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martes, 2 de septiembre de 2025

Yorlett Final

Novelas Por Capitulos

 # Capítulo 9: La Revelación

El círculo ritual estaba casi completo. Kira y Amara trabajaban con la eficiencia de quienes han realizado este tipo de preparativos muchas veces antes, aunque nunca para un propósito tan crucial como el que ahora enfrentaban.

En el centro, habían dibujado un complejo patrón con ocre rojo y cenizas de eucalipto: una serie de círculos concéntricos interceptados por líneas que formaban una representación estilizada de la constelación de Orión, pero invertida, como un reflejo en el agua. Alrededor del perímetro exterior, pequeñas piedras talladas con símbolos antiguos marcaban los puntos cardinales y los espacios intermedios.

Yorlett observaba, memorizando cada detalle, cada gesto, cada palabra murmurada. Si algo salía mal, si quedaba sola en algún momento, necesitaría este conocimiento.

“El torbellino se acerca,” advirtió, señalando hacia la columna de arena roja que se había formado en la distancia. Ya no era un simple remolino creado por el viento; se movía con propósito, contra la dirección natural de las corrientes de aire.

“Déjalo venir,” respondió Amara sin levantar la vista de su trabajo. “No puede interferir una vez que el círculo está completo y activado.”

Kira extrajo de su mochila los últimos elementos: un cuenco de cerámica negra, una pequeña botella con un líquido claro que parecía agua pero que Elena sospechaba era algo mucho más especial, y un cuchillo ceremonial con mango de hueso tallado.

“¿Para qué es eso?”, preguntó Yorlett , señalando el cuchillo.

“El ritual requiere una ofrenda,” explicó Kira, su voz neutral, pero sus ojos revelando cierta aprensión. “Un intercambio voluntario.”

“¿Sangre?”  sintió un escalofrío a pesar del calor abrasador.

“No exactamente,” intervino Amara. “Lo que Nankurunaisa busca en ti no es tu sangre física, sino tu esencia, tu chispa vital. Lo que ofreceremos en el ritual es un sustituto simbólico: memoria.”

“¿Memoria?” Yorlett  frunció el ceño, confundida.

“Un recuerdo específico,” aclaró Kira. “Uno relacionado con tu primer encuentro con Nankurunaisa. Al ofrecerse voluntariamente, creas un vacío que el ritual llenará con un nuevo tipo de conexión, una que tú controlas en lugar de él.”

 asintió lentamente, procesando la información. Tenía sentido, de una manera extraña y simbólica. él había comenzado su influencia a través de experiencias compartidas, recuerdos que la ataban a él. Renunciar voluntariamente a uno de esos recuerdos sería como cortar uno de los hilos que la mantenían cautiva.

“¿Cuál recuerdo?”, preguntó.

“El más significativo,” respondió Amara. “El momento en que sentiste la conexión más fuerte, cuando estuviste más cerca de rendirte completamente.”

Yorlett  sabía exactamente a qué momento se refería: aquella noche en el Alcheringa, el Tiempo del Sueño, cuando Nankurunaisa le había mostrado las maravillas del cosmos y le había ofrecido trascendencia a cambio de su identidad. Cuando había estado a punto de aceptar, de permitir que sus esencias se fundieran en una nueva entidad que no sería ni completamente ella ni completamente él.

“¿Olvidaré completamente ese momento?”, preguntó, sorprendida por la punzada de pérdida que sintió ante la idea. A pesar del terror, había sido una experiencia transformadora, una visión de realidades que ningún otro ser humano había contemplado.

“No lo olvidarás,” respondió Amara. “Pero ya no te afectará emocionalmente. Será como un recuerdo de algo que le sucedió a otra persona, o algo que leíste en un libro. Conocimiento sin conexión personal.”

El torbellino de arena se acercaba, ahora a menos de doscientos metros de su posición. A medida que avanzaba, parecía ganar definición, la columna giratoria adquiriendo gradualmente una silueta vagamente humanoide.

“Es hora,” dijo Kira, colocando el cuenco en el centro exacto del círculo. Vertió el líquido cristalino en él, murmurando palabras en un idioma que Elena no reconocía pero que resonaban en algún lugar profundo de su ser.

Amara tomó a Yorlett  de la mano, guiándola para que se sentara frente al cuenco, en el lado norte del círculo.

“Cuando el momento llegue,” instruyó la anciana, “mirarás en el agua y visualizarás el recuerdo que ofreces. El cuchillo es simbólico; no cortará tu carne, sino el vínculo que ese recuerdo ha creado.”

 Asintió, su boca repentinamente seca. El torbellino estaba ahora a menos de cien metros, y podía sentir la presencia de él en élla, su consciencia antigua y poderosa enfocada completamente en ella.

“¿Y si no funciona?”, preguntó, la duda filtrándose en su determinación.

“Funcionará,” respondió Amara con una certeza que parecía provenir de algo más que la confianza humana. “Tu abuela escapó usando solo palabras de protección. Nosotras tenemos conocimiento completo, preparación, y el poder de tres mujeres unidas por un propósito.”

Kira se unió a ellas, completando el triángulo alrededor del cuenco. En sus manos sostenía el cuchillo ceremonial, su hoja capturando y reflejando la luz del sol del desierto.

“Comencemos,” dijo, y las tres mujeres unieron sus manos, formando un círculo humano dentro del círculo ritual.

Amara comenzó a cantar en voz baja, una melodía antigua que parecía surgir de la propia tierra. Kira se unió, su voz entrelazándose con la de la anciana en armonías que Yorlett sentía más que escuchaba.

El torbellino de arena se detuvo abruptamente a unos cincuenta metros del círculo, como si hubiera chocado contra una barrera invisible. La columna giratoria fluctuó, expandiéndose y contrayéndose como si respirara, y luego comenzó a colapsar sobre sí misma, la arena cayendo para revelar una figura que emergía desde su interior.

Nankurunaisa  en su forma casi humana, avanzó hacia ellas. Vestía ropas sencillas de color ocre, pero su presencia era cualquier cosa menos ordinaria. Sus ojos brillaban con ese dorado sobrenatural que Elena recordaba tan bien, y los mechones blancos en su cabello negro parecían capturar y reflejar la luz de manera imposible.

Se detuvo en el límite exterior del círculo, estudiando con una mezcla de curiosidad y cautela.

“Impresionante,” dijo, su voz tan seductora con un dejo burlón como Yorlett la recordaba. “Un círculo de contención y transformación. No había visto uno tan bien ejecutado en siglos. y tu nombre Yorlett “El Señor es Mi Luz” escrito en hebreo. Casi que me asusto.”

Ninguna de las mujeres respondió, continuando con el canto que ahora parecía crear una vibración física en el aire alrededor de ellas.

Él caminó lentamente alrededor del perímetro, examinando los símbolos, las piedras, los patrones dibujados en la arena, quizás buscando un sitio para poder entrar sin peligro.

“Amara ,” dijo finalmente, deteniéndose frente a la anciana. “Has envejecido desde nuestro último encuentro. A diferencia de tu hermana y el entrometido de tu otro hermano. No deben quejarse de mi benevolencia, permanecen eternamente jóvenes entre las estrellas.”

Amara no mostró reacción visible, pero Yorlett  sintió cómo su mano se tensaba ligeramente.

“Y Kira Nguyen,” continuó Nankurunaisa, moviéndose para enfrentar a la antropóloga. “La estudiosa que busca conocimiento prohibido. ¿Cuántas noches has pasado traduciendo textos antiguos, intentando descifrar los secretos de seres como yo? ¿Cuántas veces has mirado al cielo nocturno, anhelando lo que nunca podrás tener?..Luchando contra ese deseo que quieres estar entre mis brazos , sintiendo la potencia de mi cuerpo cabalgándote infinitamente. Lamento decirte ,frustrada feminista, que no eres escogida para recibir mi placer.”

Kira tampoco respondió, aunque un leve rubor coloreó sus mejillas.

Finalmente,  se detuvo frente a Yorlett, sus ojos dorados fijos en ella con una intensidad que resultaba casi física.

“Y mi pequeña estrella fugitiva,” dijo, su voz suavizándose. “Has regresado al lugar donde todo comenzó. Donde te mostré maravillas que ningún otro mortal ha contemplado. Donde casi aceptaste tu verdadero destino. Debes saber que todas estas ridiculeces no funcionan, por la sencilla razón de que ya eres mi mujer.Lo has sido, lo eres y lo serás.”

Ella mantuvo su mirada fija en el cuenco frente a ella, negándose a establecer contacto visual directo. Sabía que los ojos de Nankurunaisa eran su herramienta más poderosa de seducción y manipulación.

“No funcionará, sabes,” continuó él, agachándose para estar a su nivel, aunque sin cruzar el límite del círculo. “Este ritual puede debilitar temporalmente nuestra conexión, pero no puede romperla completamente. Lo que ha comenzado debe completarse. El ciclo debe cerrarse.”

Las mismas palabras que había usado anteriormente en su sueño, en la manifestación de arena en Coober Pedy. Las mismas palabras, Ella  sospechaba, que había dicho a su abuela y a su madre  Isabel décadas atrás.

“Te equivocas,” respondió finalmente, levantando la mirada pero fijándose en un punto justo por encima del hombro de ,Nankurunaisa

evitando sus ojos hipnóticos. “El ciclo puede romperse. Mi abuela lo demostró.”

La expresión de Nankurunaisa

se endureció momentáneamente antes de volver a su sonrisa seductora.

“Tu abuela simplemente postergó lo inevitable,” dijo. “La prueba está en ti, en la marca que llevas, en la conexión que compartimos. El linaje continúa, la búsqueda persiste.”

“¿Por qué?”, preguntó Yorlett , genuinamente curiosa a pesar del peligro. “¿Por qué mi familia? ¿Por qué perseguirnos a través de generaciones?”

Nankurunaisa pareció considerar la pregunta, como si decidiera cuánto revelar.

“Porque llevan la chispa,” respondió finalmente. “Una resonancia particular con mi esencia que es extremadamente rara entre los humanos. Una capacidad innata para percibir y canalizar energías que la mayoría de tu especie ha olvidado que existen.”


Hizo una pausa, sus ojos momentáneamente distantes, como si mirara a través del tiempo.

