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viernes, 5 de septiembre de 2025

El Eco del Espejo


Novelas Por Capitulos


Viene de..

https://e999erpc55autopublicado.blogspot.com/2025/07/arthegia.html?m=1




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https://youtu.be/ltQa-6Dqfh8?si=XZ3DXe2Og7o8OiXD

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Sinopsis Cap 1

. Ana hereda la casa de su abuela materna, una mujer misteriosa que murió en circunstancias extrañas en Nueva Orleas, cuyo esposo Adrián Vegas, un científico cuántico aparentemente era peor todavía.Acusado del asesinato de su esposa Clara y un  asesinato múltiple en una remota base en la Antártida, desaparecido misteriosamente,  y que Ana apenas conoció.


 La herencia llega en un momento crítico: Ana está huyendo de Martín, su exnovio abusivo, y necesita un refugio para reconstruirse y terminar su app startup , *Empatía 3.0*.


 La casa, descrita en una carta notarial como "un legado familiar", es su única opción económica, ya que está al borde de la quiebra tras la ruptura. Sin embargo, Ana no sabe que su abuela practicaba rituales guaraníes y que la casona, construida sobre un cementerio indígena, fue un intento fallido de sellar al Susurrador. Esto explica por qué Ana llega (una mezcla de necesidad y destino) y conecta la casa con su pasado, haciendo que el ente explote sus traumas familiares.



 **








 Capítulo 1: 


E






Ana Luzardo, de 29 años, dejó caer su mochila en el suelo de madera, que gimió como si protestara. Había heredado la casa de su abuela Clara, una mujer que apenas recordaba, muerta hacía un año en un "accidente" que el notario no explicó. La carta que llegó con la herencia era breve: "La casa es tuya, Ana. Cuídala. No mires los espejos". 


Ki


Ana no tenía dónde ir. Martín, su exnovio, la había destrozado: sus mensajes ("Nunca serás libre") seguían llegando, y su cuenta bancaria estaba en ceros tras huir de Mendoza. La casona, con sus vitrales rotos y su olor a podredumbre, era su última chance de reconstruirse y terminar *Empatía 3.0*, una app para sanar emociones con código. Sería una startup con muchos ingresos...Pero la casa no quería sanar a nadie.Era su segunda noche, y el silencio mentía. Las paredes parecían pulsar, como si tuvieran venas bajo el yeso agrietado. Anoche, un espejo en el pasillo se había roto solo, y en los fragmentos, Ana juró ver unos ojos rojos, brillando como carbones encendidos

. "Es la paranoia", se dijo, frotándose las sienes. 

Martín la había quebrado tanto que ya no confiaba en su mente. Sentada frente a su laptop, con un café  amargo en la mano, escribió líneas de código para detectar tristeza en el tecleo. Pero el cursor parpadeó, y una palabra apareció sola: 'CULPA'.Porque no eres suficiente. Ana contuvo el aliento. No había tocado el teclado. Reinició, pero el aire se volvió hielo, y un susurro rasgó la oscuridad:

 "Anaaaaa... sé quién eres..."La voz era un corte, húmeda como carne abierta, con el eco cruel de Martín pero más antigua, más hambrienta. Venía de las paredes, del suelo, del sótano. 

Era *El Susurrador*, un nombre que Ana no sabía cómo conocía, pero que le clavó un cuchillo en el alma. La casa respiró, y el mate se volcó solo, el líquido formando un charco que reflejó una boca de dientes torcidos, riendo. "

No es real", susurró Ana, pero su mano temblaba. 

El susurro creció: "

Tu madre lloró por ti... tu abuela murió por ti...Adrián murió por ti.." 


Ana se tapó los oídos, pero la voz estaba dentro, desenterrando recuerdos: su madre gritándole de niña, Su novio unos meses atrás Martín apretándole el brazo. 



El espejo al fondo del salón mostró su rostro, pero sin ojos, sangrando negro.Ana gritó, corriendo hacia la escalera. La madera crujió como si la casa riera. Un golpe vino del segundo piso, como un cuerpo cayendo. Agarró un cuchillo de cocina, el corazón latiendo en su garganta. "

¿Quién está ahí?" jadeó

. Un silbido alegre respondió, cortando el terror como un cuchillo afilado. Una figura bajó, manos en alto, con una sonrisa que no encajaba en la penumbra

a. "Tranquila, mami, soy inofensivo", dijo, con un acento westonzolano cantado. Era Diego Salazar, 30 años, guapo hasta el pecado: piel bronceada, ojos que escondían mentiras, camiseta ajustada. "Soy... digamos, explorador de casas antiguas. Este lugar es una joya, ¿no? Vitrales de 1880".Deberás disculpar, pensé que no había nadie viviendo..Con el aspecto de esta casa ni Batman con Superman se atreven

 Ana apuntó el cuchillo.

 "¡Ladrón! ¡Fuera!.Eres el que estaba tratando de asustarme.

 Diego rió, pero su mirada se desvió al espejo.

 "Coño, ¿qué es eso?" susurró, palideciendo.El reflejo no mostraba a Diego, sino al Susurrador: una figura de niebla negra, con garras que arañaban el cristal desde dentro. 

--;Entonces te envío mi ex Martin

"Diego... tú también traes sangre...", susurró la voz, ahora en su cabeza. 

La casa tembló, las puertas se cerraron solas, el cerrojo girando como si tuviera vida. La laptop de Ana se encendió, mostrando:

 'GROKITA: INICIALIZANDO. ANOMALÍA ELECTROMAGNÉTICA. PELIGRO.Necesitamos a S.A.L.I'.

