Bloguer

sábado, 19 de julio de 2025

Yorlett Capitulo 4

Novelas Por Capitulos






Nankurunaisa había estado trazando su camino hacia ella desde el principio, utilizando las estrellas como guía. Y ahora que la había encontrado, no se detendría hasta poseerla por completo.

La tormenta arreció fuera, el viento aullando entre los árboles como un lamento. O como una promesa.


 # Capítulo 2: El Primer Encuentro

Gran Desierto del Territorio Norte.

Con toda honestidad mientras viajaban Yorlett fue contando el desarrollo de su peligroso encuentro…

La primera semana que Yorlett pasó con Nyer fue como un sueño febril. Cada atardecer, él aparecía en el límite del campamento, siempre en el mismo momento en que el sol tocaba el horizonte, como si emergiera de la propia luz crepuscular. Y cada noche, la llevaba más profundo en el desierto, mostrándole lugares que no aparecían en ningún mapa turístico.

Aquella noche en particular, caminaban por un cañón estrecho que Yorlett  no había visto antes, a pesar de que estaba a menos de un kilómetro del campamento.

“¿Cómo es posible que nadie haya mencionado este lugar?” preguntó, pasando sus dedos por las paredes de piedra rojiza donde antiguas pinturas aborígenes representaban figuras humanas y animales entrelazadas con símbolos estelares.

Nyer sonrió, esa sonrisa enigmática que nunca alcanzaba sus ojos.

“No todos pueden verlo,” respondió simplemente. “El desierto revela sus secretos solo a quienes están dispuestos a escuchar.”

Ella  lo miró, intentando determinar si hablaba metafóricamente. En los pocos días que llevaba conociéndolo, había notado que Nyer a menudo hablaba en acertijos, mezclando poesía con lo que parecían ser verdades literales. Fue un viaje de valor.

Recordando esos días le parecía tan irreal,   o a lo mejor un deseo casi infantil de decir que todo era un sueño y que ahora podía salvar de una manera y otra a OMEO Cooper.


… En ese momento era feliz, una exitosa carrera, un novio muchísimo más bello que sus expectativas de relación,y en medio de su zona de confort ,la encontraba a  este aborigen que no se parecía en nada a los que habitaban la zona. Él la trató con respeto y cortesía. Reconoció en ella los ancestros de su raza indígena

“¿Qué significa eso exactamente?”, insistió.

En lugar de responder, Nyer se detuvo frente a un panel particularmente elaborado de arte rupestre. La pintura mostraba a un hombre con brazos extendidos hacia un grupo de siete figuras femeninas que parecían flotar en el cielo.

“Nankurunaisa y  las Yugarilya,” explicó, señalando las figuras. “Esta pintura tiene más de veinte mil años. Los antepasados ya contaban esta historia cuando el resto del mundo apenas descubría el fuego.”

Yorlett  observó la pintura con fascinación profesional. Como novel  artista visual, apreciaba la sofisticación de aquellas representaciones primitivas, la forma en que capturaban el movimiento y la emoción con trazos mínimos.

“Es hermoso,” murmuró. “Pero triste. Siempre persiguiendo, nunca alcanzando.”

“¿Eso crees?” Nyer la miró con intensidad. “Quizás la verdadera tragedia no es persecución eterna, sino la posibilidad de que algún día termine.”

Algo en su tono hizo que Ella se estremeciera. Había una amargura, una rabia contenida que no encajaba con el guía cultural que pretendía ser.

“¿Por qué me muestras todo esto?” preguntó, súbitamente consciente de lo aislados que estaban, de lo poco que realmente sabía sobre este hombre.

Nankurunaisa se  acercó, invadiendo su espacio personal de una manera que debería haberla alarmado pero que, inexplicablemente, la atraía.

“Porque tú puedes verlo,” respondió, su voz más profunda, casi reverente. “Porque cuando miras el desierto, no ves solo arena y rocas. Ves historias, ves vida, ves magia.”

Levantó una mano y, con un gesto que parecía ensayado, pasó sus dedos por el aire justo encima de la pintura rupestre. Para asombro de ella, los pigmentos comenzaron a brillar tenuemente, como si absorbiera la luz de la luna que se filtraba por una abertura en el techo del cañón.

“¿Cómo…?” comenzó a preguntar, pero las palabras murieron en su garganta cuando las figuras pintadas parecieron moverse, el cazador estelar extendiendo sus brazos hacia las siete hermanas que danzaban eternamente fuera de su alcance.

“La realidad es más fluida de lo que te han enseñado, ,” dijo Nankurunaisa , sus ojos reflejando el brillo sobrenatural de la pintura. “Los límites entre los mundos son más delgados en ciertos lugares, en ciertos momentos.”

Ella retrocedió un paso, su mente racional luchando contra lo que sus ojos estaban presenciando.

