Bloguer

viernes, 31 de octubre de 2025

ENEIDA.. Romance Paranormal. NOVELA COMPLETA




 



































X























ENEIDA


por 

Edrapecor








Una historia de amor adolescente


Recuerdo el día en que mi madre murió.
Todo estaba tan absurdamente tranquilo en la casa. Sabía que algo no iba bien. Se llevaron a mis hermanas a casa de mi tía... como si a mi tía realmente le importamos.
—¡No toquen! ¡No hablen! ¡No ensucien!
Qué fastidio. Siempre repitiendo que no sabíamos comportarnos.

Me quedé en casa, como siempre, solo.
Mi papá tenía la cara coloreada de ceniza, casi como un cadáver caminante. En las noches, lo veía ahí, con su vieja fr deanela y unos shorts, sentado, viendo fijamente la pared. Sin decir nada. Sin decirme nada.

En el liceo todo cambió.
Yo era "el chico cuya mamá estaba enferma". El que podía quedarse solo. El que entendió que la vida no era Coca-Cola Light, jugar béisbol y estar locamente enamorado de Eneida, la diosa del salón.




Un día, mi papá me llevó al hospital.
Ni siquiera podía hablar. Mi mamá estaba allí, diminuta, perdida bajo una sábana blanca, igual de pálida que su cara demacrada, haciendo esfuerzos sobrehumanos por no desmayarse. Su sonrisa me rompió algo por dentro. No lloré. No pude. Era esa mirada.
La mirada que nunca entendí.
Sabía que se iba.
Sabía que mi papá no podría con tres hijos.

Ella preguntaba por cosas de la casa, le recordaba a mi papá que nos vigilará en el liceo.
Fue la última vez que la vi.

Al día siguiente, mi papá me dijo que debía ser fuerte. Que no lo avergonzara. Que no llorara.
Me obligó a ponerme el flux de las fiestas. En silencio fuimos a la funeraria.
Ahí estaba mi mamá. Exactamente igual que ayer.
Esperé que se despertara.
Que dijera que todo era una broma.
Pero no.

Mis hermanas regresaron temporalmente.
Mi papá trabajaba hasta tarde.
Nos reunimos como zombis a la hora de comer. Sin hablar. Sin reír. Sin vivir.

Se decidió que mis hermanas se quedarían con mi tía.
Se decidió que yo me quedaría con mi papá.
Se decidió regalar el loro, donar la ropa de mi madre, vender sus joyas.
Se decidió todo.
Yo no decidí nada.

Y seguí en el liceo.
El chico sin mamá.

Las Navidades fueron un infierno.
Peor aún cuando mi papá apareció con ella: una mujer flaca, de cara odiosa.
Al verla supe que mi vida cambiaría para siempre.
Probablemente tendría que irme de casa.
Que ya no había marcha atrás.

Ella me odiaba desde el primer segundo.
Y yo también.
Su régimen me hacía desear estar en Corea del Norte.
Siempre tenía un diccionario de quejas para cuando llegara mi padre.
Siempre lograba que me castigara.

Comencé a odiarla.
Comencé a odiarlo.
Comencé a odiar al liceo.
Comencé a odiar a Eneida.

Sí.
La odiaba.
No porque me conociera.
No porque me hubiera hecho algo.
La odiaba porque estaba ridículamente enamorado de ella.
Y medio liceo lo sabía.
Y se burlaban.

Un día salimos los tres, pretendiendo ser una familia normal.
Era sábado de compras.
Lo que siempre le negaba a mi mamá, ahora lo pagaba sin pestañear.
Me ofrecieron un refresco: dije que no.
Almorzamos en un restaurante: no hablé.
Me propusieron ir al cine: también dije que no.

—Entonces vete a casa —soltó mi papá, harto.

—¿Qué pasa contigo? ¿Qué quieres? ¿Qué te pasa?
—Lo que pasa es que no fuiste tú quien se murió, en vez de mi mamá —dije. Sin anestesia.

Su golpe fue automático.
Me limité a mirarlo.
Me fui.

Y por unas horas, fui feliz.
Estaba solo.
Sin él.
Sin ella.


II

—Por ahí no sales —ordenó la voz sobrenatural. El fuego surgió, vibrante, creando una tormenta infernal.

—Ese portal está prohibido. Nunca lo intentes.

La gata miró el fuego.
Maulló, disgustada.
Estaba atrapada.
Ahí, donde todo estaba prohibido.

Los que comieron de más, aquí eternamente pasarían hambre.
Los vagos y los corruptos trabajarían sin descanso.
Los adúlteros fornicaban sin jamás alcanzar el orgasmo.
Los usureros morían de sed.
Los egoístas jamás recibían ayuda.

Ella no podía jugar.
No encontraba un sofá mullido.
No había ratones.
No había paz.

Un látigo de fuego le rozó el lomo.
—Lo sabes... eres su mascota —dijo una presencia entre las sombras.

La gata maulló otra vez, rabiosa, su pelaje erizado.
El fuego no paraba.
El dolor se intensificó.
Y ese espejo morado... 





ese portal prohibido... la llamaba.

—Si cruzas, nunca podrás volver —le advirtió el fuego.

Pero ella ya había decidido.
Los demás temían.
Ella no.

Ella saltó.

Y desapareció en el morado.


:

Eneida Parte 2

Esa noche, mientras dormía, escuché un maullido... lejano. Un gato... No me gustan los gatos... El maullido era lejano... Parecía estar dentro de mi cuarto... Seguí durmiendo... El maullido me acompañó en mis sueños.

En la mañana madrugué... Siempre era el primero en hacerlo. Me daba tiempo hasta para ver los viejos programas de TV. Todo el tiempo era el primero en llegar al liceo. Nunca me marchaba a clases en el autobús. Me dedicaba a caminar temprano. Calles solas. Poco tráfico. Lo disfrutaba mucho. Yo me inventaba tareas para no estar en mi casa. La calle y el liceo eran mi verdadero hogar.

Escuché el maullido casi junto a mí. Me detuve, vi para todos lados. Ningún gato. Es la verdad. Realmente no me gustan los gatos. Automáticamente, olvidé a los gatos. Es que la vi pasar. Eneida y su ondulante caminar. También le gustaba llegar temprano al liceo. La miré. No era de esas chicas de liceo que parecían sufrir de leucemia. Esta tenía de todo. La propia Ritz Badiani.

No es una belleza, pero imposible de pasar desapercibida. Musculosa, fuerte, divina, muy atractiva.

En el liceo fue novia de varios. Se sabían algunos chismes por ahí. Pero en su lista de preferencia estaban los chicos rudos, deportistas, con poco cerebro. Lo clásico en las chicas de su estilo. Adicionalmente, el muchacho debía tener un Mustang del 69 o un Challenger turbo diésel de los nuevos. Yo tenía todos los Mustang y los Camaros... en unas barajitas de colección. Eso no me ayudaría mucho a tener alguna probabilidad con ella. Por eso me limité a mirar a Eneida un instante y tratar de olvidarme de sus magníficas piernas. El verano arreciaba, ella le había eliminado unos centímetros a la falda del uniforme. Los profesores se dedicaban a verla suciamente y no le decían nada... Otra cosa... De paso... Era excelente estudiante. Todo un detalle. Totalmente fuera de mi mundo de chico simple de clase media baja, con promedio de notas para olvidar... Tampoco soy un tipo de músculos... El chico promedio... El que se detiene en la parada del bus y nadie, absolutamente nadie, se da cuenta de que está ahí...

