Bloguer

sábado, 19 de julio de 2025

CAPRICORNIO

Novelas Por Capitulos





Nota del autor:

Estrictamente para mayores de 18 años.

Estrictamente para mayores de 18 años


El Comisario Evaristo Gutiérrez despertó. Sus 22 años de servicio en Homicidios le recordaban que aún faltaban ocho años para su jubilación. Un pensamiento nada agradable para el frío de un domingo a finales del otoño, cuando debería estar durmiendo a las seis y media de la mañana.

El timbre del teléfono, y el hecho de que no lo estrellara contra la pared, indicaban que también llevaba 16 años de divorciado y vivía completamente solo.

—Dime —gruñó a su segundo, el Inspector José Rodríguez.

Básico, hasta en el apellido.

—Dime —repitió, ronco todavía por los mil y un cigarrillos del día anterior.

—Gutiérrez... volvieron a atacar —explicó la voz del otro lado con urgencia desbordada.

—¿Otra vez? —respondió el Comisario, entendiendo perfectamente a quiénes se refería su subalterno.

—Sí. Lamentablemente, fue uno de los nuestros.

—Maldita sea —Gutiérrez se incorporó en la cama, ya completamente despierto.

Hoy no voy a fumar, pensó.

Como pudo, se lanzó una franela encima, una gabardina y casi salió en zapatillas de dormir.

—Ufff —murmuró, regresando a la puerta para terminar de vestirse. Un blue jean, como si aún fuera un muchacho, y una camisa militar.

—Uno de los nuestros... —repitió en voz baja mientras salía a la fría mañana.

Encendió su coche asignado, un abollado Peugeot 408 Turbo Diésel blanco.

—¿Dónde es? —preguntó por la radio de la patrulla.

Sabía que, invariablemente, Rodríguez estaría del otro lado.

—Avenida Cuatricentenario con Paseo Orinoco. Fueron ellas —respondió la voz, ya con tono netamente policial.

—Pero si hace muy poco fue el último... —murmuró Gutiérrez, sin querer aceptar la realidad.

—Magnolia sale muy nítida en la cámara de seguridad de la farmacia.

—Ok. Déjame llegar...

Quince minutos después, el Comisario estacionó el Peugeot. Aunque era domingo y muy temprano, varios curiosos se habían congregado. Motocicletas y coches policiales mantenían sus luces giratorias encendidas.


Vio estacionado el Dongfeng A50 de la Policía Municipal

Vio estacionado el Dongfeng A50 de la Policía Municipal. Las dos puertas delanteras estaban abiertas. Por una había salido el agente; la otra, seguramente, la abrieron las asesinas.

El Comisario maldijo en voz baja. Hasta la saciedad había advertido que, en caso de verlas —así fuese de lejos—, pidieran refuerzos, hicieran un cerco, y sobre todo, no se acercaran.

Evidentemente, el agente no hizo caso. Otro idiota queriendo ganarse el trofeo, creyendo que podía con tres chicas. Ahora era parte de la estadística.

Levantó la sábana de plástico. Hizo un gesto de contrariedad.

Un novato. Un muchacho. Un Policía Municipal.

Se incorporó y observó alrededor. Ellas ya debían estar lejos, o quizás camufladas entre los vecinos que contemplaban la escena. Casi por reflejo se acercó al grupo de espectadores. Ninguna de las pocas mujeres que trotaban a esa hora correspondía con ellas. Igualmente, observó hacia las casas lujosas del sector. Sabía perfectamente que una de las que miraban desde las ventanas... era una de ellas. Siempre lo hacían.

La dependienta de la farmacia las había visto. Le parecieron conocidas. Llevaban varios días comprando productos al amanecer. Una parecía enferma. Su conducta errática llamó la atención.

La dependienta llamó a la policía. El agente llegó cuando ellas ya se marchaban. Apenas se acercó, una se le lanzó, lo derribó. La otra lo sujetó. Y la tercera...

—Bueno... ya usted lo vio. Lo degolló. Se llevaron el arma de reglamento —explicó rápidamente Rodríguez, parado junto a su superior.

El Comisario asintió. Miró la puerta abierta del copiloto.