“Esto no es posible,” murmuró. “Es algún tipo de truco, una proyección…”

Yo soy el, me llamo Nankurunaisa -- sonrió, pero esta vez la sonrisa alcanzó sus ojos, transformando su rostro en algo inhumanamente hermoso,precioso.Un hombre de todas las razas y ninguna

“¿Un truco?” --Extendió su mano hacia ella. -- “Tócame y dime si soy un truco.”

Algo en su interior le gritaba que no lo hiciera, que mantuviera la distancia, que corriera de vuelta al campamento. Pero otra parte, una parte más profunda y primitiva, la empujaba hacia él con una fuerza casi gravitacional.

Lentamente, Yorlett  extendió su mano hasta que sus dedos rozaron los de Nankurunaisa. Al contacto, una corriente de energía la recorrió de pies a cabeza, como si hubiera tocado un cable de alta tensión. Pero no era doloroso. Era… revelador.

En ese instante de conexión, vio fragmentos de imágenes que no podían ser recuerdos suyos: el desierto transformándose a lo largo de milenios, civilizaciones surgiendo y desapareciendo, la constelación de Orión brillando sobre paisajes que cambiaban como las olas del mar.

Y a través de todo ello, una constante: la figura de un cazador, siempre persiguiendo, siempre observando desde las estrellas.

Cuando Yorlett  finalmente logró romper el contacto, se encontró de rodillas en el suelo del cañón, jadeando como si hubiera corrido kilómetros.

“¿Qué me has hecho?” preguntó, su voz apenas un susurro.

Nankurunaisa se arrodilló frente a ella, su expresión era una mezcla de preocupación y algo más oscuro, más hambriento.

“No te he hecho nada que no estuvieras destinada a experimentar,” respondió. “Solo he abierto una puerta que ya existía dentro de ti.”

Tomó su rostro entre sus manos, obligándola a mirarlo directamente a los ojos. En la penumbra del cañón, sus iris parecían cambiar de color, del ámbar al dorado, al rojo ardiente.

“Desde el momento en que te vi a través de mi telescopio en el campamento, supe que eras diferente,” continuó. “Tienes la marca, . La sensibilidad. La capacidad de ver más allá del velo que separa los mundos.”

“No sé de qué estás hablando,” respondió ella, intentando apartarse, fascinada, incapaz de romper el contacto visual.

“Lo sabes,” insistió Nankurunaisa  “Siempre lo has sabido. ¿Por qué crees que te sientes atraída por lo oculto, por lo misterioso? ¿Por qué tus fotografías capturan más de lo que el ojo humano puede ver? ¿Por qué sueñas con estrellas que te llaman por tu nombre?”

Ella  se quedó inmóvil. Nunca le había contado a nadie sobre esos sueños recurrentes, sobre las voces estelares que la habían acompañado desde la infancia.

“¿Quién eres realmente?” preguntó, su voz más firme ahora, impulsada por una mezcla de miedo y fascinación.

Nankurunaisa , y esta vez la transformación fue más completa. Su rostro pareció elongarse, sus rasgos volviéndose más afilados, más antiguos. Los mechones blancos en su cabello comenzaron a brillar como estrellas diminutas.

“Creo que ya lo sabes,” respondió, su voz resonando de una manera que no parecía completamente humana. “Mi nombre completo es demasiado antiguo para que tu lengua lo pronuncie, pero los primeros habitantes de esta tierra me llamaron ¡Perfecto!. Nankurunaisa
El nombre reverberó en el cañón como un trueno distante, y las pinturas rupestres a su alrededor brillaron con más intensidad, como respondiendo a su presencia.

“El cazador estelar, eso significa mi nombre ” murmuró Nankurunaisa , las piezas encajando en su mente con una claridad aterradora. 

“Orión.”

Nankurunaisa Asintió, complacido.

“He tenido muchos nombres a lo largo de los eones. Los griegos me llamaron Orión. Los egipcios, Osiris. Pero mi verdadera naturaleza, mi verdadero propósito, ha permanecido constante.”

Se puso de pie, extendiendo una mano para ayudar a Yorlett a levantarse. Después de un momento de duda, ella la tomó, preparada esta vez para la corriente de energía que la atravesó.

“¿Y cuál es ese propósito?” preguntó, sorprendida por su propia calma ante lo imposible.

“Buscar,” respondió simplemente. “Perseguir lo inalcanzable. Desear lo prohibido.” Hizo una pausa, sus ojos fijos en ella con una intensidad que debería haberla aterrorizado. “Hasta ahora.”

Ella  sintió un escalofrío recorrer su espalda.

“¿Qué quieres de mí?”

La sonrisa de Nankurunaisa se volvió predatoria.

“Todo,” respondió. “Y a cambio, te ofreceré lo mismo. Conocimiento más allá de lo humano. Experiencias que ningún mortal ha vivido. Un lugar junto a mí en el cielo nocturno.”

Dio un paso hacia ella, y el aire a su alrededor pareció distorsionarse, como si la realidad misma se doblara ante su presencia.

“Eres especial, Yorlett Elena Hernández . Tu alma brilla con una luz que he buscado durante milenios. Eres mi Yugarilya, mi estrella fugitiva. Pero a diferencia de las hermanas que siempre huyen, tú has venido a mí voluntariamente.”