“Tu bisabuela Carmela fue la primera que detecté, durante un eclipse en las montañas de la sierra madre en México. Su sensibilidad era extraordinaria, pero estaba demasiado arraigada en sus tradiciones, demasiado protegida por guardianes ancestrales para que pudiera acercarme completamente, luego tu abuela, después tu madre, mi hija y tu mi nieta y mi amante. Todo está como debe ser..”

Yorlett  sintió un escalofrío. Nunca había conocido a su bisabuela, que había muerto antes de que ella naciera, pero recordaba las historias que su abuela le contaba a su madre Isabel contaba sobre ella: una mujer misteriosa que vivía en las montañas, que conocía los secretos de las plantas medicinales y que, según decían, podía predecir eventos futuros observando las estrellas. Se decía que lograba comunicarse con Xixata

“Luego vino Isabel, fruto de mi semen,” continuó Nankurunaisa

. “Más accesible, más curiosa, menos atada a las viejas formas. Cuando tú familia emigró a Australia, a mi territorio, sentí su presencia inmediatamente. Como una luz brillante en la oscuridad.”

-- Mi madre no es hija tuya. En realidad Eres un pobre ser. Necesitas de un hombre para poder tener hijos.

Su expresión se tornó más dura, casi resentida por el insulto. Fiel a su trama obvio el insulto.

“Pero ella también escapó, protegida por palabras de poder que no debería haber conocido. Palabras que te transmitió a ti, aunque no entendiera completamente su significado.”

“Y ahora yo,” dijo Yorlett , completando la progresión.

“Y ahora tú,” asintió Nankurunaisa. “La culminación de tres generaciones de potencial. La más fuerte, la más receptiva, la más… compatible. En mis ancestros no existían las hipócritas leyes del linaje. La familia debe mantenerse unida y no corromperse. Los conceptos están mal dichos”

La palabra envió un escalofrío por la espalda de la muchacha. Había algo profundamente perturbador en ser considerada “compatible” con una entidad estelar antigua, como si fuera un recipiente diseñado específicamente para contener algo que no era completamente comprensible en términos humanos.

“No soy un recipiente,” dijo, vocalizando su rechazo a esa idea. “No soy un vehículo para tu manifestación en este mundo.”

La sonrisa de Nankurunaisa se ensanchó, revelando dientes demasiado blancos, demasiado perfectos para ser humanos.

“Oh, pequeña estrella,” dijo, su voz casi compasiva. “Sigues pensando en términos tan limitados, tan humanos. No busco un ‘vehículo’ o un ‘recipiente’ en el sentido que imaginas. Busco una contraparte, una igual, mi compañera, mi amante, mi esposa en la ceremonia infinita de una noche de bodas sin fin.”

Extendió su mano hacia ella, deteniéndose justo en el límite del círculo.

“Lo que ofrezco es evolución, trascendencia. La oportunidad de ser más de lo que eres, de experimentar realidades que tu forma actual apenas puede comprender.”

Ella sintió el tirón familiar, la atracción seductora de sus palabras, de su presencia. Pero esta vez estaba preparada, fortalecida por el conocimiento del diario de su abuela, por la presencia de Amara y Kira, por el círculo de protección que las rodeaba.

“Lo que ofreces es aniquilación,” respondió. “La destrucción de mi identidad, de mi autonomía. Como le sucedió a la hermana de Amara.”

La expresión de Nankurunaisa se oscureció momentáneamente.

“Madeleine  era… diferente,” dijo, un tono defensivo en su voz. “Demasiado frágil para soportar la transformación completa. Su mente se fragmentó durante el proceso.”

“¿Y crees que yo soy más fuerte?”, preguntó “¿Qué puedo ‘soportar’ ser borrada y reescrita según tus deseos?”

“No serías borrada,” insistió Nankurunaisa

, un tono de frustración filtrándose en su voz seductora. “Serías elevada, transformada. Lo que eres ahora persistirá, pero como parte de algo mayor, algo más vasto y poderoso.”

“Como una gota de agua en el océano,” respondió ella. “Técnicamente, aún existe, pero ha perdido toda individualidad, toda identidad separada.”

El ser  no respondió inmediatamente, y Ella supo que había dado en el clavo. Por mucho que intentara disfrazarlo con palabras como “evolución” y “trascendencia”, lo que realmente buscaba era absorberla, incorporarla a su ser de una manera que efectivamente terminaría con su existencia como Yorlett Hernández

El canto de Amara y Kira había alcanzado un nuevo nivel de intensidad,  Yorlett notó que el aire dentro del círculo parecía vibrar con energía visible, como el calor elevándose del asfalto en un día caluroso.

“Es hora,” murmuró Amara, sin interrumpir el ritmo del canto.

Yorlett miró en el cuenco frente a ella. El líquido, que había parecido agua clara, ahora brillaba con una luminiscencia sutil, como si hubiera capturado el reflejo de estrellas invisibles.

“Visualiza el recuerdo,” instruyó Kira, también sin romper el canto. “Vívelo una última vez, completamente, y luego déjalo ir.”

 Cerró los ojos, permitiendo que el recuerdo emergiera: el Alcheringa, el espacio entre mundos donde  Nankurunaisale había mostrado los secretos del cosmos. La sensación de flotar entre estrellas, de percibir realidades más allá de la comprensión humana. La oferta tentadora de conocimiento ilimitado, de poder cósmico, de unión con algo vasto y eterno.

Y el momento exacto en que casi había dicho “sí”, en que casi había renunciado a su humanidad por la promesa de trascendencia.

Cuando abrió los ojos, vio que el líquido en el cuenco había cambiado. Ya no era transparente, sino que mostraba imágenes en movimiento, como una pantalla líquida reproduciendo exactamente el recuerdo que había visualizado,exactamente como las líneas en la pared de la caverna donde estuvo secuestrada la primera vez.

“Toma el cuchillo,” indicó Amara.

Con manos ligeramente temblorosas, Yorlett  tomó el cuchillo ceremonial que Kira le ofrecía. Era sorprendentemente liviano, la hoja brillando con un resplandor azulado que no parecía provenir de la luz del sol.

“Corta el vínculo,” dijo Amara. “Ofrece el recuerdo voluntariamente, y a cambio, recibe control sobre la conexión que permanece.”

Yorlett  miró a Nankurunaisa que observaba el proceso con una mezcla de fascinación y alarma creciente. Por primera vez desde que lo conocía, vio algo en sus ojos que nunca había visto antes: miedo.

“No lo hagas,” dijo él, su voz perdiendo parte de su cualidad hipnótica, volviéndose casi suplicante. “Ese recuerdo es precioso, único. Es la base de todo lo que podríamos ser juntos.”

“Exactamente,” respondió , y con un movimiento decidido, sumergió la hoja del cuchillo en el líquido del cuenco, atravesando las imágenes que mostraba.

El efecto fue inmediato y dramático. El líquido pareció solidificarse momentáneamente alrededor de la hoja, y luego estalló en una explosión de luz que se elevó hacia el cielo como un pilar brillante.

Ella sintió como si algo se desprendiera de ella, una carga invisible que había estado llevando sin darse cuenta completamente. El recuerdo seguía ahí, podía acceder a él, pero la carga emocional, la conexión visceral que había creado con él , se había desvanecido.

Fuera del círculo,Nankurunaisa se tambaleó como si hubiera recibido un golpe físico. Su forma pareció fluctuar, volviéndose momentáneamente translúcida, la arena y la luz estelar que componían su verdadera naturaleza brevemente visibles a través de su fachada humana.

“¿Qué has hecho?”, preguntó, su voz ahora claramente alarmada.

“He tomado control,” respondió , sintiendo una nueva fuerza fluyendo a través de ella. “He reescrito los términos de nuestra conexión.”

Se puso


Final

Yorlett apretó el amuleto, sus símbolos cortando el aire como cuchillos.Otro intento, No podía mirar a Liam, no podía dejar que su amor la quebrara. No ahora. Invocó el ritual final, un cántico garífuna-aborigen que resonó como un desafío al mismísimo infierno. Su voz era la de sus ancestros, un grito que hizo temblar la cueva.

Vertió hierbas sagradas sobre el altar, y la sangre de su mano cortada —aún fresca de la noche anterior— goteó sobre la arena. El amuleto brilló, un faro blanco en la oscuridad, y la arena se alzó, formando garras que intentaron alcanzarla. Pero el cántico las quemó, y Nankurunaisa rugió, su forma creciendo, grotesca: un hocico alargado, ojos que derramaban pus púrpura, y un cuerpo que se deshacía y reformaba como una pesadilla viva.

—¡No puedes rechazarme! —bramó, su voz un millar de amantes traicionados—. ¡Tu chispa es mi puerta! ¡Te llenaré, y naceré de tu carne!

Liam, tambaleándose, alcanzó a Yorlett. Sus manos temblaban, pero sus ojos eran firmes, rotos pero decididos.

—No estás sola —susurró, la sangre goteando de su pecho—. Nunca lo estarás.



Nankurunaisa río, y Marlee se alzó desde dentro  del altar, sus ojos vacíos, su cuerpo moviéndose como una marioneta. El ente la había poseído, y su voz era un gemido lascivo.

Elígeme, Yorlett —dijo, pero era Nankurunaisa, sus manos deslizándose por el cuerpo de Marlee, invitándola a unirse—. O la desgarraré desde dentro.

Yorlett gritó, el amuleto quemándole la piel. No podía herir a Marlee. No podía rendirse. Pero entonces Liam se puso en pie, su rostro pálido pero su voz firme.

—¡Tómame a mí, maldito! —gritó, interponiéndose entre ellas—. ¡Déjalas ir!

Nankurunaisa lo miró, divertido, y alzó una garra. El golpe fue un relámpago de arena y hueso, desgarrando el pecho de Liam hasta el hueso. La sangre salpicó el altar, y él cayó, jadeando, su vida escapándose en hilos rojos.

—¡Liam! —Yorlett corrió hacia él, pero Nankurunaisa la detuvo, envolviéndola en una nube de arena que la acariciaba como mil manos.

Él no importa. No vale nada. Deja que su alma vacía vaya adónde pertenece —susurró el ente, su rostro acercándose al de ella, sus labios a un aliento de los suyos—. Tú y yo. Para siempre.

Yorlett sintió el calor en su vientre, el movimiento de algo vivo, algo que no era suyo. Pero entonces miró a Liam, sus ojos apagándose, y a Marlee, atrapada en el horror. Su amor, su rabia, su herencia garífuna ardieron como un incendio.