Ese día nos miramos. Fue un momento. Ella se dio cuenta. Otro idiota que estaba enamorado de ella. No pudo evitar soltar una sonrisa.

Me sentí más imbécil que lo usual. Para ese momento la odiaba con toda mi alma. Era más que seguro que le habían llegado los chismes. Pero hablarme sería bajar muchos escalones de categoría. Ella estaba en el pináculo de la cadena alimenticia. Yo en lo profundo del sótano, sin escalera para salir. Así que me limité a caminar lejos de ella, contemplando lo que no era para mí.

Pasé un día tranquilo en clases.

Se aproximaba la graduación. Sé que no iré a la universidad. Mi padre no tiene cómo pagar. No tengo el promedio de notas para solicitar una beca... ¡Qué diablos! ¡Yo no quiero estudiar más! Quizás consiga trabajo en Starbucks o Wendy. Terminó el día de clases. Maldije no tener una de las nuevas tabletas. Me hubiera sentado en una plaza a pasar el día jugando Criminal Case en Facebook. No quería volver a casa. Escuché el maullido.

—Me estoy volviendo loco —pensé, pues no vi ningún gato.

—¡Qué bella! ¿Es tuya? —preguntó directamente con su voz, con la íntima confianza de los que tienen mucho tiempo en una larga relación. Miré hacia la voz. Sabía quién era. Era Eneida junto a una pequeña gata. Yo la había visto pasar de regreso a su hogar. Ahora estaba parada junto a mí. La contemplaba, mientras la cachorrita la miraba maullando lastimeramente.

—No. No es mío —contesté atragantado. Era la primera vez en cinco años que me hablaba. Estando juntos en el salón todo ese tiempo.

—Está perdida. Si no es tuya me la quedaré —explicó, inclinándose hacia la mascota, quien arreciaba en sus lastimeros maullidos.

—¿Cómo sabes que es hembra? Alguien debe ser su dueño —contesté absolutamente idiotizado. Me maldije a mí mismo por la inmensa cara de estúpido que ya debía haber puesto. Aparte de que sentía cómo me ardía la cara de colorado.

—No existen gatos de tres colores. Todas son hembras —dijo ella, terminando de inclinarse y mostrándome toda... toda la belleza del nacimiento de sus imponentes senos... Esta noche no me voy a poder controlar... Tengo tiempo sin hacérmela... Pero no podré aguantar.

Olvidándose de mí, ella la tomó y comenzó a hacerle cariño. ¿Qué me quedaba hacer? Pues levantarme de donde estaba sentado, despedirme e irme. Era una anécdota únicamente mía. Era un momento que solo era mío. La chica más bella del universo descendió de su trono, cruzó dos palabras conmigo. Eso no significaba que me saludaría o me contestaría en el liceo. Pero ¿qué más me importaba?

Ella la tomó en su regazo…

—A ver. ¿Tienes hambre? Yo te voy a alimentar —expresó a la pequeña gata, quien inmediatamente comenzó a ronronear... Fuerte... Ronroneaba muy fuerte.



Adicionalmente, Eneida era vecina mía. Yo la había visto en shorts, hasta en bikini cuando regaba su jardín; entonces llegaba un viejo Alfa Romeo sonando a todo dar, con música hip hop, Bad Bunny y Metallica atronando el ambiente, y los más rudos del liceo llegaban a visitarla. Luego una chopper, y así... La chica popular junto a su corte de hombres. Definitivamente ella sabía que estaba enamorado de ella. Quedé en silencio, por la sencilla razón de que no tenía nada que decirle... No se me ocurría nada... Ella se limitó a jugar con la pequeña mascota, quien inmediatamente se animó... Estaban jugando las dos... Sencillo... Dos gatas jugando...

—Algún desgraciado le hizo daño. Tiene quemaduras y cortes. Parecen de navajas —expresó repentinamente, como si hubiera sido yo. Negué con un gesto.

—No es mía —repetí insulsamente, ya dispuesto a irme.

—Entonces desde ahora es mía —anunció, olvidándose inmediatamente de mí. Concentrada en disfrutar de su nueva adquisición...

Eneida se marchó en un Charger 1998 turbo diésel que se detuvo a su lado. Ella les sonrió. Eran unos chicos rudos. Ya habían salido del liceo. Se abrió la puerta, ella entró al vehículo. Deteniéndose un momento antes de subir al auto, me miró directamente. Le hice un gesto de despedida. Me regaló una sonrisa que significaba: "El día que tengas uno mejor que este te permitiré estar cerca de mí. No antes"...

Me fui con la firme idea de que más nunca volveré a estar junto a ella. Que su mirada fue una burla, pues sabe, siente que yo tengo el más fuerte crush con ella. El auto arrancó velozmente dejándome casi sordo. Ese clásico también lo tengo en mis barajitas.

Llegué a mi casa. Me encerré, entré directamente a mi cuarto. Coloqué mis audífonos para escuchar a mi banda favorita, Clohtonic...

Quiero ser libre de ti... De tu tiranía —pensé en mi padre...

Por supuesto que me masturbé por Eneida. Claro que lo hice. Sin complejo de culpa. Sin sentirme mal. Mientras veía en la pared la imagen de ella que me decía: Más. Más. Más. Maaaas. Dame más... Por un momento mi visualización fue tan real, que casi me avergoncé...

Sí quiero hacerlo contigo... Yo sí estoy enamorado de ti...

IV

--Es mía... Encuéntrala. Nadie debe tenerla... Sabe cosas. Entiende cosas... Nunca he dado nada que sea mío. Ni he permitido que escape. Encuéntrala... Aprovechó este momento de fragilidad en el status quo. Eso es imperdonable. Todos deben sufrir y seguirán así hasta que vuelva... Lo mío es mío. Nadie debe tenerla. Me debilita así sea en una partícula infinitesimal.

—Asquerosa presencia... Ella allá castigará, asesinará, atacará, destruirá. Seguirá haciendo tu obra.

—Adquirirá lo peor. Capacidad de decidir. Capacidad de escoger. Capacidad de ser libre... No lo puedo permitir —tronó la voz, mientras la oscuridad y el viento de llamas se intensificaban.

—Todos deben sufrir... Todos deben sufrir…



Al día siguiente llegué al liceo... Comentarios. Muchos comentarios. Escuché en silencio, no pude menos que quedarme en una sola pieza. Un accidente terrible. Dos chicos que se graduaron en el otro liceo murieron. También se encontraban tres de nuestro liceo. Se suponía que había sobrevivientes. Supuestamente acababa de fallecer uno en el hospital. No se sabía quién era. En definitiva, en muy mal estado habían llegado. Fracturados, con desprendimiento de órganos... Se decía que habían sido adicionalmente atacados por perros atraídos por la sangre...

Los profesores hacían un llamado a la conciencia a los noveles conductores del liceo. Los compañeros se estrellaron y volcaron a 190 kilómetros por hora... Muchas versiones se decían... Quedé sin respirar...

Eneida... Eneida estaba en el coche accidentado... Decían que Eneida le hacía sexo oral al chico que conducía. Que unos chavistas trataron de secuestrarlos. Que trataron de escapar de un vendedor de drogas al que debían mucho dinero. Los chicos del salón irían al hospital. Los profesores lamentaban el incidente... Sobre todo porque aparentemente Eneida no había hecho el amor con ninguno.

