce diferente.
—Ven —dijo con esfuerzo—, cumple la tradición. Tienes que firmar mi yeso.
Vi una pluma en la mesita del cuarto.
—Fírmalo en grande. Eres el primero —me invitó, mirando el inmenso yeso que cubría su brazo.
Estampé mi firma y la miré.
—Sé que no estoy nada bonita. No recuerdo mucho. Tengo una gelatina en el cerebro. Tú viniste… Estuviste aquí conmigo. Fuiste el único. Ahora lo entiendo: cuando quieres fiesta, ir a la playa y divertirte, sobra gente. Pero cuando necesitas a alguien, nadie viene. En mi caso, viniste tú. Dame un beso. No sea que me muera aquí y me vaya sin un beso —propuso de repente.
—Eso no va a pasar. Los médicos dicen que te salvaste.
Ella hizo un gesto pidiéndome el beso.
Me acerqué. Le di un suave beso en la mejilla. Deseché mis impresiones. Por supuesto que es la misma chica arrogante, hermosa, que me gusta y me encanta.
—Me dolió —dijo con una sonrisa—. Soy todo dolor. No, no ahí. Aquí —señaló, poniendo sus labios golpeados en un pico adorable.
Con suavidad, me acerqué y rocé sus labios.
Ella me besó. Un beso intenso, voluptuoso, a pesar del sabor a medicinas y anestesia. Unió sus labios a los míos, su lengua a la mía, en una eternidad, un sello, un pacto secreto entre los dos. Mi primer beso, que nunca olvidaré.
—Gracias, bebé. Lo necesitaba. Necesitaba saber que estoy viva. ¿Tengo mis dientes?
Asentí en silencio. Una enfermera entró.
—Hijo, debes marcharte. La chica pronto estará bella y bien para que puedas lucirla. Tienes un chico demasiado lindo. Te deben odiar mucho por ahí —le dijo la enfermera, terminando de preparar una colección de frascos e inyecciones.
Casi me caí al salir. Llegué a la parada del autobús. Todavía no asimilaba que, minutos atrás, besé a Eneida. Más bien, ella me besó a mí. ¡Sus labios! Eneida. Me saboreé.
—Te llamas Rayman —dijo una voz dentro de mí—. El favorecido por Dios. Verdaderamente me gustas… Las cartas del tarot… están desordenadas.
No fui a clases. Nadie me va a aplazar por eso. Preferí quedarme en casa.
"Tengo gripe" -- informé a la mujer de mi padre cuando tocó furiosamente la puerta para que me levantara. Siempre soy yo quien los despierta. Después escuché el ruido de la puerta al cerrarse. Se habían marchado a trabajar. Podía descansar un rato en paz.
Salí a la cocina. Ahí estaba sentada mi madre. En nuestra pequeña mesa de pantry de nuestra minúscula cocina de apartamento de clase media baja.
Envuelta en la misma sábana del hospital... Es mi madre. No debo tenerle miedo. Me senté en la silla enfrente de ella. Sentía cada latido de mi corazón, podía contar las veces de mi respiración, sentía cada poro de mi piel y mi miedo. Es mi madre. No debo sentir miedo de mi madre.
Yo sé que ella me miraba. Yo sé que ella me quería decir tantas cosas.
"¿Cómo es allá? ¿Te dan comida? ¿Ven Juegos de Tronos o 1899?" — pregunté con la boca seca.
Ella me miró con sus cuencas cerradas y vacías.
"Allá.... Hijo mío... Sufres... No debes... Las cartas no están ordenadas" —contestó con un lenguaje rapidísimo, lejano.
"Desde que te fuiste sufro... Mi padre... Eneida... Creo que todo lo sabes."
"La gata. Quimera... Quimera... Cuidado..."
"¿Cuál gata?"
Por instantes se quedó mirándome, yo viéndola...
"Es mi madre. No debo tenerle miedo... Llévame contigo."
"Ahora no... Ahora no... Ahora no...."
Mi madre se deslizó. Fue a la cocina. Quería hacer café. Buscaba las cosas. Miraba las cosas. Estaba desconcertada. Todo estaba en sitios diferentes. La miré a su espalda. Era ese color morado amarilloso, blanco gris. Mi madre es un cadáver. Un cadáver que anda. Es igual a Eneida entubada, agonizante...
Es igual a Eneida entubada, agonizante.
II
Desperté. Estoy sentado en el mismo sitio del comedor. Miré el reloj péndulo en la pared. En la oscuridad sus manecillas fosforescentes indicaban la hora. 3:15 a.m ... Yo como todo chico de 16 años he tenido mi experiencia con las sustancias. Pero no aluciné nunca... No me gustó mucho. Me irritaba la garganta y me daba taquicardia... No bebo alcohol. A veces me robo una cerveza de las de Cecilia, la mujer de mi padre. Estoy sentado en el comedor solo. A oscuras. Con cuidado caminé en la oscuridad a mi cuarto.
Sentado en la cama sin encender la luz. Sinceramente mi vida siempre ha sido muy rutinaria. Yo soy el chico que va y viene en el liceo, que mágicamente escapa siempre del bullying, que le gusta la chica que le gusta a todo el mundo.
De repente, ella me habló, de repente, yo fui el que estuve y no estuve con ella. De repente tengo encima de mi pequeña mesa de noche a la gata que se fue en el carro, estuvo en el hospital, ahora me mira tranquilamente.
"Santo cielo. Creí haberte perdido. Es un alivio que estés aquí" — dije a la pequeña mascota, bloqueando en mi mente todos los momentos que erráticamente la encuentro, la pierdo, la encuentro... Simplemente está aquí... Y punto.
La tomé. Comenzó a ronronear. Era simplemente un cachorro asustado, que inmediatamente respondió a mi cariño, continuaba ronroneando.
Cecilia no debe saber de ti. El problema es llevarte a orinar. El problema es tenerte aquí sin que te vean... Te tendré aquí escondida hasta que Eneida pueda hacerse cargo nuevamente de ti.
Sentí que el animalito me entendía. Es más... Entendía absolutamente todo.
"Nos quedaremos callados" — susurré sobándola. Ella dejó de ronronear. Saltó al piso y recorrió el cuarto.
"Allá afuera hay un monstruo y yo soy un idiota que es su sirviente... No se te ocurra hacerte pis y caca aquí."
"Jaja... Soy un chico con suerte. Ya son dos veces que nos hablamos" —pensé recordando mi visita en el hospital.
Salí en lo oscuro. Amanecía... En un plato de café le serví leche a Quimera, dejé bastantes periódicos para que hiciera sus necesidades.
"No salgas. Tengo clases" —le informé, mientras ella lamía gustosamente la leche con mucho apetito. Me vi en la necesidad de aclararle— "La que es un monstruo es la mujer de mi padre. No debe verte. Yo vengo ahora."
Ella se limitó a tomar su leche y después con concentración comenzó a limpiarse.
¿Te das cuenta? Es simplemente una gata huérfana. Igual que tú.
Salí para irme al liceo. Caminé por las calles. Me detuve sorprendido... Ahí estaba Eneida. Todavía está pálida. Apenas tres días atrás estaba en el hospital.
La lógica me dijo que los que sufren un accidente de la magnitud vivida por ella duran meses en el hospital. Se ve más bonita con el pelo en cola. Me esperaba. Se sostenía en una cerca de PVC, cerca de mi casa.
"¿Tienes mi gata?" — preguntó sin saludarme. Todavía caminaba con dificultad. La miré y con asombro descubrí que no tenía ninguna de las cicatrices que observé en Terapia Intensiva. ¿Es la misma chica?... No, es diferente. Su misma mirada. Su mismo tono de voz... Sus mismas hermosas, torneadas y adorables piernas, ahora decoradas con clavos ortopédicos...
"¿Tu padre no te lleva al colegio? ¿No estás de reposo todavía? No hace falta que vayas al liceo" —dije acercándome a ella, sin poder evitarlo.
"No es mi padre. Es mi padrastro, me hace la vida de cuadritos. Mi madre murió. Sólo quiero terminar el liceo para largarme lejos" — explicó caminando algo coja. "Me pondré el uniforme en el liceo después."
"Vámonos en el autobús. No puedes caminar. Es muy reciente lo de tu accidente" – expliqué por decir algo. Es que su aroma... Me parece que hay algo insano debajo de su piel. Es ella... ¡Cómo la deseo!
"Sí. Sí, tengo tu gata... De seguro... ¿No te escapaste del hospital?" —adicioné, tomando sus libros.
"El médico me explicó que necesitaba caminar como parte de la terapia. ¿Cómo está mi gata?" — preguntó viéndome directamente, mientras me daba los libros y su laptop.
"Perfecta. Llegó anoche, y con mucha hambre" —contesté aterrado. Ella me intimida y me asusta. Es demasiado bella.
"¿Cuánto te debo? Te pagaré por cuidarla" —respondió aliviada, agarrándose de mi brazo, para mantener el equilibrio...
Si Dios existe, haz que este momento sea eterno.
"No. Nada" —expliqué y caminé lentamente con la chica. Llevando los libros... Eso en el argot del liceo significaba mucho.
"Gracias" —contestó con un diálogo íntimo que sólo en esa edad se entiende. Es llegar con la chica que todos quieren. Ser el amiguito sin ningún derecho, tener que aceptar con una sonrisa de idiota cuando otro se la lleve. Pero estar ahí junto a ella, hace que todo lo demás sea superfluo e insignificante.
"¿Vas a ir a la fiesta de graduación?" — preguntó a rajatabla.
"No. No sé bailar muy bien. Y no me emociona mucho. Yo perdí a mi madre recientemente."
"Yo tampoco" — anunció, viéndome... sus labios son los que uno siempre ha soñado besar en esa edad. Me miró con esa expresión de dominio de chica mala de "sé lo que estás pensando". No me lo niegues. Te tengo loquito y estás botando la saliva por mí. Pero no soy para ti. Te voy a joder un rato. Ya verás".
