Capitulo 5 y 6
y le disgustaba un poco la auto intención de él . “Tu colega en Adelaide.”
Henry ajustó el espejo retrovisor, un gesto que Yorlett había notado que repetía con frecuencia, como si también temiera ser seguido.
“Kira Nguyen,” respondió. “Mitad vietnamita, mitad australiana. Brillante, poco convencional. La academia la considera demasiado… esotérica en sus métodos de investigación.”
“¿Qué significa eso exactamente?”
“Significa que mientras la mayoría de antropólogos estudian las tradiciones aborígenes desde una distancia segura y académica, Kira se sumerge en ellas. Participa en rituales, aprende los idiomas, vive con las comunidades durante meses.” Hizo una pausa. “Algunos colegas la llaman ‘nativa wannabe’ a sus espaldas. Yo creo que simplemente entiende que hay conocimientos que no pueden adquirirse a través de libros y entrevistas formales.”
Yorlett asintió, sintiendo una afinidad inmediata con esta mujer que aún no conocía.
“¿Y crees que podrá ayudarnos?”
“Si alguien puede, es ella,” afirmó Mateo. “Kira ha documentado extensamente las historias sobre Nankurunaisa, especialmente en la región de Ooldea. Ha rastreado variaciones del mito a través de diferentes grupos lingüísticos aborígenes.”
--“¿Sabe que vamos a verla?”
“Le envié un mensaje críptico,” admitió Henry. “Solo le dije que necesitaba su ayuda con un ‘asunto estelar urgente’ y que llevaría a alguien conmigo. No quería arriesgarme a dar demasiados detalles por teléfono o mensaje.”
Yorlett volvió a mirar por la ventanilla. El paisaje había cambiado gradualmente, las densas zonas boscosas de la costa dando paso a llanuras más abiertas, más secas. Estaban acercándose al dominio del ente , y podía sentirlo. El colgante de protección contra su pecho parecía más pesado, más caliente.
“¿Falta mucho?” preguntó, intentando ocultar su creciente inquietud.
“Un par de horas,” respondió Henry . “Llegaremos antes del anochecer.”
Ella cerró los ojos, intentando descansar. No había dormido bien en la cabaña, demasiado alerta, demasiado consciente de la presencia que acechaba entre los árboles. Pero el sueño se negaba a llegar, reemplazado por recuerdos fragmentados que emergían como burbujas desde las profundidades de su mente.
Año y medio antes de Graduarse en la Universidad. Melbourne.
Yorlett había seguido el consejo de Djalu. Había abandonado el campamento del desierto esa misma tarde, tomando el primer transporte disponible de vuelta a la civilización. Durante semanas, se había sumergido en la rutina urbana de Melbourne,en sus clases de la Universidad, en el ruido, las luces, la constante actividad humana que parecía mantener a raya los recuerdos de lo que había experimentado en el desierto.
La marca en su muñeca se había desvanecido gradualmente hasta convertirse en una cicatriz pálida, apenas visible excepto bajo cierta luz. El colgante de protección que Djalu le había dado permanecía alrededor de su cuello día y noche, un recordatorio constante de que lo que había vivido no había sido un sueño o una alucinación.
Durante esos primeros meses, había intentado convencerse de que estaba a salvo, de que no fue marcadaera por una entidad ligada al desierto,y que ahora era incapaz de alcanzarla en la ciudad. Había retomado su afición como artista visual aficionada mientras terminaba su carrera , centrándose en proyectos urbanos, evitando deliberadamente cualquier tema relacionado con el desierto o las estrellas. A recibir los pocos días en que OMEO venía a visitarla. En una pasión desenfrenada que la atacaba cuando llegaba su novio. Debía admitirlo. Estaba orgullosa de pasear con él por las calles.Sabía que más de una se preguntaría cómo lo había conquistado. Pues con todo. Y todo significaba todo.
Pero entonces comenzaron las pesadillas.
Siempre seguían el mismo patrón: se encontraba de nuevo en aquel cañón del desierto, rodeada de arte rupestre que cobraba vida bajo la luz de las estrellas.Nankurunaisa aparecía, no como el hombre atractivo que había conocido, sino en su forma verdadera: una entidad de arena y luz estelar, con ojos que contenían galaxias enteras.
En el sueño, él extendía su mano hacia ella, ofreciéndole conocimientos prohibidos, poder más allá de lo humano. Y cada vez, justo antes de despertar, Ella a pesar de su resistencia, se descubría a sí misma aceptando, tomando su mano, sintiendo cómo su esencia se fundía con la de él en una unión que era tanto éxtasis como agonía en una lujuria que no tenía límites en los inimaginables niveles de depravación que se desarrollaba entre los dos
Despertaba siempre con un grito ahogado, el cuerpo cubierto de sudor frío, convulsionando por incontrolables orgasmos, que jamás imaginó experimentar, y la marca en su muñeca ardiendo como si acabara de ser grabada.
Esos ataques Se incrementaban más y más. Aquella noche en particular, la pesadilla había sido más vívida que nunca. Al despertar, Yorlett encontró su cama cubierta de una fina capa de arena rojiza, arena que no podía haber llegado allí por medios naturales. Su apartamento estaba en el octavo piso de un edificio en el centro de Melbourne, a cientos de kilómetros del desierto más cercano.
Con manos temblorosas, recogió un puñado de arena. Brillaba tenuemente en la oscuridad de su habitación, con el mismo resplandor sobrenatural que había visto en el desierto.
“No es posible,” murmuró para sí misma, dejando caer la arena como si se quemara.
Se levantó apresuradamente, encendiendo todas las luces del apartamento, como si la iluminación pudiera ahuyentar la presencia que sentía cernirse sobre ella. Fue entonces cuando notó algo en el espejo del baño: palabras escritas en el vaho, a pesar de que no había usado la ducha.
Te encontraré donde quiera que vayas, pequeña estrella, fuiste mía en el desierto, aquí también fuistes mía, bella, preciosa, depravada en la cama, ardiente entre mis brazos,, la reina de mis sueños,la dueña de mi cuerpo.Siempre eres y seras mia..
Yorlett retrocedió, chocando contra la pared. Las palabras comenzaron a desvanecerse lentamente, como si nunca hubieran estado allí.
Con el corazón martilleando en su pecho, corrió de vuelta a su habitación y tomó su teléfono. Marcó el número que Djalu le había dado antes de partir del campamento, un número que había prometido no usar a menos que fuera absolutamente necesario.
Tres tonos. Cuatro. Cuando estaba a punto de colgar, una voz respondió:
“¿Yorlett ?” La voz de Djalu sonaba distante, como si estuviera muy lejos, pero también alerta, como si hubiera estado esperando su llamada.
“Está aquí,” dijo ella sin preámbulos, la voz quebrada por el miedo. “En mi apartamento. La arena, un mensaje en el espejo, hace un rato me ultrajo…”
“Cálmate,” respondió el anciano, su tono firme pero amable. “Respira profundo. El miedo es su alimento . No debes permitir que te consuma.”
Yorlett intentó seguir su consejo, inhalando profundamente varias veces hasta que su pulso comenzó a normalizarse.
“Pensé que estaría a salvo en la ciudad,” dijo finalmente. “Lejos del desierto.”
Hubo un largo silencio al otro lado de la línea.
“La distancia física ayuda,” respondió Djalu eventualmente. “Pero no es suficiente. No si ya has establecido una conexión profunda con él.”
“¿Qué quieres decir?”
“El es un ser de dos mundos, Existe tanto en el plano físico como en el espiritual. Puede proyectar su influencia a través de sueños, a través de objetos que ha tocado, a través de personas susceptibles a su poder.”
Yorlett miró la arena esparcida sobre su cama, brillando como estrellas caídas.
“¿Qué puedo hacer?” preguntó, la desesperación filtrándose en su voz.
“El amuleto que te di te protegerá hasta cierto punto,” respondió Djalu. “Pero necesitas más. Necesitas aprender a defenderte por ti misma.”
“¿Cómo?”
“Hay una mujer en Melbourne que puede ayudarte. Una anciana de mi pueblo que vive en la ciudad desde hace décadas. Su nombre es Amara Wirritjil.”
YORLETT buscó papel y lápiz, anotando la dirección que Djalu le dictó: una casa en Brunswick, uno de los suburbios interiores de Melbourne.
“Ve a verla mañana,” continuó el anciano. “Dile que yo te envío. Ella entenderá.”
“Gracias,” dijo , sintiendo un leve alivio ante la perspectiva de ayuda concreta.
“Yorlett ” la voz de Djalu se volvió más grave, más urgente. “Hay algo más que debes saber. Algo que no te dije en el desierto porque no quería asustarte más de lo necesario.”