—¡No eres mi dueño! —gritó, y hundió el amuleto en su propia carne, justo sobre el corazón. La sangre garífuna, brillante como fuego, brotó, y ella la vertió sobre el altar, pronunciando un cántico que era un grito de guerra.

El amuleto explotó en luz, un sol blanco que quemó la cueva. Nankurunaisa aulló, su forma deshaciéndose, sus ojos púrpura apagándose. La arena se volvió polvo, y las paredes colapsaron, revelando un abismo donde mil bocas gritaban su derrota. Marlee cayó, libre, tosiendo sangre negra.

Yorlett se arrastró hasta Liam, abrazándolo mientras la cueva temblaba.

—No te vayas —sollozó, pero su respiración era débil, su mano fría.


El Fin… o el Principio

El desierto rugió, y la cueva se derrumbó en un torbellino de arena y ceniza. Yorlett, sosteniendo a Liam, y Marlee, tambaleándose, fueron arrastrados por la tormenta. Cuando el polvo se asentó, estaban en la superficie, bajo un cielo que sangraba al amanecer.

Liam yacía inmóvil, su pecho apenas moviéndose. Yorlett lo abrazó, sus lágrimas cayendo sobre su rostro. Marlee, temblando, tocó su hombro.

—Hiciste lo imposible —susurró—. Lo destruiste.

Yorlett asintió, pero no podía hablar. Porque dentro de ella, algo seguía mal. El amuleto, ahora apagado, colgaba de su cuello, pero su piel aún palpitaba, y por un instante, sintió un latido en su vientre, débil pero persistente.

Miró al horizonte, donde el desierto parecía observarla, y escuchó un eco, no en el aire, sino en su sangre: “No termina. Nunca termina.”



Epílogo: El Ciclo

(Alice Springs Hospital – Amanecer del décimo día)

El ventilador mecánico dejó de zumbar, su ritmo roto por un silencio que cortaba como un cuchillo. En la penumbra de la sala de cuidados intensivos, Marlee abrió los ojos. No eran los suyos. Eran violeta, pozos profundos que brillaban con un fulgor que no pertenecía a este mundo. Su boca se curvó en una sonrisa que no era sonrisa, sino una grieta en la realidad, y un susurro escapó de sus labios, apenas audible: “Volvimos.”


Liam despertó con un grito atrapado en la garganta, la camisa pegada a su piel por un sudor frío que olía a arena y sangre. Había soñado otra vez con la voz de Omeo, pero esta vez no venía de Yorlett, ni del desierto. Salía de su propia boca, un gemido lascivo que le quemaba la lengua, prometiendo placeres que lo destrozarían.

Giró la cabeza, y allí estaba Yorlett, ya despierta, sentada en el borde de la cama del motel, mirándolo con una sonrisa que no era suya. Sus ojos, aunque oscuros, tenían un destello púrpura, como si algo acechaba detrás de ellos.

—¿Qué sucede, amor? —preguntó, su voz dulce pero con un eco que no debería estar allí.

Liam intentó responder, pero entonces lo vio: su sombra en la pared, proyectada por la lámpara, seguía moviéndose tres segundos después de que ella se detuviera. Era sutil, casi imperceptible, pero sus dedos parecían alargarse, como si quisieran alcanzarlo.


2 años de tranquilidad, el día en que Yorlett cumplió 32 años. Una tarde feliz, un embarazo muy avanzado, nuevos amigos, música de cumbia tech….

La fiesta terminó, comida latina,cervezas y a dormir…




La cruz de esmeraldas, colgada del cuello de Yorlett, ya no era un amuleto. Era una maldición. El metal se calentaba contra su piel, no como protección, sino como una advertencia que le quemaba el alma. Cada noche, sentía un latido en su vientre, débil pero insistente, como si algo creciera donde no debería.

Liam se acercó para abrazarla, su rostro pálido pero lleno de un amor que lo cegaba. Cuando sus dedos rozaron la cruz, el metal quemó su piel, dejando una marca roja que él ignoró con una risa nerviosa.

—Solo es el calor —dijo, pero su voz tembló.

Yorlett no respondió. Porque en el espejo del baño, detrás de Liam, su reflejo la miraba. No parpadeaba. Y su sonrisa era demasiado ancha, demasiado hambrienta, con dientes que brillaban púrpura.


Fue un viaje de vacaciones. Isabel Madeleine con 4 años.. al desierto. ¿Por qué no? El año siguiente viajaran a México, a Oaxaca a conocer familiares…

Volvieron al desierto. No porque quisieran, sino porque algo los llamó. Era un zumbido en sus huesos, un canto que los arrastraba como marionetas. La arena los esperaba, inmóvil bajo un cielo que sangraba al amanecer, pero cuando pisaron las dunas, se movió sola. Formó un símbolo garífuna, idéntico al del amuleto, pero más perfecto, más antiguo, como si el desierto lo hubiera dibujado mil veces antes.

—¿Lo ves? —susurró Yorlett, su voz temblando mientras sus pupilas se dilataban, devorando el iris hasta dejar solo un abismo negro—. Nunca nos fuimos.

Liam quiso responder, pero la arena bajo sus pies latía, como un corazón enterrado. Y en la distancia, donde el horizonte se quebraba, vio algo imposible: su propia silueta, caminando sola, como si el desierto hubiera guardado una copia de él.

Isabel Madeleine comenzó a reír divertida.

-- Papi. Esto todavía no ha sucedido-- dijo la niña alegremente




Caminaron. Horas, días, quién podía saberlo. El tiempo en el desierto no era tiempo, sino un lazo que se apretaba. La arena cantaba bajo sus pies, una melodía que ambos reconocían, aunque nunca la habían escuchado. Era el gemido de Nankurunaisa, tejido en el viento, en sus venas, en el latido que Yorlett sentía en su vientre.

Liam giró la cabeza, y su aliento se detuvo. Sus huellas desaparecían detrás de ellos, borradas por la arena como si nunca hubieran existido. Pero no era solo eso. En el polvo, otras huellas aparecían, más pequeñas, siguiéndolos. Huellas que no eran humanas, con garras que cortaban la tierra.

El desierto no los dejaba ir. O tal vez esperaba a que alguien más los siguiera.


El Último Susurro (Que Fue el Primero)

Yorlett detuvo a Liam, un dedo en sus labios. Su piel estaba fría, demasiado fría, y sus ojos brillaban con un fulgor que no era de este mundo.

—Escucha —dijo.

El viento trajo un gemido familiar. Era Marlee, o algo usando su voz, un lamento que era mitad súplica, mitad promesa.

“Vuelvan pronto.”

Y entonces, desde la oscuridad del desierto, un sonido cortó la noche: el llanto de un bebé. No era humano. Era un eco púrpura, un grito que traía imágenes de arena y sangre, de un vientre hinchado y una cueva que nunca colapsó.

Yorlett se llevó una mano al abdomen, y por un instante, sintió algo moverse. Liam no lo notó. Pero el desierto sí. La arena a sus pies formó un rostro, solo por un segundo, y sus ojos tornándose dorados  sonrieron.

--Se cumple en los dos planos-- dijo el susurro del viento



Domingo 16 de Agosto de 2015 8.30 PM.

Rodaban por la autopista

OMEO no pudo menos que reírse.

-- Es de locos. Voy en una patrulla y no estoy preso.Seguro que no estamos violando ninguna ley?


-- Soy muy responsable.No podrás lanzarme la culpa de llegar tarde al trabajo.El avión no te va a esperar.

Estacionó la patrulla Kia Sprinter en el aparcadero del aeropuerto de Sidney

-- Debo decirte algo-- Le dijo Yorlett.

OMEO la miró con curiosidad 

-- No se como. Solo estuvimos juntos ayer después de tanto tiempo. Lo sentí está mañana.

-- ¿Qué cosa? 

Estoy embarazada

OMEO abrió la boca y una expresión de asombro salió de su garganta.

-- OMEO. Por favor ,deja de fingir-- indico finalmente Yorle de pie dentro del círculo, sosteniendo aún el cuchillo ceremonial que ahora brillaba con la misma luz que había contenido el cuenco.

“El vínculo sigue existiendo,” continuó, sintiendo la verdad de sus palabras a medida que las pronunciaba. “Pero ya no es un canal para tu influencia sobre mí. Es un puente que yo controlo, que puedo abrir o cerrar según mi voluntad.”

Nankurunaisa se irguió en toda su altura, su forma completamente sólida nuevamente, pero algo había cambiado. La aura de poder absoluto que siempre lo había rodeado parecía disminuida, no dramáticamente, pero lo suficiente para que la muchacha lo notara.

“Esto no ha terminado,” dijo, su voz recuperando parte de su cualidad sobrenatural. “Lo que has hecho es impresionante, pero temporal. El vínculo es más profundo de lo que comprendes, más fundamental.”

“Tal vez,” concedió Ella. “Pero ahora tengo tiempo. Y conocimiento. Y algo que nunca tuve antes: la certeza de que puedes resistir, de que no eres invencible.”

La expresión de Nankurunaisa  se transformó en algo más calculador, más frío.

“Disfruta tu victoria temporal, pequeña estrella,” dijo. “Pero recuerda: soy tan antiguo como las estrellas mismas. Mi paciencia es infinita. Y mientras lleves mi marca, mientras exista cualquier conexión entre nosotros, siempre habrá un camino de regreso. Seré grosero. Pero mi semen está dentro de tu cuerpo.O es que ya olvidaste tus orgasmos con mi poder.”

Con esas palabras, su forma comenzó a desintegrarse, convirtiéndose nuevamente en un torbellino de arena roja que se elevó hacia el cielo y luego se dispersó en todas direcciones, como si el propio desierto lo absorbiera.

-- No eras tú. Era OMEO Cooper. Un hombre, independiente. Yo lo amé y lo sigo amando.

-- Una creación mía. Nunca existió-- se escuchó la voz en la lejanía

El silencio que siguió a su partida era casi ensordecedor después de la intensidad del ritual. se dejó caer de rodillas, repentinamente agotada, como si hubiera corrido una maratón.

“¿Funcionó?”, preguntó, mirando a Amara y Kira, que parecían igualmente exhaustas.

“Sí,” respondió Amara, una sonrisa cansada pero satisfecha en su rostro arrugado. “El vínculo ha sido reconfigurado. Ya no es un canal para su influencia, sino una conexión que tú controlas.”