Ella quería retroceder, quería correr, pero sus piernas no respondían. Una parte de ella —una parte que no reconocía como propia— anhelaba acercarse más, sumergirse en aquella presencia sobrenatural.

“Esto no es real,” dijo, más para convencerse a sí misma que como una afirmación. “Los dioses no existen. Las constelaciones son solo estrellas, no entidades conscientes.”

El ente  rió, un sonido que pareció sacudir las propias paredes del cañón.

“¿No existen?” Con un gesto de su mano, la arena del suelo comenzó a elevarse, formando patrones complejos en el aire, constelaciones tridimensionales que giraban lentamente alrededor de ellos. “Tu especie siempre ha sido así. Necesitan categorizar, explicar, reducir lo numinoso a fórmulas comprensibles.”

Las partículas de arena brillaban ahora como estrellas en miniatura, creando un universo en microcosmos que los envolvía.

“Pero en el fondo, saben la verdad. La sienten. Por eso miran al cielo con asombro. Por eso cuentan historias sobre dioses y héroes entre las estrellas. Porque recuerdan, en lo más profundo de su ser, que una vez caminaron entre nosotros, que ustedes son nuestros hijos, que las mujeres han parido nuestra descendencia, que hay una historia real, oculta por las falsedades y mentiras para tener la humanidad dormida ”

Ella  observaba hipnotizada el espectáculo celestial que la rodeaba. Era hermoso y aterrador a partes iguales.

“¿Por qué yo?” logró preguntar finalmente. “De todos los humanos, ¿por qué me elegiste a mí?”

Nankurunaisa disolvió la ilusión estelar con un movimiento de su mano, y la arena cayó suavemente al suelo.

“No fue una elección arbitraria,” respondió. “Tu linaje es especial. Tu abuela lo sabía. ¿Nunca te preguntaste por qué te contaba esas extrañas historias sobre estrellas vivientes? ¿Por qué te enseñó a reconocer constelaciones que no aparecen en ningún libro de astronomía?”

Yorlett  quedó inmóvil. Los recuerdos de su infancia con la abuela , las historias que le narraba su madre  Isabel emergieron con claridad: las noches en el patio trasero, observando el cielo mientras la anciana le susurraba historias que mezclaban tradiciones mexicanas con algo más antiguo, más misterioso.

“Mi abuela nunca mencionó nada sobre dioses estelares,” dijo, aunque un recuerdo persistente intentaba emerger en su mente.

“No con esas palabras, quizás,” concedió  Nankurunaisa “Pero te preparó. Te mostró el camino. Y ahora estás aquí, exactamente donde debías estar.”

Se acercó nuevamente, y esta vez  ella no retrocedió. Había algo hipnótico en su presencia, algo que anulaba su miedo natural ante lo desconocido.

“Déjame mostrarte más,” susurró Nankurunaisa extendiendo su mano una vez más. “Déjame revelarte los secretos que has estado buscando toda tu vida, incluso sin saberlo.”

Yorlett  miró su mano extendida, consciente de que estaba ante una encrucijada. La lógica, la razón, todo lo que la sociedad moderna le había enseñado le gritaba que corriera, que esto era una alucinación, una psicosis inducida por el aislamiento del desierto.

Pero otra parte de ella, una parte que resonaba con las historias de su abuela, con los sueños estelares que la habían perseguido toda su vida, la empujaba a aceptar.

“Si voy contigo,” dijo lentamente, “¿podré regresar?”

La sonrisa de Nankurunaisa se ensanchó, revelando dientes demasiado blancos, demasiado afilados para ser humanos.

“¿Por qué querrías regresar, cuando puedo mostrarte maravillas que ningún mortal ha contemplado jamás?” Ya has sido mi mujer. Muchas veces.Ahora lo volverás a ser.

-- No eras tú. Era OMEO Cooper. Devuélvemelo.-- dijo sin pensar. Y es que en ese momento sintió que había perdido a su novio.

El ente quedó sorprendido en su vanidad. Le costaba entender que ella prefería a una manifestación derivada de él y no el mismo 

No era una respuesta, y ella lo sabía. Pero en ese momento, con la luz de las estrellas filtrándose por la abertura del cañón y el arte rupestre milenario brillando a su alrededor, la advertencia implícita no fue suficiente para detenerla.

Ella Tomó la mano de Nankurunaisa

El mundo a su alrededor se disolvió en un torbellino de arena y luz estelar. Una onda promiscua,depravada,enervante,maligna, de un irrefrenable ardor sexual la atacó como nunca antes.


El amanecer encontró a Yorlett de regreso en su tienda en el campamento, sin recuerdo claro de cómo había llegado allí. Su cuerpo se sentía extraño, como si hubiera sido estirado y comprimido, como si hubiera viajado distancias imposibles en un parpadeo.Como si hubiera estado en una orgía sin fin.