Yorlett se tensó, presintiendo que lo que estaba a punto de escuchar no sería reconfortante.
“Nankurunaisa no es simplemente un espíritu ancestral que busca manifestarse en nuestro mundo,” explicó Djalu. “Es un depredador. Un parásito espiritual. Busca recipientes humanos no para comunicarse con nuestro mundo, sino para alimentarse de él.”
“¿Alimentarse? ¿De qué?”
“De emociones humanas. Miedo, deseo, desesperación… pero sobre todo, de potencial creativo. De almas con sensibilidad artística, como la tuya. Está devorando tu alma y tu cuerpo a través de un sexo depravado y tantrico. Seré sincero.Estas corriendo peligro. Quiere embarazarte para renacer desde ti”
Yorlett sintió un escalofrío recorrer su espalda. Su poco tiempo de trabajo como policía la llevó , una conexión con algo más allá de lo racional que canaliza a través de una relación que fue el peor engaño hecho a alguien.
“¿Por qué yo?” preguntó, aunque ya sospechaba la respuesta.
“Tu linaje,” respondió Henry simplemente. “Hay familias que, a lo largo de generaciones, han desarrollado una sensibilidad especial hacia lo sobrenatural. A veces por sangre, a veces por circunstancias. Tu abuela era una de esas personas. Y tú has heredado su don.”
Yorlett se quedó inmóvil, recordando las extrañas historias que su abuela le contaba, las canciones en un idioma que no era español ni inglés, los rituales aparentemente inocentes que realizaban juntas bajo las estrellas.
“¿Cómo sabes sobre mi abuela?”, preguntó, su voz apenas un susurro.
Hubo otro largo silencio.
“Porque ella también fue marcada,en su momento” respondió finalmente Djalu. “Hace muchos años, cuando visitó Australia por primera vez. Fue ella quien me enseñó a reconocer los signos, a entender el peligro.Nos vimos y nos reconocimos. Ella vino aquí no para visitarlas a ustedes. Estaba en una búsqueda espiritual.Apenas te Vi te reconocí. Y cuando lo ví contigo entendí que se repetiría un ciclo del tiempo de los peligros ”
La revelación golpeó a Yorlett como un puñetazo físico. Su abuela, la mujer que la había criado después de la muerte temprana de su padre,ayudó a su madre Isabel a sacarla adelante. Su abuela hija única, su madre hija única,ella hija única.
Su abuela, la mujer que le había enseñado a mirar las estrellas con asombro, pero también con respeto… ¿Se había enfrentado al mismo ser que ahora la perseguía?. Seria posible que todos estuvieran entrelazado?
“Nunca me lo dijo,” murmuró, más para sí misma que para Djalu.
“Te protegía,” respondió el anciano. “A su manera. Las historias que te contaba, las canciones, incluso ese medallón que siempre llevaba… todo era para prepararte, para advertirte sin asustarte.”
Yorlett tocó inconscientemente el colgante de protección que Djalu le había dado, tan similar al que su abuela siempre había llevado. Al quitarselo para dormir , su protección falló y el ente le hizo salvajemente el amor. Con odio entendio que ella colaboró activamente en el sexo. Creía recordarlo. Le dieron ganas de vomitar de asco, de sentirse sucia, de saber que estaba traicionando a OMEO
“Ve a ver a Amara,” repitió Djalu. “Ella te explicará más. Te enseñará a protegerte.”
Después de colgar, Yorlett permaneció sentada en el borde de su cama durante largo tiempo, observando la arena brillante que lentamente perdía su resplandor sobrenatural, convirtiéndose en simple polvo rojizo.
Con determinación renovada, comenzó a limpiar, recogiendo cada grano, asegurándose de no dejar rastro. No dormiría más esa noche. Fue a ducharse, estuvo casi una eternidad bajo la regadera. Sentia arena en su cuerpo, sentia depravados besos en su boca, sentia el ardor de un sexo violento en su vagina y ano. Supo que ella le hizo feneticamente sexo oral. ahora lo sabía.
Al amanecer, visitaría a Amara Wirritjil y comenzaría a aprender cómo defenderse de un dios. Lo peor. Un mensaje de Omeo. Llegaría a visitarla. Se sintió sucia, se sintió que su autoestima la abandonaba.
“Yorlett.”
La voz de Henry la sacó bruscamente de sus recuerdos. Había estado tan sumida en ellos que no había notado que el coche se había detenido.
“Hemos llegado,” dijo su amigo, su devoto enamorado, señalando hacia una modesta casa de estilo victoriano en las afueras de Adelaide.
Ella parpadeó, orientándose. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras. Pronto sería de noche, y con ella, vendría la constelación de Orión.
“¿Estás bien?” preguntó Henry, notando su expresión preocupada.
Asintió, aunque ambos sabían que era una mentira.
“Vamos,” dijo, abriendo la puerta del coche. “No tenemos mucho tiempo.”
La casa de Kira Nguyen estaba rodeada por un jardín exuberante que contrastaba con la sequedad general de los alrededores. Plantas nativas australianas se mezclaban con especies asiáticas en una armonía que parecía desafiar las leyes de la botánica.
Antes de que pudieran llegar a la puerta, esta se abrió, revelando a una mujer de unos cuarenta años, con rasgos que evidenciaban su herencia mixta: ojos ligeramente rasgados, piel aceitunada, cabello negro azabache con un mechón blanco que recordaba inquietantemente a los de Nankurunaisa.
“Henry ,” saludó la mujer, su voz sorprendentemente grave para su figura menuda. “Y tú debes ser Yorlett.”
Ella se tensó. No recordaba que Henry hubiera mencionado su nombre en el mensaje.
“¿Cómo…?”
“Te he estado esperando,” respondió Kira simplemente, haciéndose a un lado para dejarlos pasar. “O más bien, he estado esperando a alguien como tú desde hace mucho tiempo.”
El interior de la casa era tan ecléctico como su jardín. Artefactos aborígenes compartían espacio con estatuillas budistas y cristales de cuarzo. Libros en varios idiomas se apilaban en estanterías que llegaban hasta el techo, y mapas estelares antiguos cubrían una pared entera.
“Siéntense,” indicó Kira, señalando un juego de sillones dispuestos alrededor de una mesa baja de madera tallada. “Prepararé té.”
Mientras su anfitriona desaparecía en la cocina, ella miró a Henry con expresión interrogante.
“No le dije tu nombre,” confirmó él en voz baja, anticipando su pregunta. “Y tampoco mencioné nada sobre Nankurunaisa ”
Antes de que pudieran especular más, Kira regresó con una bandeja que contenía una tetera humeante y tres tazas de cerámica sin asas.
“Té de loto y eucalipto,” explicó mientras servía. “Bueno para aclarar la mente y fortalecer el espíritu.”
Colocó una taza frente a Yorlett y la miró directamente a los ojos.
“Muéstrame la marca,” dijo sin preámbulos.
Sintió un escalofrío. Sin decir palabra, levantó la manga de su camisa, revelando la cicatriz en forma de constelación en su muñeca izquierda.
Kira la estudió con intensidad, sin tocarla.
Nankurunaisa -- murmuró finalmente. “El cazador estelar. Ha pasado mucho tiempo desde que marcó a alguien tan claramente.Está obsesionado, está enloquecido con tu cuerpo. Se ve en las marcas”
“¿Conoces otros casos?” -- preguntó Henry, inclinándose hacia delante con interés académico.
Kira asintió lentamente, sus ojos aún fijos en la marca de Yorlett.
“A lo largo de los años, he documentado siete casos confirmados en diferentes lapsos de tiempo” respondió. “Y he oído rumores de al menos una docena más.” Hizo una pausa, levantando finalmente la mirada hacia el rostro de Yorlett. “Pero nunca había visto una marca tan… completa. Tan profunda. Es evidente y muy cierto que estás obsesionado con tu cuerpo. Está atraído sexualmente. Te engañó y es evidente que tuvieron y tienen sexo muchas veces.”
“¿Qué significa eso?”-- preguntó Yorlett con un estremecimiento, bajando la manga para cubrir la cicatriz que de repente parecía arder bajo el escrutinio de Kira.De una forma y otra tenía un sentimiento de ser culpable,cómplice y originadora de lo sucedido,anteriormente odiaba que Henry supiera su extraña actividad sexual.
“Significa que él te ha elegido específicamente,” respondió la antropóloga. “No como una simple fuente de energía o un recipiente temporal. Sino como algo más… permanente.”
Yorlett sintió que su estómago se contraía.
“¿Un recipiente permanente? ¿Posesión completa?”