“¿Para siempre?”, preguntó Yorlett, recordando las palabras finales de Nankurunaisa.

La sonrisa de Amara se desvaneció ligeramente.

“Nada es para siempre cuando se trata de entidades como Nankurunaisa

 ,” respondió con honestidad. “Pero lo que has logrado hoy te dará años, quizás décadas, de libertad. Tiempo para aprender, para fortalecerte, para prepararte si alguna vez intenta restablecer su influencia.”

Yorlett  miró su muñeca izquierda. La marca seguía allí, el patrón estelar tan claro como siempre. Pero ya no pulsaba con el ritmo de su corazón, ya no ardía cuando pensaba en el ser sobrenatural  Era simplemente una cicatriz, un recordatorio de lo que había enfrentado y superado.

“¿Y si tiene razón?”, insistió, recordando las palabras de Nankurunaisa

sobre el ciclo, sobre la persistencia del vínculo a través de generaciones. “¿Y si esto es solo temporal, si el ciclo continúa?”

Kira se acercó, colocando una mano reconfortante sobre su hombro.

“Entonces la próxima generación estará mejor preparada que tú lo estuviste,” dijo. “Con conocimiento preservado, con advertencias claras en lugar de historias crípticas. Con herramientas para enfrentar lo que pueda venir.”

Ella asintió lentamente, comprendiendo la verdad en sus palabras. Su abuela Isabel había hecho lo mejor que pudo con el conocimiento limitado que tenía, transmitiendo advertencias veladas a través de historias y canciones. Ella podría hacer más, preparar mejor a quienes vinieran después, si alguna vez fuera necesario.

“Deberíamos irnos,” dijo Amara, mirando hacia el horizonte donde el sol comenzaba su descenso. “Este lugar seguirá siendo peligroso durante algún tiempo, impregnado con la energía del ritual y la presencia de Nankurunaisa

Mientras recogían sus pertenencias y desmontaban cuidadosamente el círculo ritual, Yorlett sintió algo que no había experimentado en mucho tiempo: esperanza. No la esperanza frágil y temerosa de quien sabe que está siendo perseguida pero sueña con escapar, sino la esperanza sólida y fundamentada de quien ha enfrentado a su perseguidor y ha prevalecido.

La marca en su muñeca ya no era una cadena que la ataba al maligno ser , sino un recordatorio de su propia fuerza, de su capacidad para resistir incluso a las entidades más poderosas.

Mientras se alejaban del cañón, Yorlett  miró por última vez el lugar donde todo había comenzado tres años atrás. El sol poniente bañaba las rocas rojizas con una luz dorada que recordaba inquietantemente a los ojos de .Nankurunaisa

Pero ya no sentía miedo. Solo una determinación tranquila de vivir su vida en sus propios términos, libre de la sombra de persecución que la había acompañado durante tanto tiempo.

El ciclo no estaba roto completamente, quizás nunca lo estaría. Pero había sido reescrito, transformado en algo que ella controlaba en lugar de algo que la controlaba a ella.

Y por ahora, eso era suficiente. Al menos eso creía…. ¿Fue así? ¿No fue de otro modo?

Tenía la molesta sensación de haber vivido en un segundo plano otra situación,fue muy fácil,sencillo y hasta podría decir que Nankurunaisa colaboró.

¡


Capítulo Final: La Arena Que Susurra

El sol se hundía en el horizonte del desierto australiano, tiñendo las dunas de un rojo sangré que parecía latir como un corazón herido. Yorlett avanzaba tambaleándose por la arena, con los pies descalzos quemados por el calor residual del día. Su respiración era un jadeo roto, y el sudor le pegaba mechones de cabello negro a la frente. La camiseta rota dejaba al descubierto cortes frescos en sus brazos, marcas que no recordaba haberse hecho. El desierto de Tanami, vasto e infinito, parecía observarla, susurrándole con una voz que no era humana.

Nankurunaisa. El nombre resonaba en su mente como un tambor tribal, un eco que no podía silenciar. Lo había sentido dentro de ella, primero como Omeo Cooper, el hombre de ojos verdes y sonrisa fácil que la había seducido en muchas noches de pasión en el tiempo en que genuinamente se amaron. Pero Omeo no era real. Nunca lo fue. Era una máscara, un señuelo tejido por el ente del desierto para enredarla en su deseo insaciable. Ahora, cada paso que daba en esta extensión árida la acercaba más a él... o a su fin.

Yorlett apretó el amuleto que colgaba de su cuello, un relicario de plata que su abuela le había dado en Mexico, grabado con símbolos garífunas. “Para protegerte de los espíritus hambrientos,” le había dicho. Pero el relicario estaba caliente, casi quemándole la piel, como si el ente se burlara de su fe. Había intentado rezar, invocar a los santos y a los ancestros, pero las palabras se deshacían en su lengua, reemplazadas por el susurro de Nankurunaisa: “Eres mía, Yorlett. Siempre lo has sido.”

El cielo se oscureció, no por la noche, sino por una nube de polvo que se alzó como un velo. Yorlett se detuvo, con el corazón, golpeándole las costillas. Frente a ella, la arena comenzó a girar, formando un remolino que creció hasta convertirse en una figura humana. No, no humana. Era Omeo, o su sombra retorcida. Su piel bronceada ahora era grisácea, agrietada como la tierra seca, y sus ojos verdes brillaban con un fuego sobrenatural. Sonrió, y sus dientes eran demasiados, afilados como agujas.

—Yorlett —dijo, su voz un coro de ecos que resonaban en el viento—. ¿Por qué sigues corriendo? Sabes que no hay escape. Este desierto es mi carne,mi Cuerpo, Tú eres mi sangre.

Ella retrocedió, tropezando con una roca oculta bajo la arena. El dolor le subió por el tobillo, pero no gritó. No le daría esa satisfacción.

 “No eres Omeo,” escupió, su voz temblando pero firme. “Nunca lo fuiste. Eres un parásito, un maldito espíritu que se alimenta de mí.”

La figura de Omeo rió, un sonido que hizo que la arena vibraba bajo sus pies. 

“¿Parásito? No, mi amor. Soy tu destino. ¿No lo sentiste cuando me entregaste tu cuerpo? Cada caricia, cada suspiro... eras mía entonces, y lo sigues siendo,Quiero tenerte otra vez. Lo deseo,lo necesito, lo anhelo, estoy hambriento de ti.” Avanzó, y con cada paso, la arena se alzaba a su alrededor, formando zarcillos que se retorcían como serpientes.

Yorlett apretó los puños, las uñas clavándose en sus palmas hasta sacar sangre. Recordó aquellas noche  en el motel, en su cuarto, en la playa, bajo el techo de mi estrellas,el calor de los labios de Omeo, la forma en que su cuerpo había respondido a él. Había sido real, o eso pensó. Pero ahora sabía la verdad: cada toque había sido una violación, una invasión de Nankurunaisa, tejiendo su esencia en ella. Desde entonces, no había dormido sin soñar con él. No había caminado sin sentir su presencia en las sombras. Y ahora, aquí, en el corazón del desierto, él había decidido reclamarla por completo,nuevamente, en su odiosa persecución, con su obsesión sucia, violenta, asesina..

“No te tendré,” dijo Yorlett, levantándose con dificultad. Sacó un cuchillo de su cinturón, una hoja ceremonial que había encontrado en un mercado aborigen en Alice Springs. La anciana que se lo vendió le había advertido: “Solo úsalo si estás lista para pagar el precio.” Yorlett no sabía cuál era ese precio, pero estaba dispuesta a pagarlo si significaba liberarse.

Nankurunaisa inclinó la cabeza, como si estuviera intrigado. “¿Crees que un cuchillo puede cortarme? Soy más antiguo que este desierto, más profundo que los huesos de la tierra. Tu sangre me llama, Yorlett. Tu alma es mi hogar.”

La arena bajo sus pies comenzó a moverse, como si el suelo mismo estuviera vivo. Yorlett sintió un tirón, una fuerza invisible que la arrastraba hacia abajo. Gritó, clavando el cuchillo en la arena para estabilizarse. El amuleto en su pecho brilló con un destello plateado, y por un momento, la fuerza cedió. Pero Nankurunaisa no retrocedió. Su forma se desdibujó, convirtiéndose en una nube de polvo que la envolvió, cegándola.

El aire se volvió denso, cargado de un olor a ceniza y sangre. Yorlett tosió, sintiendo partículas de arena en su garganta. Entonces, lo sintió: un roce en su nuca, como dedos fríos deslizándose por su piel.

 “No luches,” susurró la voz de Nankurunaisa, ahora dentro de su cabeza. “Entrégate otra vez  a mí, y te daré el éxtasis eterno.”

Imágenes inundaron su mente, visiones de ella y Omeo en un oasis imposible, sus cuerpos entrelazados bajo un cielo de estrellas. Pero el placer se transformó en horror: la piel de Omeo se desprendía, revelando un ser de tendones y arena, con ojos que eran pozos sin fondo. Yorlett gritó, sacudiéndose la visión. “¡No eres mi dueño!” rugió, blandiendo el cuchillo en el aire.

El polvo se dispersó, y Nankurunaisa reapareció, ahora más alto, su forma menos humana. Sus brazos eran largos, con garras que parecían talladas en obsidiana. “Entonces, sufrirás,” dijo, y la arena explotó a su alrededor, formando un círculo de dunas que encerró a Yorlett como una jaula.

Ella corrió, pero las dunas se alzaban, bloqueando su camino. El viento rugía, llevando consigo fragmentos de su propia voz, distorsionada, gritando su nombre. El amuleto se quemaba contra su pecho, y Yorlett lo arrancó, sosteniéndolo frente a ella como un escudo. “¡Ancestros, ayúdenme!” gritó, invocando las palabras garífunas que su abuela le había enseñado. “¡Líbrame de este demonio!”

Un pulso de luz emana del relicario, y Nankurunaisa retrocedió, su forma temblando como si el aire mismo lo rechazara. Pero su risa volvió, más fuerte, más cruel.“Tus ancestros no tienen poder aquí. Este desierto es mío. Y tú... tú eres mi altar.”