"¿Sabes? Allá en el hospital, cuando uniste tus labios con los míos... Me dio una sensación especial... Tienes unos labios divinos" — dijo y analizando continuó— "deberías cortarte un poco ese pelo, ajustarte los blue jeans... Parecen ser dos tallas más grandes... Todavía usas las franelas de tu padre... Te vas a desaparecer dentro de ellas. Las enfermeras me dijeron que eres el chico más bello que han visto en años. Desaliñado, pero lindo... Repentinamente creo que tienen razón."
"Me gusta así" — contesté, entendiendo perfectamente que si me pide andar de smoking la voy a complacer. Sin comprender por mi falta de práctica con las chicas, que ella estaba ya iniciando los procesos de victorioso dominio, tan común en la adolescencia.
"¿Por qué no quieres agradarle a nadie?" —contestó apretándome el brazo— "deberás disculpar. Tengo el sentido del equilibrio por los suelos. Me mareo terriblemente."
Ambos la vimos al mismo tiempo. Increíble. Una abultada cartera. En medio de la acera, se le había caído quién sabe a quién.
"Agárrala rápido" —exclamó Eneida señalando con sus bellas manos.
Corrí velozmente. Era una cartera de cuero legítimo. Rápidamente la abrí. Estaba llena de billetes de 500 euros. Conté rápidamente. Había más de 70 billetes.
"Dame el dinero rápido" — ordenó ella.
"Debemos devolverla" —expliqué atragantado. Ya he tenido más tiempo con ella que en todos estos años. Ya su perfume me va a ser imposible olvidarlo.
"Entonces mira la identificación" — expresó acercando su rostro al mío para ver mejor la cartera.
"No la tiene" —expliqué absolutamente idiotizado, con su cabello rozando mi cara y absorbiendo todo su divino aroma.
"Pues tenemos una fortuna... ¿No irás a decirle a nadie?"
"No..."
"Entonces hoy vamos a darnos vida. Le voy a comprar a mi gata de todo."
"Yo te la llevo. Al salir de clases te la entrego. Mi edificio está cerca de tu casa."
"Te espero a la salida para que me lleves a tu apartamento" — dijo sonriendo al ver la cantidad de dinero. "¡Por fin llegamos! Se me hizo eterno. Estoy cansada."
¡Claro, es lo lógico! No va a llegar conmigo al liceo. Sería una raya y ser objeto de todo tipo de burlas. Pero a la verdad ella no es el tipo de chica que acepta una burla de cualquiera.
Pues me equivoqué absolutamente.
"Me vas a ayudar a sostenerme" — susurró Eneida, mientras todo el liceo, absolutamente todo el liceo nos miraba en asombrado silencio, mientras llegábamos. Caminamos por medio de todos. Era unánime. Eneida. La reina de la pachanga, la más sifrina malvada de todas las cuicas, fresas, pitucas con el bobo de la clase, la Lili Phillips del liceo, la veneca más boleta de todas andaba de brazos con el zoquete del salón, o sea... Yo.
Para llenar el Instagram y TikTok, rebozarlo de fotos y comentarios.
"¿Cómo es posible? ¿Pero de dónde? Se lo tenían bien guardado. ¡Con razón él estaba tan angustiado! Ella es mucha mujer para ese idiota..."
Ser repentinamente popular tiene sus pros y sus contras. Nadie me preguntó cómo, cuándo y dónde, y es que Eneida tenía el prototipo para ser una participante del Lolita Express y ser parte de los participantes de la Isla de Epstein. Era inimaginable verla de novia de un chico delgado, nerd, algo despeinado, que se bañaba diariamente y no era woke, estúpido e imbécil millennial y de paso heterosexual...
En segundos me convertí en el rey de los nerds.
Siguiendo mi ejemplo, uno de los tontos nerds se arrodilló y le declaró todo su amor a la capitana del equipo de lucha libre del liceo, y ella lo encestó de cabeza en el contenedor de la basura. Eso hizo que las cosas volvieran a la normalidad.
Eneida se transformó nuevamente en la chica popular que siempre era, contando los detalles de todo a Leyda, Gina, Adanech, Sachiel, Tzu, Crystal, Pura, Oholiva y Zefora; enseñando los clavos en sus piernas, recibiendo las firmas en su yeso. Ignorándome. En fin. Mis quince minutos de fama habían terminado. De alguna forma me sentí tranquilo. Pude respirar. Uno es quien es, siempre hay que aceptar la realidad.
En el receso entre la clase de Química Orgánica y Matemáticas, conversaba con los otros gafos iguales a mí. Hablábamos del último avistamiento de un platillo volador con forma de botella de Coca Cola, que filmaron por los Andes y la controversia de cuál era mejor entre el Nissan GT o el último Camaro.
Eneida llegó, apartando a Yossier y los otros dos, me dijo en el mismo, continuo, íntimo tono de dos adolescentes que se están acostando desde hace tiempo.
"Tenemos que hablar..." —susurró, ignorando absolutamente a los otros.
"Claro" —contesté asustado. Nada, no quería decirme nada. Simplemente que nos mostráramos. Que estuviéramos así. De verdad que no me atrevía a tomarle la mano.
"No quiero que se den cuenta que me voy de lado. Llévame" — susurró en mi oído, viéndolos a todos, apoyándose públicamente en mí, recostándose de mí, es muy pequeña, tibia, con un talle pequeño, tiene de todo por donde agarrar... para disimular me dio un beso fingido... que fue como muy atómicamente real
.
Así la llevé al salón. Ella saludó familiarmente a los chicos del equipo de fútbol.
"Déjame llevarte. Necesitas la mano de un hombre" —dijo el negro "Haití", cortándome el camino, viéndome con ganas de caerme a golpes.
Ella se negó con cortés sonrisa.
"Ya tengo lo que necesito" —les anunció, llenándoles de confusión y apretándose más fuertemente en mí.
Después en el salón cuando entramos nuevamente, ella simplemente le dijo al chico sentado a mi lado, un "Esfúmate idiota". Sentándose a mi lado, regalándome una sonrisa promiscua infantil.
"Pues es oficial" —dije para mí... No sé cómo pasó. No sé qué dije. No sé si es mi perfume. Pero la chica más bella del liceo, sin decir una palabra les dijo a todos, que somos dos. Al menos eso creo. O en el mejor de los casos sigo siendo un sirviente sin derechos. Pero eso es mejor que nada. Por lo menos hablamos. Ahora estoy perfectamente claro que no tengo ni la menor idea de cómo la voy a tratar. Quizás apenas tenga la gata, todo llegue hasta un "Chau y adiós".
Cuando salimos del liceo me dijo, mientras se apoyaba nuevamente en mí:
"¿Tienes licencia de conducir?" — preguntó después de caminar lentamente un rato. Parecía decidir entre varias opciones y después susurró cantando... "Nada común. Nada común"... Esta es una chica de canciones viejas y nada que ver con Miley Cyrus o Bad Bunny.
"No quiero decir muchacho la miel de tus ojos desliza y me eriza la piel.
No quiero hablar más de canciones, de versos, de copas quebradas en radio llamadas.
Yo quiero contarles de otro amor.
Quiero desnudar rostros y flores, hablar con mayores, decirles que rompan prisiones y habiten en el amor.
No quiero andar como la gente, rayar locamente paredes con rojo de amor.
Yo quiero morder tu quijada y rasgarte la espalda, libarte en la sangre el ardor.
No quiero invitarte a una cena con velas, poemas y rosas de intenso color.
Yo quiero llevarte a mi cama y gritar mientras cargas mi cuerpo en desesperación."
"Pues no."
"¿Sabes algo? Necesitamos un vehículo."
"¿Necesitamos?..."
"Sí, Baby. Necesitamos uno. Es un fastidio caminar así como estoy. Remendada y con yeso. El auto puedo dejarlo en la casa. Pero no me gusta manejar. Además las terapias son muy temprano en la mañana, antes de clases... Comprar la comida de la gata. Son muchas cosas" -- dijo indicándome la agenda oculta que todo chico con novia debe cumplir antes que le den el "camino a la gloria".
Abrí la boca sin entender. He visto a mi madre muerta sentada frente a mí. He sido humillado de todas formas por la mujer de mi padre. Todavía no entiendo cómo la gata se introdujo en la casa. Pero esto me asusta más que todo esto. No sé manejarlo. Nunca he tenido una relación con una chica... y menos con la más bella de todo el liceo y la parroquia.
Ella se colgó más fuerte de mí. Simplemente en el mismo silencio, y ante la estupefacta mirada de todo el liceo a nuestras espaldas nos fuimos.
"Son muchas tareas que tienes que hacer para mí... Me gusta el perfil de tu nariz... Tus pestañas... Te voy a cortar el pelo..." —dijo directamente a mi oído, mientras veía a todos con una pícara sonrisa, que indicaba... Terreno privado... Posición conquistada y con dueña...
Para que todos terminaran de hacer el PLOPPSS de Jim Carrey en "La Máscara", tras apenas caminar una cuadra, con medio liceo detrás de nosotros, Eneida detuvo un taxi, para marcharnos.
Capítulo 3.Parte A
Cinco días después, obtuve mi licencia de conducir de novato. Con los 14,000 euros que había en la cartera, compramos el auto que Eneida quiso: un antiguo Nissan President.
Le tomé una foto a Eneida para convencerme de que era real, de que era cierto, de que esa chica, por el momento, era mía
. La chica más bella del liceo, y ahora teníamos un auto para nosotros dos. Por primera vez en mi vida, fui feliz.
Durante días paseamos. Conduje con cuidado, comimos hamburguesas, escuchamos a Coldplay, Adele, Pat Malone, Sam Smith, Lana Del Rey, Kings of Leon. Rodamos por todos lados y nos reímos. Yo de mí, ella de mí... Quimera, fascinada, contemplaba con sus ojos rojos, curiosa, el paisaje, asomada a la ventana, sostenida por su amorosa madre.
De repente, me miró y dijo:
—Llévame a la playa. Quiero ver el atardecer en la playa. Para eso tenemos esta antigualla...
—No sé si el auto llegará. Sé que hay que hacerle mantenimiento... —respondí.
—Encárgate, precioso. Llévame... —rogó con su cara de niña traviesa, en tono de súplica.