Fuimos un grupo. Más bien me adicioné a ellos. Llegamos al hospital. Ya habían muerto los otros dos. Eneida estaba viva. La única de los cinco. No dejaban verla. Estaba en Terapia Intensiva. Los médicos no daban ninguna esperanza, apenas un rato antes había tenido un colapso... La habían resucitado a duras penas...

No sentí nada, no pensé en nada. Caminé por el pasillo y ahí estaba... La gata de tres colores. Cómodamente instalada en la larga y solitaria fila de sillas metálicas para visitantes. Exactamente en la pose de un familiar preocupado por la salud de un paciente. No podía creerlo. Ayer yo vi cuando ella se la llevó. La tomé e inmediatamente comenzó a ronronear.

—El ronroneo es benéfico. Traemela —estalló dentro de mi cerebro la voz de Eneida—. Tráela. Ayúdame... Ven.

Miré. ¿Eneida?....

El pasillo estaba solo. Si tan solo hace un segundo todos estaban ahí... La gata ronroneaba más fuerte... La puerta de Terapia Intensiva se abrió. No vi a nadie abrirla. Quizás las enfermeras. Debe haber ahí un médico y enfermeras... Me van a sacar...

—Tráela... —siguió la voz dentro de mi cerebro.



Al día siguiente llegué al liceo. Comentarios. Muchos comentarios. Escuché en silencio. De alguna manera, ya había vivido esto.

—Una falla en la matrix —dije, sabiendo hasta la última letra de lo que dirían, harían, comentarían y cómo me mirarían. Un nerd que no saca buenas notas no es un nerd, y tampoco es muy popular. Ese soy yo.

Fuimos en grupo a preguntar por Eneida. Más bien, me uní a ellos. Llegamos al hospital. Los otros dos ya habían muerto. Eneida estaba viva, la única de los cinco. No permitían verla; estaba en Terapia Intensiva. Los médicos no daban esperanzas: apenas unas horas antes había sufrido un colapso. La habían resucitado a duras penas. No sentí nada, no pensé en nada. Caminé por el pasillo y ahí estaba… la gata de tres colores, cómodamente instalada en la larga y solitaria fila de sillas metálicas para visitantes, en la pose de un familiar preocupado por un paciente. No podía creerlo. Ayer la vi cuando ella se la llevó. La tomé y comenzó a ronronear.

El ronroneo es benéfico. La voz de Eneida —«Tráela»— estalló en mi cerebro. —«Tráela. Ayúdame… Ven».

Miré. ¿Eneida? El pasillo estaba vacío. Hace un segundo todos estaban ahí. La gata ronroneaba más fuerte. La puerta de Terapia Intensiva se abrió. No vi a nadie abrirla. Quizás las enfermeras. Debe haber un médico ahí dentro… Me van a echar.

—Tráela… —insistió la voz en mi cabeza.

No había nadie en el pasillo, pero sabía que estaban ahí. No escuchaba nada. No había temperatura. Era un silencio absoluto, pesado, denso, como mis movimientos.

Nadie en el pasillo. Caminé. Estoy seguro de que es mi imaginación. No puedo estar haciendo esto. Estoy dentro de Terapia Intensiva. Al fondo estaba Eneida, entubada, conectada a aparatos que emitían señales arrítmicas, sonidos. No se veía nada bien. Estaba en coma. Vi sombras paradas, contemplando a los pacientes en las camas. Vi figuras caminando. Algunos seres no eran agradables. No me atrevía a mirarlos. Ya no tenía a la gata en mis manos. Las sombras se apartaban de mí.

Ella estaba ahí. Sola. Con los ojos semiabiertos. Nada que ver con la chica sexy que casi me lo enseñó todo ayer.

—Ponla junto a mí. Ponla junto a mí… Es nuestro secreto —continuó la voz dentro de mí.

—Me gustas —dije. Fue una estupidez, lo sabía. No era el momento para declararse.

—Lo sé. No entiendo por qué, pero tú también me atraes…

Estuve parado, viéndola. No se veía bonita. No era la princesa que tanto me gustaba. No me había hablado. Estaba en coma. ¿Quién era entonces?

La gata saltó a la cama, se acomodó en su regazo. Eso no debía pasar. Es antihigiénico, peligroso. Ella está muy herida. Una infección la rematará.


De repente, vi que no era una sala de hospital. Era otro lugar. Habían apartado a la gata. Eran… otros seres ayudando a Eneida, y no querían a la gata ahí.

Levanté la vista del piso. Estaba sentado en las sillas de la sala de espera.

¿Cómo diablos estaba una gata en un hospital? ¿Cómo es que hace un instante estaba en Terapia Intensiva? ¿Estaba? Esto no pasó. Mi mente va a toda velocidad, estoy confundido.

No está la gata. Pero sí estaba junto a mí.

Me incorporé violentamente de la silla. No está. Quedé en medio del pasillo, en la incesante actividad del hospital.

—No está —musité, inmerso en los ruidos que, aunque pocos, parecían estallar en mis oídos. Enfermeras caminaban. Una aspiradora automática limpiaba. Un médico marchaba presuroso al urgente llamado de Terapia Intensiva. Mis compañeros de salón estaban ahí. Apenas hablo con ellos. Saben por qué estoy aquí: el idiota enamorado, solo, que pasó horas en el pasillo de familiares sin hablar con nadie.

No recuerdo cómo llegué a casa. Pero ahora lo entendí. Sé que Eneida no va a vivir. Sé qué es el miedo. Entiendo lo que negué hace un rato. El día que vi a mi madre en el hospital, supe que moriría pronto. Sé que no vi a Eneida. También sé que la vi. Su aspecto me dijo que ella también moriría, y pronto. No entré a Terapia Intensiva, pero sé que estuve ahí. La gata no estaba en el hospital, pero la tuve en mis brazos y escuché su ronroneo. Fue un… ¿cómo se dice? Un déjà vu continuo y holográfico.


Nuestras clases son monótonas. La preparación del baile de graduación no parecía importante. Los grupos hablaban en voz baja. Varios han ido al hospital. Yo ya no quise ir.

Esa noche soñé. Eneida y yo nos casábamos.


Nos reímos. Nos encontrábamos en un lugar más allá del espacio, del tiempo, con una mujer que no conocíamos. Más allá de todo calor, color y dolor. El sueño también me dijo que soñar con casarse es de mala suerte.

—No me dejes nunca. No me dejes nunca. Tengo miedo. Aquí hace mucho frío. Estoy perdida —me dijo, cuando llegamos a un campo. Vimos nuestra casa, en las afueras de un pueblo feo. La casa también era fea y, peor aún, se estaba incendiando. Soñaba y, a la vez, estaba despierto. Una mujer, una gata y una niña en mi cuarto…


La noticia llegó como reguero de pólvora. A siete semanas de la graduación, Eneida se salvó. Los médicos no entienden cómo, pero se salvó.

Permitieron visitarla. Fui de los primeros en precipitarme a verla. Tenía que verla. Corrí por el pasillo, pregunté en información. Ya estaba en recuperación. Llegué corriendo. Un hombre adulto estaba en el pasillo, sin duda su padre, con la misma pinta de irresponsable y mal padre que el mío. Pasé como exhalación. Ahí estaba ella, sentada en la cama. No sabía qué decirle. Apenas habíamos cruzado nueve palabras en cinco años. Me pareció estúpido estar ahí. Me detuve frente a ella. Sabía que debía irme.