Fragmentos de imágenes destellaban en su mente: desiertos ancestrales poblados por seres que no eran completamente humanos; cielos nocturnos con constelaciones que ningún astrónomo moderno reconocería; Nankurunaisa en  su forma cambiando constantemente entre hombre y algo más antiguo, más primordial.Algo salvaje ,animal que todavía hacía estremecer su Cuerpo . Se desplomó en la cama portátil. Agotada,sin capacidad de pensar.

Horas después,Se incorporó lentamente, notando que aún llevaba la ropa del día anterior, ahora cubierta de una fina capa de arena rojiza. Pero no era arena común. Brillaba tenuemente, como si cada grano contuviera una estrella en miniatura.

Al mover su mano izquierda, sintió un dolor agudo en la muñeca. Al examinar, descubrió una marca que no estaba allí la noche anterior: un símbolo que recordaba vagamente a la constelación de Orión, pero con líneas adicionales que formaban un patrón más complejo. No era un tatuaje convencional; parecía haber sido grabado desde dentro, como si la piel hubiera sido marcada por fuego estelar.

“No fue un sueño,!¡Maldita sea!, creo que hice el amor con él. No puede ser. Yo tengo un compromiso .OMEO, cuánto Lo siento No soy digna de ti..” murmuró para sí misma, pasando los dedos por la marca.

Al contacto, sintió un eco de la conexión que había experimentado con Nankurunaisa, como si la marca fuera un canal permanente entre ellos.

Un golpe en la lona de su tienda la sobresaltó.

“¿Yorlett ? ¿Estás despierta?” Era la voz de Djalu, el guía aborigen.

“Sí,” respondió, apresurándose a cubrir la marca con la manga de su camisa. “Un momento.”

Cuando salió de la tienda, encontró al anciano esperando con expresión grave. Sus ojos, normalmente cálidos, la estudiaban con una mezcla de preocupación y algo cercano al miedo.

“¿Dónde estuviste anoche?” preguntó sin preámbulos.

Yorlett dudó. ¿Cuánto podía contar? ¿Cuánto creería este hombre?

“Salí a caminar,” respondió vagamente. “Quería fotografiar el cielo nocturno.”

Djalu la miró fijamente, como si pudiera ver a través de su mentira.

“Te vieron con él,” dijo finalmente. “Con el hombre de ojos dorados.”

Yorlett sintió que su corazón se aceleraba.

“Es solo un guía local", intentó explicar. “Me está mostrando lugares interesantes para mi proyecto fotográfico.”

El anciano negó con la cabeza, su expresión cada vez más sombría.

“No es un guía, Yorlett  No es… local.Nadie lo conoce.” Hizo una pausa, como si buscara las palabras adecuadas. “Yo si se quien es.No es de este tiempo.”

Un escalofrío recorrió la espalda de Yorlett . La confirmación de otra persona, especialmente alguien tan conectado con las tradiciones locales como Djalu, hacía que la experiencia de la noche anterior fuera aún más real, más aterradora.

“¿Sabes quién es?” preguntó en voz baja.

Djalu miró nerviosamente a su alrededor, asegurándose de que nadie más pudiera escucharlos.

“Los ancianos hablan de él,” respondió. “El cazador que camina entre las estrellas y la tierra. .” Hizo un gesto protector con la mano. “No es un espíritu benévolo, . Es un depredador. Un seductor. Busca recipientes para extender su influencia en nuestro mundo.”

“Recipientes,” repitió Yorlett , recordando cómo Nankurunaisa había usado exactamente esa palabra la noche anterior.-- Creo que metí la pata.

“Cuerpos humanos,” explicó Djalu. “Almas receptivas que pueda… habitar. Poseer.”

Yorlett sintió náuseas. Lo que había experimentado como una revelación mística, una conexión con algo trascendente, adquiría ahora un tono mucho más siniestro, ahora estaba segura que la poseyó salvajemente y ella participó activamente. .

“¿Por qué me estás contando esto?” preguntó, aunque ya sospechaba la respuesta.

Djalu señaló su muñeca izquierda, donde la marca del ente  se ocultaba bajo la tela de su camisa.

“Porque ya te ha marcado,” dijo simplemente. “Y porque aún no es demasiado tarde.”

bajó la mirada hacia su muñeca, sorprendida de que el anciano supiera de la marca sin haberla visto.

“¿Cómo…?”

“Puedo sentirla,” respondió Djalu. “Es como un… eco en el mundo espiritual. Una perturbación.”

Se acercó más, bajando aún más la voz.

“Escúchame bien,Yorlett Hernández . Aún puedes romper la conexión, pero debes actuar rápido. Cada vez que lo veas, cada vez que aceptes sus dones, el vínculo se fortalecerá. Y llegará un punto en que será irreversible.”

“¿Qué debo hacer?”, preguntó , el miedo finalmente superando la fascinación que había sentido.

“Debes irte,” respondió Djalu con firmeza. “Hoy mismo. Vuelve a la ciudad, a las luces, al ruido.Nankurunaisa  es más débil, lejos del desierto, lejos del cielo abierto donde sus estrellas brillan con más fuerza.”

