El Llano, vasto y enigmático, se extendía bajo un cielo que alternaba entre el azul implacable y el gris plomizo de las tormentas inminentes., sus horizontes infinitos no solo albergaban ganado y hombres recios, sino también una densa telaraña de supersticiones y miedos ancestrales. Las historias de ánimas en pena y pactos oscuros se susurraban al calor de las fogatas, alimentando una atmósfera de opresión que se cernía sobre las almas de los pocos que se atrevían a adentrarse en sus profundidades. Era un lugar donde la realidad se desdibujaba con facilidad, y lo sobrenatural se tejía en el tapiz de la vida cotidiana.
En este escenario de misterio y temor, el Capitán Sandoval, un hombre de ciencia y razón, llegó una vez mas a la hacienda de donde gobernaba la señorita Chantal Alvarez e Toledo Du Chatelier.
CAPITULO 9
Su escepticismo era tan notorio como su uniforme impecable, y su misión, desentrañar la verdad detrás de una serie de asesinatos brutales que habían sacudido la tranquilidad de la región. Los cuerpos, encontrados en la opulenta casa de la joven heredera Chantal, presentaban heridas espantosas, como si una fuerza descomunal los hubiera aplastado sin piedad.
La crueldad de los crímenes y la desaparición de Maria Serena , la que le producia esa pasion tan insana y pecadora que no lo dejaba vivir., le dijeron informantes que habian isto una mujer de belleza legendaria que había estado visitando la hacienda, con un habito blanco, generalmente tarde en la noche. Esa no podia ser otra que Maria Serena
Todo aumentaban la intriga y el horror. Sandoval, acostumbrado a la lógica de la guerra y la estrategia, se encontró por primera vez ante un enemigo que no entendía, una sombra que se movía entre los cañaverales y los susurros del viento, dejando a su paso un rastro de sangre y desesperación. Su mente racional se negaba a aceptar las habladurías de los lugareños sobre fantasmas y demonios, pero cada nueva pista, cada testimonio aterrorizado, lo empujaba más cerca de un abismo donde la razón no tenía cabida.
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La investigación de Sandoval se topó con un muro de silencio y miedo. El alguacil Juan Sota Villarroel nunca estaba disponible, y solo estaba para beberle los aires a la dueña del Ingenio Rosa Negra.
Los peones y sirvientes de la hacienda, con los ojos velados por el terror, apenas se atrevían a pronunciar palabra. Solo las leyendas locales, susurradas en voz baja, ofrecían alguna pista, por descabellada que pareciera. Hablaban de un limonero sagrado, un árbol ancestral cuyas frutas,bendecidas por el Nazareno que estaba en la iglesia allá en la lejana capital, poseían el poder de curar cualquier mal y atraer la prosperidad. Se decía que quien poseyera esos limones, tendría un poder incalculable.
Pero también se rumoreaba que el árbol estaba custodiado por las monjas Carmelitas, y que profanarlo traería una maldición ineludible. Habia dado limones, y estos de alguna manera eran escondidos por todo el que los reogia. Tambien se decia que no todo el mundo podia verlos y tenerlos
Chantal, la joven heredera, era una visión de belleza y fragilidad. Sus ojos, grandes y verdes, reflejaban el horror de lo vivido, pero también una extraña determinación, recibio cortesmente al Capitan.
. Sandoval la interrogó con su habitual frialdad, buscando la lógica en el caos. Desde el principio,Chantal, a pesar de su dolor, se mostró lúcida, aunque sus palabras a menudo se desviaban hacia lo inexplicable.
Los días se convirtieron en noches de insomnio para Sandoval. Las pruebas materiales eran escasas, y los testimonios, contradictorios y teñidos de superstición. Sin embargo, una figura recurrente en las habladurías de los lugareños comenzó a tomar forma: un hombre cubierto con un poncho, una sombra que se movía con una agilidad antinatural, dejando a su paso un rastro de destrucción. Lo llamaban 'El Aplastador', y se decía que su fuerza era sobrehumana, capaz de desmembrar a sus víctimas con una facilidad aterradora. Los asesinatos en la hacienda de Chantal encajaban con la descripción de sus atrocidades. Pero, ¿quién era este hombre? ¿Un bandido, un loco, o algo más?
Capitulo 9
La obsesión de Sandoval con los limones sagrados crecía con cada día que pasaba. No era solo la curiosidad de un investigador, sino una compulsión, una necesidad imperiosa que lo arrastraba hacia obtener los frutos el limonero. Estaba decido a encontralos n esta tierra, pues bien era sabido que Maria serena los tenia.
Lo que le incomodaba era Los lugareños evitaban encontrase con el, susurrando historias de desapariciones y locura. Pero Sandoval, impulsado por una fuerza que no comprendía, se sentía atraído por encontrar una vez mas a Maria serena, ella lo atraia como una polilla a la llama.