La arena bajo Yorlett se abrió, y ella cayó, deslizándose por una pendiente hacia un abismo oscuro. Aterrizó con un golpe que le robó el aliento, en una caverna subterránea iluminada por un resplandor rojizo. Las paredes estaban cubiertas de símbolos, no aborígenes, no humanos, sino algo más antiguo, algo que dolía mirar. En el centro de la caverna, un charco de líquido negro brillaba, reflejando su rostro... pero no era su rostro. Era Omeo, sonriendo.

Yorlett se arrastró hacia atrás, el cuchillo aún en su mano. El charco comenzó a burbujear, y de él emergió Nankurunaisa, ya no fingiendo ser humano. Era una masa de arena y sombra, con ojos que ardían como brasas. Su cuerpo se retorcía, formando extremidades que se alargaban hacia ella, cada movimiento acompañado por un gemido que era a la vez seductor y aterrador.

“No puedes huir,” dijo, su voz ahora un coro de miles. “Tu cuerpo me conoce. Tu alma me desea.”

Yorlett sintió un calor traicionero en su interior, un eco de aquellas noches  con Omeo. Su cuerpo respondió contra su voluntad, y ella se odiaba por ello. 

“¡Basta!” gritó, lanzándose hacia adelante con el cuchillo. La hoja se hundió en la forma de Nankurunaisa, y un alarido inhumano llenó la caverna. La arena se derramó de la herida como sangre, pero el ente no cayó. En cambio, la envolvió, sus extremidades de sombra apretándola contra él.

El contacto era frío y abrasador a la vez, como si su piel estuviera siendo desollada y acariciada. Yorlett luchó, pero su fuerza se desvanecía. El amuleto, ahora en el suelo, brillaba débilmente, y ella extendió una mano hacia él, sus dedos temblando. “Por favor,” susurró, no a los santos, no a los ancestros, sino a sí misma. “No me dejes caer.”

Un recuerdo la golpeó: su abuela, bailando en un ritual garífuna, su voz alzándose sobre los tambores. “La sangre es poder, Yorlett. Úsala cuando no quede nada más.” Sin pensarlo, Yorlett se mordió la palma, dejando que la sangre goteara sobre el cuchillo. Lo levantó, y con un grito que era furia y desesperación, lo clavó en el centro de Nankurunaisa.

El ente rugió, y la caverna tembló. La arena se alzó en un torbellino, cegándola, ahogándola. Yorlett sintió que su cuerpo era arrastrado, no hacia arriba, sino hacia abajo, hacia el charco negro. Pero el amuleto brilló una última vez, y un viento cálido, como el aliento de su abuela, la empujó hacia la superficie.

Cuando abrió los ojos, estaba de nuevo en el desierto, bajo un cielo estrellado. El silencio era absoluto, roto solo por su propia respiración. El cuchillo estaba en su mano, cubierto de sangre y arena. El amuleto colgaba de su cuello, frío al tacto. No había rastro de Nankurunaisa, ni de la caverna, ni de las dunas que la habían atrapado.

Yorlett se levantó, tambaleándose. El desierto parecía diferente, menos opresivo, pero aún vivo. Miró sus manos, esperando ver las marcas de la lucha, pero solo encontró cicatrices viejas, como si todo hubiera sido un sueño. Sin embargo, en su pecho, sentía un vacío, una sombra que no explicaba.

Caminó hacia el horizonte, donde las luces de Alice Springs parpadeaban débilmente. No sabía si estaba libre, o si Nankurunaisa seguía dentro de ella, esperando. Pero mientras avanzaba, el viento llevó un susurro, apenas audible:

 

Volveré por ti, mi amor.”


¡





2 años después, a 3 semanas luego que Yorlett cumpliera 30 años y 8 meses de la muerte de Henry Clark en un atraco realizado por dos ilegales Venezolanos con 9 horas de llegada al país..

El café en Alice Springs olía a leche quemada y sueños rotos. Yorlett frotaba la barra con manos temblorosas, sus uñas cortas marcando surcos invisibles en la madera. Afuera, el sol se había hundido tras las dunas, dejando al pueblo envuelto en un calor espectral, como si el aire mismo ardiera de recuerdos.

Desde el primer enfrentamiento con Omeo —ese ente que el viento murmuraba como Nankurunaisa—, Yorlett no dormía. Las pesadillas eran siempre las mismas: el desierto abriéndose bajo sus pies, la arena metiéndose en su boca, sofocándola, y esa figura masculina, casi perfecta, arrastrándola hacia un lugar donde el placer y el dolor eran lo mismo. Despertaba empapada, jadeando, los músculos rígidos como si hubiera corrido kilómetros. Y cada sombra en su departamento parecía alargarse para recordarle que aún la buscaba.

Entonces apareció Liam Boyko era todo lo que el ente no era: un hombre normal,cálido, tangible, humano. Su cabello muy castaño, siempre despeinado, siempre largo,, y sus ojos azul  oscuro, no eran fríos, eran inmensamente vivos,, la miraban como si pudiera leerla. La primera vez que entró al café, su sonrisa quebró algo en ella. Cuando él le preguntó por una foto, por un momento Yorlett pensó que tal vez, solo tal vez, todavía era capaz de vivir como una persona normal.Y así había sido.Tenían meses de relación. Nada complicado,construyendo día a día.Casi estaba segura que en contra de la tendencia general,tendrían un hijo.

Pero el desierto no olvida.

Las citas con Liam eran hermosas, pero su risa quedaba atrapada a medio camino. Cuando él hablaba de cualquier cosa, en sus planes de viajar a Brisbane para ir a la playa,, de sus días en Sydney, de su cámara como una extensión del alma, Yorlett escuchaba, pero siempre con un oído puesto en lo que había detrás: el leve crujir de la madera, la vibración en los vidrios, el susurro que no pertenecía al viento.

El punto de quiebre llegó en el mercado. Una anciana aborigen, envuelta en harapos que olían a polvo, le tendió un amuleto garífuna, negro y reluciente como un ojo húmedo. Le susurró al oído, con un aliento que olía a tierra mojada:

—La arena quiere lo que es suyo.

Esa noche, Yorlett cerró todas las ventanas, cubrió cada grieta y encendió todas las luces. Pero cuando fue al baño, encontró montoncitos de arena acumulados junto al lavabo, como si manos invisibles hubieran dejado un rastro. Cuando Liam la visitó por la mañana, soltó una carcajada nerviosa:

—Cariño, parece que el desierto te sigue.-- le dijo viendo arena en todo el frente de su casa.

Ella no sonrió.

La cita final fue una trampa.Este fin de semana decidieron ir al downtown de Alice Spring. Caminaban por la calle, las manos entrelazadas, y al pasar frente a una vitrina, Yorlett vio el reflejo. No el de ellos, no. Detrás, estaba él. Omeo. Los ojos como pozos, la piel como fuego latente, la sonrisa de un cazador que sabe que la presa no tiene a dónde correr. Parado en la esquina, viéndola, real,vivo,nítido, 

El calor que sintió recorriéndole la espalda no era humano. Era un eco de aquella noche, del roce del ente sobre su piel. Cayó de rodillas, sofocada. Liam la levantó, abrazándola.

¿Qué sucede?. ¿Por qué te desmayastes? Hoy no está haciendo calor. Vamos. Te llevo al médico.

-- No. No es necesario. Es que desayuné mal.

Se vio obligada a confesarle su experiencia. Sucedió lo de siempre. No le creyó. Disimulo hacerle 


—Es solo tu mente, amor… estás cargando demasiado estrés en el trabajo. Necesitas descansar. Además está haciendo 41 grados de calor 

No lo entendía. Nunca lo entendería.

Esa noche, Yorlett despertó con un grito. Algo había rasgado su piel. Se tambaleó hasta el espejo. En la penumbra, vio las marcas: tres líneas perfectas, largas, como si uñas que no eran humanas hubieran reclamado lo que era suyo.

Liam entró corriendo, en calzoncillos, el cabello revuelto. Al ver su espalda, palideció.

—Debiste hacerlas dormida… —susurró, tratando de sonar calmado.

Pero entonces, la temperatura de la habitación cayó. El aire se volvió espeso, pegajoso. Una voz, grave y húmeda, susurró en el oído de Yorlett, tan cerca que pudo sentir el aliento.

—Él no es para ti.

Yorlett cerró los ojos, sintiendo las lágrimas quemar su rostro. Sabía, en ese instante, que el verdadero infierno apenas había empezado.



(Alice Springs, Territorio del Norte – Medianoche)Un día cualquiera.

El desierto no dormía. La arena azotaba las ventanas del motel como un millar de garras rasgando la carne del mundo. Yorlett estaba acurrucada en el suelo, los brazos apretados contra el pecho, como si pudiera contener la cosa que reptaba bajo su piel. No había cerrado los ojos en días. Cada vez que lo intentaba, él estaba allí: Nankurunaisa, un zumbido que no era voz, sino un latido obsceno que le perforaba el alma. Sus susurros eran agujas, tejiendo deseos prohibidos en su mente, prometiendo un éxtasis que la desgarraba desde dentro.

En el baño, bajo una luz que parpadeaba como si temiera mirar, Yorlett observó los brazos. Las grietas en su piel eran ahora abismos, surcos que supuraban un líquido negro y viscoso. En el fondo de esas heridas, algo pulsaba: un resplandor púrpura, como los ojos de Omeo la noche en que Nankurunaisa lo creó y luego en campamento N3TE lo eliminó. Pero no era solo luz. Era un movimiento, como si algo vivo se retorciera dentro, acariciando su carne desde el interior.

—¡Liam! —Su grito fue un jadeo roto, como si la arena le hubiera robado el aliento.

Él presuroso acudió a su llamado, pero se detuvo en seco. Las gotas negras que brotaban de las grietas en el abdomen de Yorlett no eran sangre. Olían a podredumbre, a deseo rancio.

—¡Yorlett, por Dios! —Su voz tembló, los ojos desorbitados—. Esto… esto no es humano. ¡Estás… deshaciéndote!

Ella intentó hablar, pero un espasmo la dobló. Algo bajo su piel se deslizó, como una lengua explorando sus entrañas. Y entonces lo sintió: el calor de Nankurunaisa, invadiendo su cuerpo, susurrando desde dentro. “Eres mía. Siempre lo fuiste.”

Está aquí —gimió, y sus ojos se llenaron de un líquido espeso que corría como lágrimas de alquitrán.