Yorlett asintió lentamente. La idea de abandonar el proyecto fotográfico que la había traído al desierto era decepcionante, pero el miedo que comenzaba a sentir era más fuerte.LLegó pensando hacer fotografías para venderlas y poder ayudarse a financiar su carrera, terminó siendo seducida por un ser bellísimo y precioso en su maligna esencia 

“¿Y la marca?” preguntó, tocando inconscientemente su muñeca.

La expresión de Djalu se ensombreció aún más.

“La marca permanecerá,” dijo. “Es un vínculo que sólo puede romperse con rituales específicos. Pero puedo darte algo que te ayudará a mantenerlo a distancia.”

El anciano extrajo de su bolsillo un pequeño objeto envuelto en tela. Al desenvolverlo, reveló un colgante de plata con un símbolo grabado que Ella no reconoció.

“Esto es un amuleto de protección,” explicó. “Ha estado en mi familia durante generaciones. No bloqueará completamente su influencia, pero te dará tiempo. Tiempo para encontrar ayuda, para aprender a defenderte.”

Yorlett  tomó el colgante con manos temblorosas, sintiendo un leve hormigueo al contacto, como si el objeto tuviera su propia energía.

“¿Por qué me ayudas?” preguntó. “Apenas me conoces.”

Djalu sonrió tristemente.

“Porque he visto esto antes,” respondió. “Hace muchos años, otra joven llamada Madeleine  fue marcada. Era mi hermana  menor.No tuve el valor de intervenir entonces. No cometeré el mismo error dos veces.”

Antes de que Ella pudiera preguntar más sobre esa otra mujer, Djalu se alejó, dejándola sola con el colgante y un creciente sentimiento de urgencia.

Dentro de su tienda, comenzó a empacar apresuradamente. Mientras lo hacía, notó que la arena brillante que cubría su ropa había desaparecido, como si nunca hubiera estado allí.

Pero la marca en su muñeca permanecía, pulsando levemente al ritmo de su corazón acelerado.

Y en algún lugar, más allá de su percepción consciente, podía sentir a Nankurunaisa, esperando, su paciencia tan eterna como las estrellas que representaba.Yorlett  se colocó el colgante de protección alrededor del cuello y continuó empacando, determinada a estar en el primer autobús que saliera del desierto.

Lo que no sabía entonces, lo que no podría haber imaginado, era que su huida no sería el final de su encuentro con Nankurunaisa.

Luego pasó el tiempo, ella de alguna manera lo superó, culminó su carrera y empezó a laborar en la Policía Federal Australiana, para terminar en el caso del campamento 3NTE,inmediatamente  perder OMEO,también perdió su carrera,  su destino.En definitiva perderlo todo 






 # Capítulo 4: Señales de Peligro

El viaje a Adelaide transcurrió en un silencio tenso. Yorlett  miraba constantemente por la ventanilla del todoterreno de Henry , escrita donde cada vehículo que pasaba, cada figura solitaria en las paradas de descanso. La paranoia se había convertido en su estado natural, una adaptación necesaria para la supervivencia en todo este tiempo.

Henry conducía con la concentración de quien sabe que lleva una carga preciosa y peligrosa. Desde el incidente de la noche anterior en la cabaña, su escepticismo académico había dado paso a una cautela que rayaba en el miedo. Ver a aquella figura de ojos dorados entre los árboles había sido suficiente para convencerlo de que la historia de Yorlett no era producto de una mente perturbada.

“¿Cómo es ella?” preguntó Yorlet, rompiendo el silencio después de horas de carretera, tenía curiosidad de averiguar. El eterno femenino de saber si había alguien en la vida de Henry. A veces le daban ganas de reír.  Sabía que Henry siempre había enamorado de ella


CAPRICORNIO

Novelas Por Capitulos





Nota del autor:

Estrictamente para mayores de 18 años.

Estrictamente para mayores de 18 años


El Comisario Evaristo Gutiérrez despertó. Sus 22 años de servicio en Homicidios le recordaban que aún faltaban ocho años para su jubilación. Un pensamiento nada agradable para el frío de un domingo a finales del otoño, cuando debería estar durmiendo a las seis y media de la mañana.

El timbre del teléfono, y el hecho de que no lo estrellara contra la pared, indicaban que también llevaba 16 años de divorciado y vivía completamente solo.

—Dime —gruñó a su segundo, el Inspector José Rodríguez.

Básico, hasta en el apellido.

—Dime —repitió, ronco todavía por los mil y un cigarrillos del día anterior.

—Gutiérrez... volvieron a atacar —explicó la voz del otro lado con urgencia desbordada.

—¿Otra vez? —respondió el Comisario, entendiendo perfectamente a quiénes se refería su subalterno.

—Sí. Lamentablemente, fue uno de los nuestros.

—Maldita sea —Gutiérrez se incorporó en la cama, ya completamente despierto.

Hoy no voy a fumar, pensó.

Como pudo, se lanzó una franela encima, una gabardina y casi salió en zapatillas de dormir.