La hacienda de Chantal, con sus lujos y su historia de tragedias, se había convertido en el epicentro de un horror que trascendía lo humano. Chantal, por su parte, se aferraba a Sandoval como a un ancla en un mar de locura. Sr veia genuinamente que ncesitaba proteccion. tenia miedo. Se sentia desprotegiada, y por ende era un indicativo que no confiaba en el Alguacil Juan Sota Villarroel
Su belleza, antes un adorno, ahora parecía una máscara que ocultaba un terror profundo. Ella también sentía la presencia de algo maligno, algo que se alimentaba del miedo y la desesperación.
Una noche, la tensión alcanzó su punto álgido. Una tormenta eléctrica azotaba el Llano, sus relámpagos iluminando la hacienda con destellos fantasmales. Sandoval, incapaz de conciliar el sueño, se dirigió a los caminos. Era una oportunidad propicia para captutrar al asesino.. La lluvia caía a cántaros, empapándolo hasta los huesos, pero no sentía el frío. Una extraña euforia, mezclada con un terror paralizante, lo invadía. Con mucha atencion patrullaba el camino y a lo lejos vio un arbol,, vio una figura bajo sus ramas retorcidas. Era María Serena, su hábito empapado, su rostro pálido y sus ojos, antes velados por la tristeza, ahora brillaban con una luz sobrenatural. En sus manos, sostenía un puñado de limones, su brillo dorado contrastando con la oscuridad de la noche.
Pero no estaba sola. Al Capitan le parecio que habia alguien a su lado. Asi que, desenvaino su espada y con determinacion se dirigio hasta donde estaba la bella mujer
Una sombra gigantesca se cernía sobre ella, la figura inconfundible del hombre del poncho. Sus ojos, dos brasas ardientes en la oscuridad, se fijaron en Sandoval. El Capitán apretu firme la empuñadura de su espada, su mente racional luchando contra la evidencia de sus propios ojos. El hombre del poncho se abalanzó sobre María Serena, su fuerza descomunal. Sandoval se interpuso, su espada chocando contra la piel curtida del atacante. Pero la fuerza del hombre era abrumadora. Cada golpe que asestaba, cada embestida, lo dejaba sin aliento, con los huesos doloridos. Era como luchar contra una fuerza de la naturaleza, imparable e implacable.
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El Llano, un mar de hierba muerta y sombras retorcidas, se extendía bajo un cielo enfermo, donde nubes de ceniza devoraban la luz del sol y escupían relámpagos que parecían desgarrar la carne del mundo. En la época colonial hispana, este páramo infinito no solo albergaba rebaños y hombres curtidos, sino una podredumbre sobrenatural que se filtraba en los huesos de quienes osaban cruzarlo. Las fogatas nocturnas no calentaban; sus llamas titilaban con un fulgor enfermizo, como si temieran ser devoradas por la oscuridad. Los susurros de los lugareños hablaban de ánimas atrapadas, de pactos sellados con sangre y de una presencia antigua que acechaba en el viento, un ente que no tenía nombre, pero cuya sombra era conocida como El Aplastador.
En este reino de miedo y superstición, el Capitán Sandoval, hombre de rectitud inquebrantable,recordaba llegó a la hacienda Cuyo nombre había sido cambiado a Rosa Negra, y era verdad.
Rosas Negras abundantes en la entrada de la casa colonial donde vivía la bella y frágil Chantal.
con el peso de su deber grabado en el alma. Su uniforme impecable contrastaba con el polvo del Llano, y su mente, forjada en la lógica de la guerra, despreciaba las habladurías de demonios y espectros. Había sido enviado para desentrañar la verdad tras una serie de asesinatos brutales que habían destrozado la frágil paz de la región. Los cuerpos, hallados en la opulenta hacienda de la joven heredera Chantal, no eran solo cadáveres: eran cáscaras destrozadas, aplastadas por una fuerza inhumana que trituraba huesos y carne como si fueran arcilla seca.
La crueldad de los crímenes, sumada a la no resuelta desaparición de otra propietaria,cuyo nombre solamente tenía; Ximena, una mujer de belleza tan deslumbrante como inquietante, envolvía al Llano en un manto de terror. Sandoval, armado con su razón, se enfrentaba a un enemigo que no podía comprender: una sombra que danzaba entre los cañaverales, susurrando promesas de muerte en el viento.
La investigación de Sandoval se topó con un muro de silencio putrefacto. Los peones de la hacienda, con rostros demacrados y ojos que parecían haber visto el infierno, apenas balbuceaban. Sus palabras, cuando se atrevían a hablar, estaban teñidas de un terror que iba más allá de lo humano. Susurraban sobre un limonero sagrado, un árbol retorcido y antiguo cuyas raíces, decían, se hundían hasta el centro de la tierra. Sus frutos dorados, bendecidos por la imagen del Nazareno , prometían curar cualquier mal y otorgar un poder inconmensurable. Pero también se decía que el árbol allá en la lejana capital, estaba custodiado por las monjas carmelitase, y que profanarlo desataba una maldición que consumía almas
.
