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jueves, 18 de septiembre de 2025

Tamara.Capitulo 1

Novelas Por Capitulos


Turno manto imperial

Que cubres sin despertar

En las noches purpurada

Solo el frío sabe dónde estar

Claror de Luna Con borde de plata

Medalla que tiene la noche

Y que en el día se esconde.

El verdugo temerarioSus rituales prepararon

Taciturno anduvo

Todo el día bajo el sol

Hiedra Desplomada

Que te encuentras acostada

Te cortó de raíz

Para que no sientas nada

Deslizas en los mares

Que agotan la pasión

Poniendo la tierra árida

Y matando toda ilusión

Amor astral

Que estás en la cumbre

Cubre tus alas

Con nieve de las hadas

Gorriones descarriados

Soles nacarados

Veredas incautas

Con melodías de flautas

Desgarran sombras en la pared

Quedando la huella de ayer

Nuestro muro se desplomó

Pero el polvo de los recuerdos no se recogió

Mágicos cristales

Caducos del tiempo

Ganas en el lecho

Que se quedaron en el lecho.

Autora del Poema


Alicia Coromoto Jiménez Saravia

©Alicia Coromoto Jiménez Saravia 2015 

Todos los derechos reservados de este poema pertenecen a su autora.




Sinopsis: Relato de aquellas épocas de los señores del desierto, los juglares cantaban; las pestes arrasaban pueblos y las gentes creían que el juicio final sería al amanecer..

I

Tamara fue rechazada y aborrecida por su madre, apenas nació. Se vieron obligadas a buscar una campesina para amamantarla. Con el paso del tiempo su madre no soportaba verla, estallaba de mal humor si escuchaba aunque fuera su llanto.

Los cálculos y chismes suponían quién podría ser el padre de la bastarda. Los tiempos concordaban. Era casi unánime afirmar que sucedió en los tiempos de la visita del hijo del Emir, cuando vino a cobrar los tributos de libertad. Era un hombre fuerte, atractivo, de recia mirada, quien no tuvo reparos en demostrar el deseo y la cautivante ansiedad que le produjo el conocer la fragilidad y palidez de la joven Justina.



Todos disimulaban en la cena protocolar, donde el barbado emir parecía un águila, embelesado en contemplar la silenciosa y asustada condesa. El anciano conde, molesto y dominando su indignación, con disimulo mandó a guardar la niña. Algunas monedas deben haber rodado, indicando el sitio de la habitación, otras para abrir la puerta. 


Sin duda la joven se defendió. Nadie escuchó nada y en un silencio de muerte, al amanecer, envuelto en una desdeñosa sonrisa, altivo en su belleza, el emir se fue con las alforjas llenas de la mustia riqueza del pobre pueblo. Su desdén y desprecio era amplio. Por lo menos en algo valió el viaje.



Justina fue enclaustrada en la parte del convento que era los sótanos del castillo, acompañada por 7 viejas monjas, y 9 meses después nació Tamara. Justina nunca se desposó. ...Era una joven mujer mustia y enfermiza.... Quien no tenía ni la fuerza ni la razón para gobernar el pobre y atrasado feudo. Dejándole al anciano Conde la difícil tarea de defender sus tierras de las crueles apetencias de los señores del desierto. Eran jeques y Emires familia indirecta de los señores feroces de la familia Malí. En realidad no lo tomaban todo, pues todavía no habían comprendido la importancia estratégica de los condados, igualmente la peste bubónica los había mantenido convenientemente alejados..

Si las cosechas de primavera del norte eran mejores, de seguro los tendrían con sus hordas a camellos y caballos.Por los momentos la mejor defensa era la falta de agua, el pueblo famélico de mujeres feas sin gracias para bailar ni amar.




Un día de otoño, Justina amaneció con sus inmensos ojos fijos, viendo un cielo más allá del techo de su humilde cuarto. 9 días de duelo se decretaron, las mujeres del pueblo no lloraron mucho, pues no había suficientes monedas para repartir.

Tamara de 6 años, entendió que era parte de una importante ceremonia. Vestida de negro , con su igualmente brillante pelo negro recogido, besó el rostro de cera de su madre, a pie caminó las tres vueltas correspondientes al castillo detrás de la carreta que llevaba a Justina; en silencio, agarrada de la mano del anciano abuelo, quien ya no tenía fuerzas para llorar. Era un martes venteado y lluvioso, ese era el marco de las costumbres a cumplir, para enterrar a Justina, quien se marchaba del mundo a los 22 años de edad.

Malos tiempos en el tiempo de la ruina y pobreza. Los campesinos y siervos miraron en silencio a la menuda y delgada figura. Una niña de ojos verdes claro, pelo negro, la misma piel frágil y pálida de su madre, pero indiscutiblemente con los bellísimos rasgos de las salvajes mujeres del desierto. Bella, sin duda la niña sería. Incierto y difícil su vida seria. Como la de todos ellos




II

A pesar de sus achaques, el conde comprendió que debía tratar de mantenerse con vida, hasta que la niña tuviese idea de cuál era su responsabilidad..Era una lucha que se veía muy difícil de ganar. Cada día él estaba más enfermo y pobre, Lo poco producido era entregado a los señores de los desiertos, para mantener su maltrecha libertad. Como eran tan paupérrimos sus tributos, los agresivos jeques y emires comenzaron a llevarse a los hombres para trabajar. Era triste y doloroso. Al menos comerían. Para nadie era un secreto que se convertirían obligadamente a la religión de sus nuevos señores.