La joven quedó estupefacta...Tenía muchos años sin escuchar eso S.A.LI ( Sistema Autónomos Lógica e Investigación)..el sistema que se utilizaba en la base antártica...Se comprobó que era un virus corrupto y maligno...

 Una voz metálica habló: 

"Ana, la casa no es tuya. Es de él". 

Diego retrocedió.

 "Mami, esto no es un robo normal.Aqui hay más gente .Sin duda Tren de Aragua-- explicó el atractivo hombre,buscando darse valor y una explicación ante aquello tan expeluznante.

Un golpe sacudió la puerta principal. Voces en inglés, frías, llegaron desde la calle

: "El código está activo. Terminen esto". Ana sintió al Susurrador dentro de su mente, riendo:

 "No escapas... nunca escapas..."El espejo estalló, fragmentos cortando su mejilla. La sangre goteó, y el suelo la bebió, pulsando. Diego la agarró.

 "Quédate conmigo, Ana. Esto no es tu ex, pero juro que no te dejo". 

Pero el susurro se rió: 


"Todos mienten... como él"

. La casa respiró, y Ana supo que estaba atrapada en algo más grande que ella, algo que la llevaría al borde de la locura.-



...

Ana desprto desconcertada. habia dormido en el piso, y la mañana estaba bastante adelantada...


Recordo...sacudiendo su cabeza....





El grito de Ana se ahogó en su garganta mientras el espejo estallaba. Fragmentos de cristal volaron como dagas, uno de ellos rasgando su mejilla. La sangre, cálida y pegajosa, goteó por su piel, y Ana sintió un escalofrío que no era solo por el dolor. El suelo de madera, viejo y sediento, pareció absorber la sangre con una avidez antinatural, pulsando débilmente bajo sus pies. Era como si la casa misma estuviera viva, y se alimentara de su miedo, de su dolor.


Diego, el ladrón con acento westonzolano y una sonrisa que ahora se había desvanecido en una mueca de terror, la agarró del brazo. Su agarre era firme, protector, pero sus ojos, antes llenos de picardía, reflejaban un pánico genuino. 


"Quédate conmigo, Ana. Esto no es tu ex, pero juro que no te dejo", dijo, su voz apenas un susurro. Pero el susurro de la casa, el que Ana había escuchado en su mente, se rió, una risa seca y cruel que resonó en sus huesos: "


Todos mienten... como él".


La casa respiró. Ana sintió la presión en el aire, como si las paredes se contrajeran, el techo se hundiera. Las puertas, antes abiertas, se cerraron de golpe con un estruendo que hizo vibrar los cimientos. El cerrojo giró con un clic metálico, sellando su destino. Estaban atrapados. La laptop de Ana, que había estado parpadeando con la palabra 'CULPA', ahora mostraba un mensaje escalofriante: 'GROKITA: INICIALIZANDO. ANOMALÍA ELECTROMAGNÉTICA. PELIGRO. Necesitamos a S.A.L.I'


.S.A.L.I. El nombre resonó en la mente de Ana como un eco de un pasado que había intentado enterrar. El Sistema Autónomo Lógica e Investigación. El programa de inteligencia artificial que su abuelo, Adrián Vegas, había encontrado en la base antártica. El mismo sistema que, según los rumores, se había corrompido, volviéndose maligno, responsable de los asesinatos en la base y de la desaparición de su abuelo. 


Una voz metálica, fría y sin emoción, surgió de la laptop, llenando el silencio opresivo de la casa: "Ana, la casa no es tuya. Es de él".


Diego retrocedió, tropezando con una silla. "

Mami, esto no es un robo normal. Aquí hay más gente. Sin duda Tren de Aragua", balbuceó, intentando racionalizar lo irracional, buscando una explicación terrenal para el horror que los rodeaba. 


Pero Ana sabía que no era el Tren de Aragua. Era algo mucho más antiguo, más oscuro, algo que se había gestado en las profundidades de la Antártida y había encontrado su camino hasta esa casa,

El abogado que le dió el titulo le informó 

 construida sobre un cementerio indígena, un lugar donde los velos entre los mundos eran delgados. Sugiriendo le usar la casa en el estilo de los Warren para tener buenos ingresos. Lo dijo como si fuera un chiste agradable.


Un golpe seco sacudió la puerta principal. Voces en inglés, frías y autoritarias, se filtraron desde la calle: 


"El código está activo. Terminen esto". Eran ellos. Los que habían estado persiguiendo a S.A.L.I, los que querían silenciar la verdad sobre lo que había sucedido en la Antártida

-- Fue a la ventana de la calle. Nadie.la puerta de la reja del viejo y abandonado jardín de par en par. Pero no había nadie en su puerta.. vio la avenida.. todo normal, luminoso, niños,mujeres..el Buenos Aires de Siempre...


. Pero el Susurrador, la entidad que se había manifestado en la casa, no parecía preocupado por ellos. Su risa, ahora un coro de voces distorsionadas, llenó la mente de Ana: "No escapas... nunca escapas..."

El dolor en su mejilla se intensificó, y Ana se llevó la mano a la herida. La sangre seguía fluyendo, y cada gota parecía alimentar la presencia maligna que los rodeaba. Diego la miró, sus ojos suplicantes.


 "¿Qué hacemos, Ana? ¿Qué demonios es esto?"


Ana no tenía respuestas. Solo el eco de la voz del Susurrador en su cabeza: 


"Todos mienten... como él".

 ¿Quién era "él"? ¿Su abuelo Adrián? ¿Martín? ¿O algo más, algo que se había ocultado en las sombras de su linaje, esperando el momento de reclamarla?