Chantal, la heredera de la hacienda, era una figura de belleza frágil, con ojos verdes oscuros que parecían pozos sin fondo. Su rostro, pálido como la luna, reflejaba un horror que no podía articular. Sandoval la interrogó con su frialdad habitual, buscando respuestas en un mar de caos
.
El alguacil Villarroel, un hombre rudo pero devoto, rondaba la hacienda con la mirada cargada de un amor no correspondido por Chantal. A pesar de su devoción, sentía un vacío en su pecho, una certeza de que ella nunca lo miraría como él la miraba. Villarroel, atrapado entre su deber y su corazón roto, comenzó a sospechar que algo más grande que los crímenes humanos acechaba en el Llano. Sus instintos de alguacil lo llevaban al borde de la hacienda, donde el limonero se alzaba como un centinela maligno, pero su corazón lo mantenía cerca de Chantal, aunque ella apenas notaba su presencia.
Los días en el Llano se convirtieron en un tormento para Sandoval. Las pruebas eran escasas, los testimonios contradictorios, y las noches, un calvario de insomnio y pesadillas. Las historias de los lugareños, aunque absurdas para su mente racional, comenzaron a tejer una figura recurrente: un hombre envuelto en un poncho negro, una sombra que se movía con una agilidad imposible, dejando tras de sí un rastro de cuerpos destrozados. Lo llamaban El Aplastador, un ser cuya fuerza sobrenatural trituraba a sus víctimas como si fueran muñecos de trapo. Los asesinatos en la hacienda de Chantal encajaban con su leyenda, pero Sandoval se negaba a aceptar que un espectro pudiera ser el culpable. Sin embargo, cada paso en su investigación lo acercaba a un abismo donde la razón se desmoronaba.
Una noche, mientras patrullaba los terrenos de la hacienda, Sandoval vio algo que hizo tambalear su cordura. Bajo la luz de una luna ensangrentada, una figura etérea se deslizaba entre los árboles. Era María Serena, la novicia que había desaparecido años atrás, dada por muerta. Su hábito blanco estaba raído, como si el tiempo lo hubiera devorado, y su rostro, pálido como el hueso, brillaba con un fulgor espectral. Los lugareños la llamaban un fantasma, un presagio de fatalidad. Sandoval, aferrándose a su lógica, intentó acercarse, pero ella se desvaneció en un instante, dejando tras de sí un aroma a jazmín podrido y un frío que le atravesó el alma. En sus manos, antes de esfumarse, Sandoval juró ver unos limones dorados que palpitaban con una luz antinatural, como si contuvieran la esencia misma del infierno.La aparición de María Serena comenzó a corroer la mente de Sandoval. Sus sueños se llenaron de imágenes grotescas: cuerpos aplastados, sangre que brotaba del suelo, y un limonero cuyas ramas se retorcían como dedos de un cadáver. Una presión constante le aplastaba el pecho, como si algo intentara arrancarle el alma. La línea entre la realidad y la pesadilla se desdibujaba, y por primera vez, el Capitán Sandoval, el hombre de la razón, sintió que su mente se fracturaba.La Verdad Aplastante
La obsesión de Sandoval con los frutos del limonero crecía como una fiebre. No era solo curiosidad; era una compulsión, una fuerza que lo arrastraba hacia el árbol como si estuviera atado por cadenas invisibles.
Los lugareños evitaban el lugar, susurrando historias de desapariciones y locura, pero Sandoval no podía resistirse. La hacienda de Chantal, con sus muros de piedra y su aire de decadencia, era ahora el epicentro de un horror que trascendía lo humano.
Chantal, a su vez, se aferraba a Sandoval como a un faro en la tormenta, pero su belleza parecía una máscara que ocultaba un terror profundo, como si supiera que algo maligno la observaba desde las sombras.
Una noche, una tormenta eléctrica azotó el Llano, sus relámpagos iluminando la hacienda con destellos que parecían revelar rostros deformes en las nubes. Sandoval, incapaz de dormir, se dirigió al limonero. La lluvia lo empapaba, pero no sentía el frío; solo una euforia malsana mezclada con un terror paralizante. Al llegar al árbol, cuya silueta se retorcía como una criatura viva, vio a María Serena bajo sus ramas. Su hábito estaba empapado, su rostro era una máscara de tristeza infinita, pero sus ojos brillaban con una luz que no era de este mundo. En sus manos sostenía los limones dorados, cuyo resplandor parecía burlarse de la oscuridad.