—Ufff —murmuró, regresando a la puerta para terminar de vestirse. Un blue jean, como si aún fuera un muchacho, y una camisa militar.

—Uno de los nuestros... —repitió en voz baja mientras salía a la fría mañana.

Encendió su coche asignado, un abollado Peugeot 408 Turbo Diésel blanco.

—¿Dónde es? —preguntó por la radio de la patrulla.

Sabía que, invariablemente, Rodríguez estaría del otro lado.

—Avenida Cuatricentenario con Paseo Orinoco. Fueron ellas —respondió la voz, ya con tono netamente policial.

—Pero si hace muy poco fue el último... —murmuró Gutiérrez, sin querer aceptar la realidad.

—Magnolia sale muy nítida en la cámara de seguridad de la farmacia.

—Ok. Déjame llegar...

Quince minutos después, el Comisario estacionó el Peugeot. Aunque era domingo y muy temprano, varios curiosos se habían congregado. Motocicletas y coches policiales mantenían sus luces giratorias encendidas.


Vio estacionado el Dongfeng A50 de la Policía Municipal

Vio estacionado el Dongfeng A50 de la Policía Municipal. Las dos puertas delanteras estaban abiertas. Por una había salido el agente; la otra, seguramente, la abrieron las asesinas.

El Comisario maldijo en voz baja. Hasta la saciedad había advertido que, en caso de verlas —así fuese de lejos—, pidieran refuerzos, hicieran un cerco, y sobre todo, no se acercaran.

Evidentemente, el agente no hizo caso. Otro idiota queriendo ganarse el trofeo, creyendo que podía con tres chicas. Ahora era parte de la estadística.

Levantó la sábana de plástico. Hizo un gesto de contrariedad.

Un novato. Un muchacho. Un Policía Municipal.

Se incorporó y observó alrededor. Ellas ya debían estar lejos, o quizás camufladas entre los vecinos que contemplaban la escena. Casi por reflejo se acercó al grupo de espectadores. Ninguna de las pocas mujeres que trotaban a esa hora correspondía con ellas. Igualmente, observó hacia las casas lujosas del sector. Sabía perfectamente que una de las que miraban desde las ventanas... era una de ellas. Siempre lo hacían.

La dependienta de la farmacia las había visto. Le parecieron conocidas. Llevaban varios días comprando productos al amanecer. Una parecía enferma. Su conducta errática llamó la atención.

La dependienta llamó a la policía. El agente llegó cuando ellas ya se marchaban. Apenas se acercó, una se le lanzó, lo derribó. La otra lo sujetó. Y la tercera...

—Bueno... ya usted lo vio. Lo degolló. Se llevaron el arma de reglamento —explicó rápidamente Rodríguez, parado junto a su superior.

El Comisario asintió. Miró la puerta abierta del copiloto.

—Supongo que nuestro muchacho en realidad no sabía quiénes eran. Se acercó despreocupadamente. Ellas ya estaban prevenidas. Él no tuvo oportunidad. Se deslumbró por lo bonitas... y quiso hacer contacto desde la autoridad —comentó Gutiérrez, recorriendo la escena con la mirada.

—Craso error —dijo Rodríguez, comprendiendo.

—Se llevaron el arma como trofeo —musitó el Comisario, y en el mismo tono, casi al oído de su subordinado—: haz una redada. Detén todos los vehículos que circulen y, con mucho cuidado, identifica a todas las muchachas que anden por aquí... Hazlo con extremo cuidado.

El otro asintió casi imperceptiblemente.

Entraron a la farmacia. La dependienta aún estaba en estado de shock. Lo había visto todo desde el mostrador, a través del ventanal que daba a la avenida y al amplio estacionamiento.

Con un ataque de hipertensión, un manojo de nervios, y tartamudeando, contó más o menos lo mismo que su asistente.

—Lo peor —dijo con lágrimas corriendo por sus mejillas— es que son bonitas... tranquilas... nunca pierden la compostura. No debí haber llamado. Ellas se hubieran ido y ese chico estaría vivo. Siempre tenían mucho dinero en efectivo. Cuando pagaron, me pareció raro. Son tan jóvenes... No sé por qué lo hice. Ya eran clientas habituales. Me siento tan culpable. Ustedes... ustedes no están capacitados.

Gutiérrez asintió. Salió en silencio a la escena. Ya llegaba la Fiat Ducato Turbo Diésel del forense, y una reluciente grúa GMC se llevaba la radiopatrulla. En quince minutos, nadie diría que un asesinato se había cometido esa radiante mañana de domingo, en un elegante suburbio de la ciudad.

Gutiérrez encendió su Peugeot. El papeleo, los inútiles interrogatorios a los transeúntes y la sensación de fracaso se los dejó a Rodríguez. Dio la vuelta y se desplazó lentamente por las calles del vecindario.