Para incrementar sus males, le fue informado que su joven nieta parecía sufrir de extraños extravíos. Era una nueva noticia entre todas las malas. Una nueva guinda a las cuentas de nunca acabar. A cualquier hora de la media noche, Tamara era encontrada parada, solitaria, con extraña sonrisa, hablando con los seres que su imaginación inventaba y que ella decía que estaban ahí, parados en la oscuridad. Decía recibir instrucciones de Justina, quien flotando en la parte de afuera de la ventana la estaba comenzando a educar.


Eso era lo que decía con pícara sonrisa, cuando era interrogada casi siempre después de desayunar

Eso era lo que decía con pícara sonrisa, cuando era interrogada casi siempre después de desayunar. El conde se vio precisado a actuar. Mandó a traer a un médico judío, quien tenía varias condenas a sufrir la pena capital, pues sus extravagantes ideas en el arte de curar tenían cantidad de muertos como pacientes curados casi de manera similar. 

Delante del atormentado abuelo, el médico contempló el blanco de los ojos, le dijo que caminara, sacara la lengua y se pusiera a cantar... 

Le enseñó los gráficos del alfabeto y la niña los aprendió de memoria en instantes y en pocos minutos conquistó el arte de sumar y restar. El médico, no sujeto a las confusiones del vulgo, rápidamente determinó que la niña tenía un toque de dios o Satanás, eso el tiempo lo tendría que demostrar...




III


Un día de primavera, después de la hora de almorzar, el señor conde presentó un grave malestar. La angustia entre sollozos contenidos y expresiones de angustia indicaba que el tiempo que todos temían no tardaba en llegar. Era evidente que la parca había entrado , con su víctima se habría de marchar dejando sola a la niña en su más tierna edad.



Tamara no fue coronada. Era una bastarda. Sus derechos eran de facto, no eran producto de ningún matrimonio, no tenía asidero legal. Era la señora corregidora del Calvario del Río, sierva de su lejana e indiferente majestad. Un destino sellado. Un escudo señorial sin valor ni utilidad, inverso como el de toda bastarda,

Cualquier día vendrían los señores del desierto a buscar sus tributos y ella sería la cantidad ofrecida para pagar

Cualquier día vendrían los señores del desierto a buscar sus tributos y ella sería la cantidad ofrecida para pagar. Era un destino cantado con la muerte de los únicos que podían defenderla de los malos tiempos que como nubes de invierno se cernían en aquella pequeña propiedad.



El médico judío ahora era una sombra adicional en el derruido castillo. Sentado bajo el viejo olivo, le decía cosas que una señorita no debía escuchar. El arte de los artes, de otros artes... Sin dudas cosas llenas de maldad. Un impío no debía mirar a una hija de su señor, entregada su alma a la creencia del que fue muerto en la cruz, por amor a toda la humanidad. Todos le tenían ojeriza. No le gustaba comer puerco, no se santiguaba cuando frente a la capilla obligadamente tenía que pasar. Mal hombre sin duda era. Llenándole la cabeza de malos consejos una jovencita que aún no menstruaba ni sabía hilvanar...

Cuando  las mujeres a su servicio tenían oportunidad,  le peinaban ese pelo negro diferente al rubio común de estas tierras, Entre cepillada y cepillada le decían que no se dejara tentar con los misterios que ese hombre narizón y feo se atrevía a decirle. Sin ninguna duda eran consejos reñidos con la moral de la iglesia. Tenía que obedecer. Las mujeres habían nacido para procrear, obedecer al hombre, y aceptar con resignación su puesto en esa sociedad.


Seguían encontrándose parada en medio de la amplia sala de armas, sola, en la oscuridad, era una hija de la noche, era una hija que si la dejaban sería absorbida por el poder de la oscuridad. Fue cuando comenzaron a lanzarle agua bendita, rodearla con velas encendidas y rezarle para protegerla de los malos espíritus. Había que espantar a la madre. Decían que aparecía. Cuando la niña estaba dormida, más de una la vio, contemplado en la punta de la cama, 

al producto de esa noche que su mal recuerdo la llevó directo a una tumba donde no podía yacer

al producto de esa noche que su mal recuerdo la llevó directo a una tumba donde no podía yacer. Los remordimientos de no haberla querido nunca, no la dejaban descansar en paz. Ahora volvía. Parada se le podía ver a las tres de la mañana, siempre en las sombras. Querían espantarla. Pero no podían. Se le veía en las afuera de las puertas, cuando los perros comenzaban a aullar..J


Justina vete.. Justina descansa en paz.. No hacía caso.. Los remordimientos.. Los remordimientos que mordían al espíritu de la que nunca podría descansar.

 Los remordimientos que mordían al espíritu de la que nunca podría descansar

Continúa

Continúa


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