Le habían cortado el pelo. Estaba pálida. Me quedé al pie de su cama, sin decir nada. Tenía un yeso en el brazo y moretones por toda la piel.

Eneida me miró. Al principio, parecía no reconocerme. Pero luego lo entendió. Fijó la vista y dijo:

—Viniste… Tú estabas conmigo allá adentro. Eres el que me acompañaba y me defendía de ellos. Trajiste a Quimera.

Cerró los ojos.

—¿Quiénes? —respondí, cerrando también los ojos.

Eneida se veía horrible.

—No los veía bien. Querían que los acompañara… Les tenía miedo. Tenía mucho miedo de morir. Ven, siéntate aquí en la cama conmigo —dijo, cansada, agotada.

No pude contarle nada. Solo sé que mis lágrimas salieron incontenibles. Tengo pánico. Necesito huir. Necesito no volver a ver a Eneida. Sé que esa no es ella. La chica sexy que tanto me gusta, de una belleza diferente… Abrí los ojos. Por supuesto, alguien que sobrevive a un accidente horrible luce diferente.

—Ven —dijo con esfuerzo—, cumple la tradición. Tienes que firmar mi yeso.

Vi una pluma en la mesita del cuarto.

—Fírmalo en grande. Eres el primero —me invitó, mirando el inmenso yeso que cubría su brazo.

Estampé mi firma y la miré.

—Sé que no estoy nada bonita. No recuerdo mucho. Tengo una gelatina en el cerebro. Tú viniste… Estuviste aquí conmigo. Fuiste el único. Ahora lo entiendo: cuando quieres fiesta, ir a la playa y divertirte, sobra gente. Pero cuando necesitas a alguien, nadie viene. En mi caso, viniste tú. Dame un beso. No sea que me muera aquí y me vaya sin un beso —propuso de repente.

—Eso no va a pasar. Los médicos dicen que te salvaste.

Ella hizo un gesto pidiéndome el beso.

Me acerqué. Le di un suave beso en la mejilla. Deseché mis impresiones. Por supuesto que es la misma chica arrogante, hermosa, que me gusta y me encanta.

—Me dolió —dijo con una sonrisa—. Soy todo dolor. No, no ahí. Aquí —señaló, poniendo sus labios golpeados en un pico adorable.

Con suavidad, me acerqué y rocé sus labios.

Ella me besó. Un beso intenso, voluptuoso, a pesar del sabor a medicinas y anestesia. Unió sus labios a los míos, su lengua a la mía, en una eternidad, un sello, un pacto secreto entre los dos. Mi primer beso, que nunca olvidaré.

—Gracias, bebé. Lo necesitaba. Necesitaba saber que estoy viva. ¿Tengo mis dientes?

Asentí en silencio. Una enfermera entró.

—Hijo, debes marcharte. La chica pronto estará bella y bien para que puedas lucirla. Tienes un chico demasiado lindo. Te deben odiar mucho por ahí —le dijo la enfermera, terminando de preparar una colección de frascos e inyecciones.

Casi me caí al salir. Llegué a la parada del autobús. Todavía no asimilaba que, minutos atrás, besé a Eneida. Más bien, ella me besó a mí. ¡Sus labios! Eneida. Me saboreé.

—Te llamas Rayman —dijo una voz dentro de mí—. El favorecido por Dios. Verdaderamente me gustas… Las cartas del tarot… están desordenadas.



No fui a clases. Nadie me va a aplazar por eso. Preferí quedarme en casa.

"Tengo gripe" -- informé a la mujer de mi padre cuando tocó furiosamente la puerta para que me levantara. Siempre soy yo quien los despierta. Después escuché el ruido de la puerta al cerrarse. Se habían marchado a trabajar. Podía descansar un rato en paz.

Salí a la cocina. Ahí estaba sentada mi madre. En nuestra pequeña mesa de pantry de nuestra minúscula cocina de apartamento de clase media baja.

Envuelta en la misma sábana del hospital... Es mi madre. No debo tenerle miedo. Me senté en la silla enfrente de ella. Sentía cada latido de mi corazón, podía contar las veces de mi respiración, sentía cada poro de mi piel y mi miedo. Es mi madre. No debo sentir miedo de mi madre.

Yo sé que ella me miraba. Yo sé que ella me quería decir tantas cosas.

"¿Cómo es allá? ¿Te dan comida? ¿Ven Juegos de Tronos o 1899?" — pregunté con la boca seca.

Ella me miró con sus cuencas cerradas y vacías.

"Allá.... Hijo mío... Sufres... No debes... Las cartas no están ordenadas" —contestó con un lenguaje rapidísimo, lejano.

"Desde que te fuiste sufro... Mi padre... Eneida... Creo que todo lo sabes."

"La gata. Quimera... Quimera... Cuidado..."

"¿Cuál gata?"

Por instantes se quedó mirándome, yo viéndola...

"Es mi madre. No debo tenerle miedo... Llévame contigo."

"Ahora no... Ahora no... Ahora no...."

Mi madre se deslizó. Fue a la cocina. Quería hacer café. Buscaba las cosas. Miraba las cosas. Estaba desconcertada. Todo estaba en sitios diferentes. La miré a su espalda. Era ese color morado amarilloso, blanco gris. Mi madre es un cadáver. Un cadáver que anda. Es igual a Eneida entubada, agonizante...

Es igual a Eneida entubada, agonizante.

II

Desperté. Estoy sentado en el mismo sitio del comedor. Miré el reloj péndulo en la pared. En la oscuridad sus manecillas fosforescentes indicaban la hora. 3:15 a.m ... Yo como todo chico de 16 años he tenido mi experiencia con las sustancias. Pero no aluciné nunca... No me gustó mucho. Me irritaba la garganta y me daba taquicardia... No bebo alcohol. A veces me robo una cerveza de las de Cecilia, la mujer de mi padre. Estoy sentado en el comedor solo. A oscuras. Con cuidado caminé en la oscuridad a mi cuarto.

Sentado en la cama sin encender la luz. Sinceramente mi vida siempre ha sido muy rutinaria. Yo soy el chico que va y viene en el liceo, que mágicamente escapa siempre del bullying, que le gusta la chica que le gusta a todo el mundo.

De repente, ella me habló, de repente, yo fui el que estuve y no estuve con ella. De repente tengo encima de mi pequeña mesa de noche a la gata que se fue en el carro, estuvo en el hospital, ahora me mira tranquilamente.

"Santo cielo. Creí haberte perdido. Es un alivio que estés aquí" — dije a la pequeña mascota, bloqueando en mi mente todos los momentos que erráticamente la encuentro, la pierdo, la encuentro... Simplemente está aquí... Y punto.

La tomé. Comenzó a ronronear. Era simplemente un cachorro asustado, que inmediatamente respondió a mi cariño, continuaba ronroneando.

Cecilia no debe saber de ti. El problema es llevarte a orinar. El problema es tenerte aquí sin que te vean... Te tendré aquí escondida hasta que Eneida pueda hacerse cargo nuevamente de ti.

Sentí que el animalito me entendía. Es más... Entendía absolutamente todo.

"Nos quedaremos callados" — susurré sobándola. Ella dejó de ronronear. Saltó al piso y recorrió el cuarto.