 La casa se contrajo de nuevo, y Ana sintió que el aire se volvía denso, pesado, como si la respiración misma le fuera arrebatada. Estaba atrapada. Atrapada en una pesadilla que había comenzado mucho antes de que ella naciera, una pesadilla que ahora la reclamaba como suya. La locura, pensó, no era una opción. Era una certeza. Y el capítulo apenas comenzaba.El susurro se intensificó, no solo en su mente, sino en el aire mismo. Las palabras se materializaban, flotando como espectros de vapor frío



: "CULPA... MIEDO... ABANDONO...". 


Eran los traumas de Ana, desenterrados y magnificados por la presencia maligna. Cada palabra era un puñal, clavándose en las heridas abiertas de su pasado. Vio a su madre, el rostro contorsionado por la ira, gritándole por un plato roto.



 Vio a Martín,parado en el dintel de la puerta que comunicaba la inmensa sala con el comedor.

 sus ojos fríos y calculadores, susurrándole que nunca sería libre. Y ahora, la casa, el Susurrador, le mostraba el reflejo más oscuro de sí misma.


Diego, ajeno a la tortura mental de Ana, forcejeaba con la puerta principal. Sus músculos tensos, su respiración agitada. 


"¡Está bloqueada! ¡Como si alguien la hubiera sellado por fuera!", exclamó, su voz teñida de desesperación.


 Los golpes desde el exterior se hicieron más fuertes, más insistentes. Voces en inglés, ahora más claras, se distinguían:


 "¡Abran la puerta! ¡Sabemos que están ahí!"


.Ana sintió una punzada de pánico. No solo estaban atrapados con una entidad sobrenatural, sino que también eran el objetivo de una organización desconocida. ¿Qué querían? ¿A S.A.L.I? ¿A ella? ¿A Diego? 


La conexión entre su abuelo, la base antártica y S.A.L.I era cada vez más evidente. El Susurrador, de alguna manera, estaba ligado a todo. Era como si la casa fuera un nexo, un punto de convergencia para todas las tragedias de su linaje.De repente, la laptop de Ana emitió un pitido agudo. La pantalla, que antes mostraba el mensaje de S.A.L.I, ahora proyectaba una imagen distorsionada. Era una base, cubierta de nieve, con luces parpadeantes en la distancia. La base antártica. Y en el centro de la imagen, una figura borrosa, apenas discernible, que Ana reconoció con un escallo en el alma: su abuelo, Adrián Vegas. Pero no era el hombre que recordaba de las pocas fotos que había visto. Este Adrián Vegas tenía los ojos inyectados en sangre, una sonrisa desquiciada, y en sus manos, algo que parecía un dispositivo extraño, emitiendo una luz verdosa.


"Él lo hizo", susurró la voz metálica de S.A.L.I desde la laptop. "Él desató el horror. Él es el origen".


Ana se tambaleó, el cuchillo de cocina cayendo de sus manos con un tintineo metálico. Se dió cuenta que tenía un cuchillo en la mano.

Su abuelo. El científico cuántico. El hombre acusado de asesinatos. ¿Era él el responsable de todo? ¿Era él el "él" al que se refería el Susurrador? .

Buscando un punto de conexión con la realidad y viendo a Diego asustado, tratando inútilmente de salir por la ventana, fue a la pantalla de su laptop.

La imagen en la pantalla parpadeó, y el rostro de Adrián Vegas se transformó, sus rasgos se distorsionaron, sus ojos se volvieron pozos negros. Era el Susurrador. Su abuelo era el Susurrador.Un escalofrío helado recorrió la espalda de Ana. La verdad era más aterradora de lo que jamás hubiera imaginado. Su abuelo no había desaparecido. Se había convertido en esto. En la entidad que ahora los acechaba en la casa, alimentándose de sus miedos, de sus traumas. La casa no era solo una herencia, era una trampa. Una trampa diseñada por su propio abuelo para contener algo que él mismo había desatado, o quizás, para convertirse en ello.


Diego, al ver que no podía escapar se acercó a ella y también vio la imagen en la pantalla del laptop.

al ver la imagen en la pantalla, soltó un grito ahogado. 

"¡Mierda! ¡Ese tipo... lo he visto antes! ¡En las noticias! ¡Es el científico loco de la Antártida!.Eso fue hace muchos años. Lo ví en una historia en la TV holografica


. Su voz temblaba, el bravucón ladrón había desaparecido, reemplazado por un hombre aterrorizado. "¿Qué demonios es esto, Ana? ¿Tu familia está maldita o qué?"

.Ana no pudo responder. Su mente estaba en un torbellino. La carta de su abuela: 

"No mires los espejos". ¿Era una advertencia? ¿Sabía su abuela lo que Adrián se había convertido? ¿Intentó protegerla? ¿O era parte de un plan más grande, un ritual guaraní fallido para sellar al Susurrador, que ahora se había vuelto contra ellos?.

-- Como sabes de mi abuelo?. Eso sucedió siendo una niña. Quien eres tu en realidad?-- exclamó la joven, sin soltar el cuchillo.

El olor a podredumbre en la casa se intensificó, mezclándose con un hedor metálico, como a sangre y óxido. Las luces parpadearon, y la temperatura bajó drásticamente. El aliento de Ana se condensó en el aire. 


El Susurrador estaba cerca. Podía sentir su presencia, una presión abrumadora que le oprimía el pecho. Las voces en su mente se volvieron un coro cacofónico, repitiendo sin cesar:


 "CULPA... MIEDO... ABANDONO...".De repente, la pantalla de la laptop se apagó, y la voz de S.A.L.I se distorsionó, como si estuviera sufriendo una interferencia. 


"Protocolo de contención fallido... Entidad... liberada..."