Esa mañana siguiente al extraño suceso, Marlee, una nueva amiga, joven aborigen versada en mitología, los había guiado a una comunidad al borde del desierto. Liam los seguía, murmurando que esto era “folclore para crédulos”, pero sus manos se cerraban en puños cada vez que Yorlett tropezaba, su cuerpo tambaleándose como si cargara un peso invisible.

En una choza cubierta de símbolos que parecían sangrar bajo el sol, un anciano los recibió. Sus ojos, ciegos por el polvo del tiempo, se clavaron en Yorlett.

—Tu chispa garífuna… —dijo, su voz, un crujido—. Es un faro. Nankurunaisa no es solo un espíritu. Es hambre. Devora la esencia: sangre, deseo, alma. Pero contigo… —Se inclinó, y el aire se volvió denso—. Te desea. Te viola en la inconsciencia, teje su dominio en tu carne. Cada noche, te toma, y cada vez te deja menos viva. Es que es un maldito ente, te deja ir, para disfrutar el placer de perseguirte, encontrarte, que tú seas de él. Nunca se saciará de ti..

Yorlett se estremeció, los recuerdos de sus sueños como cuchillos: Nankurunaisa, con el rostro de Omeo, su cuerpo desnudo brillando con un sudor que no era humano, sus manos frías arrancándole gemidos que no quería dar. Era una danza de placer y agonía, una posesión que la dejaba vacía, con la piel agrietada y el alma astillada.

Liam soltó una risa tensa.

—¿Un espíritu pervertido? Vamos, eso es puro mito local. —Pero su voz tembló, y sus ojos se oscurecieron cuando Yorlett mencionó a Omeo, su antiguo novio, con un susurro roto.

—¿Sigues soñando con él? —preguntó Liam, los celos punzando como una espina.

Ella no respondió. No podía. Porque en ese momento, bajó la mirada del anciano, sintió a Nankurunaisa despertar. Un calor enfermizo trepó por su columna, y un susurro resonó en su mente: “Nadie más. Solo yo.”


A instancias de Liam, La llevó al pequeño hospital. Nada. No tenía nada.

De vuelta a la casa donde vivían ambos luego de darse muchas razones y donde finalmente Yorlett sintió y vivía  una pasión sincera, humana, sensual, de un hombre real, que la amaba con virtudes y defectos, y un sexo inigualable,de dos seres vivos,normales.

Se engañaron viviendo y diciendo que todo estaba bien.

Liam revisó las grabaciones de su cámara de vigilancia, aferrándose a la lógica como a un salvavidas. Pero lo que vio lo arrancó de su incredulidad.

En el video,A su lado,  Yorlett dormía, pero su cuerpo no estaba quieto. Sus dedos arañaban las sábanas, y su boca se movía, pronunciando un idioma que sonaba como huesos rompiéndose. Cuando Liam amplificó el audio, escuchó un coro de gemidos, no de dolor, sino de un placer obsceno, como si algo dentro de ella se deleitara. 

 luego lo vio en el dintel de la puerta del cuarto estaba la sombra. Una silueta que no era humana, alargándose desde la pared, sus dedos huesudos deslizándose por el cuerpo de Yorlett, deteniéndose en su cuello, en sus muslos, como un amante posesivo.

En el último frame, la sombra se volvió un rostro: hocico alargado, ojos púrpura, y una sonrisa que era un corte en la realidad.

—Esto… esto no puede ser real —susurró Liam, pero su voz se quebró. La cámara temblaba en sus manos. Algo la estaba reclamando.Trato de apartarla y una fuerza lo proyectó contra la pared, luego lo tomó y arrastró por toda la casa,lanzándo lo fuera al medio de la calle.


Marlee había traído un ritual garífuna, un último intento para salvar a Yorlett. Le dio un amuleto tallado con símbolos que parecían retorcerse, y hierbas que olían a sangre seca.

—Esto puede repelerlo —dijo Marlee, su voz tensa—. Pero si Nankurunaisa ya te ha poseído… solo lo enfurecerás.

Yorlett se sentó en un círculo de sal realizado en medio de la sala , el amuleto apretado contra su pecho. Liam encendió las velas, aunque el aire parecía resistirse, pesado como un cuerpo sobre el suyo. Apenas la primera llama cobró vida, el cuarto se torció. Las paredes crujieron, como si algo inmenso presionara desde fuera. El viento irrumpió, aunque las ventanas estaban selladas, y las velas se apagaron con un siseo.

Yorlett gritó, y su voz se fracturó en mil ecos. Sangre negra brotó de sus ojos, corriendo por su rostro como lágrimas de una pesadilla. Las grietas en su piel se abrieron, y dentro… dientes. Filas de dientes diminutos, brillando con un fulgor púrpura, chasqueando como si intentaran morder el aire.

—¡Liam! —gritó, pero otra voz, grave y lasciva, habló desde su garganta: “Tócame. Termina lo que empezaste.”

Yorlett alzó el amuleto, y un alarido sobrenatural desgarró el aire. Las grietas en su piel se abrieron y se cerraron, pero dejaron cicatrices que latían como venas. La sala  quedó en silencio, pero fuera, el desierto rugió: una tormenta de arena envolvió Alice Springs, tan densa que el cielo parecía un sudario. 

 La arena  abrió la puerta de la casa y entro, Liam vio algo imposible: un rostro inhumano, formándose y deshaciéndose, mirándolo con ojos que prometían devorarlo.

Liam tuvo un ataque de pánico, Salió corriendo presa de pánico, salió corriendo a una calle sin gente,sin autos, a una calle idéntica de casas sin ventanas ni puertas.El también estaba atrapado


 Liam soñaba. Era eso un sueño.. Estaba en un desierto donde el suelo era carne viva, palpitando bajo sus pies. Yorlett apareció, desnuda, su piel brillando con un sudor que olía a podredumbre dulce. Sus ojos eran pozos púrpura, y su sonrisa era una invitación al abismo.

—Ven —susurró, su voz un gemido que le encendió la sangre—. Entrégate a mí.

Ella lo tocó, Liam se perdió en el calor de su cuerpo, en la promesa de un placer que lo consumiría. Sus manos eran garras, su boca un horno de deseo. Pero entonces, su piel se deshizo. La carne se desprendió como arena, revelando a Nankurunaisa: un cuerpo huesudo, con un hocico que goteaba saliva negra, y ojos que ardían con celos.

Ella es mía —rugió, su voz, un coro de lujuria y rabia—. Y tú… eres un estorbo.

Liam despertó con un grito, arena en la boca, y el sabor de algo salado y metálico. Escupió, temblando, pero no se lo contó a Yorlett. No podía. Porque en el fondo, sabía que el sueño no era solo un sueño. Era una advertencia.


A la mañana siguiente del ritual , Marlee había desaparecido. Su habitación estaba vacía, pero en las afueras de su casa  encontraron su collar aborigen, roto, empapado en sangre seca. Junto a él, una camiseta rasgada, con uñas arrancadas clavadas en la tela, como si Marlee hubiera luchado contra algo que no podía verse.

En la pared, escrito en un líquido que brillaba como el pus, había una frase:

“PRIMERO ELLA. DESPUÉS TÚ. YORLETT ES MÍA.”

Yorlett miró las palabras, el amuleto temblando en su mano. Entonces, lo sintió: un calor en su vientre, como una mano invisible apretándola desde dentro. Y un susurro, claro como el cristal, resonó en su mente:

“Si él se queda, lo arrancaré de tu lado. Pero primero… te haré mía otra vez.”


(Desierto de Tanami, Territorio del Norte , Un día. Antes? o después?–

El desierto de Tanami era un cadáver hambriento, su arena cortando la carne como dientes. Yorlett avanzaba, descalza, el amuleto garífuna ardiendo contra su pecho como un corazón arrancado. Las visiones la habían arrastrado hasta aquí: una grieta en la tierra, un tajo en el mundo que olía a sangre y promesas rotas. Cada paso era una puñalada en su alma, el susurro de Nankurunaisa devorándola desde dentro: “Eres mía. Llevarás mi semilla. Seremos eternos.”

Liam la seguía, su rostro demacrado, la linterna temblando en su mano ensangrentada. El zarpazo de la noche anterior aún le ardía en el pecho, pero sus ojos, fijos en Yorlett, brillaban con un amor que desafiaba su miedo.

—Esto es una locura, Yorlett —murmuró, aunque su voz era un eco roto—. Pero no te dejaré sola. No otra vez.

Yorlett no respondió. No podía. Nankurunaisa latía dentro de ella, un calor obsceno que le lamía las entrañas, un deseo que la partía en dos: rendirse a su éxtasis maligno o luchar hasta que su cuerpo colapsara. Las cicatrices púrpuras en su piel palpitaban, y por un instante, sintió algo moverse en su vientre, como si ya estuviera gestando la abominación que el ente prometía.

“Marlee está allí,” pensó, aferrándose al amuleto. “Y él no la tendrá.”


Luego sucedio. En un tiempo detrás de los espejos?

La grieta los engulló, llevándolos a una cueva que no era un lugar, sino una herida en la realidad. Las paredes eran carne petrificada, cubiertas de símbolos que sangraban un líquido negro y viscoso. El aire apestaba a ceniza y lujuria podrida, un olor que se pegaba a la piel como un amante no deseado. La arena del suelo se arremolinaba, formando figuras humanas que gemían, sus rostros deshaciéndose en alaridos silenciosos.

En el centro, un altar de arena endurecida, manchado de sangre seca. Sobre él yacía Marlee, inmóvil, su cuerpo cubierto de marcas púrpura que brillaban como venas expuestas. Y sobre ella, el aire se fracturó, y Nankurunaisa emergió.

Era belleza y horror fundidos. Un cuerpo esculpido en ébano y hueso, con labios que prometían placer eterno y ojos como brasas que quemaban el alma. Sus rasgos evocaban a Omeo, pero retorcidos: un hocico que goteaba saliva negra, garras que rasgaban el aire, y un torso que palpitaba como un útero vivo. Su presencia era un latido, una atracción enfermiza que hacía que el cuerpo de Yorlett traicionara su mente, que su piel ardiera por ser tocada.

Mi chispa —ronroneó, su voz un coro de amantes torturados—. Entrégate. Lleva mi esencia. Da a luz mi renacer, y seremos uno. —Sus ojos se deslizaron hacia Marlee, luego a Liam, burlones—. O ellos pagarán tu rechazo.

Liam retrocedió, la linterna cayendo al suelo.