—Supongo que nuestro muchacho en realidad no sabía quiénes eran. Se acercó despreocupadamente. Ellas ya estaban prevenidas. Él no tuvo oportunidad. Se deslumbró por lo bonitas... y quiso hacer contacto desde la autoridad —comentó Gutiérrez, recorriendo la escena con la mirada.

—Craso error —dijo Rodríguez, comprendiendo.

—Se llevaron el arma como trofeo —musitó el Comisario, y en el mismo tono, casi al oído de su subordinado—: haz una redada. Detén todos los vehículos que circulen y, con mucho cuidado, identifica a todas las muchachas que anden por aquí... Hazlo con extremo cuidado.

El otro asintió casi imperceptiblemente.

Entraron a la farmacia. La dependienta aún estaba en estado de shock. Lo había visto todo desde el mostrador, a través del ventanal que daba a la avenida y al amplio estacionamiento.

Con un ataque de hipertensión, un manojo de nervios, y tartamudeando, contó más o menos lo mismo que su asistente.

—Lo peor —dijo con lágrimas corriendo por sus mejillas— es que son bonitas... tranquilas... nunca pierden la compostura. No debí haber llamado. Ellas se hubieran ido y ese chico estaría vivo. Siempre tenían mucho dinero en efectivo. Cuando pagaron, me pareció raro. Son tan jóvenes... No sé por qué lo hice. Ya eran clientas habituales. Me siento tan culpable. Ustedes... ustedes no están capacitados.

Gutiérrez asintió. Salió en silencio a la escena. Ya llegaba la Fiat Ducato Turbo Diésel del forense, y una reluciente grúa GMC se llevaba la radiopatrulla. En quince minutos, nadie diría que un asesinato se había cometido esa radiante mañana de domingo, en un elegante suburbio de la ciudad.

Gutiérrez encendió su Peugeot. El papeleo, los inútiles interrogatorios a los transeúntes y la sensación de fracaso se los dejó a Rodríguez. Dio la vuelta y se desplazó lentamente por las calles del vecindario.

Su experiencia le decía que, en alguna casa o apartamento abandonado, en venta o alquiler, ellas habían pernoctado tranquilamente, de incógnito. También podían tener secuestrado a un hombre que viviera solo. Ya lo habían hecho antes. Sin duda llevaban algún tiempo en el vecindario. Usaban muchos disfraces: universitarias de provincia, enfermeras, obreras, oficinistas recién graduadas. Dos hermanas y una de ellas con una relación lésbica. Coberturas eficaces, normales. Tres chicas bellas e inocentes que ocultaban lo que realmente eran. Después, desaparecían.

Vio el lote de residencias. Muchas casas tenían letreros de "SE VENDE". Aún la gente emigraba en masa: España, India, Vietnam, Estados Unidos...

—Rodríguez —llamó por radio—. En la avenida Raúl Castro, verifica todas las casas en venta o abandonadas. Busca alguna a la que le hayan quitado el letrero. Y si puedes, averigua si hay hombres viviendo solos por el sector. Pero que sea información del último mes.

Detuvo el coche con el motor encendido, observando atentamente el entorno.

¿Quién quita? A lo mejor todavía están por aquí.

Rodríguez solicitó detalles del sector.

—Es cerca de la plaza Steve Jobs —respondió el Comisario distraídamente.

Observaba las casas. Buscaba una con las ventanas abiertas... o las cortinas demasiado cerradas. La gente salía a sus jardines, se dirigía a sus iglesias, lavaban sus autos.

Gutiérrez comenzó a rodar lentamente. Se internó en una transversal. Luego giró a la izquierda. Calle sin salida. Al fondo, una casa cerraba el paso. El jardín estaba descuidado. Evidentemente abandonada... o vivida por ancianos.

Esa es. Esa tiene que ser.

—Rápido. Envíame al SWAT. Localízame por el GPS. Sin sirenas. Si pueden llegar en una panel sin identificación, mucho mejor. ¡Ya! ¡Apúrate! —ordenó el comisario mientras quitaba el seguro de su Beretta.