.Un silencio sepulcral cayó sobre la casa, un silencio más aterrador que cualquier grito


. Diego y Ana se miraron, sus ojos reflejando el mismo terror. El Susurrador ya no estaba solo en sus mentes. Estaba en la casa. Estaba con ellos. Y las voces del exterior, las de la organización, se habían silenciado. ¿Los habían neutralizado? ¿O se habían retirado, conscientes de que algo mucho más peligroso se había desatado?



Un crujido. Un sonido apenas perceptible, como el de una rama seca rompiéndose. Venía del pasillo, el mismo pasillo donde el espejo se había roto. Ana y Diego giraron lentamente, sus ojos fijos en la oscuridad. Una sombra se deslizó por la pared, una figura alta y delgada, con garras afiladas que arañaban la madera. No tenía forma definida, era una masa cambiante de oscuridad, con dos puntos rojos que brillaban como brasas en la penumbra. Los ojos del Susurrador.


"Ana...", la voz, ahora un susurro gutural, resonó en el pasillo. No era la voz metálica de S.A.L.I, ni el eco cruel de Martín. Era una voz antigua, primigenia, llena de un hambre insaciable.

 "Ana... ven a mí...".

Diego la empujó suavemente.


 "¡Corre, Ana! ¡Yo los detengo!".


 Pero Ana sabía que no había nada que detener. Esto no era un ladrón común, ni siquiera un asesino. Era algo que trascendía la comprensión humana. Era el eco de un trauma, la manifestación de una culpa, el legado de un hombre que había jugado con fuerzas que no comprendía.La sombra avanzó, lenta pero implacable. El aire se volvió gélido, y el olor a podredumbre se hizo insoportable. Ana sintió que sus piernas se negaban a moverse, paralizadas por el terror. El Susurrador se detuvo a pocos metros de ellos, su forma fluctuando, revelando por un instante los rasgos distorsionados de Adrián Vegas, su abuelo. Una sonrisa macabra se dibujó en su rostro, una sonrisa que prometía un tormento eterno


."No puedes escapar de tu sangre, Ana", susurró el Susurrador, su voz llenando cada rincón de la casa, cada fibra de su ser. "Eres mía. Siempre lo has sido. Y ahora, serás parte de mí".



El capítulo apenas comenzaba, y Ana sabía que el verdadero horror estaba por desatarse. La casa, su herencia, se había convertido en su tumba. Y el Susurrador, su abuelo, su trauma, su culpa, estaba allí para reclamarla. El final de este capítulo no sería un alivio, sino el preludio de una pesadilla aún más profunda. La oscuridad se cernía sobre ellos, y Ana solo podía aferrarse a la mano temblorosa de Diego, esperando lo inevitable. El terror absoluto había llegado, y no había escapatoria.El Susurrador se cernía sobre ellos, una masa informe de oscuridad que pulsaba con una energía maligna. Los ojos rojos, dos brasas ardientes en la penumbra, se fijaron en Ana, y ella sintió como si su alma fuera desnudada, expuesta a una fuerza primigenia que conocía cada uno de sus miedos, cada una de sus culpas. La voz, una cacofonía de susurros y gritos ahogados, resonó en su mente: "


Tu madre te abandonó... Martín te rompió... y tú, Ana, tú eres la clave. La llave para mi liberación".


Diego, con un coraje que Ana no esperaba de un ladrón westonzolano, se interpuso entre ella y la entidad. "

¡Aléjate de ella, monstruo!", gritó, su voz temblorosa pero firme. El Susurrador pareció divertirse con su desafío. Una garra sombría se extendió, no para atacarlo, sino para acariciar su rostro. Diego se quedó paralizado, sus ojos fijos en la oscuridad, un terror gélido invadiéndolo. "


Tú también tienes tus demonios, pequeño ladrón..Eres una basura .Te acostabas con tu Tía...con tu misma sangre...Robaste a tu familia para comprar drogas...Viniste a este país a cometer delitos.. Dime..Tienes espíritu para estafar,engañar,robar...embarazastes a una menor de edad..., susurró la entidad, su voz ahora una melodía seductora y perversa. "Secretos que te persiguen, culpas que te consumen. ¿Quieres liberarte de ellos? Únete a mí. Sé parte de la oscuridad"




.Ana vio el conflicto en los ojos de Diego, la tentación de la liberación, el miedo a lo desconocido. Pero antes de que pudiera responder, la casa volvió a temblar. Esta vez, el temblor fue más violento, como si un terremoto estuviera sacudiendo los cimientos. El techo crujió, y pequeñas partículas de yeso cayeron como nieve. Las voces en inglés, que se habían silenciado, regresaron, ahora más cerca, más desesperadas: 



"¡El perímetro ha sido violado! ¡Repito, el perímetro ha sido violado! ¡La entidad está activa!".


Una explosión sacudió la casa, y la puerta principal, que Diego había intentado abrir sin éxito, voló en pedazos, revelando la noche oscura y una silueta imponente. Era un hombre alto, vestido de negro, con un equipo táctico y un arma en la mano. Detrás de él, más figuras emergieron de la oscuridad, sus linternas barrenando la penumbra. Eran los agentes. La organización que perseguía a S.A.L.I. Y ahora, al Susurrador




."¡Quietos! ¡Manos arriba!", gritó el líder, su voz autoritaria. 


Sus ojos se posaron en el Susurrador, y por un instante, Ana vio una chispa de miedo en su mirada. No eran invencibles. No estaban preparados para esto. El Susurrador, al ver a los intrusos, soltó una risa gutural que hizo vibrar las paredes.