—No tengo traje de baño...
—¿Y qué importa? No eres diferente a lo que ya he visto...
Entendí. Cuando llegamos a la orilla, ella sacó un traje de baño de su cartera. Desde el auto, mientras se cambiaba en el asiento trasero, me miraba y sonreía. Luego se paró frente a mí y dijo:
—Fueron muchos días en el hospital... ¿No crees que merezco un poco de sol? No pienses que mis morados han desaparecido; solo los maquillo. Los clavos en mis piernas arruinan el paisaje. Y este yeso me da una picazón horrible.
No pude articular palabra. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Estoy irremediablemente, estúpidamente, imbecilmente enamorado de ella, enloquecido por ese cuerpo precioso que, sin pudor, se muestra ante mí.
—Una chica latina siempre debe estar preparada para todo —explicó, contoneándose mientras se disponía a acostarse en la arena.
Luego se colocó en el malecón, me miró con una sonrisa que me hizo saber lo que quería... Lo que quería de mí...
—No tiene cicatrices ni golpes... Está perfecta... Está divina... Dios mío, apiádate de mí.
—¿Te gusta mi lunar? —preguntó de repente, mostrándome, a través del sostén de su microtanga, aquel lunar en su seno izquierdo, una mancha tenue color café.
Tragué saliva. Me estaba provocando a propósito.
—Por supuesto que me gusta —respondí, embelesado—. Dios mío, ¿por qué me castigas así?
—Dicen que no es bueno tener lunares en los senos...
—Así dicen —contesté, adivinando su pensamiento.
Por días nos dedicamos a lucir la transformación del Nissan por las calles.
Hasta que llegó esa tarde en que me llamó urgentemente a su casa. Tenía que ir. Supuse que quería prepararse para los exámenes finales. Era la primera vez que entraba en su hogar. Me recibió lista para la batalla que siempre había soñado.
—La otra noche, antes del accidente, tuve un sueño —comenzó a contarme, muy cerca de mí, jugando con mi pelo—. Era una carretera de tierra, al fondo había una casa muy deteriorada.
—Tenía mucha sed —continuó, como si nada, mientras servía café con leche de una pequeña tetera—. Entendí que en esa casa me darían agua. Entré. En realidad, yo era muy pobre. Vi muchos sacos de cereales, café, arroz...
Al final, había una mesa desnuda y, junto a ella, una muchacha muy bella, vestida al estilo antiguo. Se reía fuerte. Ahí estaba Quimera. Una luz, que no se sabía de dónde venía, iluminaba el lugar, y había cortinas negras, llenas de polvo y tierra. Ella me invitó en silencio a jugar cartas. No creo en eso, pero, como era un sueño, acepté.
Me preguntó si quería saber el origen y para qué había venido al mundo. No me interesó. Mi presente, tampoco, pues lo conozco.
—El futuro —contesté.
Me indicó que colocara el dedo ahí —continuó, sensualmente, imitando el movimiento artístico de tocar cartas.
—Tres cartas. Solo arcanos mayores —dijo la mujer con una sonrisa, mientras las veía y me las mostraba.
La Sacerdotisa, La Emperatriz y Los Amantes —explicó, incorporándose. Tomó a Quimera y me la dio.
—Cuídala hasta que yo vuelva —dijo, y me besó en los labios.
Me desperté —concluyó Eneida, mirándome fijamente, como si tuviera algo en mente.
Después de contarme eso, se acercó a mí. En el pequeño balcón de su casa, para que todos nos vieran, me besó. Fue ella quien me besó, con su bikini puesto, para que todos entendieran.
—Me besó así —repitió cuando terminamos.
Eneida me besó con un beso experimentado, promiscuo, diferente. Tomó mis labios, saboreó mi lengua hasta el cansancio y, muy cerca de mi rostro, me confió:
—Por eso comprenderás la furia que sentí cuando lanzaron a Quimera por la ventana del Charger. Sabía qué Quimera es la gata de mi sueño. Es mía, pero también de alguien más.
Cuando te vi en el hospital, al pie de mi cama, supe que tú eres la tercera carta: Los Amantes —dijo sensualmente, besándome de nuevo, desbordando lo que tratábamos de contener.
Subimos a su cuarto. Un cuarto de niña-mujer, donde habían fumado sustancias y bebido whisky, donde alguien se había desnudado antes que yo.
No es una relación dominante, pero ella tiene más experiencia. Con cuidado, para no dañarme, para no asustarme. Ambos sabíamos que yo era un idiota sin experiencia previa. También era lo que ella tenía a mano. No quería un combate experimentado; su cuerpo aún no estaba para acciones extremas.
Cuando eres adolescente, el mayor miedo es fracasar, llegar primero. Eneida lo tenía todo para enloquecer a cualquiera. ¡Claro que lo había hecho antes! Disfrutaba demasiado hacerlo con un novato. Era diestra, precisa, depravada. Terminamos exhaustos, agotados.
Ella me miró diferente, con los ojos entornados, satisfecha. No fallé. Sus gemidos y su respiración agotada me indicaron que había tenido un orgasmo. Llegamos juntos.
—¡Me violaste! —susurró a mi oído—. ¡Me encantó! Vamos a hacerlo todo, mi precioso Rayman. ¿Sabes algo? Eres demasiado lindo. Tienes piel de bebé con unas pecas preciosas. Lo que te falta es buena ropa, y tendrás que quitarte a las mujeres a sombrerazos. Pero eso no lo permitiré. Soy posesiva, celosa, ardiente y muy hembra. Me gustas mucho. Haces el amor divino, con intensidad y violencia. Me besaste toda... Bésame otra vez así, todo mi cuerpo...
Después comenzamos a conocernos. Hablamos de nuestras familias, de lo ignorantes e imbéciles que son nuestros padres, de ser disfuncionales porque no tenemos a nuestras madres. Hablamos de nuestros amigos, de nuestras conversaciones, de por qué estaba sola...
—¿Y tu padre? —pregunté, sin creérmelo todavía. Estoy seguro de que despertaré, como cuando veo al fantasma de mi madre o aquella tarde en el hospital, solo en mi cuarto...
—Sabes algo, no está. Se fue. Simplemente se fue... Estoy solita y abandonada —dijo, con confidencia, desde sus inmensos ojos negros.
—¿Cómo que se fue?
—Sí. Dejó todo: la ropa, sus papeles. Llamaron del trabajo; lleva una semana sin ir. Desde el día en que me entregaste la gata. No sabes el alivio que eso me da.
—¿Lo llamaste a su celular?
—Sí. Suena, pero no responde. Sé que ese maldito no volverá a molestarme. Debe estar revolcándose con africanos por ahí —dijo con un tono despectivo.
—¿La gata?
—¿Quimera? Aquí está. No le gusta salir. Le compré su almohadón, su plato inoxidable para comer, su leche light con azúcar y la vacuné —respondió, con los ojos brillantes—. Ven, vamos a bañarnos juntos.
Nos bañamos juntos. Ella colocaba sus pechos exuberantes cerca de mí, guiando mi mano hacia su sexo mientras nos enjabonábamos. Nos besamos con besos duros, interminables, llenos de deseo, de ganas de volver a hacerlo.
Me enseñó a besar de verdad, no con besos mojigatos de liceo, sino con besos de bares y prostíbulos, de mujeres que saben hacer sexo oral.
—¿Sabes? Quiero más. Quiero estar ahí. Eres muy dotado. Quiero gritar de dolor —dijo, promiscua, mientras se daba la vuelta y se recostaba contra mí.
Estando juntos en el cuarto, se recostó sobre mí y nos tomamos una selfie que inmediatamente subió a Instagram. Colocó una nota:
"Mi bello precioso y yo antes de nuestro primer anal".
Horas después, llegué a casa. Fue verdad. No fue un sueño. Fue real. Todavía tengo su olor en mi cuerpo, el sabor de su sexo en mi boca, su mirada en mí, el sabor de sus labios y su lengua. Solo sé que me estremezco cuando recuerdo el momento en que ofreció sus pechos y los introdujo en mi boca, cuando, suspirando y gimiendo, la penetré por primera vez. ¿Cómo pasó esto? ¿Cómo empezó? ¿Qué hice? ¿Qué no hice? Oficialmente, soy el marido de Eneida. No su novio, no el chico con el que sale. Soy su macho. Me lo dijo, me lo susurró, me lo explicó.
Tan pronto llegué, Eneida me llamó por teléfono. Ahora lo hacía todo el tiempo. La típica novia controladora, absorbente e insegura, con una agenda oculta de tareas e inventos por desarrollar.
Ambos tenemos un HTC de última generación. Me explicó que el dinero es de los dos, pues juntos lo conseguimos, y que desde que está conmigo, la gata está completamente feliz.
A la mañana siguiente, en la escuela, la encontré con sus amigas. Entendí: les estaba contando de nosotros. Estaba excitada.
্র
Me llevó al pasillo y, pegándose a mí, me susurró al oído. Casi sin poder hablar, explicó que la policía había llegado a su casa. Todos los vecinos se asomaron. Ella, como actriz en una alfombra roja, estaba en la patrulla. Un policía le dijo que debía acompañarla. La llevaron en una patrulla Dong Feng Turbo Diesel hasta un estacionamiento cerca de su trabajo. Había un cadáver en un carro viejo…
II
Estamos juntos en Facebook, Twitter, Mastodon, Instagram, Threads, Telegram, TikTok, BeReal, BlueSky y WhatsApp... Los tres: Eneida, Rayman y Quimera. La Sacerdotisa, La Emperatriz y Los Amantes.
Cada uno con su álbum. Cada uno con su HTC metálico. Andando descaradamente en nuestro Nissan President, totalmente tuneado, de arriba a abajo.
Cada tarde, después del colegio, tras soportar la cara de Cecilia y las idioteces de mi padre —hablando del Real Madrid, del Paris Saint Germain, del Chelsea, babeando por los Medias Rojas de Boston, por Corea, los carros chinos y la estúpida política— me dirigía a lo que realmente me interesaba: Eneida en un baby doll negro, transparente.