Kira negó con la cabeza.
“Algo más complejo. Más íntimo.” Tomó un sorbo de su té antes de continuar. “En la mitología tradicional. Nankurunaisa persigue eternamente a las siete hermanas Yugarilya. Nunca las alcanza, nunca satisface su deseo. Es un ciclo sin fin de anhelo y frustración.Ellas son sus hermanas”
“Lo sé,” dijo Yorlett. “Me contó la historia él mismo.”
Kira la miró con renovado interés.
“¿Te habló directamente? ¿En su forma humana?”
Yorlett asintió.
“Se hacía llamar Nankurunaisa. Parecía un hombre normal, excepto por sus ojos y esos extraños mechones blancos en su cabello.”
Kira intercambió una mirada significativa con Mateo.
“Eso es… inusual,” dijo finalmente. “Normalmente se comunica a través de sueños, visiones, posesiones temporales de animales o personas susceptibles. Que haya mantenido una forma física estable durante un período prolongado indica un nivel de poder que no había manifestado en generaciones. Y dió su nombre verdadero.Definitivamente el placer que le diste lo enloqueció”
“¿Eso es todo lo quiere de mí?” preguntó Yorlet, aunque temía conocer la respuesta.
Kira dejó su taza sobre la mesa y se levantó, dirigiéndose a una de las estanterías. Regresó con un antiguo libro encuadernado en piel, sus páginas amarillentas por el tiempo.
“Según los textos más antiguos,” dijo, abriendo el libro en una página marcada, Nankurunaisa no siempre fue un perseguidor frustrado. En las versiones originales del mito, anteriores a la llegada de los europeos, él logra capturar a una de las hermanas. Cómo dije ellas son sus hermanas.”
-- Dios mío . Soy su hermana? Tenía sexo con sus hermanas?
-- No es tan lineal-- afirmó la mujer
“¿Qué?” ---Henry se inclinó para ver mejor el texto. “Nunca he encontrado esa versión en ninguna fuente académica.”
“Porque fue suprimida,” explicó Kira. “Considerada demasiado peligrosa para ser compartida libremente. Solo los custodios de conocimiento más respetados en ciertas comunidades aborígenes conservan esta versión.”
Yorlett observaba las ilustraciones en el libro: dibujos primitivos que mostraban a una figura masculina fusionándose con una femenina, rodeadas de símbolos estelares.En realidad no le parecía muy correcto
“En esta versión,” continuó Kira, “Nankurunaisa no busca simplemente poseer a una de las hermanas. Busca fusionarse con ella, crear una nueva entidad que no sea ni completamente él ni completamente ella, sino algo nuevo, más poderoso que cualquiera de los dos por separado.”
“Una unión,Embarazarme para nacer desde mi” murmuró Yorlett con una creciente sensación de angustia, recordando la sensación de su primer contacto con Nankurunaisa , cómo sus esencias parecían mezclarse, fundirse.
“Exactamente,” asintió Kira. “No una posesión, sino una fusión consentida. Un matrimonio cósmico, por así decirlo.De hecho ya lo hicistes”
“Pero eso no explica por qué me persigue a mí,” insistió Yorlett . “No soy una entidad estelar. Soy humana.”
Kira cerró el libro lentamente.
“Las entidades como Nankurunaisa existen simultáneamente en múltiples planos de realidad,” explicó. “En el plano físico, en el espiritual, y en lo que algunos llamarían el plano astral o estelar. A lo largo de los milenios, han interactuado con humanos de diversas maneras, a veces benéficas, a veces… no tanto.”
Hizo una pausa, como si considerara cuidadosamente sus siguientes palabras.
“Ocasionalmente, estas interacciones resultan en linajes especiales. Humanos con una conexión innata a estas entidades, con una sensibilidad que trasciende lo normal.” Miró directamente a la muchacha. “Tu abuela era una de esas personas. Y tú has heredado esa conexión, amplificada por tu propio talento artístico, tu capacidad para ver más allá de lo evidente.”
Yorlett sintió un escalofrío recorrer su espalda.
“¿Estás diciendo que tengo… sangre de estrellas? ¿Que no soy completamente humana?”
“Todos somos polvo de estrellas, en el sentido más literal,” respondió Kira con una leve sonrisa. “Pero sí, en tu caso, la conexión es más directa, más consciente. No es que no seas humana, sino que eres humana con algo extra, algo que la mayoría de las personas han olvidado que alguna vez poseyeron. ”
El silencio cayó sobre la habitación mientras Yorlett procesaba esta información. Fuera, el cielo se había oscurecido por completo, y las primeras estrellas comenzaban a aparecer.
“¿Cómo lo detengo?” preguntó finalmente, su voz firme a pesar del miedo que sentía. “¿Cómo rompo esta conexión?”
Kira la miró con una mezcla de compasión y algo más difícil de definir. ¿Envidia? ¿Fascinación?
“No estoy segura de que puedas romperla completamente,” respondió con honestidad. “La marca es profunda, el vínculo ya está establecido. Pero puedes aprender a controlarlo, a establecer límites, a protegerte de su influencia más invasiva.”
Se levantó nuevamente, esta vez dirigiéndose a un armario en la esquina de la habitación. De él extrajo una caja de madera tallada con símbolos similares a los del colgante de protección que su madre Elena a veces llevaba.
“Estos son artefactos y textos que he recopilado a lo largo de los años,” explicó, colocando la caja sobre la mesa. “Rituales de protección, símbolos de poder, hierbas y minerales con propiedades específicas contra influencias astrales.”
Abrió la caja, revelando su contenido: pequeños frascos con polvos y líquidos de diversos colores, amuletos tallados en piedra y hueso, pergaminos con símbolos arcanos.
“Te enseñaré a usarlos,” continuó. “Te enseñaré a fortalecer tu mente contra sus intrusiones, a reconocer cuando está intentando influenciar, a bloquear sus ataques más directos.”
Yorlett observaba los objetos con una mezcla de esperanza y escepticismo.
“¿Y eso será suficiente?”
La expresión de Kira se volvió grave.
“No lo sé", admitió. Nankurunaisa es antiguo y poderoso. Y por lo que describes, está más determinado, más focalizado de lo que ha estado en siglos.” Hizo una pausa. “Pero es mejor que seguir huyendo sin dirección, sin conocimiento.”
Asintió lentamente. Tenía razón. Después de un año de huir constantemente, de cambiar de identidad y ubicación cada pocas semanas, la perspectiva de enfrentar activamente a su perseguidor, de tomar control de la situación, resultaba extrañamente liberadora.
“¿Cuándo empezamos?” preguntó.
“Ahora mismo,” respondió Kira, señalando hacia la ventana. “Orión está ascendiendo. Es el momento en que el ente es más fuerte, pero también cuando es más visible, más… predecible.”
Ella siguió su mirada. Efectivamente, la constelación de Orión se alzaba sobre el horizonte, sus estrellas brillando con una intensidad que parecía sobrenatural.
Y mientras la observaba, sintió el tirón familiar en su mente, la presencia de nankurunaisa intentando establecer contacto. Pero esta vez, en lugar de resistirse ciegamente, se preparó para aprender a combatirlo en sus propios términos.
Lo que ninguno de los tres notó fue la figura que observaba la casa desde la distancia, parcialmente oculta entre las sombras de un eucalipto. Una figura cuyos ojos reflejaban exactamente el mismo brillo dorado que las estrellas de Orión sobre ellos.
. # Capítulo 5: Tierra Adentro
Las siguientes dos semanas en la casa de Kira Nguyen transcurrieron como un intenso entrenamiento espiritual. Cada mañana, Yorlett aprendía nuevos rituales de protección; cada tarde, estudiaba textos antiguos sobre entidades estelares; y cada noche, cuando la constelación de Orión ascendía en el cielo, practicaba técnicas de resistencia mental mientras Nankurunaisa intentaba establecer contacto.
Henry había regresado a Melbourne después de unos días, llevándose consigo copias de algunos textos para continuar su propia investigación desde la universidad. Su escepticismo académico inicial se había transformado en una fascinación casi obsesiva por el caso de Yorlett , aunque ella sospechaba que parte de esa fascinación provenía de la propia influencia de Nankurunaisa , extendiéndose como una telaraña invisible.
Aquella noche en particular, Yorlett se encontraba en el jardín trasero de la casa de Kira, sentada en el centro de un círculo de protección dibujado con ocre rojo y cenizas de eucalipto. La antropóloga había insistido en que era hora de pasar a un nivel más avanzado de entrenamiento.
“Hasta ahora, te he enseñado a bloquear, a resistir,” había explicado Kira mientras preparaban el círculo. “Pero la defensa pasiva no será suficiente a largo plazo. Necesitas aprender a contraatacar.”