La Policía les había colocado tres seudónimos: MagnoliaJazmín y Miosotis. Habían comenzado su terrible accionar siete años atrás. Costó años y muchos errores identificarlas, conectarlas con crímenes sin lógica ni motivo aparente. Varios investigadores habían fracasado estrepitosamente en su intento por atraparlas. No caían en celadas, trampas ni señuelos.

Muchos policías veteranos decían que tenían pacto con el Diablo.

#"#"#"#"#


¡---**Habían comenzado su terrible accionar siete años atrás.** Costó años de esfuerzo identificarlas, conectarlas con crímenes carentes de lógica aparente, sin motivos visibles. Numerosos investigadores fracasaron estrepitosamente en su intento de capturarlas. No caían en trampas, celadas ni señuelos. Veteranos policías juraban que tenían un pacto con el diablo. La verdad era más prosaica: poseían coeficientes intelectuales excepcionalmente altos, lo que las marcaba como esquizofrénicas violentas y paranoicas.

 Se anticipaban a cualquier estrategia policial con una frialdad desconcertante. No eran vanidosas ni egocéntricas, y los insultos o provocaciones de la policía no las hacían perder el control. Operaban con la precisión de adolescentes entrenadas al extremo en inteligencia emocional para el crimen, ejecutando su maligna carrera delictiva con una eficiencia pasmosa. La orden era clara: eliminarlas al primer disparo. Ellas, por supuesto, lo sabían. Habían escapado de trampas mortales y, con cada intento fallido, redoblaban sus precauciones en operaciones cada vez más arriesgadas. Los jefes policiales albergaban una esperanza secreta: que terminaran matándose entre ellas, poniendo fin a la amenaza de estas peligrosas mujeres.

 **Sus orígenes eran dispares.****Magnolia**, cuyo verdadero nombre era **Krystal Johnson Fergusson**

****Magnolia**, cuyo verdadero nombre era **Krystal Johnson Fergusson**

, nació y creció en una urbanización de clase media alta

, nació y creció en una urbanización de clase media alta. Su padre, alto ejecutivo de una empresa de tecnología de punta; su madre, una abogada de renombre. Rubia, con ojos azules inmensos que a veces ocultaba tras lentes de sol discretos, Krystal fue educada entre clases de ballet, pintura y defensa personal. Hablaba inglés y francés con fluidez, y su guardarropa —de perfumes a accesorios— era exclusivamente Donna Karan. La llevaban a un exclusivo colegio católico en una Cadillac Lyriq EV reservada solo para ella

La llevaban a un exclusivo colegio católico en una Cadillac Lyriq EV reservada solo para ella

. Extrovertida, afable, perfeccionista, imbatible en cualquier competencia. Su belleza precoz atraía a todos los chicos, aunque ella prefería hombres mayores. Era evidente que sus primeras experiencias sexuales ocurrieron a una edad temprana. 



 **Jazmín**, en realidad **Rita Peralta**


, nació en un hospital rural

, nació en un hospital rural. Hija única de una inmigrante indocumentada argentina y un tractorista temporal en las vastas haciendas de maíz de propietarios chinos y japoneses. De ojos negros fieros y cabello oscuro que aclaraba con tintes, su piel morena y su cuerpo macizo, fuerte y bello reflejaban el entorno rudo que la forjó. Desde niña, aprendió a defenderse de las miradas de hombres a quienes poco les importaba su edad, en un lugar donde las mujeres escaseaban. Su educación fue básica, casi primitiva, marcada por un silencio constante. "Es que es así", explicaba su madre a quienes preguntaban. Vestía shorts de mezclilla, camisas de franela a cuadros y sombreros que adoraba. Abandonó la escuela para entrenarse en el manejo de tractores John Deere. Su pasión eran los camiones Mack, Hino y Navistar, y solo entonces rompía su silencio, hablando con entusiasmo de sus cajas de cambios y motorizaciones.




