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sábado, 12 de julio de 2025

INDOMABLE PASION Y PELIGRO.Cuento Corto

Novelas Por Capitulos




 Capítulo 1:


 El Llano, Vanessa y el Médico Forastero


Sinopsis...


  El llano sudamericano entre Casanare y Caicara se extendía hasta donde alcanzaba la vista, una tierra de extremos, de belleza salvaje y peligros latentes. Bajo un sol inclemente que tostaba la tierra y hacía brillar el aire, la vida se abría paso con una ferocidad que moldeaba a sus habitantes. 


En este rincón de Sudamérica, donde la ley a menudo era dictada por el más fuerte y el más audaz, se encontraba la inmensa hacienda "La Indomable", un feudo ganadero que era tanto una fortaleza como un paraíso. Y su dueña, Vanessa, era el reflejo perfecto de su tierra: una mujer de una belleza exuberante y salvaje, con una voluntad de hierro y un carácter tan indomable como la tierra que gobernaba. Vanessa no era solo la heredera de "La Indomable"; era su alma y su señora. Con una melena de un castaño muy claro  que caía en cascada sobre sus hombros y unos ojos color miel que despedían chispas de desafío, su presencia era imponente. Su cuerpo, esculpido por el trabajo rudo y la vida al aire libre, era una mezcla de fuerza y feminidad que desataba tanto deseo como temor. A sus veinticinco años, ya se había forjado una reputación de mujer recia, arisca y agresiva, una líder que no se doblegaba ante nadie. Los hacendados vecinos, hombres acostumbrados a un mundo machista y violento, la miraban con una mezcla de codicia y recelo. Querían su tierra, su poder, y a ella misma, pero Vanessa los mantenía a raya con una astucia y una determinación que los desconcertaba. Para ellos, era una anomalía, una mujer que no encajaba en sus esquemas, y por eso, la temían y la deseaban con la misma intensidad. En este mundo de pasiones desbordadas y peligros constantes, llegó un forastero que no podía ser más diferente. 


El Dr. Alejandro Rivas, un joven médico de 26 años recién graduado, apareció en el polvoriento pueblo cercano a "La Indomable" con la única intención de cumplir su servicio médico rural y marcharse. Proveniente de la cosmopolita Sao Paulo, Alejandro era un hombre de ciudad, con una apariencia que contrastaba brutalmente con el entorno. Su rostro, de facciones perfectas y una mirada melancólica, atraía las miradas de las mujeres del pueblo, pero él parecía ajeno a todo. Su alma estaba rota, fragmentada por el dolor de haber perdido a su novia, víctima de la leucemia. Esa herida, todavía abierta y sangrante, lo había convertido en un hombre cerrado al amor, incapaz de sentir nada más que el eco de su pérdida. Los primeros días de Alejandro en el llano fueron un choque cultural. El calor sofocante, el polvo, la rudeza de la gente, todo era un recordatorio constante de lo lejos que estaba de su hogar. En el pequeño dispensario del pueblo, atendía a los lugareños con una profesionalidad impecable, pero su mente estaba en otra parte. Fue durante una de sus visitas a los alrededores del pueblo que vio por primera vez a Vanessa. Ella estaba a caballo, galopando por la llanura con una libertad y una fuerza que lo dejaron sin aliento. 



Era una imagen poderosa, una mujer que parecía una extensión de la tierra misma. Alejandro la observó desde la distancia, sintiendo una extraña mezcla de admiración y aprensión. No hubo palabras entre ellos, solo una mirada fugaz que bastó para que él comprendiera que esa mujer era una fuerza de la naturaleza, alguien a quien era mejor no provocar.Se veía que gobernaba con rudeza,que manejaba con maestría el caballo, y tenía poder y dinero. Y sabía usar ambos.


. El destino, sin embargo, tenía otros planes. 



 Al llegar, encontró a Vanessa tendida en el suelo, junto a su caballo, que yacía inmóvil. Estaba pálida, con una herida abierta en la pierna y el rostro contraído por el dolor. Por primera vez, Alejandro vio una grieta en la armadura de la mujer indomable. Y en ese momento, supo que su vida en el llano estaba a punto de cambiar para siempre.....

¡



Capítulo 1: El Llano, Vanessa y el Médico Forastero

El llano entre Casanare y Caicara se desplegaba como un océano de pasto dorado, temblando bajo un sol despiadado que parecía no dar tregua. La brisa no era más que un suspiro ardiente que traía consigo el aroma de tierra seca, ganado y lejanía. En esa inmensidad sin límites, donde la civilización era un rumor lejano y la vida se decidía con machete y coraje, se alzaba "La Indomable", una hacienda que no solo era la más extensa de la región, sino también la más codiciada.

Los hombres la miraban con deseo, y no por sus potreros o su ganado cebú, sino por su dueña: Vanessa. Nadie en kilómetros a la redonda podía hablar de ella sin bajar un poco la voz o mirar de reojo. Vanessa era mito y leyenda, y cada palabra sobre su figura parecía aumentar su misterio. Decían que había enfrentado sola a una jauría de perros salvajes para salvar a un becerro. Que una vez desarmó a un cuatrero con las propias manos y lo ató a un poste para que la justicia —o el sol— hiciera su parte. Que dormía con una escopeta junto a la cama.