"Allá afuera hay un monstruo y yo soy un idiota que es su sirviente... No se te ocurra hacerte pis y caca aquí."

"Jaja... Soy un chico con suerte. Ya son dos veces que nos hablamos" —pensé recordando mi visita en el hospital.

Salí en lo oscuro. Amanecía... En un plato de café le serví leche a Quimera, dejé bastantes periódicos para que hiciera sus necesidades.

"No salgas. Tengo clases" —le informé, mientras ella lamía gustosamente la leche con mucho apetito. Me vi en la necesidad de aclararle— "La que es un monstruo es la mujer de mi padre. No debe verte. Yo vengo ahora."

Ella se limitó a tomar su leche y después con concentración comenzó a limpiarse.

¿Te das cuenta? Es simplemente una gata huérfana. Igual que tú.

Salí para irme al liceo. Caminé por las calles. Me detuve sorprendido... Ahí estaba Eneida. Todavía está pálida. Apenas tres días atrás estaba en el hospital.

La lógica me dijo que los que sufren un accidente de la magnitud vivida por ella duran meses en el hospital. Se ve más bonita con el pelo en cola. Me esperaba. Se sostenía en una cerca de PVC, cerca de mi casa.

"¿Tienes mi gata?" — preguntó sin saludarme. Todavía caminaba con dificultad. La miré y con asombro descubrí que no tenía ninguna de las cicatrices que observé en Terapia Intensiva. ¿Es la misma chica?... No, es diferente. Su misma mirada. Su mismo tono de voz... Sus mismas hermosas, torneadas y adorables piernas, ahora decoradas con clavos ortopédicos...

"¿Tu padre no te lleva al colegio? ¿No estás de reposo todavía? No hace falta que vayas al liceo" —dije acercándome a ella, sin poder evitarlo.

"No es mi padre. Es mi padrastro, me hace la vida de cuadritos. Mi madre murió. Sólo quiero terminar el liceo para largarme lejos" — explicó caminando algo coja. "Me pondré el uniforme en el liceo después."

"Vámonos en el autobús. No puedes caminar. Es muy reciente lo de tu accidente" – expliqué por decir algo. Es que su aroma... Me parece que hay algo insano debajo de su piel. Es ella... ¡Cómo la deseo!

"Sí. Sí, tengo tu gata... De seguro... ¿No te escapaste del hospital?" —adicioné, tomando sus libros.

"El médico me explicó que necesitaba caminar como parte de la terapia. ¿Cómo está mi gata?" — preguntó viéndome directamente, mientras me daba los libros y su laptop.

"Perfecta. Llegó anoche, y con mucha hambre" —contesté aterrado. Ella me intimida y me asusta. Es demasiado bella.



















"¿Cuánto te debo? Te pagaré por cuidarla" —respondió aliviada, agarrándose de mi brazo, para mantener el equilibrio...

Si Dios existe, haz que este momento sea eterno.

"No. Nada" —expliqué y caminé lentamente con la chica. Llevando los libros... Eso en el argot del liceo significaba mucho.

"Gracias" —contestó con un diálogo íntimo que sólo en esa edad se entiende. Es llegar con la chica que todos quieren. Ser el amiguito sin ningún derecho, tener que aceptar con una sonrisa de idiota cuando otro se la lleve. Pero estar ahí junto a ella, hace que todo lo demás sea superfluo e insignificante.

"¿Vas a ir a la fiesta de graduación?" — preguntó a rajatabla.

"No. No sé bailar muy bien. Y no me emociona mucho. Yo perdí a mi madre recientemente."

"Yo tampoco" — anunció, viéndome... sus labios son los que uno siempre ha soñado besar en esa edad. Me miró con esa expresión de dominio de chica mala de "sé lo que estás pensando". No me lo niegues. Te tengo loquito y estás botando la saliva por mí. Pero no soy para ti. Te voy a joder un rato. Ya verás".

"¿Sabes? Allá en el hospital, cuando uniste tus labios con los míos... Me dio una sensación especial... Tienes unos labios divinos" — dijo y analizando continuó— "deberías cortarte un poco ese pelo, ajustarte los blue jeans... Parecen ser dos tallas más grandes... Todavía usas las franelas de tu padre... Te vas a desaparecer dentro de ellas. Las enfermeras me dijeron que eres el chico más bello que han visto en años. Desaliñado, pero lindo... Repentinamente creo que tienen razón."

"Me gusta así" — contesté, entendiendo perfectamente que si me pide andar de smoking la voy a complacer. Sin comprender por mi falta de práctica con las chicas, que ella estaba ya iniciando los procesos de victorioso dominio, tan común en la adolescencia.

"¿Por qué no quieres agradarle a nadie?" —contestó apretándome el brazo— "deberás disculpar. Tengo el sentido del equilibrio por los suelos. Me mareo terriblemente."

Ambos la vimos al mismo tiempo. Increíble. Una abultada cartera. En medio de la acera, se le había caído quién sabe a quién.

"Agárrala rápido" —exclamó Eneida señalando con sus bellas manos.

Corrí velozmente. Era una cartera de cuero legítimo. Rápidamente la abrí. Estaba llena de billetes de 500 euros. Conté rápidamente. Había más de 70 billetes.

"Dame el dinero rápido" — ordenó ella.

"Debemos devolverla" —expliqué atragantado. Ya he tenido más tiempo con ella que en todos estos años. Ya su perfume me va a ser imposible olvidarlo.

"Entonces mira la identificación" — expresó acercando su rostro al mío para ver mejor la cartera.

"No la tiene" —expliqué absolutamente idiotizado, con su cabello rozando mi cara y absorbiendo todo su divino aroma.

"Pues tenemos una fortuna... ¿No irás a decirle a nadie?"

"No..."

"Entonces hoy vamos a darnos vida. Le voy a comprar a mi gata de todo."

"Yo te la llevo. Al salir de clases te la entrego. Mi edificio está cerca de tu casa."

"Te espero a la salida para que me lleves a tu apartamento" — dijo sonriendo al ver la cantidad de dinero. "¡Por fin llegamos! Se me hizo eterno. Estoy cansada."

¡Claro, es lo lógico! No va a llegar conmigo al liceo. Sería una raya y ser objeto de todo tipo de burlas. Pero a la verdad ella no es el tipo de chica que acepta una burla de cualquiera.

Pues me equivoqué absolutamente.

"Me vas a ayudar a sostenerme" — susurró Eneida, mientras todo el liceo, absolutamente todo el liceo nos miraba en asombrado silencio, mientras llegábamos. Caminamos por medio de todos. Era unánime. Eneida. La reina de la pachanga, la más sifrina malvada de todas las cuicas, fresas, pitucas con el bobo de la clase, la Lili Phillips del liceo, la veneca más boleta de todas andaba de brazos con el zoquete del salón, o sea... Yo.

Para llenar el Instagram y TikTok, rebozarlo de fotos y comentarios.

"¿Cómo es posible? ¿Pero de dónde? Se lo tenían bien guardado. ¡Con razón él estaba tan angustiado! Ella es mucha mujer para ese idiota..."

Ser repentinamente popular tiene sus pros y sus contras. Nadie me preguntó cómo, cuándo y dónde, y es que Eneida tenía el prototipo para ser una participante del Lolita Express y ser parte de los participantes de la Isla de Epstein. Era inimaginable verla de novia de un chico delgado, nerd, algo despeinado, que se bañaba diariamente y no era woke, estúpido e imbécil millennial y de paso heterosexual...