Su experiencia le decía que, en alguna casa o apartamento abandonado, en venta o alquiler, ellas habían pernoctado tranquilamente, de incógnito. También podían tener secuestrado a un hombre que viviera solo. Ya lo habían hecho antes. Sin duda llevaban algún tiempo en el vecindario. Usaban muchos disfraces: universitarias de provincia, enfermeras, obreras, oficinistas recién graduadas. Dos hermanas y una de ellas con una relación lésbica. Coberturas eficaces, normales. Tres chicas bellas e inocentes que ocultaban lo que realmente eran. Después, desaparecían.

Vio el lote de residencias. Muchas casas tenían letreros de "SE VENDE". Aún la gente emigraba en masa: España, India, Vietnam, Estados Unidos...

—Rodríguez —llamó por radio—. En la avenida Raúl Castro, verifica todas las casas en venta o abandonadas. Busca alguna a la que le hayan quitado el letrero. Y si puedes, averigua si hay hombres viviendo solos por el sector. Pero que sea información del último mes.

Detuvo el coche con el motor encendido, observando atentamente el entorno.

¿Quién quita? A lo mejor todavía están por aquí.

Rodríguez solicitó detalles del sector.

—Es cerca de la plaza Steve Jobs —respondió el Comisario distraídamente.

Observaba las casas. Buscaba una con las ventanas abiertas... o las cortinas demasiado cerradas. La gente salía a sus jardines, se dirigía a sus iglesias, lavaban sus autos.

Gutiérrez comenzó a rodar lentamente. Se internó en una transversal. Luego giró a la izquierda. Calle sin salida. Al fondo, una casa cerraba el paso. El jardín estaba descuidado. Evidentemente abandonada... o vivida por ancianos.

Esa es. Esa tiene que ser.

—Rápido. Envíame al SWAT. Localízame por el GPS. Sin sirenas. Si pueden llegar en una panel sin identificación, mucho mejor. ¡Ya! ¡Apúrate! —ordenó el comisario mientras quitaba el seguro de su Beretta.

La Policía les había colocado tres seudónimos: MagnoliaJazmín y Miosotis. Habían comenzado su terrible accionar siete años atrás. Costó años y muchos errores identificarlas, conectarlas con crímenes sin lógica ni motivo aparente. Varios investigadores habían fracasado estrepitosamente en su intento por atraparlas. No caían en celadas, trampas ni señuelos.

Muchos policías veteranos decían que tenían pacto con el Diablo.

#"#"#"#"#


¡---**Habían comenzado su terrible accionar siete años atrás.** Costó años de esfuerzo identificarlas, conectarlas con crímenes carentes de lógica aparente, sin motivos visibles. Numerosos investigadores fracasaron estrepitosamente en su intento de capturarlas. No caían en trampas, celadas ni señuelos. Veteranos policías juraban que tenían un pacto con el diablo. La verdad era más prosaica: poseían coeficientes intelectuales excepcionalmente altos, lo que las marcaba como esquizofrénicas violentas y paranoicas.

 Se anticipaban a cualquier estrategia policial con una frialdad desconcertante. No eran vanidosas ni egocéntricas, y los insultos o provocaciones de la policía no las hacían perder el control. Operaban con la precisión de adolescentes entrenadas al extremo en inteligencia emocional para el crimen, ejecutando su maligna carrera delictiva con una eficiencia pasmosa. La orden era clara: eliminarlas al primer disparo. Ellas, por supuesto, lo sabían. Habían escapado de trampas mortales y, con cada intento fallido, redoblaban sus precauciones en operaciones cada vez más arriesgadas. Los jefes policiales albergaban una esperanza secreta: que terminaran matándose entre ellas, poniendo fin a la amenaza de estas peligrosas mujeres.

 **Sus orígenes eran dispares.****Magnolia**, cuyo verdadero nombre era **Krystal Johnson Fergusson**

****Magnolia**, cuyo verdadero nombre era **Krystal Johnson Fergusson**

, nació y creció en una urbanización de clase media alta

, nació y creció en una urbanización de clase media alta. Su padre, alto ejecutivo de una empresa de tecnología de punta; su madre, una abogada de renombre. Rubia, con ojos azules inmensos que a veces ocultaba tras lentes de sol discretos, Krystal fue educada entre clases de ballet, pintura y defensa personal. Hablaba inglés y francés con fluidez, y su guardarropa —de perfumes a accesorios— era exclusivamente Donna Karan. La llevaban a un exclusivo colegio católico en una Cadillac Lyriq EV reservada solo para ella

La llevaban a un exclusivo colegio católico en una Cadillac Lyriq EV reservada solo para ella

. Extrovertida, afable, perfeccionista, imbatible en cualquier competencia. Su belleza precoz atraía a todos los chicos, aunque ella prefería hombres mayores. Era evidente que sus primeras experiencias sexuales ocurrieron a una edad temprana. 



