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jueves, 6 de noviembre de 2025

Semana 37


Novelas Por Capitulos


Capítulo Uno
En un futuro más que probable y muy cercano…



El Comisario Palacios se levantó con un pésimo sabor en la boca. Durmió muy mal. Caminó con paso adolorido y fue directamente a su desvencijada nevera. Destapó una Coca Cola Light y comenzó a tragar sistemáticamente su rosario de tabletas: Enalapril, Aspirina, Atorvastatina, Vitamina E, Aceite de Pescado, Vitamina C, Complejo B, Ginseng, Trental, Ranitidina, Provax, Pankreom,Zinc,Magnesio,  Losartán Potásico, Prostagen y Pharmaton. Sus flechas indicaron que su jubilación ya venía por el canal rápido hacia él.
Un respingo de susto lo terminó de despertar. Dejar de trabajar era peor que la muerte. Era enfrentarse a una soledad espantosa, a vivir en medio de noches de insomnio viendo películas malas por la televisión.
Se vistió, con el mismo cansancio de siempre. Descendió pesadamente por las escaleras. El ascensor estaba dañado. Un edificio tan viejo como él. Una junta de condominio compuesta por ladrones, como en todos los edificios de la ciudad, se robaba descaradamente los aportes de cada vecino de la multipropiedad.
Llegó al estacionamiento y en medio de la inmensa cantidad de cacharros rodantes, estaba la camioneta BAIC tdi common rail.
Una asignación del departamento. Un mensaje compensatorio por las noticias que tenían que venir. Algo que suponían calmaría el dolor por la pérdida de su Pontiac Parisienne TD. En silencio vio las ralladuras en el reluciente capó.
¡Maldito gordo!
Estaba escrito con odio, en la reluciente carrocería.
Palacios asintió. Se introdujo en el auto, encendió el motor.
—Sincrónico —masculló despectivamente una vez más.
Definitivamente no le gustaban los autos nuevos, mientras colocaba con violencia los cambios, manejando de igual forma.
Envuelto en una controlada rabia se desplazó hasta la comisaría. Descendió del vehículo, mientras tomaba nota de que hasta el último cadete se daba cuenta de su llegada. Fue evitado por la absoluta totalidad de los presentes, quienes desaparecían mágicamente ante cada paso suyo…
Caminó rumbo a su oficina, por un pasillo repentinamente vacío y solo…
—¡Palacios! —oyó detrás de sí la voz, que lo llamaba con tono autoritario, pero que sonó más bien asustado—. Venga inmediatamente a mi oficina.
Palacios se devolvió sobre sus pasos, con la misma lentitud se introdujo en la oficina. El Comandante le señaló la silla. Palacios, mientras se sentaba, arrugó más el entrecejo.
Un bulldog antes de atacar
Pensó el comandante, mientras veía a su subordinado, quien se bebía el café que con prontitud sirvió la asistente, escapando inmediatamente por la puerta lateral.
—Vamos a adelantar tu jubilación —dijo el comandante, buscando refugio detrás del escritorio—. El informe médico dice que estás extenuado. No les gustó para nada tus niveles de azúcar, tu tensión no baja de 15/10. Debes descansar. Vete a la playa. O mejor visita a tu hijo en Sinaloa Libre. Te llamaremos si hay algo que no podamos manejar. Te dejamos el auto. Tu jubilación será médica. O sea, al 100% de tu sueldo.
—¿Ni siquiera un puesto administrativo para mí? —suplicó por primera vez Palacios. Aceptaría hasta un puesto de limpiador de pisos para seguir en la fuerza.
—Ni siquiera. Los de arriba quieren carne fresca. Yo también saldré de aquí muy pronto —concilió el comandante, manteniéndose protegido por el escritorio, para evitar cualquier estallido de furia. El hombre dibujó en su rostro una expresión que indicaba que Palacios no era la única víctima…
Palacios salió sin despedirse. Estaba muerto. Acabado. Agonizando… La policía había sido su vida. Más que su matrimonio. Más que su hijo.
Muchas veces con frialdad le tocó vivir emocionadas despedidas, que abrían paso a los ascensos. Ahora le tocaba a él ser la escalera. No quería vivir esa humillación. A toda velocidad salía como si fuese a una investigación. A toda velocidad huyó de la comisaría.