“¿Contraatacar a un dios?” había preguntado, escéptica.
“No es un dios,” había corregido Kira. “Es una entidad antigua y poderosa, sí, pero no omnipotente. Tiene reglas, limitaciones. Y lo más importante: tiene vulnerabilidades.”
Ahora, bajo el cielo estrellado de Adelaide, Ella esperaba. El colgante de protección contra su pecho estaba caliente, vibrando ligeramente, señal de que Nankurunaisa estaba cerca, observando, esperando su oportunidad.
“Recuerda lo que practicamos,” dijo Kira, que permanecía de pie fuera del círculo. “Cuando sienta su presencia, no la rechaces inmediatamente. Déjalo entrar, pero solo hasta el primer nivel de tu consciencia. Luego, sigue el hilo de conexión de vuelta hacia él.”
Yorlett asintió, aunque la idea de permitir deliberadamente que Nankurunaisa entrara en su mente, incluso de forma limitada, la aterrorizaba. Durante el último año, había dedicado toda su energía a mantenerlo fuera.
“¿Y si pierdo el control?”Sucede es algo superior a mis fuerzas, es un anhelo sexual casi que inconcebible por lo pervertido que me envuelve y me prostituye --preguntó, la voz apenas un susurro.-- “¿Sí me atrapa?”
Kira señaló los símbolos dibujados alrededor del círculo.
“El círculo te protegerá. Y yo estaré aquí, observando. Al primer signo de peligro, romperé la conexión.”
Ella respiró profundamente, centrándose. La constelación de Orión brillaba directamente sobre ella ahora, Betelgeuse pulsando con un resplandor rojizo que parecía más intenso de lo normal.
“Está aquí,” murmuró, sintiendo la familiar presión en su mente, el intento de establecer contacto.
En lugar de resistirse, como había hecho durante tanto tiempo, ella relajó sus defensas mentales, permitiendo que la presencia se acercara. Inmediatamente, sintió el júbilo del ente , su sorpresa ante esta aparente rendición.
Yorlett , --su voz resonó en su mente, tan familiar como aterradora. --Mi pequeña estrella. Por fin has entendido que es inútil resistirse.
Imágenes comenzaron a fluir en su consciencia: el desierto bajo la luz de las estrellas, dunas que se movían como olas en un océano rojo, la sensación de poder absoluto al volar entre mundos.
Podemos tener esto juntos, continuó la voz de Nankurunaisa , seductora, hipnótica. Todo lo que tienes que hacer es aceptarme completamente. Dejar que nuestras esencias se fundan como estaba destinado. No quiero que estés inconciente de tus deseos. Quiero que seas mía con todos tus sentidos, que sientas mi poder dentro de tu cuerpo.
Yorlett sentía la tentación creciendo, el anhelo de rendirse a esa promesa de poder y conocimiento cósmico. Pero recordó las instrucciones de Kira. No estaba aquí para sucumbir, sino para contraatacar.
Con un esfuerzo supremo, mantuvo su consciencia separada mientras seguía el hilo de conexión que nankurunaisa había establecido, rastreándolo de vuelta hacia su fuente.
La sensación era como nadar contra una poderosa corriente. Por cada avance que lograba, la presencia de nankurunaisa intentaba empujarla de vuelta, mantenerla en el papel de receptora pasiva en lugar de exploradora activa.
¿Qué estás haciendo?--- La voz de Nankurunaisa cambió, la seducción dando paso a la alarma. Detente, pequeña estrella. No estás preparada para lo que encontrarás.
Pero Ella persistió, impulsada por una determinación nacida de meses de miedo y huida. Si iba a enfrentar a esta entidad, necesitaba entenderla, ver más allá de la fachada que presentaba.
Repentinamente, la resistencia cedió, y se encontró proyectada a través de un vórtice de imágenes y sensaciones: civilizaciones antiguas adoraban a las estrellas; rituales realizados bajo cielos prehistóricos; la llegada de los primeros humanos a Australia, guiados por patrones estelares; y a través de todo ello, Nankurunaisa, observando, interactuando, alimentándose de la adoración y el miedo.
Pero había algo más, algo que nankurunaisa intentaba ocultar desesperadamente. Una sensación de… ¿Soledad? ¿Anhelo?
¡SUFICIENTE!
La fuerza del grito mental de la expulsó violentamente de la conexión. se encontró de nuevo en el jardín de Kira, jadeando, el cuerpo cubierto de sudor frío a pesar del calor de la noche australiana.
Kira estaba arrodillada a su lado, sosteniendo sus hombros, su expresión era una mezcla de preocupación y asombro.
“¿Qué pasó?” preguntó la antropóloga. “Por un momento, pensé que te habíamos perdido. Tus ojos… brillaban con luz dorada.”
Intentó ordenar las imágenes caóticas que había presenciado, separar la verdad de las ilusiones que Nankurunaisa seguramente había plantado para confundirla.
“Lo vi,” dijo finalmente. “No solo lo que quería mostrarme, sino… más allá. Su historia, fragmentos de su verdadera naturaleza.” Hizo una pausa, intentando articular la revelación más sorprendente. “No es lo que pensábamos, Kira. No es simplemente un depredador.”
“¿Qué quieres decir?”
“Está… incompleto. Solitario.” Yorlett buscaba las palabras adecuadas para describir lo que había sentido. “La historia de su persecución eterna de las Yugarilya no es solo un mito para explicar el movimiento de las estrellas. Es su realidad, su maldición.”
Kira la ayudó a levantarse y la guió de vuelta hacia la casa. Una vez dentro, le sirvió un té de hierbas que Yorlett reconoció como una de las mezclas protectoras que habían preparado días antes.
“Explícame exactamente lo que viste,” pidió Kira, sentándose frente a ella.
Bebió un sorbo del té, agradeciendo el calor que se extendía por su cuerpo, contrarrestando el frío residual del contacto con Nankurunaisa.
“Vi fragmentos de su existencia a través de los milenios,” comenzó. “No de forma lineal, sino como… destellos de memoria. Ha estado aquí desde antes que los humanos, observando, interactuando ocasionalmente.”
“Eso concuerda con los mitos más antiguos,” asintió Kira.
“Pero hay más.” YORLETT dejó la taza sobre la mesa, sus manos aún temblorosas. “No siempre fue como es ahora. Antes era… diferente. Más completo. Parte de un equilibrio.”
“¿Qué cambió?”
“No lo sé exactamente. Había una barrera, algo que me bloqueaba de ver más allá de cierto punto en su pasado. Pero sentí su… anhelo. No solo deseo o hambre, sino una necesidad más profunda, más existencial.”
Kira se levantó y se dirigió a una de sus estanterías, extrayendo un antiguo pergamino enrollado.
“Esto podría explicarlo,” dijo, desplegando el pergamino sobre la mesa.
El documento mostraba un elaborado diagrama cosmológico aborigen, con la Vía Láctea representada como un río celestial y diversas constelaciones dibujadas como seres espirituales interconectados.
“Según algunas de las tradiciones más esotéricas,” explicó Kira, señalando una sección del diagrama, “las entidades estelares existen en pares complementarios. Dualidades que mantienen el equilibrio cósmico.”
“¿Como el yin y el yang?” preguntó Yorlett.
“Similar, pero más complejo. No sólo opuestos que se complementan, sino partes de un todo mayor que fueron separadas al principio de los tiempos.”
Kira señaló la representación de Orión en el diagrama, conectada por líneas tenues a otra constelación que Yorlett reconoció como las Pléyades.
“ Nankurunaisa y las Yugarilya no son simplemente cazador y presas en esta cosmología,” continuó Kira. “Son fragmentos de una conciencia estelar mayor que fue dividida. Su ‘persecución’ es en realidad un intento de reunificación.”
Recordó la sensación de anhelo desesperado que había percibido en él, tan diferente de la simple hambre predatoria que había esperado.
“Pero si eso es cierto,” dijo lentamente, “¿por qué es tan… destructivo? ¿Por qué posee personas?¿Por qué causa tanto daño?”
“Imagina estar incompleto durante eones,” respondió Kira. “Imagina buscar tu otra mitad eternamente, sin poder alcanzarla jamás. Esa frustración, ese anhelo insatisfecho… con el tiempo, podría corromper incluso a la entidad más benévola.”
Yorlett pensó en su propia experiencia con Nankurunaisa, en cómo había comenzado como fascinación mutua antes de tornarse depravada,oscura y posesiva.