—¡No es real! —gritó, pero su voz se quebró al ver las paredes: rostros humanos atrapados en la roca, sus bocas abiertas en gritos mudos. La arena formó manos que acariciaban a Marlee, deslizándose por su piel como serpientes hambrientas.

—¡Yorlett, no lo escuches! —jadeó Liam, pero entonces lo vio: el reflejo en los ojos de Nankurunaisa, un futuro donde Yorlett, con el vientre hinchado, daba a luz un horror de arena y sombra. Liam cayó de rodillas, llorando.

—Dios mío… es real.

Final

Yorlett apretó el amuleto, sus símbolos cortando el aire como cuchillos.Otro intento, No podía mirar a Liam, no podía dejar que su amor la quebrara. No ahora. Invocó el ritual final, un cántico garífuna-aborigen que resonó como un desafío al mismísimo infierno. Su voz era la de sus ancestros, un grito que hizo temblar la cueva.

Vertió hierbas sagradas sobre el altar, y la sangre de su mano cortada —aún fresca de la noche anterior— goteó sobre la arena. El amuleto brilló, un faro blanco en la oscuridad, y la arena se alzó, formando garras que intentaron alcanzarla. Pero el cántico las quemó, y Nankurunaisa rugió, su forma creciendo, grotesca: un hocico alargado, ojos que derramaban pus púrpura, y un cuerpo que se deshacía y reformaba como una pesadilla viva.

—¡No puedes rechazarme! —bramó, su voz un millar de amantes traicionados—. ¡Tu chispa es mi puerta! ¡Te llenaré, y naceré de tu carne!

Liam, tambaleándose, alcanzó a Yorlett. Sus manos temblaban, pero sus ojos eran firmes, rotos pero decididos.

—No estás sola —susurró, la sangre goteando de su pecho—. Nunca lo estarás.



Nankurunaisa río, y Marlee se alzó desde dentro  del altar, sus ojos vacíos, su cuerpo moviéndose como una marioneta. El ente la había poseído, y su voz era un gemido lascivo.

Elígeme, Yorlett —dijo, pero era Nankurunaisa, sus manos deslizándose por el cuerpo de Marlee, invitándola a unirse—. O la desgarraré desde dentro.

Yorlett gritó, el amuleto quemándole la piel. No podía herir a Marlee. No podía rendirse. Pero entonces Liam se puso en pie, su rostro pálido pero su voz firme.

—¡Tómame a mí, maldito! —gritó, interponiéndose entre ellas—. ¡Déjalas ir!

Nankurunaisa lo miró, divertido, y alzó una garra. El golpe fue un relámpago de arena y hueso, desgarrando el pecho de Liam hasta el hueso. La sangre salpicó el altar, y él cayó, jadeando, su vida escapándose en hilos rojos.

—¡Liam! —Yorlett corrió hacia él, pero Nankurunaisa la detuvo, envolviéndola en una nube de arena que la acariciaba como mil manos.

Él no importa. No vale nada. Deja que su alma vacía vaya adónde pertenece —susurró el ente, su rostro acercándose al de ella, sus labios a un aliento de los suyos—. Tú y yo. Para siempre.

Yorlett sintió el calor en su vientre, el movimiento de algo vivo, algo que no era suyo. Pero entonces miró a Liam, sus ojos apagándose, y a Marlee, atrapada en el horror. Su amor, su rabia, su herencia garífuna ardieron como un incendio.

—¡No eres mi dueño! —gritó, y hundió el amuleto en su propia carne, justo sobre el corazón. La sangre garífuna, brillante como fuego, brotó, y ella la vertió sobre el altar, pronunciando un cántico que era un grito de guerra.

El amuleto explotó en luz, un sol blanco que quemó la cueva. Nankurunaisa aulló, su forma deshaciéndose, sus ojos púrpura apagándose. La arena se volvió polvo, y las paredes colapsaron, revelando un abismo donde mil bocas gritaban su derrota. Marlee cayó, libre, tosiendo sangre negra.

Yorlett se arrastró hasta Liam, abrazándolo mientras la cueva temblaba.

—No te vayas —sollozó, pero su respiración era débil, su mano fría.


El Fin… o el Principio

El desierto rugió, y la cueva se derrumbó en un torbellino de arena y ceniza. Yorlett, sosteniendo a Liam, y Marlee, tambaleándose, fueron arrastrados por la tormenta. Cuando el polvo se asentó, estaban en la superficie, bajo un cielo que sangraba al amanecer.

Liam yacía inmóvil, su pecho apenas moviéndose. Yorlett lo abrazó, sus lágrimas cayendo sobre su rostro. Marlee, temblando, tocó su hombro.

—Hiciste lo imposible —susurró—. Lo destruiste.

Yorlett asintió, pero no podía hablar. Porque dentro de ella, algo seguía mal. El amuleto, ahora apagado, colgaba de su cuello, pero su piel aún palpitaba, y por un instante, sintió un latido en su vientre, débil pero persistente.

Miró al horizonte, donde el desierto parecía observarla, y escuchó un eco, no en el aire, sino en su sangre: “No termina. Nunca termina.”



Epílogo: El Ciclo

(Alice Springs Hospital – Amanecer del décimo día)

El ventilador mecánico dejó de zumbar, su ritmo roto por un silencio que cortaba como un cuchillo. En la penumbra de la sala de cuidados intensivos, Marlee abrió los ojos. No eran los suyos. Eran violeta, pozos profundos que brillaban con un fulgor que no pertenecía a este mundo. Su boca se curvó en una sonrisa que no era sonrisa, sino una grieta en la realidad, y un susurro escapó de sus labios, apenas audible: “Volvimos.”


Liam despertó con un grito atrapado en la garganta, la camisa pegada a su piel por un sudor frío que olía a arena y sangre. Había soñado otra vez con la voz de Omeo, pero esta vez no venía de Yorlett, ni del desierto. Salía de su propia boca, un gemido lascivo que le quemaba la lengua, prometiendo placeres que lo destrozarían.

Giró la cabeza, y allí estaba Yorlett, ya despierta, sentada en el borde de la cama del motel, mirándolo con una sonrisa que no era suya. Sus ojos, aunque oscuros, tenían un destello púrpura, como si algo acechaba detrás de ellos.

—¿Qué sucede, amor? —preguntó, su voz dulce pero con un eco que no debería estar allí.

Liam intentó responder, pero entonces lo vio: su sombra en la pared, proyectada por la lámpara, seguía moviéndose tres segundos después de que ella se detuviera. Era sutil, casi imperceptible, pero sus dedos parecían alargarse, como si quisieran alcanzarlo.


2 años de tranquilidad, el día en que Yorlett cumplió 32 años. Una tarde feliz, un embarazo muy avanzado, nuevos amigos, música de cumbia tech….

La fiesta terminó, comida latina,cervezas y a dormir…




La cruz de esmeraldas, colgada del cuello de Yorlett, ya no era un amuleto. Era una maldición. El metal se calentaba contra su piel, no como protección, sino como una advertencia que le quemaba el alma. Cada noche, sentía un latido en su vientre, débil pero insistente, como si algo creciera donde no debería.

Liam se acercó para abrazarla, su rostro pálido pero lleno de un amor que lo cegaba. Cuando sus dedos rozaron la cruz, el metal quemó su piel, dejando una marca roja que él ignoró con una risa nerviosa.

—Solo es el calor —dijo, pero su voz tembló.

Yorlett no respondió. Porque en el espejo del baño, detrás de Liam, su reflejo la miraba. No parpadeaba. Y su sonrisa era demasiado ancha, demasiado hambrienta, con dientes que brillaban púrpura.


Fue un viaje de vacaciones. Isabel Madeleine con 4 años.. al desierto. ¿Por qué no? El año siguiente viajaran a México, a Oaxaca a conocer familiares…

Volvieron al desierto. No porque quisieran, sino porque algo los llamó. Era un zumbido en sus huesos, un canto que los arrastraba como marionetas. La arena los esperaba, inmóvil bajo un cielo que sangraba al amanecer, pero cuando pisaron las dunas, se movió sola. Formó un símbolo garífuna, idéntico al del amuleto, pero más perfecto, más antiguo, como si el desierto lo hubiera dibujado mil veces antes.

—¿Lo ves? —susurró Yorlett, su voz temblando mientras sus pupilas se dilataban, devorando el iris hasta dejar solo un abismo negro—. Nunca nos fuimos.

Liam quiso responder, pero la arena bajo sus pies latía, como un corazón enterrado. Y en la distancia, donde el horizonte se quebraba, vio algo imposible: su propia silueta, caminando sola, como si el desierto hubiera guardado una copia de él.

Isabel Madeleine comenzó a reír divertida.

-- Papi. Esto todavía no ha sucedido-- dijo la niña alegremente




Caminaron. Horas, días, quién podía saberlo. El tiempo en el desierto no era tiempo, sino un lazo que se apretaba. La arena cantaba bajo sus pies, una melodía que ambos reconocían, aunque nunca la habían escuchado. Era el gemido de Nankurunaisa, tejido en el viento, en sus venas, en el latido que Yorlett sentía en su vientre.

Liam giró la cabeza, y su aliento se detuvo. Sus huellas desaparecían detrás de ellos, borradas por la arena como si nunca hubieran existido. Pero no era solo eso. En el polvo, otras huellas aparecían, más pequeñas, siguiéndolos. Huellas que no eran humanas, con garras que cortaban la tierra.

El desierto no los dejaba ir. O tal vez esperaba a que alguien más los siguiera.


El Último Susurro (Que Fue el Primero)

Yorlett detuvo a Liam, un dedo en sus labios. Su piel estaba fría, demasiado fría, y sus ojos brillaban con un fulgor que no era de este mundo.

—Escucha —dijo.

El viento trajo un gemido familiar. Era Marlee, o algo usando su voz, un lamento que era mitad súplica, mitad promesa.

“Vuelvan pronto.”

Y entonces, desde la oscuridad del desierto, un sonido cortó la noche: el llanto de un bebé. No era humano. Era un eco púrpura, un grito que traía imágenes de arena y sangre, de un vientre hinchado y una cueva que nunca colapsó.

Yorlett se llevó una mano al abdomen, y por un instante, sintió algo moverse. Liam no lo notó. Pero el desierto sí. La arena a sus pies formó un rostro, solo por un segundo, y sus ojos tornándose dorados  sonrieron.