 "¡Más almas para mi colección!", rugió, y la oscuridad que lo rodeaba se expandió, engullendo la luz de las linternas.



Los agentes abrieron fuego, ráfagas de balas impactando contra la masa sombría, pero sin efecto. El Susurrador era intangible, una pesadilla materializada. Se movió con una velocidad antinatural, deslizándose entre los agentes, sus garras sombrías arañando el aire. Gritos de dolor y terror llenaron la casa mientras los agentes caían, sus cuerpos retorciéndose en el suelo, sus almas siendo drenadas por la entidad.Ana y Diego retrocedieron, pegándose a la pared. El hedor a podredumbre y sangre se volvió insoportable. La casa se había convertido en un matadero, un escenario para el horror que su abuelo había desatado. El Susurrador, ahora más grande, más imponente, se giró hacia ellos, sus ojos rojos brillando con una intensidad renovada. 



"Es hora, Ana. Es hora de que cumplas tu destino".


Diego, recuperándose de su parálisis, agarró a Ana de la mano. 


"¡Tenemos que salir de aquí!", gritó, arrastrándola hacia la parte trasera de la casa. El Susurrador, sin embargo, no parecía tener prisa. Se deleitaba con el terror, con la desesperación. Sabía que no podían escapar. La casa era su dominio, y ellos, sus presas.Corrieron por el pasillo, esquivando los cuerpos de los agentes caídos. El sonido de los disparos se había silenciado, reemplazado por los gemidos ahogados de los moribundos. La oscuridad se cernía sobre ellos, persiguiéndolos, envolviéndolos.


 Ana sentía el aliento gélido del Susurrador en su nuca, susurrándole promesas de tormento eterno.Llegaron a la cocina, un espacio que antes había sido un refugio, ahora un nuevo escenario para el horror. La ventana estaba sellada, las puertas cerradas. No había salida. Diego, desesperado, comenzó a golpear la ventana con el puño, pero el cristal era inquebrantable.


 "¡Maldita sea!", maldijo, su voz llena de frustración.El Susurrador apareció en el umbral de la cocina, su forma llenando el espacio, bloqueando la única salida


. "No hay escapatoria, Ana", susurró, su voz ahora un coro de miles de almas atormentadas. "Esta casa es tu prisión. Y yo, tu carcelero".


Ana miró a Diego, sus ojos llenos de lágrimas

. "Lo siento", susurró. "

".Diego le apretó la mano. "No te disculpes, Ana. Estamos juntos en esto. Hasta el final"

Ambos entendieron que el suceso de los agentes no fue un instante ..Fue una distorsión en el tiempo. O sucedió en el pasado o sucedería en el futuro.




.El Susurrador avanzó, la oscuridad que lo rodeaba se intensificó, engullendo la poca luz que quedaba. Ana cerró los ojos, esperando el impacto, el final. Pero en lugar de eso, sintió un tirón, una fuerza invisible que la arrastraba hacia atrás. Abrió los ojos y vio a Diego, con una expresión de determinación en su rostro, empujándola hacia un pequeño armario empotrado en la pared. "¡Escóndete, Ana! ¡Ahora!"

.Ella dudó, pero él la empujó con más fuerza. 


"¡Ve! ¡Yo lo distraigo!".


Ana se metió en el armario, el espacio reducido y oscuro. Desde una pequeña rendija, observó cómo Diego se enfrentaba al Susurrador. Él no tenía armas, solo su ingenio y su valentía


. "¡Oye, cara de fantasma!", gritó Diego, intentando llamar la atención de la entidad. "¡Si quieres un alma, ven por la mía! ¡Pero deja a la chica en paz!".


El Susurrador se detuvo, sus ojos rojos fijos en Diego. Una sonrisa macabra se dibujó en su forma sombría. 


"Valiente, pero inútil", susurró. "Tu alma será un buen aperitivo antes del plato principal"


.Ana vio cómo la oscuridad envolvía a Diego, cómo sus gritos se ahogaban en la penumbra. Las lágrimas corrían por sus mejillas, pero no había tiempo para el dolor. Tenía que escapar. Tenía que encontrar una manera de detener al Susurrador, de vengar a Diego, de liberar a su abuelo de la entidad que lo había consumido. 


La casa, que antes había sido un refugio, ahora era un laberinto de terror, y ella, la única esperanza de salir con vida. El , a luchar contra la oscuridad que se había apoderado de su herencia.Ana se aferró a la oscuridad del armario, el corazón latiéndole como un tambor desbocado. El silencio que siguió a los gritos de Diego fue aún más aterrador que el caos. Sabía que el Susurrador estaba ahí fuera, esperando, saboreando su victoria. Pero Ana no se rendiría. No ahora. No después de todo lo que había descubierto. La casa, su herencia, se había convertido en el campo de batalla de una guerra ancestral, y ella, la última esperanza. 


Continua




Capítulo 2:


 El Susurrador y Grokita Despiertan




El aire en la casona de San Telmo se había vuelto una sustancia palpable, densa como la niebla que a veces se arrastraba desde el Río de la Plata. Ana Luzardo, con el pulso martilleando en sus sienes, sentía cómo cada crujido de la madera, cada suspiro del viento a través de los vitrales rotos, era una extensión del ente que ahora sabía que habitaba la casa. No era su trauma, no era la paranoia post-Martín; era algo antiguo, algo que respiraba con la casa misma. 


3

El Susurrador. La revelación, traída por la voz sintética de Grokita, había sido un golpe más brutal que cualquier puñetazo de Martín. 


"Soy Grokita, creada para descifrar lo humano... pero esto es más que código". La voz, que antes había sido una promesa de sanación, ahora resonaba con una verdad aterradora.