 **Jazmín**, en realidad **Rita Peralta**


, nació en un hospital rural

, nació en un hospital rural. Hija única de una inmigrante indocumentada argentina y un tractorista temporal en las vastas haciendas de maíz de propietarios chinos y japoneses. De ojos negros fieros y cabello oscuro que aclaraba con tintes, su piel morena y su cuerpo macizo, fuerte y bello reflejaban el entorno rudo que la forjó. Desde niña, aprendió a defenderse de las miradas de hombres a quienes poco les importaba su edad, en un lugar donde las mujeres escaseaban. Su educación fue básica, casi primitiva, marcada por un silencio constante. "Es que es así", explicaba su madre a quienes preguntaban. Vestía shorts de mezclilla, camisas de franela a cuadros y sombreros que adoraba. Abandonó la escuela para entrenarse en el manejo de tractores John Deere. Su pasión eran los camiones Mack, Hino y Navistar, y solo entonces rompía su silencio, hablando con entusiasmo de sus cajas de cambios y motorizaciones.




 **Miosotis**, o **Susana Gálvez**,

**Miosotis**, o **Susana Gálvez**,



 era la tercera hija del cuarto esposo de su madre, la única con hermanos. La más hermosa de su familia, con un cuerpo escultural, una voz femenina y un talento innato para el baile. Alumna promedio, devoraba noticieros de farándula y compraba religiosamente el periódico. Fue la primera en golpear chicos en la primaria, la primera en manejar motos, la que leía novelas de terror con avidez y la que tenía una expresión corporal agresiva. Sus manos, siempre listas para golpear, la hacían la más peligrosa. Provenía de urbanizaciones obreras construidas por el gobierno en tiempos de oscuridad y maldad, destinadas a los marginales , habitantes y inmigrantes ilegales caribeños y llaneros que infectaban  las favelas en los cerros de la capital. 



 **¿Cómo se conocieron? ¿Cómo congeniaron?** Solo ellas lo dirían, si alguna vez las capturaban. Todos sospechaban que se conectaron a través de plataformas como Line, Tango, X, Facebook, Skype, Telegram, TikTok, Weibo, Mastodon, Bitchat,Tinder, Instagram o WhatsApp, aunque no tenían perfiles visibles. El comisario, sin embargo, estaba convencido de que usaban seudónimos falsos para comunicarse.---*



*II**


Una Dodge Sprinter Turbo Diesel negra y brillante se estacionó estratégicamente. Cuando los agentes SWAT comenzaron a descender, los vecinos salieron a curiosear, convencidos de que era una redada de ICE para deportaciones selectivas de niños y gente trabajando , ejecuciones extrajudiciales de mujeres embarazadas inmigrantes .

.—¡Rápido! —gritó Gutiérrez, empuñando su automática mientras corría hacia la casa, que parecía desierta—. ¡Maldita sea! Hemos perdido el factor sorpresa.


Rodríguez lo seguía de cerca, con el pelotón detrás, derribando la puerta sin miramientos.


 —Si hay una familia ahí dentro, esto será un desastre —masculló el comisario, pensando que un escándalo podría acelerar su jubilación. 

 —Estén alerta. Si están ahí, no dejen que se acerquen. Disparen a matar —ordenó, avanzando con cautela por la casa silenciosa y vacía—. Pero cuidado, podría haber civiles.


 Mientras los policías irrumpían, un chico observaba desde el jardín de la casa en la esquina de la avenida principal. Como otros vecinos, miraba en silencio el operativo al final de la calle. Cuatro motos Kawasaki 650 y dos Chevrolet Malibu Turbo Diesel sin identificación pasaron desapercibidos.

 —Ya no se puede vivir aquí —le comentó a su vecina, que, estupefacta, seguía regando su césped artificial.

 —Es verdad —asintió ella, sin soltar la manguera—. Seguro es por el policía que mataron frente a la farmacia.

 —Seguro —respondió el chico con suavidad, entrando en su casa mientras la música de Aerosmith, "Janie's Got a Gun", resonaba desde el interior.


 —Debemos irnos —dijo Jazmín a Magnolia y Miosotis, quitándose la peluca. 

 —Estaríamos lejos si no te encantara ver el circo —respondió Magnolia con calma, sin rastro de disgusto. 

 —Ya me siento bien —dijo Miosotis.

 —Necesitas descansar. Debes decírselo —insistió Jazmín. 

 Las tres tararearon la canción mientras pasaban caminando junto a la Dodge Sprinter. Un agente, distraído, les lanzó un piropo. Tres chicos, aparentemente gays, frágiles e inocentes, intentaban sin éxito parecer femeninos. Esperaron diez minutos en la parada y subieron al tranvía suburbano. 


 —Tienen razón. Se lo diré —susurró Miosotis, sin apartar la vista del paisaje que se deslizaba por la ventana.--- 

Continua



Cómo siempre invitamos a leer la mejor novela latinoamericana de ciencia ficción con el mejor sistema de lectura KDP de Amazon.


https://www.amazon.com/dp/B0DTV2XX3R





Continua


El Eco del Espejo

Novelas Por Capitulos Viene de.. https://e999erpc55autopublicado.blogspot.com/2025/07/arthegia.html?m=1 ¡ https://youtu.be/ltQa-6Dqfh8?si=XZ...