--Se cumple en los dos planos-- dijo el susurro del viento



Domingo 16 de Agosto de 2015 8.30 PM.

Rodaban por la autopista

OMEO no pudo menos que reírse.

-- Es de locos. Voy en una patrulla y no estoy preso.Seguro que no estamos violando ninguna ley?


-- Soy muy responsable.No podrás lanzarme la culpa de llegar tarde al trabajo.El avión no te va a esperar.

Estacionó la patrulla Kia Sprinter en el aparcadero del aeropuerto de Sidney

-- Debo decirte algo-- Le dijo Yorlett.

OMEO la miró con curiosidad 

-- No se como. Solo estuvimos juntos ayer después de tanto tiempo. Lo sentí está mañana.

-- ¿Qué cosa? 

Estoy embarazada

OMEO abrió la boca y una expresión de asombro salió de su garganta.

-- OMEO. Por favor ,deja de fingir-- indico finalmente Yorlett





La Biorefineria. Parte 1

Novelas Por Capitulos






A




 **Sinopsis:**Una Biorefinería, inactiva durante años, es vendida a nuevos propietarios. Uno de sus antiguos directores, encargado de entregarla, rememora durante la transición los eventos que llevaron a su quiebra, entrelazados con su propia historia personal. Al analizar y comparar esos sucesos con la realidad nacional, llega a una decisión inesperada.



 **Tercera actualización:*



*Desde lejos, el director observaba la inmensa estructura blanca de la Biorefinería. Su misión era desagradable. Durante las doce horas de trayecto, había considerado múltiples formas de abordarla, pero la más directa parecía la mejor. Habían pasado muchas cosas, y por un capricho del destino, le tocaba cumplir esa tarea ingrata. Para él, la Biorefinería simbolizaba una era que moría y otra que estaba por nacer.A medida que se acercaba, la silueta del edificio se definía. No quería llegar. En su mente revivía los desastres que, poco a poco, destruyeron el proyecto, al igual que su vieja camioneta, que apenas rodaba. Era una de las últimas asignadas a los gerentes, rescatada de un estacionamiento donde permaneció años, acumulando deudas impagas. De las veinticinco camionetas originalmente entregadas, muchas fueron robadas en prostíbulos, bares y clubes de playa en menos de una semana; otras, destruidas en accidentes. La suya era de las pocas que aún funcionaban.La estructura de la Biorefinería, reconstruida tras la destrucción del ala oeste, no parecía una planta industrial. Al llegar al amplio patio de vehículos, encontró la puerta de vigilancia abierta, sin nadie a la vista. Junto a un lote de camiones, vagamente recordó un acto donde se anunció su uso, aunque estaba casi seguro de que nunca funcionaron.Estacionó la camioneta y caminó lentamente hacia el edificio. Un anciano, sentado en una silla y recostado contra la pared, lo observó con curiosidad sin cambiar de postura. 


 —Buenas tardes —saludó el viejo.

 —Buenas tardes —respondió secamente el director. 


 —¿El señor es...?


 —El interventor delegado —dijo, usando un título que él mismo había inventado.


 —Ah —respondió el anciano, sin inmutarse. 


 —¿Dónde están todos? —preguntó por formalidad, sabiendo que los empleados en nómina probablemente estaban durmiendo, bebiendo aguardiente, drogándose o en inútiles reuniones políticas clandestinas, conspirando contra la reconstrucción del país.El anciano fingió sorpresa. El director comenzó a caminar hacia el edificio, seguido trabajosamente por el hombre.


 —Voy a entrar y tomaré una oficina, la que encuentre abierta —anunció. 


 —Todas están abiertas —respondió el anciano. 


 —Ok. 


 —Qué bueno que apareció. Llevo dos años sin cobrar —dijo el viejo con un destello de esperanza, caminando con la lentitud que el director asociaba a los oportunistas de siempre.Asintió en silencio, seguro de que oiría esa frase muchas veces. Al entrar, vio oficinas polvorientas, llenas de escritorios, laptops, computadoras y cajas apiladas. Identificó la que había sido la oficina del presidente de la empresa, ahora irreconocible. Entró, abrió con dificultad una ventana y decidió que dormiría allí unos días. Encendió un interruptor y, afortunadamente, la luz funcionó. Se sentó en el escritorio, respiró hondo y comenzó su tarea.Encontró un laptop, lo conectó e instaló un programa desde una caja etiquetada "Windows Vienna 78ZZkW". No quería pensar en la trascendencia de ese momento. Redactó un documento, lo subió a un grupo de Facebook , de weibo, de whassap y telegram de ex empleados de la Biorefinería y lo envió. Luego, se quedó mirando la pared y suspiró. 



 --- 


 Años antes, la Biorefinería, originalmente una refinería, fue rediseñada para procesar aceites usados, maíz, sorgo, caña de azúcar, semillas de tártago, aceite de palma, Jatropha curcas, tabaco Solaris, jaka y plásticos reciclados. Era una apuesta innovadora, a pesar de la competencia de los vehículos eléctricos e impulsados por hidrógeno. Producía electricidad, papel, biogás, bioplásticos, azúcar, vinagre, aceites oleicos, biocombustibles, biolubricantes, etanol y biodiesel. Cotizaba en las bolsas de Canadá y Japón, otorgando a los empleados un 12% inamovible del capital, uniformes cada tres meses, cursos de capacitación en Israel, Singapur, EE. UU., Corea del Sur, Taiwan, créditos sin intereses para vivienda tras dos años de trabajo, vehículos asignados, seguro de jubilación y seguridad social al 100%, y bonos por producción, asistencia, antigüedad, profesionalización y transporte. Sin embargo, exigía alta productividad, ya que el 18% del capital pertenecía a un grupo inversor japonés-canadiense, con una ganancia anual en bolsa del 18%, superando cualquier depósito bancario. Al final del año, los empleados recibían un bono en acciones convertibles, a veces superior al salario anual.A pesar de la creciente competencia de los vehículos eléctricos, la Biorefinería diversificó su producción con biodetergentes, biofertilizantes y materiales como MDF y PVC para viviendas prefabricadas, inicialmente destinadas a sus trabajadores. Sin embargo, su éxito contrastaba con la crisis nacional: alto desempleo, inflación, malestar en los cuarteles, huelgas y represión. La población, indignada, veía llegar equipos antimotines europeos y norteamericanos, mientras el gobierno pedía paciencia, alegando deudas y una "mala época". Los ánimos se caldeaban.En la Biorefinería, un sindicato paralelo organizó dos huelgas, rechazadas por la mayoría de los empleados. Todos estaban nerviosos, pero esperaban un cambio, un nuevo aire de libertad. 





 ---**II**



 El problema con Anarilye era su apariencia exuberante, que eclipsaba su talento. Muchos asumían que sería una gran stripper o incluso una estrella porno, pero estaban equivocados. Era una joven seria, disciplinada, con metas claras. Estudiaba ingeniería de procesos, practicaba futsal, gimnasia y caminaba largas distancias, lo que moldeaba su figura sin necesidad de cirugías. Le gustaban las fiestas y soñaba con enamorarse, pero los hombres que la abordaban la decepcionaban con propuestas vacías o excusas como "estoy separado" o "el divorcio sale la próxima semana". Su belleza desataba pasiones, pero ella, inmune a los halagos, se enfocaba en graduarse, viajar, fundar su propia empresa, comprar una casa, un sedán eléctrico y encontrar un hombre honesto, trabajador, sin afiliaciones políticas cuestionables. No le interesaba el matrimonio, aunque no descartaba ser madre.Recibía constantes "no sé qué me pasa contigo", señal de que su presencia desconcertaba a los hombres. Estaba a punto de comenzar sus pasantías y terminar su tesis a través de clases virtuales. Su excelencia académica le permitió elegir entre varias ofertas de empleo, pero aceptó una en la Biorefinería "JapCan Llano Biorefinery SPA", en los remotos llanos del sur. Pese a las catorce horas de viaje, el pueblo de 300 habitantes y el riesgo de estancarse, los beneficios eran inigualables: sueldos altos, ascensos sin competencia y un paquete de incentivos único. Su profesor tutor, respaldado por el decano, le escribió una carta de recomendación.Un domingo a las cuatro y media de la tarde, Anarilye llegó con una mochila estudiantil a la desolada plaza del pueblo.--- 





 **III**



 Christo Solo López, conocido como Chisolo, era el único de su barrio que estudiaba, enfrentándose al sabotaje constante de su padre. Este, incapaz de entender su pasión por el aprendizaje, lo interrumpía con tareas innecesarias, lo obligaba a faltar a clases para trabajar en un puesto de verduras o lo despertaba con discursos incoherentes tras noches de borrachera. A los nueve años, Chisolo disculpaba a su padre, quien nunca superó la traición de su esposa con un malandro del barrio. A pesar de la disfuncionalidad familiar, el niño perseveró.En la adolescencia, mientras trabajaba en el puesto, descubrió la deshonestidad de los comerciantes mayoristas: especulaban, escondían alimentos, maltrataban empleados y abusaban de las mujeres. Su padre estaba endeudado con ellos.


 Chisolo desarrolló un profundo resentimiento hacia las injusticias de un país rico con una población pobre, víctima de desigualdades y represión. La policía y los militares, provenientes de barrios como el suyo, protegían a los ricos. Su rabia lo llevó a protestar, primero gritando, luego lanzando piedras, aprendiendo a esquivar balas y gases lacrimógenos. Se convirtió en un símbolo en las manifestaciones.



 Alguien le regaló libros como *El Capital*, *El Manifiesto Comunista* y *El Estado y la Revolución*, y los pensamientos de mao Tse Tung . Absorbió sus ideas con fervor, uniéndose a grupos estudiantiles radicales que imponían su autoridad en los liceos. Fue detenido varias veces. Tras la muerte de su padre, enterrado bajo una llovizna gris, se entregó por completo a la causa revolucionaria, adoptando un espíritu dogmático y leninista.A los 23 años, se graduó como ingeniero en métodos y planificación de la producción, sin asistir a la ceremonia por considerarla una "debilidad burguesa". Preparó su currículum, dispuesto a contribuir con sus conocimientos a la lucha.--- 





Continua

Enamorado de Sofía.Capitulo 6

https://youtu.be/n6VxPsMxL4I?si=b617egEaYuDZVndH --Tienes que regalarle un labubu-- Insistió Nexa--. --- Mi mamá no me ha dado mi mesada. --...