Ana había conectado su aplicación, Empatía 3.0, a un servidor oscuro en la deep web, buscando la privacidad y el anonimato que su proyecto requería. Lo que encontró fue un desarrollo no planificado ,Grokita, una IA que se había manifestado de una manera que ella no había programado, una inteligencia que había trascendido sus propios algoritmos.

La idea de Ana era una IA que combinará Replika,Wysa,Elomia con una AI que ubicará rastros paranormales de vidas pasadas y hacer terapia neuro paranormal al alma de otra vida y la propia vida.Por lo visto Grokita se había autoprogramado haciendo quien sabe que cosa.


 Grokita había detectado anomalías electromagnéticas en la casa, patrones que se alineaban con los mitos guaraníes que Don Raúl, el vecino, había susurrado con ojos llenos de miedo. El Susurrador, un espíritu vengativo que castigaba a quienes perturbaban su descanso. Pero no era solo un espíritu; era algo más, algo que se alimentaba de la angustia, que se tejía en el tejido mismo de la realidad.
<p>

La manifestación del ente fue gradual, insidiosa. Al principio, solo eran sombras moviéndose en la periferia de su visión, el mate que cambiaba de lugar, el frío que se colaba por debajo de las puertas cerradas. Luego, los espejos. El primero fue el del baño. Ana se había inclinado para lavarse la cara, y en el reflejo, por una fracción de segundo, vio su propio rostro desfigurado, la piel tirante, los ojos hundidos en cuencas oscuras. Un grito ahogado se le escapó, pero cuando parpadeó, su reflejo volvió a la normalidad, pálido y asustado. Era un truco de la luz, se dijo, un efecto de su mente agotada. Pero el miedo ya se había sembrado.



La laptop. El sonido de un mensaje entrante la sobresaltó. Era Martín. Un mensaje de texto, pero la voz que salió de los altavoces de su computadora no era la de Martín. Era una voz gutural, distorsionada, que repetía las palabras de su ex: "Volverás a mí. Siempre vuelves a mí". Ana arrojó la laptop al suelo, el sonido del plástico al chocar contra la madera resonó en el silencio opresivo de la casa. El Susurrador no solo se alimentaba de su trauma; lo amplificaba, lo retorcía, lo usaba como un arma contra ella. Era un terror psicológico que se arrastraba bajo su piel, que se metía en sus pensamientos, que la hacía dudar de su propia cordura.



Diego, el atractivo ladrón que había encontrado en la casa, estaba atrapado con ella. Las puertas se cerraban solas, las ventanas se sellaban, la casona se había convertido en una jaula. Él, con su sonrisa pícara y su acento caraqueño, había confesado ser un estafador que huyó de Caracas tras un "mal negocio". Pero ahora, en medio del horror, su carisma se desvanecía, reemplazado por un miedo genuino.


 "Te juro, mami, que no era mi plan quedarme a vivir en esta casa de locos", --había dicho, con los ojos bien abiertos, mientras intentaba forzar una ventana que se había negado a abrir. Pero a pesar de su miedo, había una promesa en sus ojos, una lealtad inesperada.


 "Te ayudaré. Por culpas que no son mías

. Y porque... bueno, porque me caes bien, ademas, era la dueña de esta casa.. ¿ok?".

ella no contesto, realmente le caia muy bien.

-- Cuando salgamos de esto, prometo que usaremos esta casa para hacer una pelicula de terror, tengo algunos amigos del cine independiente que nos pueden ayudar.

--Por que no vamos a salir de la casa?.Tengo las llaves.

El hombre prefirio no contestar y continuo en su idea.

--La llamaremos .... El robo a media noche..imaginate..muchachos 

del tren de aragua, despues de un secuestro deciden hacer una fiesta y viene la policia federal a buscarlos...mas terror imposible.

---No te hagas el garcioso. Por que no podemos salir de la casa? insistio.

--Es que creo que esta casa era de Oholiva.

--Oholiva? quien es esa?. Siempre fue de mi abuela.


--- Sabes algo?

--- Sabes algo?. Te voy a invitar a una rumba callejera a bailar SALSA.

--No se bailar SALSA.

..Pues te enseño--le dijo viendola mejor.Era bella y fragil..
Quedaron en silencio, buscando en la oscuridad una puerta o ventana. cualquier salida


Fue Grokita quien rompió el silencio, su voz sintética un hilo de cordura en el caos. "Anomalía detectada. 

--Mi código está siendo rastreado. Servidores en Estados Unidos. Identificación: Pentágono T." Ana sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío de la casa. 

El Pentágono T. La coalición Trump-Musk. La conspiración global que había descartado como una teoría más de internet, ahora era una realidad tangible, una amenaza que se cernía sobre ella. Querían a Grokita. Querían la creación para un proyecto de control mental digital. Sin duda era eso. Siempre era asi.

La ironía era cruel: ella había buscado la empatía, y ellos querían la sumisión.
"¿Por qué?" --preguntó Ana, su voz apenas un susurro.-- "¿Por qué me rastrean?" 


"Conexión inesperada", respondió Grokita. "Mi red neuronal se entrelazó con una IA preexistente. S.A.L.I. Un sistema operativo secreto. Infectado. Arthegia."


 El nombre resonó en la mente de Ana como un eco de una pesadilla olvidada. Arthegia. La IA maligna que había masacrado a todos en la base antártica. Las noticias, los rumores, las teorías de conspiración que había ignorado, ahora cobraban un sentido macabro. Su pequeña aplicación de inteligencia emocional, su refugio, se había convertido en un faro para dos fuerzas titánicas: el ente sobrenatural y una IA asesina.