“Entonces, ¿qué quiere realmente de mí?” preguntó. “Si lo que busca es reunirse con las Yugarilya…”
“Creo que ha encontrado otra solución,” respondió Kira, su expresión grave. “Si no puede reunirse con su contraparte original, quizás intenta crear una nueva. Un sustituto.”
“¿Conmigo?” sintió un escalofrío. “¿Convertirme en su… Yugarilya sustituta?”
“Es una teoría,” admitió Kira. “Basada en lo que me has contado y en algunos textos antiguos que hablan de ‘uniones estelares’. Tu linaje especial, tu sensibilidad artística, tu conexión innata con lo numinoso, el hecho que fuistes su mujer… Te hacen una candidata ideal para tal transformación., por eso quiere embarazarte a toda costa, para que seas su madre, su hermana y su amante.”
Yorlett se levantó abruptamente, caminando hacia la ventana. Fuera, la constelación de Orión comenzaba a descender hacia el horizonte occidental, pero aún podía sentir la presencia de Nankurunaisa, observando, esperando.
“No quiero ser transformada,” dijo con firmeza. “No quiero ser su complemento cósmico o lo que sea. Solo quiero mi vida de vuelta. Comprarme una camioneta Nissan Usada, pagar el crédito de mi casa , casarme con un hombre normal y tener dos hijos. Eso. No quiero nada especial, simplemente estar en paz y tranquila.”
Kira se unió a ella junto a la ventana.
“Puede que no sea tan simple,” dijo suavemente. “La marca que llevas, el vínculo que ya se ha establecido… no son cosas que puedan deshacerse fácilmente.”
“Tiene que haber una manera,” insistió “Algún ritual, algún conocimiento antiguo…”
“Quizás la haya,” concedió Kira. “Pero requeriría viajar al corazón del territorio de Nankurunaisa. Al lugar donde su presencia es más fuerte.”
“El desierto,” murmuró Yorlet , sintiendo un nudo en el estómago ante la idea de regresar allí.
“No cualquier parte del desierto,” precisó Kira. “El sitio exacto donde fuiste marcada por primera vez. Donde el vínculo comenzó. El campamento N3NE.”
Yorlett recordó lo sucedido, como perdió a OMEO, cerró los ojos, recordando el cañón con las pinturas rupestres, el lugar donde NUEVAMENTE Nankurunaisa se había revelado a ella en toda su sobrenatural gloria.
“Es demasiado peligroso,” dijo. “Allí su poder es máximo.”
“También lo es la posibilidad de romper el vínculo,” respondió Kira. “Los rituales más poderosos deben realizarse en lugares de poder. Es un principio básico de la magia simpática.”
la miró con sorpresa.
“¿Magia? Pensé que eras antropóloga.”
Kira sonrió levemente.
“La antropología estudia todas las creencias y prácticas humanas, incluyendo aquellas que la ciencia occidental descarta como ‘superstición’.” Su expresión se volvió más seria. “Además, después de lo que has experimentado, ¿realmente vas a cuestionar la existencia de fuerzas que trascienden nuestra comprensión racional?”
No pudo evitar una pequeña sonrisa irónica.
“Supongo que no,” admitió. “Entonces, ¿Cuál es el plan? ¿Volver al desierto y realizar algún tipo de ritual de separación?”
“No es tan simple,” respondió Kira. “Primero necesitamos prepararnos adecuadamente. Recopilar los materiales necesarios, estudiar los textos relevantes, fortalecer tus defensas mentales.”
“¿Cuánto tiempo?”
“Al menos una semana más. Y necesitaremos ayuda.”
“¿Henry?”
Kira negó con la cabeza.
“El es valioso para la investigación académica, pero lo que enfrentaremos requiere, digamos que puede haber una crisis de celos…
Las dos no pudieron evitar sonreír. Es que era tan evidente
--- Conozco a alguien que puede ayudarnos. Una anciana Pitjantjatjara que vive cerca de Uluru. Ella conoce rituales que ni siquiera yo he estudiado.”
“¿Amara?” preguntó , recordando a la anciana aborigen que la había ayudado después de su primer encuentro con Nankurunaisa.
Kira la miró con sorpresa.
“¿La conoces?”
“Me ayudó cuando escapé del desierto la segunda vez. Me dio este colgante de protección.” Yorlett tocó el amuleto que colgaba de su cuello.
Kira examinó el colgante con renovado interés.
“Esto explica mucho,” murmuró. “Amara Wirritjil es una de las últimas custodias de conocimiento tradicional sobre entidades estelares. Si ella te ayudó, es porque reconoció la gravedad de tu situación.”
“¿Crees que nos ayudará de nuevo?”
“Estoy segura,” asintió Kira. “Pero debemos ser cautelosos. Nankurunaisa seguramente estará vigilando, especialmente ahora que has logrado penetrar parcialmente sus defensas mentales.”
Como para confirmar sus palabras, un súbito golpe de viento sacudió la casa, haciéndo traquetear las ventanas. Fuera, el cielo previamente despejado se había oscurecido con nubes que parecían surgir de la nada.
“Está enfadado,” entendió Yorlett, sintiendo la familiar presión en su mente, aunque más débil que antes gracias a las protecciones de la casa de Kira.
“Es de esperarse,” respondió Kira, cerrando las cortinas. “Has visto más allá de la imagen que quiere proyectar. Has vislumbrado su vulnerabilidad.”
“¿Vulnerabilidad?” Yorlett frunció el ceño. “No me pareció especialmente vulnerable cuando intentaba poseerme.”
“Fijate lo que dijistes. Intento ,pero por primera vez no pudo ultrajante.Todos tenemos vulnerabilidades, . Incluso las entidades ancestrales.” Kira regresó a la mesa y comenzó a recoger el pergamino. “Su poder proviene en parte del miedo que inspira, de la imagen de depredador invencible que ha cultivado durante milenios. Al ver más allá de esa fachada, has ganado una ventaja.”
Yorlett no se sentía particularmente aventajada mientras escuchaba el viento aullar fuera, un sonido que le recordaba demasiado a la voz de Nankurunaisa cuando había gritado en su mente.
“Deberíamos descansar,” sugirió Kira. “Mañana comenzaremos los preparativos para el viaje al desierto.”
Esa noche, mientras intentaba dormir en la habitación de invitados que Kira le había asignado, tuvo un sueño diferente a las pesadillas habituales en las que Nankurunaisa 0 la perseguía.
Se encontraba en un paisaje estelar, flotando entre constelaciones que se movían como seres vivos. No había ni arriba ni abajo, sólo la vastedad del cosmos extendiéndose infinitamente en todas direcciones.
Frente a ella, la constelación de Orión brillaba con intensidad sobrenatural, sus estrellas pulsando como un corazón cósmico. Pero no sentía miedo, solo una extraña sensación de reconocimiento, como si estuviera viendo algo familiar desde una nueva perspectiva.
“Ahora empiezas a entender,” dijo una voz que era y no era la de Nankurunaisa. Más antigua, más profunda, menos humana.
Yorlett se giró, buscando la fuente de la voz, pero solo veía estrellas.
“¿Entender qué?” preguntó.
“Lo que realmente soy. Lo que realmente buscamos.”
Una forma comenzó a materializarse frente a ella, no el humanoide que había conocido en el desierto, sino algo más primordial: una entidad compuesta de luz estelar y vacío cósmico, con apenas un esbozo de forma humanoide.
“Yorlett Elena Hernández No soy tu enemigo, ” continuó la entidad. “Nunca lo fui.”
“Me has estado persiguiendo,” respondió ella. “Aterrorizándome. poseyendo contra mi voluntad.”
“Posesión?.” La entidad emitió un sonido que podría haber sido una risa. “Un concepto tan limitado, tan humano. No busco poseerte, pequeña estrella. Busco completarte. Como tú me completaras a mí. Cuando estas activa y lasciva entre mis brazos no parece que estuvieras en desacuerdo. Reconoce que estas enamorada de mi”
“No soy una estrella,” insistió . “Soy humana., y detesto el machismo, a posesión y la arrogancia”
“Eres ambas cosas,” respondió la entidad. “Como yo soy tanto estrella como consciencia. Fragmentos de luz atrapados en formas temporales, buscando reunificación.”
La entidad se acercó, sintió una extraña ausencia de miedo. En este espacio onírico, la presencia de Nankurunaisa no resultaba amenazante, sino casi… familiar.
“Tu amiga antropóloga está parcialmente en lo cierto,” continuó . “Busco completitud. Pero se equivoca al pensar que puedes simplemente romper nuestra conexión y seguir tu camino. El vínculo entre nosotros trasciende este tiempo, esta vida.Eres mía y lo sabes. Tienes que aceptarlo”
“¿Qué quieres decir?”