En segundos me convertí en el rey de los nerds.

Siguiendo mi ejemplo, uno de los tontos nerds se arrodilló y le declaró todo su amor a la capitana del equipo de lucha libre del liceo, y ella lo encestó de cabeza en el contenedor de la basura. Eso hizo que las cosas volvieran a la normalidad.

Eneida se transformó nuevamente en la chica popular que siempre era, contando los detalles de todo a Leyda, Gina, Adanech, Sachiel, Tzu, Crystal, Pura, Oholiva y Zefora; enseñando los clavos en sus piernas, recibiendo las firmas en su yeso. Ignorándome. En fin. Mis quince minutos de fama habían terminado. De alguna forma me sentí tranquilo. Pude respirar. Uno es quien es, siempre hay que aceptar la realidad.

En el receso entre la clase de Química Orgánica y Matemáticas, conversaba con los otros gafos iguales a mí. Hablábamos del último avistamiento de un platillo volador con forma de botella de Coca Cola, que filmaron por los Andes y la controversia de cuál era mejor entre el Nissan GT o el último Camaro.

Eneida llegó, apartando a Yossier y los otros dos, me dijo en el mismo, continuo, íntimo tono de dos adolescentes que se están acostando desde hace tiempo.

"Tenemos que hablar..." —susurró, ignorando absolutamente a los otros.

"Claro" —contesté asustado. Nada, no quería decirme nada. Simplemente que nos mostráramos. Que estuviéramos así. De verdad que no me atrevía a tomarle la mano.

"No quiero que se den cuenta que me voy de lado. Llévame" — susurró en mi oído, viéndolos a todos, apoyándose públicamente en mí, recostándose de mí, es muy pequeña, tibia, con un talle pequeño, tiene de todo por donde agarrar... para disimular me dio un beso fingido... que fue como muy atómicamente real



.

Así la llevé al salón. Ella saludó familiarmente a los chicos del equipo de fútbol.

"Déjame llevarte. Necesitas la mano de un hombre" —dijo el negro "Haití", cortándome el camino, viéndome con ganas de caerme a golpes.

Ella se negó con cortés sonrisa.

"Ya tengo lo que necesito" —les anunció, llenándoles de confusión y apretándose más fuertemente en mí.

Después en el salón cuando entramos nuevamente, ella simplemente le dijo al chico sentado a mi lado, un "Esfúmate idiota". Sentándose a mi lado, regalándome una sonrisa promiscua infantil.

"Pues es oficial" —dije para mí... No sé cómo pasó. No sé qué dije. No sé si es mi perfume. Pero la chica más bella del liceo, sin decir una palabra les dijo a todos, que somos dos. Al menos eso creo. O en el mejor de los casos sigo siendo un sirviente sin derechos. Pero eso es mejor que nada. Por lo menos hablamos. Ahora estoy perfectamente claro que no tengo ni la menor idea de cómo la voy a tratar. Quizás apenas tenga la gata, todo llegue hasta un "Chau y adiós".

Cuando salimos del liceo me dijo, mientras se apoyaba nuevamente en mí:

"¿Tienes licencia de conducir?" — preguntó después de caminar lentamente un rato. Parecía decidir entre varias opciones y después susurró cantando... "Nada común. Nada común"... Esta es una chica de canciones viejas y nada que ver con Miley Cyrus o Bad Bunny.

"No quiero decir muchacho la miel de tus ojos desliza y me eriza la piel.
No quiero hablar más de canciones, de versos, de copas quebradas en radio llamadas.
Yo quiero contarles de otro amor.
Quiero desnudar rostros y flores, hablar con mayores, decirles que rompan prisiones y habiten en el amor.
No quiero andar como la gente, rayar locamente paredes con rojo de amor.
Yo quiero morder tu quijada y rasgarte la espalda, libarte en la sangre el ardor.
No quiero invitarte a una cena con velas, poemas y rosas de intenso color.
Yo quiero llevarte a mi cama y gritar mientras cargas mi cuerpo en desesperación."

"Pues no."

"¿Sabes algo? Necesitamos un vehículo."

"¿Necesitamos?..."

"Sí, Baby. Necesitamos uno. Es un fastidio caminar así como estoy. Remendada y con yeso. El auto puedo dejarlo en la casa. Pero no me gusta manejar. Además las terapias son muy temprano en la mañana, antes de clases... Comprar la comida de la gata. Son muchas cosas" -- dijo indicándome la agenda oculta que todo chico con novia debe cumplir antes que le den el "camino a la gloria".

Abrí la boca sin entender. He visto a mi madre muerta sentada frente a mí. He sido humillado de todas formas por la mujer de mi padre. Todavía no entiendo cómo la gata se introdujo en la casa. Pero esto me asusta más que todo esto. No sé manejarlo. Nunca he tenido una relación con una chica... y menos con la más bella de todo el liceo y la parroquia.

Ella se colgó más fuerte de mí. Simplemente en el mismo silencio, y ante la estupefacta mirada de todo el liceo a nuestras espaldas nos fuimos.

"Son muchas tareas que tienes que hacer para mí... Me gusta el perfil de tu nariz... Tus pestañas... Te voy a cortar el pelo..." —dijo directamente a mi oído, mientras veía a todos con una pícara sonrisa, que indicaba... Terreno privado... Posición conquistada y con dueña...

Para que todos terminaran de hacer el PLOPPSS de Jim Carrey en "La Máscara", tras apenas caminar una cuadra, con medio liceo detrás de nosotros, Eneida detuvo un taxi, para marcharnos.
























Capítulo 3.Parte A


Cinco días después, obtuve mi licencia de conducir de novato. Con los 14,000 euros que había en la cartera, compramos el auto que Eneida quiso: un antiguo Nissan President.




Le tomé una foto a Eneida para convencerme de que era real, de que era cierto, de que esa chica, por el momento, era mía




. La chica más bella del liceo, y ahora teníamos un auto para nosotros dos. Por primera vez en mi vida, fui feliz.

Durante días paseamos. Conduje con cuidado, comimos hamburguesas, escuchamos a Coldplay, Adele, Pat Malone, Sam Smith, Lana Del Rey, Kings of Leon. Rodamos por todos lados y nos reímos. Yo de mí, ella de mí... Quimera, fascinada, contemplaba con sus ojos rojos, curiosa, el paisaje, asomada a la ventana, sostenida por su amorosa madre.

De repente, me miró y dijo:

—Llévame a la playa. Quiero ver el atardecer en la playa. Para eso tenemos esta antigualla...

—No sé si el auto llegará. Sé que hay que hacerle mantenimiento... —respondí.

—Encárgate, precioso. Llévame... —rogó con su cara de niña traviesa, en tono de súplica.

—No tengo traje de baño...

—¿Y qué importa? No eres diferente a lo que ya he visto...

Entendí. Cuando llegamos a la orilla, ella sacó un traje de baño de su cartera. Desde el auto, mientras se cambiaba en el asiento trasero, me miraba y sonreía. Luego se paró frente a mí y dijo:

—Fueron muchos días en el hospital... ¿No crees que merezco un poco de sol? No pienses que mis morados han desaparecido; solo los maquillo. Los clavos en mis piernas arruinan el paisaje. Y este yeso me da una picazón horrible.