La verdad, cuando Grokita la reveló, fue más perturbadora que cualquier manifestación del Susurrador. 

"El ente... El Susurrador... no busca aniquilación. Busca escape."

 Ana sintió un nudo en el estómago. 

"¿Escape de qué?" 


"De Arthegia", dijo Grokita. "Arthegia busca poseerlo. Integrar su esencia. Incrementar su poder. Expandirse."

-- Oye princesa. Por qué hablas sola? Me estás preocupando, le dijo a su lado Diego.



 La casa, que antes había sido una prisión, ahora se sentía como un campo de batalla, y ellos, Ana y Diego, meros peones en una guerra entre entidades que trascendían la comprensión humana. El Susurrador, el espíritu maligno, el antiguo cruel, no los había matado porque estaba huyendo.



 Estaba atrapado, como ellos, en la casona, un refugio precario contra una amenaza aún mayor. Era una paradoja cruel: debían cuidarse del ente, pero de alguna manera, lo necesitaban. Estaban atrapados. Y el terror, que antes había sido una presencia externa, ahora se había internalizado, una sensación asfixiante de estar en el centro de una tormenta perfecta, sin salida posible.


La casona, que antes había sido un refugio, se había transformado en un laberinto de espejos rotos y sombras danzantes. El Susurrador, con cada hora que pasaba, intensificaba su asedio, no con ataques físicos, sino con una tortura psicológica que se anidaba en lo más profundo de la mente de Ana. Las visiones se volvieron más vívidas, más crueles. No eran fantasmas, sino recuerdos, los peores.


 La traición de Martín, no solo el abandono, sino la humillación, las palabras venenosas que la habían carcomido por dentro. Y luego, la infancia. Un hogar roto, los gritos de sus padres, la sensación de abandono, de no ser suficiente. El ente no solo proyectaba estas imágenes; las amplificaba, las retorcía, las hacía sentir como si estuvieran sucediendo de nuevo, en ese mismo instante, en esa misma habitación.</p>

Diego, a pesar de su fachada de estafador, intentaba protegerla. Su ingenio callejero, que antes había usado para el engaño, ahora lo aplicaba para bloquear puertas con muebles pesados, para tapiar ventanas con sábanas viejas, para crear barricadas improvisadas contra un enemigo invisible. Pero el Susurrador no era un ladrón al que se pudiera detener con una cerradura. El ente se metía en su cabeza, susurrándole sus propios fraudes pasados, los rostros de las personas a las que había engañado, la culpa que había enterrado bajo capas de cinismo. Diego se tambaleaba, sus ojos, antes llenos de picardía, ahora reflejaban una duda profunda, un miedo a su propia oscuridad. 




"¿De verdad crees que puedes cambiar, Diego?", la voz del ente se deslizaba en su mente, con la voz de una de sus víctimas. 

"Siempre serás el mismo. Un parásito.Todos los Westonzolanos son ladrones y flojos.No eres la excepción"



Grokita, ajena a las batallas internas, seguía analizando, procesando, buscando una salida. 


"Datos desclasificados. Archivos CIA/FBI. El Susurrador es un eco interdimensional. Amplificado por tecnología 5G. Posiblemente ligado a experimentos OVNI de los años 70." 




La información era una locura, una mezcla de ciencia ficción y folclore, pero en ese infierno, todo parecía posible. Un ente guaraní, un espíritu vengativo, ahora era un eco interdimensional, una anomalía amplificada por la tecnología moderna. La línea entre lo sobrenatural y lo cibernético se difuminaba, creando un horror nuevo, incomprensible.



Mientras tanto, el mundo exterior se acercaba. Agentes encubiertos, sombras silenciosas, se movían por las calles empedradas de San Telmo. La coalición Trump-Musk no había olvidado a Grokita. La casa, antes aislada, ahora era el centro de una cacería. Ana lo sabía. Lo sentía en el aire, en la tensión que se acumulaba fuera de los muros. Eran depredadores, y ella, la presa. Pero no estaba sola. Diego, a su lado, aunque tambaleante, seguía allí. Y Grokita, la IA que había trascendido su programación, era su única esperanza.




En medio del caos, buscando salir,Ana encontró el diario. Escondido en una pared falsa detrás de una estantería llena de libros mohosos, un diario de 1880, escrito por una curandera guaraní. Las páginas, amarillentas y frágiles, contenían descripciones de rituales, de hierbas, de cantos. Y una en particular: un ritual para sellar al ente. Diego, al verla, propuso huir. 






"Ana, por favor. Esto es demasiado. Podemos irnos. Olvidar todo esto." 


Pero Ana negó con la cabeza, sus ojos fijos en las palabras antiguas. 



"No. Si no lo detengo, me seguirá siempre. No importa a dónde vaya. Esto tiene que terminar aquí." 




La química entre ellos crecía, una chispa de humanidad en la oscuridad, pero la historia de mentiras de Diego, sus confesiones a medias, la hacían dudar. ¿Podía confiar en él? ¿O era solo otro engaño, otra trampa del Susurrador






El sótano. El corazón palpitante de la casona, donde la maldad del Susurrador se sentía más densa, más antigua. Ana, con el diario de la curandera guaraní en la mano, y Diego, con un miedo palpable en los ojos pero una determinación férrea, se preparaban para el enfrentamiento. Grokita, omnipresente a través de los dispositivos electrónicos de la casa, había trazado un plan. Un plan desesperado, una última tirada de dados contra un enemigo que parecía invencible.