 Recorrió las calles sin rumbo fijo, hasta agotar el combustible.
Fue a la estación de servicio, llenó el tanque de biodiésel ligero. Vio el dispensador automático de periódicos, compró el Revolucionario Latinoamericano. Palacios era uno de los últimos que todavía compraba un periódico editado en papel. En la primera página se veía la foto de una joven pareja y el título decía:
Pareja de Cooperativistas acierta el primer premio de la lotería campesina. 1.200.000 dólares libres de impuestos.
Tomó el diario y lo lanzó al asiento. Rodó hasta el Parque de los Pueblos Libres. Se sentó en un banco. Vio a los adolescentes correr en patines con machetes persiguiendo unas mujeres uniformadas. Otros estaban tumbados en el césped y unos por allá se besaban. Se sintió desentonado en el lugar. Vio los autos aparcados. Nada. Ni un Pontiac Parisienne. Con gusto entregaría todos sus ahorros a quien le vendiese uno.
Leyó más en profundidad el periódico:
Después de muchos años se restablecen las relaciones con el sucio imperio.
Otra decía:
Tratado de libre comercio Wall Street , los movimientos fabricantes de sustancias no legales y Primer Comando Capital
Se concreta la Unión de Repúblicas del Ex Sur: Patagonia, Mapuche, Chaco, Pantanal, Ktatumbo Norte,Ktatumbo Sur,Triple frontera Legal, desde hoy son un estado federado, con una moneda única, un comando único, sicario federal, extorsión federal, etc., etc… En los paquetes de ayuda regionales se incluirán alucinógenos  suaves y licores anestesiantes, los cambios de sexo serán gratis y los niños podrán asesinar a sus padres sin necesidad de explicarse motivos ni situaciones y la hora loca de las fiestas se permite sexo consensuado sin preguntar edad.
Un adicional:
Joven pareja de cooperativistas acierta el primer premio.
Miró mejor la cara de ella. Tenía un parecido. Hizo memoria. Nada. No la conocía. Pero el apellido de ella sí le llamó la atención: Odalis Amelía Villaqueran… Recordó.
Veintiséis años antes Martín Palacios y Luis Villaqueran eran dos jóvenes policías de veinticuatro años. Orgullosos en sus uniformes azules patrullaban las empinadas calles de los barrios pobres en sus relucientes Dodge Aspen azules y blanco. Verificaban documentos, espantaban a los atracadores, impedían la venta ilegal de licores, ayudaban a ancianas, en fin.
Siempre se detenían junto a una vendedora indocumentada y, para variar, informal, que vendía cigarrillos de contrabando. Era una pequeña ecuatoriana que tenía más que loco a Villaqueran. Comenzó deteniéndola para deportarla. Luego deteniéndola para enamorarla. Después anunció que estaban embarazados y le arreglaría los documentos. Hasta que llegó la noche de Navidad. Ambos patrullaban el barrio obrero. Vieron la discusión en el medio de la calle. Prendieron las luces blancas giratorias y descendieron para separar a los contrincantes. Villaqueran avanzó conciliador hacia el grupo. Él vio los fogonazos. Sintió dolor en su clavícula. Su instinto lo dominó e hizo que se ocultara debajo de la radio patrulla. Desde allí vio al grupo huir a todas partes…



Después vinieron sus días en el hospital. Nadie dijo nada. Los informes fueron muy limpios. Al tiempo le dieron la oportunidad de ingresar en los cursos de investigaciones. Pero en el fondo de su mente quedó la imagen de Villaqueran cayendo hacia atrás una y otra vez por el impacto de los disparos…
Volvió a la realidad. Vio la gigantesca pantalla plana de Plasma de Cristal Líquido que lanzaba una catarata de noticias. En realidad, él era el único que las veía. Un especial de la BBC, entregaba las imágenes de los Augusta Mangusta de la Policía De lo que quedaba de Guadalajara  junto a los obsoletos MI-24 de la Guardia Nacional del Darién, que combatían ferozmente contra las pandillas que habían tomado por asalto el palacio presidencial de Tegucigalpa. La bella periodista con un casco y chaqueta antibalas, explicaba con voz entrecortada los combates, mientras detrás de ella un Augusta Mangusta estallaba en el aire, derribado por un Exocet, lanzado por los pandilleros. Después el tópico pasó a otra cuestión: el reencuentro de los clones Savage Garden quienes cantaban nuevamente sus canciones y como muestra se veía el concierto en vivo del grupo en la plaza del pueblo de Pyongyang.
There is just no rhyme or reason only this sense of completion and in your eyes I see the missing pieces I am searching for I think I found my way home I know that it might sound more than A little crazy but I believe [repeat chorus]

Palacios se fastidió. Se dirigió a la camioneta.
—¡Puerca vida! —dijo al reluciente vehículo. Se tocó el pulso y notó con satisfacción que estaba sereno.
Manejó más tranquilo por la Avenida Hilary Clinton. Después cruzó por el viaducto Ernesto Che Guevara y llegó al conjunto residencial Osama Bin Laden , hasta su edificio George Bush. Descendió de su vehículo y, a conciencia de que encontraría un insulto plasmado en la pared lateral donde dejaba su vehículo, subió a su apartamento. Ipso facto se tomó un Valium de 25 mg y durmió a pierna suelta. Antes de dormirse cayó en cuenta que apenas era media mañana, que apenas tenía 50 y se sentía más allá de los noventa…





Capítulo Dos
Odalis Amelía 





despertó con una inmensa sonrisa. Había comprado en el Banco del Cooperativista Proletario, Letras del Tesoro de Potomac por un valor de 1.100.000 dólares. Con los 100.000 dólares de reserva compró de paquete y con seguro a todo riesgo una KingStar S70 eléctrica Turbo Diésel 4x4 y artículos de hogar hasta el cansancio: Nevera nueva, congelador, cocina, acondicionadores de aire, licuadora, mp5, televisor extraplano, celular, ventana con internet panorámica. Ropa… En fin, de todo.
Julyus se marchó estrenando un uniforme nuevo desde la cabeza hasta los pies en su trabajo. Eran más que afortunados. Su esposo pertenecía al grupo de 0.00000000000000000000000000001% de profesionales que conseguía un empleo y no necesitaba afiliarse a ninguna banda de delincuentes para sobrevivir. 
Por fin ella llegaría a la Cooperativa fresca como una lechuga, estrenando magnífica e imperialista camioneta. Todo se debía al Método.
Se bañó, maquilló y colocó su primera foto del día en todas sus redes sociales.


Mientras un papelito pegado en el espejo le decía que la mitad de sus intereses mensuales eran 3.3% más que su sueldo. Sin embargo, seguiría trabajando en la cooperativa.
Su compañero Julyus quería desarrollarse en su trabajo recién encontrado, en el área de proyectos de la nueva fábrica de aviones que el gobierno revolucionario junto a Boeing y otros socios construía actualmente. Así que decidió cumplir la otra parte de su sueño: encargarían un hijo. Pues pertenecían al 0.00000000000000000000000000000000000000000000000000001% de personas que podrían comprar tranquilamente en el Supermercado los alimentos básicos para la manutención de una familia.





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