No pude articular palabra. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Estoy irremediablemente, estúpidamente, imbecilmente enamorado de ella, enloquecido por ese cuerpo precioso que, sin pudor, se muestra ante mí.





—Una chica latina siempre debe estar preparada para todo —explicó, contoneándose mientras se disponía a acostarse en la arena.

Luego se colocó en el malecón, me miró con una sonrisa que me hizo saber lo que quería... Lo que quería de mí...

—No tiene cicatrices ni golpes... Está perfecta... Está divina... Dios mío, apiádate de mí.

—¿Te gusta mi lunar? —preguntó de repente, mostrándome, a través del sostén de su microtanga, aquel lunar en su seno izquierdo, una mancha tenue color café.

Tragué saliva. Me estaba provocando a propósito.

—Por supuesto que me gusta —respondí, embelesado—. Dios mío, ¿por qué me castigas así?

—Dicen que no es bueno tener lunares en los senos...

—Así dicen —contesté, adivinando su pensamiento.


Por días nos dedicamos a lucir la transformación del Nissan por las calles.

Hasta que llegó esa tarde en que me llamó urgentemente a su casa. Tenía que ir. Supuse que quería prepararse para los exámenes finales. Era la primera vez que entraba en su hogar. Me recibió lista para la batalla que siempre había soñado.

—La otra noche, antes del accidente, tuve un sueño —comenzó a contarme, muy cerca de mí, jugando con mi pelo—. Era una carretera de tierra, al fondo había una casa muy deteriorada.

—Tenía mucha sed —continuó, como si nada, mientras servía café con leche de una pequeña tetera—. Entendí que en esa casa me darían agua. Entré. En realidad, yo era muy pobre. Vi muchos sacos de cereales, café, arroz...

Al final, había una mesa desnuda y, junto a ella, una muchacha muy bella, vestida al estilo antiguo. Se reía fuerte. Ahí estaba Quimera. Una luz, que no se sabía de dónde venía, iluminaba el lugar, y había cortinas negras, llenas de polvo y tierra. Ella me invitó en silencio a jugar cartas. No creo en eso, pero, como era un sueño, acepté.

Me preguntó si quería saber el origen y para qué había venido al mundo. No me interesó. Mi presente, tampoco, pues lo conozco.

—El futuro —contesté.

Me indicó que colocara el dedo ahí —continuó, sensualmente, imitando el movimiento artístico de tocar cartas.

—Tres cartas. Solo arcanos mayores —dijo la mujer con una sonrisa, mientras las veía y me las mostraba.

La Sacerdotisa, La Emperatriz y Los Amantes —explicó, incorporándose. Tomó a Quimera y me la dio.

—Cuídala hasta que yo vuelva —dijo, y me besó en los labios.

Me desperté —concluyó Eneida, mirándome fijamente, como si tuviera algo en mente.

Después de contarme eso, se acercó a mí. En el pequeño balcón de su casa, para que todos nos vieran, me besó. Fue ella quien me besó, con su bikini puesto, para que todos entendieran.

—Me besó así —repitió cuando terminamos.

Eneida me besó con un beso experimentado, promiscuo, diferente. Tomó mis labios, saboreó mi lengua hasta el cansancio y, muy cerca de mi rostro, me confió:



—Por eso comprenderás la furia que sentí cuando lanzaron a Quimera por la ventana del Charger. Sabía qué Quimera es la gata de mi sueño. Es mía, pero también de alguien más.

Cuando te vi en el hospital, al pie de mi cama, supe que tú eres la tercera carta: Los Amantes —dijo sensualmente, besándome de nuevo, desbordando lo que tratábamos de contener.

Subimos a su cuarto. Un cuarto de niña-mujer, donde habían fumado sustancias y bebido whisky, donde alguien se había desnudado antes que yo.

No es una relación dominante, pero ella tiene más experiencia. Con cuidado, para no dañarme, para no asustarme. Ambos sabíamos que yo era un idiota sin experiencia previa. También era lo que ella tenía a mano. No quería un combate experimentado; su cuerpo aún no estaba para acciones extremas.

Cuando eres adolescente, el mayor miedo es fracasar, llegar primero. Eneida lo tenía todo para enloquecer a cualquiera. ¡Claro que lo había hecho antes! Disfrutaba demasiado hacerlo con un novato. Era diestra, precisa, depravada. Terminamos exhaustos, agotados.

Ella me miró diferente, con los ojos entornados, satisfecha. No fallé. Sus gemidos y su respiración agotada me indicaron que había tenido un orgasmo. Llegamos juntos.

—¡Me violaste! —susurró a mi oído—. ¡Me encantó! Vamos a hacerlo todo, mi precioso Rayman. ¿Sabes algo? Eres demasiado lindo. Tienes piel de bebé con  unas pecas preciosas. Lo que te falta es buena ropa, y tendrás que quitarte a las mujeres a sombrerazos. Pero eso no lo permitiré. Soy posesiva, celosa, ardiente y muy hembra. Me gustas mucho. Haces el amor divino, con intensidad y violencia. Me besaste toda... Bésame otra vez así, todo mi cuerpo...

Después comenzamos a conocernos. Hablamos de nuestras familias, de lo ignorantes e imbéciles que son nuestros padres, de ser disfuncionales porque no tenemos a nuestras madres. Hablamos de nuestros amigos, de nuestras conversaciones, de por qué estaba sola...

—¿Y tu padre? —pregunté, sin creérmelo todavía. Estoy seguro de que despertaré, como cuando veo al fantasma de mi madre o aquella tarde en el hospital, solo en mi cuarto...

—Sabes algo, no está. Se fue. Simplemente se fue... Estoy solita y abandonada —dijo, con confidencia, desde sus inmensos ojos negros.

—¿Cómo que se fue?

—Sí. Dejó todo: la ropa, sus papeles. Llamaron del trabajo; lleva una semana sin ir. Desde el día en que me entregaste la gata. No sabes el alivio que eso me da.

—¿Lo llamaste a su celular?

—Sí. Suena, pero no responde. Sé que ese maldito no volverá a molestarme. Debe estar revolcándose con africanos por ahí —dijo con un tono despectivo.

—¿La gata?

—¿Quimera? Aquí está. No le gusta salir. Le compré su almohadón, su plato inoxidable para comer, su leche light con azúcar y la vacuné —respondió, con los ojos brillantes—. Ven, vamos a bañarnos juntos.

Nos bañamos juntos. Ella colocaba sus pechos exuberantes cerca de mí, guiando mi mano hacia su sexo mientras nos enjabonábamos. Nos besamos con besos duros, interminables, llenos de deseo, de ganas de volver a hacerlo.

Me enseñó a besar de verdad, no con besos mojigatos de liceo, sino con besos de bares y prostíbulos, de mujeres que saben hacer sexo oral.

—¿Sabes? Quiero más. Quiero estar ahí. Eres muy dotado. Quiero gritar de dolor —dijo, promiscua, mientras se daba la vuelta y se recostaba contra mí.

Estando juntos en el cuarto, se recostó sobre mí y nos tomamos una selfie que inmediatamente subió a Instagram. Colocó una nota:

"Mi bello precioso y yo antes de nuestro primer anal".