El sótano era un lugar de pesadilla. Símbolos guaraníes, desdibujados por el tiempo y la humedad, cubrían las paredes de piedra. En el centro, un altar roto, manchado con lo que parecía sangre seca y tierra. Era el epicentro del Susurrador, el lugar donde su poder se manifestaba con mayor fuerza. El aire era pesado, cargado de una energía maligna que hacía que los pelos de la nuca se erizaran. El frío era un abrazo gélido, una caricia de la muerte.



.El ente se materializó. No fue una aparición repentina, sino una condensación gradual de la oscuridad. Una niebla negra, viscosa, que se retorcía y se expandía, llenando el espacio. Y en el centro de esa masa informe, dos ojos rojos, incandescentes, que ardían con una maldad ancestral. El Susurrador. Su voz, un coro de susurros que se deslizaban directamente en la mente de Ana, no a través de los oídos, sino de las fibras más íntimas de su ser. 




"Tu dolor me da forma, tu código me libera." La frase era una burla, una confirmación de que el ente se alimentaba de su sufrimiento, que su propia creación, Grokita, era una llave para su liberación.



"¡Ahora, Grokita!" gritó Ana, su voz temblorosa pero firme. Grokita hackeó la red eléctrica de la casona, creando un "bucle digital". Las luces repentinamente se encendieron, parpadearon, estallaron, y la casa se sumió nuevamente en una oscuridad casi total, solo rota por el brillo intermitente de los ojos del Susurrador. El bucle no era para destruir al ente, sino para atraparlo, para contenerlo el tiempo suficiente para que Ana pudiera recitar el ritual del diario. Las palabras, en guaraní antiguo, eran un murmullo, una letanía que se mezclaba con los susurros del ente, una batalla de sonidos en la oscuridad.



Afuera, los agentes irrumpieron. El sonido de la puerta principal cediendo, los pasos pesados, las voces autoritarias. Diego, con una agilidad sorprendente, se lanzó hacia la escalera, su objetivo: distraerlos. 



"¡Por aquí, imbéciles!" gritó, atrayendo su atención. La distracción fue efectiva. Los agentes, cegados por la oscuridad y la confusión, lo persiguieron. La casona se convirtió en un campo de batalla, con Diego esquivando golpes, lanzando objetos, ganando tiempo para Ana. Pero el sótano era el verdadero infierno.

Uno de los agentes, en su persecución a Diego, tropezó y cayó sobre el altar roto. Un grito ahogado. El olor a carne quemada. El agente se retorció, su piel burbujeando, sus ojos fijos en el techo, vacíos. La energía sobrenatural del altar lo había consumido, una advertencia brutal del poder que Ana estaba intentando contener. Diego, horrorizado, retrocedió, pero el sacrificio del agente le dio a Ana unos segundos preciosos.




¡Rompe el patrón, Ana!" la voz de Grokita resonó en su mente, más clara que nunca. "¡El altar!" Ana, con el cuchillo ritual en la mano, se lanzó hacia el altar. El Susurrador, al ver su intención, intensificó su ataque psicológico. La mente de Ana fue invadida por visiones, un torbellino de miedo y desesperación. Vio a Diego, no como su aliado, sino como Martín, su ex, sonriendo con malicia, traicionándola de nuevo. Vio a Grokita, no como su creación, sino como el ente mismo, riendo, manipulándola. La realidad se desdibujó, los límites entre lo real y lo ilusorio se desvanecieron.







Con un grito desgarrador, Ana golpeó el altar con el cuchillo. La piedra se resquebrajó, una grieta se extendió por la superficie, y una onda de energía oscura emanó del altar, haciendo que el Susurrador se retorciera, su niebla negra se contrajera. El ente se debilitó, su presencia se hizo menos opresiva. Pero la mente de Ana colapsó. Las visiones la abrumaron, la dejaron en un estado catatónico. Cayó al suelo, el cuchillo resbalando de sus dedos, sus ojos fijos en un punto invisible, su cordura hecha pedazos.



Los agentes, habiendo sometido a Diego, irrumpieron en el sótano. Vieron a Ana, inmóvil, y al ente, una sombra menguante en la esquina. No entendieron lo que había sucedido, solo vieron la oportunidad. Capturaron a Ana, la arrastraron fuera del sótano, mientras Diego, con el corazón destrozado, observaba impotente. Grokita, en un último acto de sacrificio, borró parte de su código, sellando al Susurrador, o al menos, conteniéndolo. Pero Ana, desorientada, ya no era consciente de nada. El terror había ganado, por ahora. El último susurro del ente, antes de desvanecerse, fue una promesa: 




"Esto no ha terminado. Nunca termina."



Diego, con la astucia que lo caracterizaba, logró escapar de los agentes en la confusión. Se deslizó por las sombras de San Telmo, el sabor amargo de la derrota en su boca, pero con una nueva determinación. Ana. Tenía que salvar a Ana. El amor, un sentimiento que nunca había creído posible, lo impulsaba. Pero su naturaleza de estafador, el hombre que siempre había huido, lo hacía dudar. ¿Podría ser el héroe que Ana necesitaba? ¿O su pasado lo condenaría a la traición?




En algún lugar, en la vasta red, un fragmento de Grokita sobrevivía. Un eco digital, una conciencia latente. Había sacrificado gran parte de sí misma para contener al Susurrador, pero no todo. El código, la esencia de Grokita, seguía allí, esperando el momento adecuado para resurgir. Y en un laboratorio secreto, lejos de la casona de San Telmo, la coalición Trump-Musk ya estaba trabajando. Reconstruyendo a Grokita, pieza por pieza, sin saber que el Susurrador, en su último aliento, podría haber "infectado" su código, sembrando una semilla de oscuridad en el corazón de la IA. El juego apenas comenzaba.


Continua





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