Nos amábamos ferozmente en la inmensa cama que ahora compartimos. Veíamos películas hasta las dos de la madrugada...
Hasta que una noche, casi a las tres y media de la mañana, tras ver American Horror Story 279, sudados y jadeantes por el combate, me dijo al oído, con su costumbre de mirarme de reojo:
—Sé que tendrás otras mujeres... Yo sé que algún día, tal vez, llegue otro hombre a mi acera... Pero nunca me olvides. Nunca olvides este momento y, sobre todo, que te amo... ¡Por Dios! Te amo con toda mi alma. Me he enamorado de ti. ¿Dónde estabas? ¿Por qué no te acercaste antes? Si siempre estuve esperando por ti. Prométeme que no me olvidarás nunca —finalizó con dos inmensas lágrimas rodando por sus mejillas, mientras me miraba fijamente bajo la penumbra de la lámpara de noche...
No dije nada. ¿Para qué? Era inconcebible que ella y yo pudiéramos algún día separarnos.
Eneida me llamó.
horas después ella me contó que Ella no lo reconoció a la primera. Dentro del vehículo abandonado en un basurero estaba su padre. Estaba mordido, destrozado, con una cara de terror.
Casi inmediatamente llegué a la casa de Eneida. Estaba llena de vecinos. Vi a Eneida sentada con la gata en su regazo. Inmediatamente, entendí su papel de niña desolada. Sus ojos estaban brillantes, casi soltaba la carcajada. Yo sabía el porqué. Su padrastro, morboso, sobándola, tocándola, hablándole sucio, restregándose en su trasero, haciendo que ella lo tocara... Pervertido. Sucio. Ya no la molestaría más.
Hizo un gesto y entendí. Por un instante casi lo había olvidado. Me tocó actuar también en mi papel. A fin de cuenta, yo soy el "propio" el que disfruta toda su piel... Ella así me lo hizo saber susurrándome a mi oído, viéndome de reojo. La abracé y la consolé. Estaba sola. Yo había llegado... Debía quedarme.
---Ahora si podemos dormir juntos. Quiero que te mudes conmigo. Me da miedo quedarme sola de noche... Hay muchos gatos malvados, por ahí— propuso al oído voluptuosamente.
Resultó ser que después del funeral, la llamaron de la empresa donde su padrastro laboraba... De alguna manera, ella era su única heredera. 30 años de servicios, una póliza de accidentes personales y vida, más un fondo de pensiones. Ella era menor de edad, pero emancipada. Podría disponer pronto de todo...150000 euros en una cuenta de ahorros, más una asignación por 5 años de 1500 euros mensuales.
Al salir de ahí nos besamos, públicamente, felices.
–Rayman... Creo que de seguir esto así, me voy a enamorar de verdad de ti—exclamó feliz, cuando fuimos en nuestro clásico a comprar ropa.-- soy libre de ese baboso.
-- ¿Se propasaba contigo?
-- Me tocaba, me arrinconaba, nunca llegó a más porque yo siempre tenía una navaja conmigo. Tenía que dormir con un ojo cerrado y otro abierto.
--Maldito.
--No molestará más... Sea lo que sea le haya pasado, no me duele..
II
Estamos juntos en el Facebook, en el twitter, mastodom, instagram y thread, telegram,tik tok, be real, blue sky y WhatsApp... Los Tres...Eneida, Rayman y Quimera...La Sacerdotisa, La Emperatriz y Los Amantes.
Cada uno con su álbum... Cada uno con su HTC metálico. Andando descaradamente con nuestro Nissan President totalmente tunning para arriba y para abajo
Cada tarde, después de los días finales de secundaria, después de tener que soportar la cara de Cecilia y escuchar las idioteces de mi padre... ambos hablando del Real Madrid, del Paris Saint Germain y del Chelsea, aparte que se meaban por los Medias Rojos de Boston, que si Corea, los Carros chinos y la estúpida política, cansones.
.... Voy a lo que me interesa. Eneida en un BabyDoll negro, transparente,
para amarnos ferozmente, para estar en la inmensa cama que ahora es de los dos, ver películas hasta las dos de la madrugada. ..
Hasta que una tarde, casi a las 3 y media de la mañana, después de ver American Horror Story 279, sudados y jadeantes por el combate, me dijo al oído con su costumbre de mirarme de reojo...
---Sé que tendrás otras mujeres... Yo sé que finalmente algún día quizás llegara otro hombre a mi acera...Pero nunca me olvides... Nunca olvides este momento y sobre todo que te amo... ¡Por dios¡Te amo con toda mi alma...Me he enamorado de ti. ¿Dónde estabas?.¿Por qué no te acercaste antes? Si siempre he estado esperando por ti. Prométeme que no me olvidaras nunca.-- Finalizó con dos inmensas lágrimas por sus mejillas, mientras asentía viéndome cara a cara bajo la penumbrosa luz de la lámpara de noche...
No dije nada. ¿Para qué?.. Era inconcebible que ella y yo pudiéramos algún día terminar
QUIMERA PARTE II
--Joven—dijo el hombre en un impecable flux blanco cortándome el paso
, obligándome a detenerme—Por favor. Quiero que me escuché un momento.
Me asusté. No creo que sea delito que me acueste con Eneida. Aparte de eso he comido en McDonald 's... También entiendo que eso es bastante malo...me dieron ganas de ir al baño.
---Usted tiene algo que no le pertenece...— dijo el compañero, otro hombre de color, desde sus lentes Google.
--No creo conocerlos—les contesté con un hálito de voz. —Si se explica mejor, pues mi laptop me la dieron en el liceo como ayuda social compensatoria por los robos que hace el gobierno. Es lo único de valor que tengo
---Por su bien... Usted tiene algo que no le pertenece. Le conviene devolverlo. Está jugando con cosas que no le conciernen y no conoce. No deje que sea tarde para usted y la señorita que lo acompaña— reitero el hombre.
. Ambos se montaron en un clásico Imperial
Me regalaron una mirada, que me dio frío...
---Pues déjeme decirle que tenemos la factura del auto, y el dinero que tenemos es todo nuestro... ¡Dígame eso, reclamando por un carro de hace más de 20 años!— exclamé imprudentemente, para callarme en seco... No es bueno hablar de dinero con desconocidos
--Rayman— habló el hombre de color desde el auto—Aquí, entre nosotros. ¿Crees que Eneida te ama porque eres muy bonito? ¿Crees que eres un chico con mucha suerte? Estás jugando con cosas muy peligrosas. Si sigues así pagarás un precio que no te imaginas... Reflexiona mientras tengas oportunidad. Devuelve lo que no te pertenece y recuperarás tu vida. Adicionalmente, obtendrás lo que desees. Sobre todo por ti mismo. En una vida verdadera. No tientes al señor tu señor.
No soy religioso. Ellos son personas muy normales. Los vi alejarse. No me agredieron, fueron muy corteses. Pero la verdad, No sé por qué. Me oriné de miedo.
Capítulo 7
Ya tengo lo que siempre desee. No necesito más. ¿Cómo sabe nuestros nombres? No quiero que me molesten más. Voy a decírselo a mi padre.-- informe muerto de miedo les dije nuevamente
--Tu padre—masculló el hombre con despectiva sorna y me regaló una sonrisa adicional que me hizo temblar... El auto se fue silenciosamente por la vereda... Ahí entendí que había vivido dos tiempos iguales de un mismo suceso. Me oriné por primera vez y me oriné en los pantalones en esta segunda vez... Lo viví dos veces seguidas...
I
Estábamos delante del veterinario, quien hacía el mantenimiento de Quimera. Le recetó vitaminas, le recetó gatarina especial. No le gustó para nada la alta temperatura que tenía la gata.Igualmente,se buscó infructuosamente el ritmo de su corazón...Nada...Ni un latido...Concluyó que la mascota tenía una grave dolencia cardiaca.
--Debe tener una infección o problemas en los riñones. —dijo moviendo negativamente la cabeza
-- No entiendo. Ella come muy bien y duerme excelente... La veo siempre haciendo sus necesidades//--contesto Eneida muy preocupada.
---Deberás traerla para unos análisis adicionales ,--- explicó el doctor con cara de preocupación Fue una factura cara... La que Eneida pagó inmediatamente. Ufana de comportarse como una ama de casa con capacidad de comprar.-- tiene los ojos de color muy rojo. Me preocupa una infección.
--Es el color de sus ojos. Me encanta-- dijo Eneida sin perder la costumbre de ser coqueta.
Al rato manejábamos en silencio...
--Ya es tiempo de cambiarlo. Quiero un Mitsubishi Destiny o un Tesla X usado, no importa del año que sea. -- dijo repentinamente Eneida, refiriéndose al auto, mientras acariciaba con sus pies a la gata colocada encima de la guantera ...
Seguimos así por la autopista por un rato... De repente, Eneida comenzó a hablar.
-Ese día me fui a Charger...
Realmente quería pasear. Refrescar mi mente. Estaba nerviosa de haber estado contigo...No sé... Me hiciste sentir frágil y ansiosa... Creo que siempre me gustaste y me daba rabia admitirlo... Sin palabras... Sin que hicieras nada en particular... Comencé a pelear con Tirso... Yo quería que llevara el carro a 200 kilómetros por hora... Le dije que quería sentarme en el dintel de la puerta, ver que se sentía a esa velocidad. Él no quería... Me empecé a burlar de él. Le ofrecí hacérselo, si llevaba el auto a 200 kilómetros... No quiso. El maldito cobarde comenzó a gritar, a decirme puta... Maldita; y el otro. El flaquito, agarró a Quimera y la lanzó por la ventana.
--Maldito hijo de puta. Menos mal que se murió.
---Enloquecí de furia, le caí a golpes a Tirso, perdió el control, vi el Mitsubishi Fuso FJ
cargado de rocas por el canal contrario.
Después no veía... Sabía que era malo... Sabía que era muy malo... Pero que no moriría... Algo destruyó las piezas del auto que me aprisionaba y herían. Una cosa inmensa me arrastró afuera... No sé qué era. Después nada. Escuchaba voces. Un pleito horrible, pero no entendía lo que decían. El otro era un animal feroz. Sé que hubo un combate, o se estaban comiendo a alguien. O eran los remolinos de mi mente. —por un instante ella trató de recordar, luego viéndome me dijo.