 **Miosotis**, o **Susana Gálvez**,

**Miosotis**, o **Susana Gálvez**,



 era la tercera hija del cuarto esposo de su madre, la única con hermanos. La más hermosa de su familia, con un cuerpo escultural, una voz femenina y un talento innato para el baile. Alumna promedio, devoraba noticieros de farándula y compraba religiosamente el periódico. Fue la primera en golpear chicos en la primaria, la primera en manejar motos, la que leía novelas de terror con avidez y la que tenía una expresión corporal agresiva. Sus manos, siempre listas para golpear, la hacían la más peligrosa. Provenía de urbanizaciones obreras construidas por el gobierno en tiempos de oscuridad y maldad, destinadas a los marginales , habitantes y inmigrantes ilegales caribeños y llaneros que infectaban  las favelas en los cerros de la capital. 



 **¿Cómo se conocieron? ¿Cómo congeniaron?** Solo ellas lo dirían, si alguna vez las capturaban. Todos sospechaban que se conectaron a través de plataformas como Line, Tango, X, Facebook, Skype, Telegram, TikTok, Weibo, Mastodon, Bitchat,Tinder, Instagram o WhatsApp, aunque no tenían perfiles visibles. El comisario, sin embargo, estaba convencido de que usaban seudónimos falsos para comunicarse.---*



*II**


Una Dodge Sprinter Turbo Diesel negra y brillante se estacionó estratégicamente. Cuando los agentes SWAT comenzaron a descender, los vecinos salieron a curiosear, convencidos de que era una redada de ICE para deportaciones selectivas de niños y gente trabajando , ejecuciones extrajudiciales de mujeres embarazadas inmigrantes .

.—¡Rápido! —gritó Gutiérrez, empuñando su automática mientras corría hacia la casa, que parecía desierta—. ¡Maldita sea! Hemos perdido el factor sorpresa.


Rodríguez lo seguía de cerca, con el pelotón detrás, derribando la puerta sin miramientos.


 —Si hay una familia ahí dentro, esto será un desastre —masculló el comisario, pensando que un escándalo podría acelerar su jubilación. 

 —Estén alerta. Si están ahí, no dejen que se acerquen. Disparen a matar —ordenó, avanzando con cautela por la casa silenciosa y vacía—. Pero cuidado, podría haber civiles.


 Mientras los policías irrumpían, un chico observaba desde el jardín de la casa en la esquina de la avenida principal. Como otros vecinos, miraba en silencio el operativo al final de la calle. Cuatro motos Kawasaki 650 y dos Chevrolet Malibu Turbo Diesel sin identificación pasaron desapercibidos.

 —Ya no se puede vivir aquí —le comentó a su vecina, que, estupefacta, seguía regando su césped artificial.

 —Es verdad —asintió ella, sin soltar la manguera—. Seguro es por el policía que mataron frente a la farmacia.

 —Seguro —respondió el chico con suavidad, entrando en su casa mientras la música de Aerosmith, "Janie's Got a Gun", resonaba desde el interior.


 —Debemos irnos —dijo Jazmín a Magnolia y Miosotis, quitándose la peluca. 

 —Estaríamos lejos si no te encantara ver el circo —respondió Magnolia con calma, sin rastro de disgusto. 

 —Ya me siento bien —dijo Miosotis.

 —Necesitas descansar. Debes decírselo —insistió Jazmín. 

 Las tres tararearon la canción mientras pasaban caminando junto a la Dodge Sprinter. Un agente, distraído, les lanzó un piropo. Tres chicos, aparentemente gays, frágiles e inocentes, intentaban sin éxito parecer femeninos. Esperaron diez minutos en la parada y subieron al tranvía suburbano. 


 —Tienen razón. Se lo diré —susurró Miosotis, sin apartar la vista del paisaje que se deslizaba por la ventana.--- 

Continua



Cómo siempre invitamos a leer la mejor novela latinoamericana de ciencia ficción con el mejor sistema de lectura KDP de Amazon.


https://www.amazon.com/dp/B0DTV2XX3R





Continua


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola Amigos, Aquí Puedes Colocar tus comentarios de los posts

Enamorado de Sofía.Capitulo 6

--Tienes que regalarle un labubu-- Insistió Nexa--. --- Mi mamá no me ha dado mi mesada. --  !Ay dios!-- indicó Nexa y de acuerdo a su costu...