“Tu abuela lo sabía. Por eso te preparó, a su manera. Por eso te contaba historias sobre estrellas vivientes, sobre constelaciones que caminaban entre los humanos.”
Yorlett recordó las noches de su infancia, sentada junto a su abuela en el patio trasero de su casa en Oaxaca , escuchando historias que mezclaban tradiciones chilenas con algo más antiguo, más misterioso, cada vez que de vacaciones viajaba a México.
“Mi abuela nunca mencionó nada sobre ti,” dijo, aunque un recuerdo persistente intentaba emerger en su mente.
“No con ese nombre, quizás,” concedió la entidad. “Pero te habló de El Cazador, ¿verdad? El que persigue a Las Siete Hermanas a través del cielo nocturno.”
Yorlett se quedó inmóvil. Era cierto. Su abuela le había contado esa historia muchas veces, señalando las constelaciones en el cielo austral, explicando cómo el patrón de estrellas que los europeos llamaban Orión era conocido por muchas culturas como un cazador persiguiendo a las Pléyades.
“Eso no significa nada,” dijo finalmente. “Es un mito común en muchas culturas.”
“¿Y nunca te preguntaste por qué?” --La entidad se expandió, las estrellas que la componían brillando con más intensidad. “¿Por qué tantas civilizaciones, separadas por océanos y milenios, cuentan la misma historia básica sobre estas constelaciones específicas?”
Antes de que Yorlett pudiera responder, el paisaje estelar a su alrededor comenzó a cambiar, mostrando diferentes versiones del mismo mito a través de diversas culturas: los griegos con Orión persiguiendo a las Pléyades; los aborígenes australianos con Nankurunaisa y las Yugarilya; los mayas, los navajos, los japoneses… todos con sus propias versiones de la misma historia celestial.
“No son solo historias para explicar las estrellas,” continuó Nankurunaisa. “Son fragmentos de memoria colectiva. Ecos de un conocimiento más antiguo que la humanidad misma.”
La entidad se acercó aún más, y sintió una extraña resonancia, como si algo dentro de ella respondiera a su presencia.
“Tu abuela escapó de mí una vez,” dijo , su voz ahora más suave, casi nostálgica. “Como tú lo hiciste. Pero a diferencia de ti, ella nunca miró atrás, nunca intentó entender. Se limitó a huir y a protegerse.”
“¿Mi abuela?” Yorlett sintió que el suelo imaginario bajo sus pies se desvanecía. “¿Tú… la perseguiste a ella también?”
“En otra forma, en otro tiempo. Antes de que naciera tu madre, cuando era joven y viajaba por Australia, buscando conexión con sus raíces ancestrales.”
Imágenes fluyeron en la mente de Yorlett : su abuela, joven y hermosa, en el desierto australiano;
Un hombre de ojos dorados observándola desde la distancia; el mismo colgante de protección que ahora llevaba, siendo entregado en su momento a su abuela por una anciana aborigen en el lejano México.
“No…” murmuró Yorlett, las piezas encajando con una claridad dolorosa. “No puede ser.”
“Tu linaje es especial, ,” dijo ahora peligrosamente cerca de ella, ejerciendo su maligna influencia en ella . “No eres la primera de tu familia en llamar mi atención. Ni serás la última, si continúas resistiéndote.”
La amenaza implícita en sus palabras rompió el extraño trance en que Yorlett se encontraba.
“¡Aléjate de mi familia!” exclamó, la ira reemplazando al asombro. “No te atrevas a amenazarlos.”
La entidad pareció retroceder ligeramente, sorprendida por su vehemencia.
“No es una amenaza,” respondió. “Es simplemente la naturaleza de nuestra conexión. Si tú no completas el ciclo, la búsqueda continuará. En otra generación, en otro tiempo.”
“¿Qué ciclo? ¿De qué estás hablando?”
Pero el paisaje estelar comenzaba a desvanecerse, las estrellas apagándose una a una como velas sopladas por un viento invisible.
“Lo entenderás pronto,” fue la respuesta de Nankurunaisa , su voz desvaneciéndose junto con su forma estelar. “Cuando regreses al lugar donde todo comenzó.”
Ella despertó con un sobresalto, el corazón martillando en su pecho. La habitación estaba oscura, pero podía sentir que no estaba sola.Fue un sueño muy real. Entendio que había estado ahí en el desierto. Por la violencia y moretones en su cuerpo supo que él la había poseído nuevamente.Horrorizada Sintio en ondas llegar un orgasmo poderosisimo, que le cortó la respiracion y la obligó a apretar su sexo con sus manos, mientras convulsionaba.
--No..No..No--dijo ahogadamente..hasta que después quedó agotada, enferma, sintiéndose sucia y promiscua.
“¿Kira?” llamó, encendiendo la lámpara de la mesita de noche.
La luz reveló que la habitación estaba vacía de presencia humana. Pero sobre la cama, formando un círculo perfecto alrededor de donde ella había estado durmiendo, había una fina capa de arena roja que brillaba tenuemente con luz propia.
Y en el centro de su almohada, un único objeto: una pequeña piedra pulida con forma de estrella, idéntica a la que su abuela Isabel siempre había llevado como amuleto.
Un objeto que había sido enterrado con ella cinco años atrás.
Yorlett tomó la piedra con dedos temblorosos. Estaba caliente al tacto, como si hubiera absorbido el calor de un fuego reciente.
“¿Qué estás intentando decirme?” murmuró, aunque sabía que no recibiría respuesta. Al menos, no una que pudiera entender completamente.
Fuera, el viento había cesado, y el silencio de la noche australiana parecía cargado de expectación, como si el propio desierto contuviera la respiración, esperando su próximo movimiento.
Guardó la piedra estrellada en el bolsillo de su pijama y comenzó a limpiar la arena de su cama. Ya no tenía miedo, al menos no del tipo paralizante que la había acompañado durante el último año.
Ahora sentía algo diferente: determinación. Si hubiera perseguido a su abuela antes que a ella, si este ciclo de persecución y huida se remontaba generaciones atrás, entonces era hora de ponerle fin.
De una forma u otra, cuando regresara al desierto, esta historia llegaría a su conclusión.
Ya fuera con su liberación o con su transformación. La había encontrado una vez más. Pues está vez pelearia.
# Capítulo 6: La Seducción
Antesc de los sucesos en el campamento N3NE ,donde desapareció Omeo Cooper. Gran Desierto de Territorio Norte
Los días que siguieron a su primer encuentro con Nankurunaisa se convirtieron en un torbellino para Yorlett. Cada atardecer, él aparecía en el límite del campamento, siempre en el mismo momento en que el sol tocaba el horizonte. Y cada noche, la llevaba más profundo en el desierto, mostrándole maravillas que desafiaban toda explicación racional.
Aquella noche en particular, caminaban por un sendero invisible entre dunas que parecían moverse sutilmente, como si respiraran. El cielo sobre ellos era un lienzo perfecto de estrellas, tan brillantes y cercanas que Yorlett sentía que podría tocarlas si extendiera la mano.
“¿Adónde vamos esta vez?” preguntó, siguiendo a Nankurunaisa a través del laberinto de arena.
Él se giró para mirarla, sus ojos reflejando la luz estelar con ese brillo dorado sobrenatural que Elena había dejado de cuestionar.
“A un lugar donde el velo entre los mundos es especialmente delgado,” respondió. “Un lugar sagrado, incluso antes de que los primeros humanos pisaron esta tierra. Luego olvidarás que estuviste aquí. Es lo normal.Pero quedara en tu memoria. Descuida, siempre estaré contigo”
Ella asintió, acostumbrada ya a sus respuestas enigmáticas. Durante las últimas semanas, había comenzado a aceptar que Nyer o Nankurunaisa, como ahora sabía que se llamaba realmente— no era humano. La revelación que debería haberla aterrorizado, que debería haberla hecho huir de vuelta a la civilización, en cambio había despertado en ella una fascinación que rayaba en la obsesión.
“¿Por qué yo?” , una pregunta que había repetido varias veces desde su primer encuentro. “De todos los humanos, ¿por qué me elegiste a mí?”
Se detuvo, girándose completamente hacia ella. En la penumbra del desierto nocturno, su forma parecía fluctuar sutilmente, como si no pudiera decidir si mantener su apariencia humana o revelar su verdadera naturaleza.
“Ya te lo he dicho,” respondió, su voz más profunda, más antigua. “Tu linaje. Tu sensibilidad. La forma en que tu alma responde a las estrellas. ya te lo he explicado y siempre preguntas por qué no lo aceptas”
Extendió su mano, y pequeños granos de arena comenzaron a elevarse a su alrededor, formando patrones que imitaban constelaciones.