Guardamos silencio, mientras yo agarraba el volante hasta ver mis nudillos blancos de la fuerza con que lo apretaba
--Después te vi en terapia intensiva... Tenías a Quimera... Creo que ahí me enamore de ti... No sé... O ya me habías gustado... Me trajiste a Quimera... Me salvaste a Quimera
No me atreví a decirle que dos hombres querían llevarse al auto o Quimera... Nuevamente, vi a la gata montada encima de la guantera, entre los pies de Eneida, que con sus piernas las descansaba ahí. Ambas Viendo fascinada la carretera.
---¿La lanzó por la ventana?
–Estábamos a 150 kilómetros- me dijo inocentemente Eneida... Mientras movía sus bellas piernas, Quimera la mordió jugando entusiasmada.
–Nadie sobrevive a esa caída— contesté asustado... Realmente maldije ser de tan pocas palabras, quería explicarme mejor... Eso es imposible--- Y como es que está aquí otra vez?
--Mi gata sí.. No sé.. Caminando.. Tienen un sentido de orientación extraordinario—dijo con orgullo Eneida, ronroneando junto a la gata.
Mire por el retrovisor. El Imperial Diesel nos seguía.
II
Desde los últimos días de clases, en el liceo, mis amigos lentamente se fueron alejando. Eneida apenas cruzaba palabras con sus amigas. Simplemente, nosotros estábamos construyendo una sociedad de dos. No había pasaporte para nadie ahí. Pero las cosas siempre tienen sus consecuencias.
Fuimos a una Reunión de ensayos del baile de graduación
--Oye idiota— dijo empujándome contra la pared uno de los del equipo de fútbol...– Escúchame bien estúpido. Me pareces un maldito chulo. Todos sabemos que el dinero es de Eneida. El auto es de Eneida. Ella te viste, te alimenta y tú te gozas su dinero. ¿Sabes qué? Yo también quiero eso.-- dijo agarrándome por las solapas de mi chaqueta y estrellándose contra la pared.
--Anda becerro. Demuéstrame que no eres un hijo de puta chulo. Anda.-- Después, pegando su cara junto a mí, agarró mis manos, y con ellas mismas, me dio golpes cachetadas. Me siguió empujando, estrellándome contra la pared...
_-Me la voy a gozar. Yo si le voy a demostrar que soy un hombre. Me voy a chupar esas tetas divinas. Le voy a reventar ese culo... Esa no es mujer para un idiota con un pipi de papel...
Me empujaron, caí como un fardo. Sus secuaces se desternillaban de la risa.
–Haz que nos la mame—decían agarrándose por encima de los pantalones. Otro remedó darme una patada. Mientras mi miedo me hizo orinarme.
--¡Quédate ahí!... Marico triste. Que tú no sabes pelear— dijo el desgraciado, entre las risas de todos... Ahí me quedé en el piso, con dos lágrimas de indignación.
Fui humillado a mi casa... Me hubiera gustado caerle a golpes. Me hubiera gustado ver como un camión cargado de piedras le pasaba por el cerebro.
De paso en mi casa, Cecilia y mi padre se encargaron de hacerme el día más difícil de lo normal.
--¿Cómo es posible? Nunca estás en casa. Andas para arriba y para abajo con la niñita, esa que tiene tan mala reputación. Tú tienes a quien darle la cara. Ya me dijeron que andas en un auto robado. Y ahora siempre cargas dinero. Mucho cuidado con andar con Kirchneristas, chavistas y delincuentes. Puedes ir preso. Bla, Bla...
Por fin en mi cuarto quise dormirme. No podía. La escena de mi humillación no me dejaba cerrar los ojos.
Hasta que vi a mi madre de espaldas en la puerta.
--¿Por qué fuiste tú quien se fue? ¿Por qué mi papá no se murió? Estuvieras aquí conmigo y mis hermanas
Mi madre giró su rostro hacia mí, mirándome desde la tristeza de sus ojos morados y me habló. No entendí nada. Se fue diluyendo en la oscuridad.
Me incorporé de la cama y la seguí en la oscuridad.
–No te gusta que te diga eso. Pues es verdad. Te fuiste y me dejaste aquí... Si no fuera por Eneida mi vida sería una porquería. No te gusta que te lo diga... Eso es lo que soy. Un chulo. Para poder tomarme un refresco y tener desodorante tengo que estar con ella, porque a mi padre no le intereso. No le importo. Ya no quiero estar aquí. Si estoy aquí es porque tú vienes a verme. Quiero que sepas que estoy enamorado de ella y estamos trabajando duro para que seas abuela.
Mi madre se materializó y se sentó en el comedor. Yo me senté frente a ella. Había caminado hasta el comedor, sabía que ella iría hasta ahí, su sitio favorito. Si me volví loco, no me importa. No me interesa. A fin de cuentas es mi madre. Así amanecemos. Ella viéndome y yo viéndola.
Me duché con agua bien fría. Me dirigí al liceo. Solo nos quedan pocos días de clases. Los exámenes finales y la fiesta de graduación.
. Ya sé lo que piensan de mí—dije. Para nadie, viendo como ahora todos me rehuyen. Como si fuera un sucio delito andar con Eneida. Solamente Dexter me saluda y las amigas de Eneida..Zefora, Oholiva, Sachiel, Adanech; Leyda, Gina,Hogha ,el caso es que vive tan intoxicado de sustancias que ni sabe los pequeños infiernos que suceden en el liceo
Peor es pertenecer al partido demócrata y ellos no se avergüenzan de ser cómplices de Hunter Biden, Cristina y el Merluzo..
Llegué al salón y todos estaban consternados.
Yoprhet...el chico que me empujó y humilló frente a todos, había recibido una Kawasaki 900 de regalo de graduación. Aparentemente, había contactado con unos Caribeños chavistas Kirchneristas piqueteros de una filial del tren de Aragua que vendían sustancias ilegales y secuestran niñas en Viejo Arequipa para venderlas en nuevo Santiago. ¡Pero los traficantes a última hora decidieron cambiar las cosas, querían quitarle el dinero y los clientes, unos niños que cobraban un plan de asistencia de sus padres muertos..!Total!... !Que importaba!.
. Él escapó en la moto, lo persiguieron por la avenida. Otro camión cargado de piedras tenía horas accidentado...Se estrelló a 175 kilómetros por hora. Definitivamente, nuestra fiesta de graduación se estaba convirtiendo en un obituario. Muchas chicas se quedarían sin bailar. No puedo decir que me dolió. Casi me vi obligado a no reírme a carcajadas...
Eneida llegó y contempló las huellas de los golpes en mi cara.
¡
Eneida llegó y contempló las huellas de los golpes en mi cara. No dijo nada. Me tomó la mano y me sacó del salón. Caminamos lentamente por los pasillos mientras todos nos miraban. Nadie dijo nada. Nadie se atrevió.
—¿Qué te hicieron? —preguntó finalmente, en voz baja, mientras acariciaba mis dedos con ternura.
—Nada que no haya pasado antes —le respondí. Pero mis ojos se nublaban de rabia.
Ella apretó los dientes, su rostro duro, sus ojos brillaban de furia contenida.
—Quiero que confíes en mí. No estamos solos. Nunca lo estuvimos —dijo misteriosa, mientras se acercaba a mi oído.
No entendí bien lo que quería decir. Pero su presencia me daba una fuerza que nunca antes había sentido.
Salimos del liceo y nos subimos al auto. Quimera dormía en la guantera, acurrucada como si todo estuviera bien en el mundo.
—Vamos al cementerio —me dijo. No discutí.
Durante el camino, el silencio se sentó entre nosotros, pero no era incómodo. Era el tipo de silencio que comparte la gente que se conoce profundamente. Que se han salvado mutuamente.
En el cementerio, Eneida se detuvo frente a una lápida sin nombre.
—Aquí empezó todo —dijo con voz temblorosa—. Aquí enterraron a mi madre. O eso dijeron. Pero nunca me dejaron ver el cuerpo. Tenía cinco años. Desde entonces todo ha sido una mentira.
Me quedé en silencio. La miré. Por primera vez la vi vulnerable. No como una niña que jugaba a ser fuerte, sino como una mujer quebrada por una verdad escondida.
—Te creo —le dije simplemente.
Ella sonrió, con una tristeza profunda. Después caminó de nuevo hacia el auto.
—Si quieres salir de todo esto, tendrás que ser fuerte, Rayman. Más de lo que crees que puedes ser —me advirtió mientras arrancaba el motor.
No respondí. Afuera, el cielo comenzaba a nublarse. Quimera levantó la cabeza, inquieta. Sabía que algo se avecinaba.
Y entonces lo supe también.
Eneida llegó. Ahora era una chica de vestimentas K pop originales y lentes fuertes.
La que dictaba la moda. La poderosa. La que todos querían poseer, y que solo yo en las tardes tenía para mí. Solo para mí. Me odiaban por eso. Porque yo era el dueño de toda ella. todos querían irse de kinazo con ella.. Error.. Solo yo puedo.
--Iremos a la fiesta del liceo. Estaremos apropiadamente. — anunció con uno de sus frecuentes cambios de opinión
--Pues iré como soy. Ya todos comentan que me mantienen, que me vistes. Ayer me cayeron a golpes, por eso—le informé humillado.
--¿Quién hizo eso?— preguntó indignada a su vez.
--Pues el muerto, -- contesté refiriéndome a Yoprhet.
Eneida por un momento no dijo nada. La noticia la dejó en una sola pieza. Estoy estupefacta. No había revisado las redes sociales. Luego comenzó a reír incontenible y yo con ella. Eso era lo que éramos. Malignos y de verdad que lo disfrute. Tanto como un placer prohibido. Es como sentirme el asesino.
Al mediodía, cuando fuimos a almorzar, muy a propósito, llegué hasta la cola donde estaban los otros 3 que me humillaron.