Pero no estaba sola. Una sombra colosal se alzaba tras ella, un hombre envuelto en un poncho negro, sus ojos como brasas ardientes en la noche. Sandoval desenvainó su espada, su mente luchando contra el pánico. La figura se abalanzó sobre María Serena con una fuerza que hizo temblar la tierra.
--Los extraños limones que estoy buscando
Sandoval se interpuso, su espada chocando contra una piel que parecía cuero petrificado. Cada golpe del Aplastador era un martillo que amenazaba con romperle los huesos. Era como luchar contra una avalancha, una fuerza de la naturaleza que no podía ser detenida.En medio del caos, una voz resonó en su mente, seductora y venenosa. "
--- No luches, Capitán. Eres mío." Era la voz de Ximena.
Sandoval se congeló, su espada temblando en sus manos. ¿Cómo era posible?
Ximena estaba desaparecida, quizás muerta. Pero la voz era inconfundible, y con ella vino una verdad que lo destrozó. No era el hombre del poncho quien lo atacaba. Era él mismo. Sus manos, cubiertas de sangre, eran las del Aplastador. El poncho, que había visto en la sombra, ahora colgaba de sus propios hombros. El horror lo consumió, un horror que iba más allá de la muerte, un horror que lo condenaba a ser un títere de una voluntad maligna.
--Donde esta Maria Serena?.. habla.Contesta..---- Le pregunto a Ximena.
La voz de Ximena resonó de nuevo, cargada de triunfo.
"Estás muerto, Capitán. Has estado muerto desde el principio. Eres mi Aplastador, mi instrumento. Y me traerás los limones, Ves las cosas erradas, mezclas sucesos con tu imaginación.Aqui no hay árbol, María Serena está aquí y a la vez en otro lugar..Nunca has hablado con Chantal, solo la miras, y el Alguacil jamas te ha visto. Solo te ven tus victimas....
." La revelación lo golpeó como un relámpago. Él, el hombre de honor y razón, era un espectro, un cadáver animado por la voluntad de Ximena, una entidad antigua y perversa que había orquestado los asesinatos para conseguir los limones sagrados. Su belleza, que había deslumbrado a todos no era humana; era una fachada para un ser que se alimentaba del miedo y la desesperación. Los limones, objetos de poder y curación, eran la clave para su dominio absoluto, un poder que podía sumir al mundo en una oscuridad eterna.
La lluvia caía como sangre, mezclándose con el sudor frío de Sandoval. Su mente, antes un bastión de lógica, era ahora un torbellino de horror. Las imágenes de los cuerpos aplastados, de su propia mano cometiendo atrocidades, lo atormentaban. Había sido el monstruo que aterrorizaba el Llano, manipulado por Ximena, esa criatura de belleza letal que ahora se revelaba como su arma
En medio de la lluvia Maria Serena se acerco, hastra el horrorizado Sandoval, que queria gritar y su voz no le salia, que veia con horror como su noble caballo se convertia en una piedra que andaba.
María Serena, con una calma que desafiaba la tormenta, se acercó a él. Sus ojos, llenos de una compasión sobrenatural, lo miraron sin reproche
. "No eres tú, Capitán," susurró, su voz como un eco del más allá. "Eres una víctima de su engaño." Le ofreció un limón dorado, cuya luz cálida disipó por un instante el frío de la no-muerte. María Serena no era un fantasma maligno, sino una guardiana, una protectora de los limones sagrados, atrapada entre la vida y la muerte para cumplir su misión.
Ximena, furiosa, emergió de la oscuridad. Su forma, antes etérea, se solidificó en una figura de belleza gélida, con ojos que ardían como el infierno. No era humana, sino una entidad ancestral que había acechado el Llano desde tiempos inmemoriales. Los limones eran su obsesión, la fuente de su inmortalidad y su poder para torcer la realidad
. Con un grito, Maria Serena arrojó una antorcha hacia Ximena, distrayéndola. La criatura rugió, su forma parpadeando como una llama moribunda.
Sandoval, impulsado por la chispa de honor que aún vivía en él, se lanzó contra Ximena. No era una lucha física, sino un choque de voluntades. El limón en su mano brillaba como un sol, su luz pulsando con su resistencia. Ximena, debilitada por la luz, comenzó a desmoronarse, su belleza transformándose en una mueca de agonía. Con un alarido final, se disolvió en la noche, dejando un hedor a azufre.
Sandoval cayó de rodillas, exhausto. María Serena se acercó, su voz serena.
"Tu misión ha terminado, Capitán. Descansa."
El limón se desvaneció, y con él, el cuerpo de Sandoval se deshizo en cenizas, dejando solo el poncho en el suelo.
María Serena quedo solas bajo el arbol, debajo del limonero, mientras el amanecer teñía el cielo de un rojo pálido. El árbol, ahora silencioso, parecía prometer esperanza.
continuara
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