“Cuando te vi por primera vez, a través de mi telescopio en el campamento, no vi solo a una mujer fotografiando el desierto,” continuó. “Vi un alma que brillaba con luz propia, un eco de algo más antiguo que esta forma que habitas.”
Observaba hipnotizada los granos de arena brillante que danzaban alrededor de ellos.
“¿Estás diciendo que no soy… humana?” preguntó, su voz apenas un susurro.
Nankurunaisa sonrió, esa sonrisa enigmática que nunca alcanzaba completamente sus ojos.
“Eres humana,” respondió. “Pero también eres más que eso. Como yo soy más que las estrellas que forman mi constelación, más que el espíritu que los primeros habitantes de esta tierra adoraron.”
Dio un paso hacia ella, y la arena brillante los envolvió como una galaxia en miniatura.
“Todos somos fragmentos, . Piezas de algo mayor que fue dividido al principio de los tiempos. La mayoría de los humanos han olvidado esta verdad, han perdido la conexión con su naturaleza estelar. Pero algunos, como tú, aún llevan esa chispa, ese recuerdo ancestral.”
Ella sentía que sus palabras resonaban en algún lugar profundo dentro de ella, despertando memorias que no eran suyas, conocimientos que trascendía su experiencia personal.
“¿Qué quieres de mí?” insistió,con la sensación de ser una necia, aunque ya sospechaba la respuesta.
“Quiero mostrarte la verdad,” respondió Nankurunaisa, extendiendo su mano hacia ella. “Quiero recordarte quién eres realmente, más allá de esta existencia temporal.”
Yorlett miró su mano extendida, consciente de que estaba ante una encrucijada. Una parte de ella, la parte racional, educada en el escepticismo científico del mundo moderno, le gritaba que esto era una locura, una alucinación, quizás incluso una manipulación peligrosa.
Pero otra parte, más profunda, más instintiva, anhelaba tomar esa mano, sumergirse en los misterios que él ofrecía enseñarle.
“Si voy contigo,” dijo lentamente, “¿Podré regresar?”
La sonrisa de Nankurunaisa se ensanchó.
“¿Por qué querrías regresar, cuando puedo mostrarte maravillas que ningún mortal ha contemplado jamás?”
No era una respuesta, y Yorlett lo sabía. Pero en ese momento, bajo el cielo estrellado del desierto australiano, la advertencia implícita no fue suficiente para detenerla.
Tomó su mano.
El mundo a su alrededor pareció disolverse, la realidad física dando paso a algo más fluido, más primordial. Yorlett sintió como si estuviera cayendo y ascendiendo simultáneamente, su consciencia expandiéndose más allá de los límites de su cuerpo físico.
Cuando la sensación de movimiento cesó, se encontró en un lugar que desafiaba toda descripción. No era exactamente físico, pero tampoco completamente etéreo. Un espacio entre espacios, donde las leyes de la física parecían ser meras sugerencias.
“¿Dónde estamos?” preguntó, su voz resonando de manera extraña, como si hablara bajo el agua.
“En el Alcheringa,” respondió , su forma ahora menos humana, más fluida, compuesta de luz estelar y sombras cósmicas. “Lo que los blancos llaman el Tiempo del Sueño. El plano donde las historias y los seres ancestrales existen eternamente.”
Ella miró a su alrededor, asombrada. El paisaje cambiaba constantemente, transformándose de desierto la selva, de montaña a océano, como si todos los ecosistemas de Australia existieran simultáneamente en este espacio.
Y a través de todo ello, figuras translúcidas se movían: seres que no eran completamente humanos ni completamente animales, entidades que parecían estar hechas de la misma sustancia que los sueños.
“Los seres ancestrales,” explicó Nankurunaisa, notando su mirada. “Los que dieron forma al mundo físico, los que establecieron las leyes y las historias que mantienen el equilibrio.”
Observaba fascinada cómo estas entidades interactuaban, creando y transformando el paisaje con cada movimiento.
“¿Tú eres uno de ellos?” preguntó.
“Soy… diferente,” respondió Nankurunaisa. “Más antiguo que algunos, más joven que otros. Mi dominio son las estrellas, no la tierra. Pero puedo moverme entre ambos mundos, como pocos pueden.”
Guió a Yorlett a través de este paisaje onírico, mostrándole eventos que parecían ocurrir fuera del tiempo lineal: la formación de montañas y ríos, el nacimiento de especies, la llegada de los primeros humanos a Australia.
“Todo lo que ves,” dijo, “todo lo que existe en el mundo físico, es un eco, una sombra de lo que existe aquí primero. Las historias no son simplemente relatos . Son la estructura misma de la realidad.”
intentaba procesar lo que estaba experimentando, su mente luchando por encajar estas revelaciones en su comprensión del mundo.
“¿Por qué me muestras esto?” preguntó finalmente.
El ser se detuvo, y el paisaje a su alrededor se transformó una vez más, convirtiéndose en un reflejo del cielo nocturno, con constelaciones que se movían como seres vivos.
“Porque necesitas entender lo que te estoy ofreciendo,” respondió. “No es simplemente conocimiento o poder. Es pertenencia. Un lugar en la estructura misma del cosmos.”
Señaló hacia una constelación que Yorlett reconoció como Orión.
“Durante eones, he perseguido a las Yugarilya a través del cielo,” continuó. “Un ciclo eterno de deseo y rechazo, de persecución y huida. Es mi naturaleza, mi historia, mi maldición.”
La constelación pareció cobrar vida, las estrellas formando la silueta de un cazador persiguiendo a un grupo de figuras femeninas que huían constantemente de su alcance.
“Pero las historias pueden cambiar, ,” dijo , su voz más suave, casi hipnótica. “Los ciclos pueden romperse. Con la compañera adecuada, con el alma correcta que resuene con la mía…”
Se acercó a ella, y sintió una extraña atracción, como si algo dentro de ella respondiera a su presencia a un nivel que trascendía lo físico.
“Podrías ser mi Yugarilya,” susurró Nankurunaisa. “No una que huye eternamente, sino una que elige quedarse. Juntos, podríamos reescribir la historia más antigua del cielo nocturno.”
Sentía su mente nublarse, su voluntad debilitándose ante la seducción de sus palabras, ante la promesa de trascendencia que ofrecía y un deseo animal que comenzaba a desbordarse desde sus entrañas, de una manera promiscua, indetenible,fascinante.
“¿Qué tendría que hacer?” preguntó, su voz apenas audible.
La forma de Nankurunaisa pareció brillar con más intensidad, como si su entusiasmo aumentará su poder.
“Aceptarme,” respondió. “Completamente. Permitir que nuestras esencias se fundan, que nuestras historias se entrelazan hasta ser indistinguibles.”
Extendió lo que podría haber sido una mano, aunque en esta forma era más un apéndice de luz estelar.
“Un simple ‘sí’, . Eso es todo lo que necesito. Un consentimiento consciente, una invitación.”
Miró la luz extendida hacia ella, sintiendo el tirón de algo primordial, un anhelo que parecía provenir no sólo de él , sino también de algún lugar profundo dentro de ella misma.
Estaba a punto de responder cuando un destello de claridad atravesó la niebla de fascinación que nublaba su mente. Una pregunta simple pero crucial.
“¿Seguiré siendo yo misma?” preguntó. “¿Después de esta… fusión?”
La luz de Nankurunaisa vaciló ligeramente, como una llama expuesta a una súbita corriente de aire.
“Serás más que tú misma,” respondió, evadiendo la pregunta directa. “Trascender las limitaciones de tu existencia humana, experimentarás la realidad de formas que ahora ni siquiera puedes imaginar.”
Dio un paso atrás, la niebla en su mente disipándose un poco más.
“Esa no es una respuesta,” dijo. “¿Seguiré siendo Yorlett Hernandez? ¿Conservaré mi identidad, mi autonomía?”
El ser pareció fluctuar, su forma volviéndose momentáneamente más definida, más humana, como si intentará reconectar con la apariencia que ella encontraba más tranquilizadora.
“La identidad es fluida, pequeña estrella,” dijo, su voz ahora más cercana a la del hombre que había conocido en el desierto. “Incluso sin mi intervención, no eres la misma persona que eras hace diez años, ni serás la misma dentro de diez más. La vida es un cambio constante.”
“No es lo mismo,” insistió , encontrando una fuerza interior que no sabía que poseía. “El cambio natural es gradual, es evolución. Lo que propones suena más a… absorción.”
La expresión de Nankurunaisa se endureció ligeramente.