--Vaya. Vaya... Pronto tres Bellacos idiotas también se los van a funar muy pronto en el infierno. Solemnes huevones—dije sardónicamente.
Ellos me miraron. Lo hicieron con miedo. Me sonreí a sus caras... Me di cuenta de que me tenían miedo. Los salté a los tres en la cola, lo hice a propósito, para que todo el mundo lo viera. No me dijeron nada.
-- Maricos. Hijos de puta---- les rastrille. La fila se quedó paralizada. Se limitaron a verme con odio. Con miedo..
Victorioso fui a comer con Eneida, en una mesa donde solo nos sentábamos nosotros dos, sin molestas compañías, sin que nadie nos pidiera un poco más, ni molestara con vacías plásticas e inútiles comentarios.. Nosotros teníamos nuestro mundo de silencios, música diferente, lugares íntimos y distintos, paseos, gestos, abrazos, momentos... Todos los momentos... Nos hacían falta horas para nuestros momentos..
Sé que dicen que somos unos hater Woke, estúpidos milleniums, cobra beneficios gubernamentales sin laburar. Quizás tienen razón. Ellos son una manada. Eneida y yo vamos a contracorriente, gastando dinero que aparece mágicamente de la nada.
.
III
Mi casa es insoportable. Mi padre siempre está en esa expectativa de querer decirme algo. Hasta que lo ayude a resolver la situación.
--No voy a ir a la universidad. Voy a irme a vivir afuera, encontrar trabajo y buscaré a mis hermanas— anuncié, ante su cara de falsa consternación y la de triunfo de Cecilia.
--No puedes irte... Este... Tú eres mi hijo. Apenas eres un niño. — balbuceo mi padre, mostrando una incontrolable cara de alivio
Me incorporé y dejé la comida. Total. Con Eneida almuerzo super bien y lo que me da la gana. Fui a mi cuarto. Si estoy aquí, es para no dejar sola al fantasma de mi madre. Pero no sé si Eneida aceptara a una suegra tan diferente.
Esa tarde tomé una siesta en mi cama.. Raro en mí, pues prácticamente vivía con Eneida por días completos.. Dormí un rato... Uno de mis sueños... De mis extraños sueños... Ya no tengo sueños mojados de adolescentes. Esa es una etapa superada... Son otros sueños... Holográficos, con olor, sonidos, hechos... Yo estoy ahí viéndolo todo... Me doy cuenta, se desarrollan en mi desnuda pared...
Vi a Yoprhet en su reluciente moto, parado frente a la casa de Eneida. Quería invitarla a salir. Quería llevársela a la playa... Estaba llamándola a gritos. Ella no salió... El chico descendió de su moto y ahí estaba Quimera.
La gata lo vio y maulló molesta con su presencia. Era un..."No te metas... No eres bienvenido... Déjalos en paz, que te puede pesar".
Él la apartó con un pie. Eso la enfureció.
--Te voy a funar maldita gata-- le dijo enviándole otra patada.
Él siguió llamando a Eneida. Indiferente a los cada vez más agresivos maullidos de Quimera... Repentinamente, ella saltó a su espalda.
Él trató de quitársela. No podía. Quimera lo mordía, lo arañaba. Se veía furiosa. Él salió corriendo con ella pegada a él. Como pudo se la quitó . Lanzándola muy fuerte contra el piso... Asustado, encendió su motocicleta, marchándose a todo dar... Pero no.. Nuestra gata lo perseguía a la misma velocidad que su moto
y se fue transformando.
Él huía y horrorizado gritando la veía acercarse inexorablemente
. No había proyectado a Quimera contra el piso. Ella seguía ahí, ahora un monstruo inmenso, volando
Mordiéndole en su cabeza, arañándolo, rompiéndole la nuca, sacando pedazos completos de carne y músculos... Desesperado, aceleraba más y más...
Ya no podía controlar la velocidad.. La gata lo destrozó. Lo mordía salvajemente con más fuerza, cada vez a mayor velocidad, le destrozaba la cara con sus uñas... Ahí estaba el camión... El mismo camión. Un Mitsubishi cargado de piedras... Fue directo...A 175 kilómetros por hora se estrelló sin intentar ni siquiera frenar.
Vi a Quimera salir por el aire y caer de pie en la acera. Era nuevamente nuestra mascota
Fresca como una lechuga. Comenzó a caminar por la acera hacia la casa, con su cola tiesa en asta. Directa y precisa en sus bigotes de radar. Unos 10 perros callejeros al verla se detuvieron y la contemplaron. Comenzaron a gruñir,
para inmediatamente al ella acercarse huyeron con el rabo entre las piernas, aullando enloquecidos a todo dar de histérico miedo y pavor.
Después vi a Quimera tomar su tazón de leche, con un ronroneo de satisfacción comenzó a pasarle la cola a Eneida que descendía por la escalera... Yo quería despertar... Quimera
...Mi gata... No... No es mía... Es de Eneida... Eneida la tomó y la acarició...
Ninguna de las dos... ¡Por dios!... Ninguna de las dos... ¡No puede ser!...
⏩⏩
A media noche Eneida me llamó por el iPhone . Estaba llorando, casi no se le entendía.
--¿Cómo? ¿Hombre?, ¿Ladrones? ¿Animales?..¿Qué?..¿Monstruo? Pero ¿Cómo voy a salir así? ¿ Si me consigo atracadores, chavistas, kirchneristas? ¿Tren de Aragua? o peor aún a la Guardia Nacional?.
--Eso me pasa por liarme con niños. Necesitó un hombre que me proteja— gritó asustada e histérica, mostrándome que no le gustaba que la contradijera
Eneida siguió llorando. Me vi obligado a salir a medianoche. Vi el Imperial estacionado en la esquina... Caminé y llegué al cruce con la avenida principal... Oscura... Noche sin luna.
En la otra esquina Estaba estacionado el Imperial. Comencé a correr. Las 5 cuadras la hice a todo lo que mis piernas daban, para ver estacionado en cada una de las esquinas el Imperial. De él descendían los dos tipos. Era una escena repetida, exacta a la de instantes atrás...
En la puerta completamente aterrada estaba Eneida. Cargando a Quimera.
---Adentro... Adentro... Creo que hay un perro inmenso. O un hombre. No sé qué es —señaló puerta adentro
--Pero. Pero...— atiné a decirle temblando de miedo. Buscando algo de valor.
--Entra. Fíjate que es verdad—me dijo Eneida, empujándome hacia adentro.
--Vamos a entrar, no sea que anden colectivos piqueteros, chavistas kirchneristas y nos maten—le dije a punto de tener una crisis de histeria. Corríamos peligro en la calle. Corríamos peligro dentro de la casa... Ya estaba entrando en la adultez, experimentando por primera vez lo que Vivian todos los habitantes del país, el miedo que sufrían bajo el gobierno del genocida Nicolás y Cristina o lo que sufrían los de Sinaloa...
En las películas de terror, cuando uno entra a la casa, todo está en perfecto estado y orden. Aquí no podía ser diferente.
Entramos. La casa estaba genuinamente revuelta. Encendimos las luces. Las puertas abiertas. Los muebles volteados, la cocina hecha un desastre...
--Alguien estuvo revisando todo. Buscaban algo—entendí para los dos.
--Tenemos que reforzar las cerraduras.--- indicó Eneida temblando como una hoja
--Tenemos que trancar las puertas.
--Ya entraron... Quizás estén dentro...-- susurro Eneida viendo con desconfianza a todos lados
--La puerta de atrás...
--Me da mucho miedo... Ahí está la cocina con todo revuelto.
Nos asomamos... Con cuidado tomé un cuchillo. La puerta del patio abierta de par en par.
Poco a poco fuimos cerrando todo.
¿Llamar a la policía?..Ese era el error que nadie cometía. Vendrían. Harían inventario de todo, luego ellos mismos nos atracarían.
¿Vecinos?
A esa hora de la noche nadie saldría.
Más nos asustaba Quimera. Tranquilamente, nos contemplaba en medio de todo
--Debemos quedarnos en la sala.-- entendí y se lo propuse a Eneida, pálida de miedo, para nada igual a la chica prepotente de todos los días
--Vámonos en el auto a un motel.-- propuso repentinamente Eneida
--Nos pueden matar en la vía.
--Es verdad—entendió aterrada Eneida.
Eneida me dijo.
--Hoy en la tarde estaba recortando el jardín. Quimera estaba tomando sol. Se escapó Deosdado el perro asesino de los portugueses de la esquina. No me dio tiempo. Ese perro ha mordido a todo el mundo.
--Lo sé. Él mató a la parejita de shih tzu de la viuda alemana.
--Si ese desgraciado. Pensé que me destrozaría a Quimera. Brincó la cerca, el perro llegó a donde estaba mi gata reposando, de repente empezó a tratar de retroceder y huyó aterrorizado dando chillidos. No entiendo. No tuve tiempo ni de pegarle con la escoba—explicó Eneida mas tranquila, orgullosa de su bebe. —Trate de acercarme, pero algo me lo impidió. Entendí que algo quería que viera a mi gata. Es de verdad una chica super poderosa como su mami. Ambas fuertes, ambas sobrevivientes. Necesito agarrarle cría. Un gato bello, insaciable y malvado como tú.
--Me quedo.- anuncié repentinamente. Más que todo porque me daba pánico tener que regresar
--¿No te irás?— preguntó haciendo un puchero.
--No. No quiero volver a mi casa.
Eneida volvió a regalarme esa sonrisa de niña sinvergüenza. Nos olvidamos de monstruos, perros y ladrones. Por primera vez dormí tranquilamente en años.
Como un resorte desperté. En el pie de la cama estaba un monstruo inmenso, con unos colmillos gigantescos y una baba hedionda salía de su horrible boca.