Horas después, llegué a casa. Fue verdad. No fue un sueño. Fue real. Todavía tengo su olor en mi cuerpo, el sabor de su sexo en mi boca, su mirada en mí, el sabor de sus labios y su lengua. Solo sé que me estremezco cuando recuerdo el momento en que ofreció sus pechos y los introdujo en mi boca, cuando, suspirando y gimiendo, la penetré por primera vez. ¿Cómo pasó esto? ¿Cómo empezó? ¿Qué hice? ¿Qué no hice? Oficialmente, soy el marido de Eneida. No su novio, no el chico con el que sale. Soy su macho. Me lo dijo, me lo susurró, me lo explicó.

Tan pronto llegué, Eneida me llamó por teléfono. Ahora lo hacía todo el tiempo. La típica novia controladora, absorbente e insegura, con una agenda oculta de tareas e inventos por desarrollar.

Ambos tenemos un HTC de última generación. Me explicó que el dinero es de los dos, pues juntos lo conseguimos, y que desde que está conmigo, la gata está completamente feliz.





A la mañana siguiente, en la escuela, la encontré con sus amigas. Entendí: les estaba contando de nosotros. Estaba excitada.

্র

Me llevó al pasillo y, pegándose a mí, me susurró al oído. Casi sin poder hablar, explicó que la policía había llegado a su casa. Todos los vecinos se asomaron. Ella, como actriz en una alfombra roja, estaba en la patrulla. Un policía le dijo que debía acompañarla. La llevaron en una patrulla Dong Feng Turbo Diesel hasta un estacionamiento cerca de su trabajo. Había un cadáver en un carro viejo…



II

Estamos juntos en Facebook, Twitter, Mastodon, Instagram, Threads, Telegram, TikTok, BeReal, BlueSky y WhatsApp... Los tres: Eneida, Rayman y Quimera. La Sacerdotisa, La Emperatriz y Los Amantes.

Cada uno con su álbum. Cada uno con su HTC metálico. Andando descaradamente en nuestro Nissan President, totalmente tuneado, de arriba a abajo.

Cada tarde, después del colegio, tras soportar la cara de Cecilia y las idioteces de mi padre —hablando del Real Madrid, del Paris Saint Germain, del Chelsea, babeando por los Medias Rojas de Boston, por Corea, los carros chinos y la estúpida política— me dirigía a lo que realmente me interesaba: Eneida en un baby doll negro, transparente.

Nos amábamos ferozmente en la inmensa cama que ahora compartimos. Veíamos películas hasta las dos de la madrugada...

Hasta que una noche, casi a las tres y media de la mañana, tras ver American Horror Story 279, sudados y jadeantes por el combate, me dijo al oído, con su costumbre de mirarme de reojo:

—Sé que tendrás otras mujeres... Yo sé que algún día, tal vez, llegue otro hombre a mi acera... Pero nunca me olvides. Nunca olvides este momento y, sobre todo, que te amo... ¡Por Dios! Te amo con toda mi alma. Me he enamorado de ti. ¿Dónde estabas? ¿Por qué no te acercaste antes? Si siempre estuve esperando por ti. Prométeme que no me olvidarás nunca —finalizó con dos inmensas lágrimas rodando por sus mejillas, mientras me miraba fijamente bajo la penumbra de la lámpara de noche...

No dije nada. ¿Para qué? Era inconcebible que ella y yo pudiéramos algún día separarnos.


Eneida me llamó.

horas después ella me contó que Ella no lo reconoció a la primera. Dentro del vehículo abandonado en un basurero estaba su padre. Estaba mordido, destrozado, con una cara de terror.

Casi inmediatamente llegué a la casa de Eneida. Estaba llena de vecinos. Vi a Eneida sentada con la gata en su regazo. Inmediatamente, entendí su papel de niña desolada. Sus ojos estaban brillantes, casi soltaba la carcajada. Yo sabía el porqué. Su padrastro, morboso, sobándola, tocándola, hablándole sucio, restregándose en su trasero, haciendo que ella lo tocara... Pervertido. Sucio. Ya no la molestaría más.

Hizo un gesto y entendí. Por un instante casi lo había olvidado. Me tocó actuar también en mi papel. A fin de cuenta, yo soy el "propio" el que disfruta toda su piel... Ella así me lo hizo saber susurrándome a mi oído, viéndome de reojo. La abracé y la consolé. Estaba sola. Yo había llegado... Debía quedarme.

---Ahora si podemos dormir juntos. Quiero que te mudes conmigo. Me da miedo quedarme sola de noche... Hay muchos gatos malvados, por ahí— propuso al oído voluptuosamente.

Resultó ser que después del funeral, la llamaron de la empresa donde su padrastro laboraba... De alguna manera, ella era su única heredera. 30 años de servicios, una póliza de accidentes personales y vida, más un fondo de pensiones. Ella era menor de edad, pero emancipada. Podría disponer pronto de todo...150000 euros en una cuenta de ahorros, más una asignación por 5 años de 1500 euros mensuales.

Al salir de ahí nos besamos, públicamente, felices.

–Rayman... Creo que de seguir esto así, me voy a enamorar de verdad de ti—exclamó feliz, cuando fuimos en nuestro clásico a comprar ropa.-- soy libre de ese baboso.

-- ¿Se propasaba contigo?

-- Me tocaba, me arrinconaba, nunca llegó a más porque yo siempre tenía una navaja conmigo. Tenía que dormir con un ojo cerrado y otro abierto.

--Maldito.

--No molestará más... Sea lo que sea le haya pasado, no me duele..

II

Estamos juntos en el Facebook, en el twitter, mastodom, instagram y thread, telegram,tik tok, be real, blue sky y WhatsApp... Los Tres...Eneida, Rayman y Quimera...La Sacerdotisa, La Emperatriz y Los Amantes.

Cada uno con su álbum... Cada uno con su HTC metálico. Andando descaradamente con nuestro Nissan President totalmente tunning para arriba y para abajo

Cada tarde, después de los días finales de secundaria, después de tener que soportar la cara de Cecilia y escuchar las idioteces de mi padre... ambos hablando del Real Madrid, del Paris Saint Germain y del Chelsea, aparte que se meaban por los Medias Rojos de Boston, que si Corea, los Carros chinos y la estúpida política, cansones.

.... Voy a lo que me interesa. Eneida en un BabyDoll negro, transparente,

para amarnos ferozmente, para estar en la inmensa cama que ahora es de los dos, ver películas hasta las dos de la madrugada. ..

Hasta que una tarde, casi a las 3 y media de la mañana, después de ver American Horror Story 279, sudados y jadeantes por el combate, me dijo al oído con su costumbre de mirarme de reojo...

---Sé que tendrás otras mujeres... Yo sé que finalmente algún día quizás llegara otro hombre a mi acera...Pero nunca me olvides... Nunca olvides este momento y sobre todo que te amo... ¡Por dios¡Te amo con toda mi alma...Me he enamorado de ti. ¿Dónde estabas?.¿Por qué no te acercaste antes? Si siempre he estado esperando por ti. Prométeme que no me olvidaras nunca.-- Finalizó con dos inmensas lágrimas por sus mejillas, mientras asentía viéndome cara a cara bajo la penumbrosa luz de la lámpara de noche...

No dije nada. ¿Para qué?.. Era inconcebible que ella y yo pudiéramos algún día terminar

El Canto de las Nueve Estrellas.La Promesa de las Estrellas.Parte II

Novelas Por Capitulos #  Akira , cuyo rostro aún conservaba la simetría afilada de los terribles meses vividos, se sentó en el porche de ma...