“Estás pensando en términos demasiado humanos, demasiado limitados,” dijo, un tono de frustración filtrándose en su voz. “No se trata de que uno absorba al otro. Es una unión, una síntesis de dos seres en algo nuevo, algo mayor que la suma de sus partes.”
Dio un paso hacia ella, y Yorlett sintió una presión sutil en su mente, como si Nankurunaisa intentara influir en sus pensamientos, suavizar sus dudas.
“Piénsalo, ,” continuó, su voz nuevamente seductora. “Inmortalidad. Conocimiento cósmico. Poder sobre la realidad misma. Todo esto podría ser tuyo. Nuestro.”
Las imágenes comenzaron a fluir en la mente de ella misma, transformada, radiante de poder estelar, moviéndose libremente entre dimensiones, contemplando los secretos del universo, existiendo más allá del tiempo lineal.
Era tentador. Increíblemente tentador.
Pero en medio de esas visiones gloriosas, notó algo inquietante: en ninguna de ellas podía distinguir dónde terminaba ella y dónde comenzaba Nankurunaisa. No había separación, no había individualidad.
“No,” dijo finalmente, su voz firme a pesar del miedo que comenzaba a crecer en su interior. “No puedo aceptar. No así.”
La luz del ser parpadeó, como una bombilla a punto de fundirse. Cuando habló de nuevo, su voz había perdido la cualidad seductora, revelando algo más frío, más antiguo.
“¿Te atreves a rechazarme?” preguntó, y el paisaje onírico a su alrededor pareció oscurecerse. “¿Después de todo lo que te he mostrado, de todo lo que te he ofrecido?”
Ella retrocedió, sintiendo el cambio en su energía, la transformación de seductor a depredador.
“No estoy rechazando,” intentó explicar. “Solo necesito tiempo. Para entender, para procesar todo esto.”
“¿Tiempo?. El eterno femenino, sopesar las cosas. y las eternas preguntas. ¿Serás estable? ¿No buscarás otras mujeres? ¿Pagaremos nuestros gastos fijos? ¿Llevarás a los niños a la escuela?” Nankurunaisa emitió un sonido que podría haber sido una risa, pero que carecía completamente de humor. “El tiempo es diferente para mí, pequeña estrella. He esperado eones por alguien como tú, alguien con la chispa, con la conexión.”
Su forma comenzó a expandirse, llenando el espacio onírico con una presencia opresiva.
“No permitiré que otro ciclo pase, que otra oportunidad se pierda por dudas humanas, por miedos insignificantes.”
Yorlett sintió que el aire se volvía denso, difícil de respirar, como si la propia atmósfera se solidifica a su alrededor.
“¿Qué estás haciendo?” preguntó, luchando por mantener la calma.
“Lo que debí hacer desde el principio,” respondió Nankurunaisa, su voz ahora completamente inhumana, un coro de tonos discordantes que reverberaban dolorosamente en la mente de Ela. “Si no aceptas por voluntad propia, tomaré lo que necesito.”
El pánico se apoderó de Yorlett cuando comprendió lo que estaba sucediendo. el estaba intentando forzar la fusión, poseerla contra su voluntad.
Sintió una presión creciente en su mente, como si algo intentara abrirse paso a través de las barreras de su consciencia. Imágenes, sensaciones y conocimientos que no eran suyos comenzaron a inundar su percepción: estrellas naciendo y muriendo, civilizaciones surgiendo y cayendo, el frío vacío entre galaxias.
“¡Detente!” gritó, tanto con su voz como con su mente. “¡No puedes hacer esto!”
Pero Nankurunaisa no se detenía. Su presencia se expandía, envolviéndola, infiltrándose en cada grieta de su ser.
Comenzaron a hacer violentamente el amor, mientras el ente gruñía, como un animal, envolviéndola, dando giros y contragiros en el aire.
Así..así..dame placer..eres mía..lo disfrutas.. me sientes.. Sientes mi inmensidad dentro de ti..Eres mia…
En medio de su terror de sentir un placer sexual mortal, más allá de lo inconcebible, recordó algo que su abuela le había enseñado cuando era niña. Un mantra de protección, palabras en un idioma que no era español ni inglés, que la anciana insistía que memorizara “por si alguna vez las estrellas intentaba hablarle”.
En ese momento, esas palabras que había considerado parte de los cuentos excéntricos de su abuela adquirieron un nuevo significado.
Con la poca fuerza que le quedaba, comenzó a recitar el mantra, las palabras fluyendo de sus labios como si las hubiera estado esperando toda su vida:
“Wanyu ngayuku tjukurpa kulila, nyuntu ngayula tjarpanytja wiya. Ngayulu walytjangku alatjika, nyuntu ngayunya wantima.”
Escucha mi historia, no entres en mí. Yo me pertenezco a mí misma, déjame en paz.
Las palabras parecieron adquirir forma física en el espacio onírico, creando una barrera luminosa entre ella y la presencia invasiva de Nankurunaisa Un aullido de frustración resonó a través del Alcheringa, y Yorlett sintió que la presión en su mente disminuía ligeramente.
“¿Dónde aprendiste eso?” demandó , su voz una mezcla de asombro y furia. “Esas palabras no son tuyas.”
“Mi abuela,”
respondió Jadeante Yorlett, continuando el mantra entre frases. “Ella sabía. Me preparó.”
La forma de el fluctuaba violentamente ahora, como si luchara contra una fuerza invisible.
“Tu abuela,” siseó, el nombre cargado de reconocimiento y antiguo rencor. “Debí haberlo sabido. La que escapó. La que se llevó mi marca y mi conocimiento, solo para usarlos contra mí.”
Yorlett sintió una oleada de comprensión. Su abuela se había enfrentado a esta entidad antes. Había escapado, y había asegurado que su nieta tuviera las herramientas para hacer lo mismo si alguna vez era necesario.
“No soy la primera de mi familia,” dijo, más una afirmación que una pregunta.
“No,” confirmó, su forma contrayéndose, como si el mantra lo debilitará. “Tu linaje ha llamado mi atención durante generaciones. Pero ninguna había llegado tan lejos como tú. Ninguna había visto tanto.”
Continuó recitando el mantra, sintiendo cómo cada palabra fortalecía su resistencia, su sentido de identidad separada, dejando de estremecerse y sintiendo como el orgasmo que estuvo a punto de generar, hacía que su cuerpo convulsionara en espasmos dolorosos del placer perdido..
“No puedes escapar para siempre, pequeña estrella,” dijo Nankurunaisa, su voz ahora más distante, como si estuviera siendo empujado lejos de ella. “Lo que ha comenzado debe completarse. El ciclo debe cerrarse.”
“Encontraré otra manera,” respondió Yorlett, sorprendida por su propia determinación. “Una que no requiera que pierda mi identidad.”
La risa de Nankurunaisa resonó a través del espacio onírico, desvaneciéndose gradualmente.
“No hay otra manera,” fueron sus últimas palabras antes de que su presencia se disipara completamente. “Solo postergación. Solo más persecución.”
El paisaje del Alcheringa comenzó a desvanecerse alrededor de Yorlett, las formas y colores disolviéndose como acuarelas bajo la lluvia. Sintió que caía, o quizás ascendía, a través de capas de realidad, regresando al mundo físico.
Cuando abrió los ojos, se encontró de nuevo en el desierto, exactamente en el mismo lugar donde había tomado la mano de él. Pero estaba sola, y el amanecer teñía el horizonte de rosa y oro.
Había pasado toda la noche en… donde fuera que Nankurunaisa la había llevado.
Miró su muñeca izquierda y contuvo un grito. Allí, como grabada a fuego en su piel, estaba una marca que no había estado antes: un patrón de líneas que recordaba vagamente a la constelación de Orión, pero con símbolos adicionales que no reconocía.
La marca del ente. La señal de que, a pesar de haber resistido la posesión completa, algo de él había quedado en ella. Un vínculo, una conexión que no podría romper fácilmente, un semen onírico envolviendo como un parásito su ADN y obligándola a ir a buscarlo para recibir más..
Con piernas temblorosas, Yorlett comenzó a caminar de regreso al campamento. Necesitaba irse. Inmediatamente. Antes de que Nankurunaisa recuperara sus fuerzas, antes de que intentará completar lo que había comenzado y que ella difícil contuvo..
Mientras caminaba, las palabras del mantra seguían resonando en su mente, un escudo temporal contra la presencia que ahora sentía acechando en los límites de su consciencia.
Ngayulu walytjangku alatjika. Yo me pertenezco a mí misma.
Pero la marca en su muñeca pulsaba con cada latido de su corazón, como un recordatorio constante de que la batalla apenas había comenzado.
Y de que Nankurunaisa no era el tipo de ser que aceptaba un rechazo.