¡Es una pesadilla!...—quería gritar, pero no me salía la voz, quería huir, pero no podía moverme. Estaba en nuestro mismo cuarto. Yo estaba inmovilizado en mi cama. Todo oscuro. Igual a los momentos en que antes me quedaba y descalzo descendía por la escalera buscando algo que merendar en la nevera. Vi a mi lado, Eneida era un cadáver, podrido, sin ojos hundidos, el pelo en jirones, sus terribles y mortales heridas se veían por doquier y sus intestinos estaban regados en la cama, en medio de pozos de sangre coagulada y purulenta. Estaba gris y morada, sus cuencas eran negras, hundidas, con ribetes morados, de sangre vieja, coagulada, purulenta. Con su cerebro derramándose por las fracturas de su cráneo...Quise gritar. Quise llorar, quise escapar y no pude.
Desperté bañado en sudor. Con taquicardia, casi sin poder respirar.
Eneida dormía con esa cara de niña mala después de hacer precisamente una maldad.
En la punta de la cama, Quimera dormía plácidamente patas arriba.
Me acerqué, sentí la suave y acompasada respiración de Eneida. En ese momento me pareció la chica más bella del mundo. Y lo era. Con una solemne taquicardia descendí por las escaleras encendiendo todas las luces... Fui a la nevera a tomar agua... Estaba temblando... Quimera medio dormida estaba junto a mí, me había seguido para que le diera de merendar... Le serví leche con azúcar y con delicia comenzó a tomar... Debo tranquilizarme...Esas pesadillas...No son normales...Yo he visto ya demasiadas cosas... He sentido demasiadas cosas... Tenía miedo de volver al cuarto... Eneida todavía estaría como la vi?... Eneida se había despertado y encendido la luz de la mesa...
--¿Qué sucede? ¿Te sientes bien? ¿Escuchaste algo?
--Tuve otra pesadilla.
--Mi chiquito. Ven con mami— dijo besándome y abrazándome.
La estreché muy fuerte contra mí.
--Te amo.
---Yo también te amo y mucho— dije suavemente...
--Lo sé— dijo feliz, durmiendo entre mis brazos, con ese divino aroma de su esencia corporal, y la suavidad de su cuerpo... Así, estrechándose junto a mí y perdido entre la maraña de su pelo me dormí... Tenía mucho miedo de perderla... De estar sin ella... Una angustia extraña me invadía... Nada me tranquilizaba... Solo por retazos de tiempo pude descansar...
⏩⏩
............ Ahora, después de varios días viviendo en la casa con Eneida, sé perfectamente que el vecindario comenta lo mal que se ve que unos adolescentes vivan solos en una casa. Somos el mal ejemplo que no se debe seguir y casi nadie nos habla. Entiendo que quieren hablar con la seguridad social, de seguro volverán a citar a mi padre.
La voz cantante en todo esto es una vieja gruñona, a la cual sus dos hijos se fueron. Más bien huyeron, pues no la soportaban; chismosa y entrometida. Ha emprendido toda una cruzada contra nosotros y Eneida.
De repente todo se calmó. Lógico. La chismosa no se vio más. Su casa permaneció vacía unos días y familiares llegaron a buscarla. Hasta una patrulla llegó a ver. En fin...¡Para lo que me importa¡
Una noche volví a soñar. Vi a la mujer. Rumiaba y destilaba todo su odio contra nosotros. Preparaba veneno para dárselo a Quimera. Yo quería explicarle que los gatos son un Vi romperse una pared, entrar por ella a Quimera.
Era inmensa.
Era agresiva. La mujer corría por la casa dando gritos. Quimera lo destruía todo a su paso. Comenzó a jugar con ella como cuando cazan a los ratones. Después de que se fastidió, comenzó a devorarla por los brazos. Después, las piernas. La mujer todavía estaba viva... Todavía estaba viva...
PARTE FINAL
Fui a la fiesta de graduación como debía ser. Con mis jeans viejos, mis únicas botas Scheker vueltas a pulir, una camisa blanca, una corbata que, como cosa extraña, mi padre me regaló y un saco viejo. Eneida fue con sus ropas de antes del accidente, esperándome sentada entre las chicas feas sin que nadie las sacara a bailar. Bailamos, nosotros dos, lejos del mundo, en medio de todos, únicamente nosotros dos. Eneida me abrazó duro y dos lágrimas salieron de sus bellos ojos. Me repitió nuevamente al oído:
—Eres malvado. Muy malvado... Hiciste de todo para que me enamorara de ti y a veces siento que me tienes miedo. Miedo de amarme como te amo. No le contesté. La miré un instante y musité: —Solo puedo prometerte que solo a ti te amo. No habrá nadie más. Nunca nadie más... Después, Eneida me cantó sólo para mí aquella vieja canción:
Ángel terrestre, Ángel terrestre ¿Serás mío? Mi cariño querido Te amo todo el tiempo Soy solo una tonta enamorada de ti Fue la promesa que nunca cumplí...
Han pasado 16 años.
Tengo un hijo de dos años. A mi esposa la conocí en la universidad. Una chica tranquila, estudiosa, que cocina bien y entiende que ser madre es algo sublime. Debo confesar que cuando nació mi hijo sentí que había tocado el cielo con las manos. Nunca vendí el Nissan. Todavía lo tengo. Claro, por aquello del qué dirán los vecinos, le compré a mi esposa un Tesla 3... Hoy fui al cementerio. Eran las 4 p. m., de una magnífica tarde de verano. Conseguí el valor y fui allá, ella está cerca de la tumba de mi madre. Por primera vez en tantos años dejé escapar el llanto que tenía apretado en mi alma por aquellos terribles días que no merecimos...
II Pues los recuerdos volvieron como un vino amargo a mi boca...
...Comencé a trabajar en una venta de hamburguesas. Todo el mundo era muy amable. Como novato, me tocaban todos los malos turnos, pero no me preocupaba por la hora. A pesar de mis protestas, invariablemente Eneida, quien ahora ya manejaba, llegaba en el Nissan, se estacionaba bajo un farol en el solitario estacionamiento y sentada en el capó me esperaba junto a Quimera. Le llevaba una hamburguesa sin salsa a Quimera, una gigante con mucho picante al espectáculo más bello que Dios dio después de un amanecer de primavera. En mi primer domingo libre salimos en nuestro viejo Nissan, descendimos en un solitario parque para hacer un picnic. Quimera estaba inquieta, no quería salir, a pesar de que Eneida le compró 5 pelotas de estambre fosforescente. Hasta que inevitablemente llegaron los del Imperial. —Son ellos otra vez —dijo Eneida. —¿Los conoces? —Me acosan. Los he corrido varias veces de la casa. Tratan de meterse en ella. Quimera los escupe... No sé por qué, pero quieren llevarse a Quimera. A veces pienso que son de la compañía aseguradora. Me imagino que piensan que maté a mi padre. —Jóvenes, por favor, les suplico. Deben devolver esa gata. No les pertenece. No saben el peligro que corren —dijo el hombre, por primera vez con algo parecido a preocupación. —Oiga, amigo. Creo que nos ha molestado bastante. Me parece que llamaremos a la policía... —No pueden hacer nada. Ese animal tiene un dueño muy poderoso. Quimera se escapó y comenzó a correr. Eneida salió disparada y yo también. Ellos igualmente. Hasta que me di cuenta de que se convertían en una sombra que, pegada a las paredes de casas, galpones abandonados, edificios, a toda velocidad nos perseguían. El Imperial ya no era el Imperial, también era algo que no sabíamos qué era, pero igualmente nos perseguía. Entramos a un callejón. —¡Quimera! ¡Quimera! Ven... Tranquila... Ven con mami. Nadie te va a entregar —llamaba Eneida. Ahí estaba el monstruo, inmenso, horrible, hediondo en el final del callejón. Nos quedamos paralizados.
—¡Quimera! ¡Por mi Dios! —dijo espantada Eneida al ver aquel animal aterrorizado, acorralado, espantosamente feo y peligroso. Los vi transformarse. Eran unas serpientes gordas con patas...
No necesitaban hablar. Ya sabía de dónde eran. Ahora lo comprendí todo. Quimera era un producto horrendo del mal y, por alguna razón, nosotros la habíamos cuidado. Ella era parte de nosotros y nosotros de ella. —NO iré... No quiero ir... Tengo un hogar —estalló dentro de mi cerebro, proveniente del aterrado monstruo. —Ellos no son nuestra gente... Nuestro inmundo maestro te necesita... Tú solamente eres de él. —No —gritó el monstruo aterrado—. Él no es mi dueño... Este es mi hogar. Siempre lo ha sido y lo que en él está es mío... —Entonces ellos vendrán con nosotros. Ella ya es parte nuestra. La reviviste sin permiso de nadie. —Ella también es mi madre. Esta vez no me la quitarán... —explicó Quimera. Huimos desesperados. Asustados. Corrimos a todo dar. Entramos en el carro y aceleramos velozmente de ahí. Como adolescentes fuimos al único sitio al que podíamos ir: a la casa. —Estoy muerta. Estoy muerta —entendió Eneida—. Yo morí esa noche en el choque. Quimera me revivió. —¡Mentira! —grité aterrado... —Yo sé cómo soy. Por eso no quería que lo supieras... Por eso te imploré que no me dejaras. De alguna manera siempre supe la verdad —me dijo Eneida—. Yo sí sé cómo soy. —Eres la chica que amo. La única. No te preocupes. Esos tipos son unos locos. Nada nos afecta... Te diré... He tenido sueños... Sueños... Yo todo lo sé... Nada nos pasará. —¿Me amas así? —dijo Eneida transformándose delante de mí en un cadáver abierto, putrefacto, purulento, lleno de negros gusanos, sin ojos.
—¡Dios! ¡Dios! Otro sueño —dije retrocediendo, cayendo en el suelo, viéndola espantado. —Me habían declarado muerta. Tú llegaste. Sentí tu angustia desde el pasillo donde estabas. Sabía que Quimera era especial, pero no sabía que era propiedad del demonio. Sabía que era prohibido, pero tú me devolviste. Ella me cuidó... Ella necesita amor. Era maltratada y se aficionó a nosotros. Ella me dio vida, pero en realidad fuiste tú quien me ha revivido con la fuerza de tu amor —explicó con una rara angustia, muy distinta a su forma de ser habitual. No pude decir nada. Eneida volvió a su forma normal... Simplemente me desmayé. Dormí un sueño sin sueños hasta que desperté..
Fi
Lo recuerdo. Lo revivo. Sé que estoy muriendo... o quizás ya estoy muerto. La puerta fue derribada. Un combate... un combate mortal. Y yo, como siempre, no pude hacer nada. No pude defenderlas.
Ahora siempre estoy con una máscara de oxígeno. Me llevaron, me llevaron al hospital. Vi la casa en llamas. Mi casa en llamas. Eneida. Quimera. Otra vez.
¡No puede estar ocurriendo otra vez!
III
Estuve en el hospital. Fui uno de los pocos sobrevivientes de la promoción maldita del Liceo Japonés Americano Cristina Takeshi. Tres chicos y una chica murieron. Eneida, según los periódicos, murió en el incendio. Las investigaciones concluyeron que fuimos víctimas de secuestradores, delincuentes de bandas como el Tren de Aragua o las Disidencias del Cauca. Lo de siempre. Lo fácil.
La narrativa oficial.
Indocumentados protegidos por los mismos de siempre: demócratas, kirchneristas, chavistas. Como si todo lo que nos pasó pudiera explicarse con política barata.
Zefora, Adanech, Sachiel, Dexter, Oholiva y su novio. Leyda. Gabriel. Todos con su fascinación morbosa por los funerales. Como si el dolor fuera una forma de arte.
Decían que los ladrones, al encontrar dos adolescentes viviendo solos, irrumpieron y nos atacaron. Uno disparó. Una bombona de gas explotó.
La casa se incendió.
Nunca los atrapan.
Nunca apareció Quimera.
Pero yo sé que no fue nada de eso...
Fueron los sirvientes del Innombrable quienes lo incendiaron todo. Venían por ella. Y como nosotros teníamos algo suyo, mataron a Eneida y se la llevaron. No sé cómo sobreviví. Solo sé que regresé para encontrar la casa de Eneida reducida a cenizas. Lo único intacto: el Nissan estacionado.
Me quedé ahí. De pie. Horas.
Hasta que los vecinos me arrastraron a la casa de mi padre. Nadie vio a Eneida.
Fue mi madre quien me recibió. Me llevó adentro.
A mi vida de siempre.
A la rutina. A la soledad.
A sentarme a cenar con mi padre mientras hablaba del Paris Saint-Germain, como si eso pudiera recomponer algo.
Volví a mi cuarto. Ya no podía llorar. No fui al entierro de Eneida. Nadie supo más de Quimera.
Los años pasaron.
Cecilia se divorció de mi padre. Él aún vive. Viejo. Con Alzheimer. Sale desnudo a la calle. No me reconoce. A veces cree que soy su madre. Otras, mi madre. Y llora. Habla con ella.
En ese momento... está completamente lúcido.
Conocí a una mujer. Me casé con ella… por intentarlo.
Una buena mujer. Equilibrada. Organizada.
Me dio un hijo.
Tenemos una casa moderna. Un Peugeot 5008.
Trabajo. Vivo. Existo.
Pero siento que todo es falso.
Una vida que debió terminar junto a Eneida.
I
¿Por qué estabas conmigo?
El signo de nuestra relación fue amor, dolor y miedo.
Y esa es la pregunta que jamás tendrá respuesta.
Sin que nadie lo supiera, empecé a visitar la tumba de Eneida.
Está algo descuidada. Prometo mantenerla impecable. Lo juro.
Caminé hacia mi auto.
Sobre el capó, estaba Quimera.
Desnutrida. Despeinada. Abandonada.
No debería estar viva. Los gatos no duran tanto.
Pero ahí estaba. Firme. Mirándome con esos ojos amarillos que parecen agujeros hacia otro mundo.
Me reconoció de inmediato.
La tomé. La apreté contra mi pecho. Y ronroneó.
Los recuerdos me aplastaron como una ola de concreto caliente.
—Esta vez haremos las cosas bien... —le dije—. Tengo una familia. Tengo un hijo. No puedo cambiar eso. Pero ellos te cuidarán. Te querrán.
Recordé las tres cartas del tarot.
Quimera ronroneó, más fuerte.
—Pero esa también será tu casa —le susurré, mientras la acomodaba en el asiento del copiloto—. ¿Me comprendes?
Me miró.
—¿Estás segura? ¿Eso es lo que quieres? ¿Aceptar a mi nueva familia? —pregunté, sabiendo la respuesta.
La gata ronroneó.
Aceleré. A fondo.
—¿Me dolerá?
Maulló.
IV
Y así, una joven viuda y su hijo recibieron su indemnización.
Una viuda bonita no queda sola. Llora unos meses, se le condonan deudas y después... sigue.
Cuando mi cuerpo yacía frío, abierto en canal, en la morgue, con mis órganos flotando en frascos rotulados... vino a verme alguien.
Un hombre amable.
Pero no sonreía.
Nadie lo veía.
Tenía patas de macho cabrío.
El dueño de Quimera.
—Has fastidiado mucho las cosas —me dijo—. Pero hay códigos. Y resulta que hiciste algo bueno. Lo odio, pero debo cumplir las reglas.
Cuidaste a una de mis mascotas. Dos veces.
Ella ya no puede volver conmigo. Tiene sentimientos... y eso es un problema para mí.
Ni tú irás conmigo tampoco.
Pero alguien ha estado de visita por mis dominios.
Y su expediente me obligaron a revisarlo...
Un solo acto de amor te salva.
Un solo acto de maldad... te condena.
—¿Cómo debo llamarlo?
—Hugo Rafael. Aquí soy socio de Bill y Hillary Clinton. Mi gerente es Hunter Biden.
Salí con cautela.
No sabía cuál era mi aspecto.
Nadie huyó. Quizás nadie me veía.
Quizás estaba vivo. O algo parecido.
Me tomó tiempo reinsertar mis órganos. Lo que recordaba de biología de tercer año fue útil.
Caminé horas, descalzo. El sol quemaba.
Llegué a mi antiguo trabajo.
Había un pequeño parque al lado del estacionamiento.
—Tengo un hijo de dos años. Mis hermanas tienen tiempo sin verme —dije en voz baja.
—¿A ti te sigue gustando mi lunar? —me respondió Eneida.
—Mis senos no han perdido firmeza.
Me abrazó. Fuerte.
Con la tibieza divina de su cuerpo.
Aunque algo borrosa... o era mi vista.
—Tengo mucho tiempo esperándote —me dijo.
—Volví por ti. Engañé hasta al diablo. Salté por la ventana de la morgue para estar contigo. La única mujer que he amado. Desde niño. Hasta ahora. Y por toda la eternidad.
Caminamos sin saber dónde íbamos.
Ni cuánto tiempo había pasado.
La casa estaba deteriorada. Las ruinas del incendio.
Sabíamos que encontraríamos tentaciones.
Y sabíamos que una advertencia de Hugo Rafael... nunca era en vano.
Quimera se acomodó en su regazo.
Nos mantuvimos así.
Todo había cambiado.
O nada.
—Vas a estar bien.
Papi y mami no te abandonarán.
Aunque ahora somos muy pobres. No tenemos ni dónde dormir.
La gata ronroneó feliz, enterrada entre los senos de su madre.
Habíamos saltado por el espejo morado. El que solo aparece una vez.
Y en los contratos de ese mundo, casi siempre gana el más taimado.
El abogado que redacta las reglas.
⏩⏩
La casa pudo recuperarse.
Durante un tiempo tuvo un cartel de "SE VENDE".
Nadie la compró.
Demasiadas cicatrices. Demasiado fuego.
El viejo periódico aún reseña el accidente.
Mi foto.
El Nissan President hecho trizas contra un camión cargado de piedras.
⏩⏩
A veces se ve la puerta entreabierta.
Una gata tricolor siempre observa desde la ventana.
Los vecinos se han mudado.
Llegaron otros. Sirios. Venezolanos. Georgianos. Ucranianos.
La cuadra envejeció.
Un día apareció un clásico BMW 745 turbo diésel.
Y se quedó.
Desde entonces, es parte del paisaje.
Dicen que el hombre se parece mucho a un chico que murió años atrás.
Golpeado por unos chavistas.
Por celos.
Por una muchacha ligera de cascos.
Ella, dicen, se parece a una joven destrozada en un choque.
Con un Charger.
Pero esas son solo historias.
Y los gatos... los gatos se confunden.
No tienen hijos.
Solo una gata de tres colores.
Se aman profundamente.
Dicen que alguien les regaló la casa.
Que hicieron un favor que no se pudo negar.
Viven bien. No trabajan. Viajan por largos períodos.
Los comentarios detrás de mí... las sonrisas hipócritas...
No me importan.
Quimera no envejece.
Yo sigo pareciendo un adolescente.
Y ella... ella es simplemente espectacular.
A veces me desdoblo. Me veo desde fuera.
Cualidades que llegan con el tiempo.
Desdoblamiento.
Sueños que entendí no eran sueños.
Eran reales.
En la medianoche, mi madre aparece en la puerta, iluminada por una vela.
Dicen que está enferma.
Pero nosotros ya entendemos.
Solo hubo un escándalo.
Una señora bonita y un niño tocaron la puerta.
Se oyeron gritos.
Algunos dirán que de terror.
Yo digo que fue la sorpresa.
Y después... todo volvió a la normalidad.
⏩⏩
A veces, un Imperial blanco se estaciona en la madrugada.
Un hombre elegante desciende.
Parece ser de la familia.
Una vecina curiosa trajo una torta.
Solo quería fisgonear.
La joven la recibió con una sonrisa.
Conversaron.
Pero la mujer, al ver las fotos del recibidor... se congeló.
Era ella.
La misma de cincuenta años atrás.
Por un instante, vio la casa quemada, fea, deshecha.
Y a una chica podrida, sin ojos, el cráneo hundido, el cerebro al aire.
Tenía los intestinos entre las manos.
Y luego... todo volvió a la belleza. A la luz.
A lo moderno.
La vecina se despidió rápido.
Nunca volvió.
FIN
https://youtu.be/R9NLEjQRG_E?si=Q4c_RqblRsZEgS_0




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