Tenía 25 años, y su figura, más que femenina, parecía tallada en fuego y acero. Pómulos marcados, ojos amarillos como el sol  del llano y una boca que rara vez sonreía, pero que, cuando lo hacía, podía desarmar o matar. Montaba como un centauro, juraba como un llanero viejo y manejaba su hacienda con una dureza que muchos hombres jamás se atreverían a imitar.

—Aquí manda ella —decían los peones—. Y el que no le gusta, puede largarse... si es que llega vivo a la frontera.

Vanessa no tenía tiempo para ternuras. La tierra no perdonaba a los blandos, y los vecinos menos. 

Don Serapio, el viejo zorro del sur, llevaba años deseando la hacienda y proponiéndole negocios que olían a trampa. Los hermanos Meléndez, más cerca de bandidos que de hacendados, no disimulaban que querían "repartir el llano" y convertirla en trofeo. Ella los enfrentaba a todos con la misma mirada fría, con la mano cerca del machete o del Winchester, según el día.

Fue en este mundo donde el Dr. Alejandro Rivas cayó como una hoja llevada por el viento. Llegó desde São Paulo con una maleta, unos lentes, y un corazón hecho pedazos.

Tenía 26 años, piel clara, labios tristes, y ojos verdes que hablaban más que su boca. Había perdido a Helena, su prometida, hacía apenas seis meses

Leucemia, dijeron los médicos. Pero a él no le bastó con la ciencia. No pudo salvarla. Y eso lo destruyó. Desde entonces, caminaba por la vida con el peso de esa culpa, con un silencio que se colaba en cada gesto. Había pedido el servicio rural voluntario en el llano más remoto posible, buscando perderse. Y lo había logrado.

Al llegar, se sintió como un insecto en un ecosistema hostil. El calor era un puñetazo en el pecho. Las casas de madera crujían como si fuesen a deshacerse. La gente lo miraba con curiosidad, respeto y desconfianza.

—Un médico —dijo una mujer mientras lo veía bajar del bus—. Pero parece que viene de novela, no de hospital.

En efecto, era hermoso, pero su belleza no tenía alegría, ni picardía, ni deseo. Era una máscara de luto que despertaba en las mujeres ternura, no lujuria.

El primer día en el dispensario fue brutal. Fiebres, mordeduras, infecciones, partos mal atendidos. Gente que llegaba a pie desde kilómetros. Alejandro no se quejó. Ni siquiera pestañeó. Hacía lo suyo con una concentración casi monástica. Dormía poco, comía menos, hablaba lo justo.

Y entonces la vio.


Fue una tarde, al regreso de una visita médica a una vereda lejana. El sol se caía a pedazos sobre el horizonte, tiñendo el cielo de sangre y oro. Alejandro iba en la parte trasera de una camioneta prestada, cuando al cruzar un portón, la vio.

Vanessa cabalgaba sola, sobre un caballo oscuro, casi negro, con la melena suelta, el sombrero de ala ancha y un machete al cinto. Su silueta contra el sol era la imagen de un espíritu salvaje. El caballo no galopaba, volaba. Ella no montaba, flotaba. El polvo, el viento y la tierra parecían girar a su alrededor.



Él no supo por qué, pero sintió que el corazón le daba un vuelco. Como si por primera vez en meses, algo —alguien— lo sacudiera de su anestesia emocional. No era deseo. Era asombro. Era advertencia. Era destino.

Ella lo miró de reojo. Un segundo. Nada más. Pero fue suficiente.

Días después, Alejandro se encontraba auscultando los pulmones de una anciana cuando el grito sacudió el dispensario.

—¡Doctor! ¡Doctor, venga! ¡Es la patrona! ¡Doña Vanessa tuvo un accidente!

-- Quien es tu patrona? Y dónde está?-- pregunto. No le gustaba la idea dejar solo su consultorio.

-- No se preocupe doctor-- entendió el otro. Nadie es tan loco para robar el consultorio y después ser comida para los caimanes. Venga con confianza.-- le dijo el  peón, cubierto de sangre y tierra, jadeaba en la puerta. Alejandro no preguntó. Tomó su maletín y corrió tras él. Subieron a una vieja pick-up que rugió como un toro y se tragó el camino polvoriento.

—¿Qué pasó? —preguntó mientras se sujetaba.

—El caballo se asustó con un jaguar. Parece que cayó Cayó feo. La patrona se golpeó la pierna y la cabeza. Está sangrando.Los muchacho consiguieron el caballo desbocado y la encontraron ,llevándola a casa grande.

Llegaron a "La Indomable" al anochecer. La hacienda era una especie de fortaleza colonial, rodeada de cercas altas, árboles centenarios y hombres armados. Alejandro no tuvo tiempo de mirar nada. Corrió tras el capataz hacia un cobertizo donde varios peones se arremolinaban.

Y ahí estaba ella.

Tendida sobre un catre improvisado, con la pierna derecha enrojecida y el rostro cubierto de sudor y sangre. Tenía los dientes apretados, las manos crispadas. Una camisa blanca rasgada a la altura del muslo dejaba ver la herida: una abertura profunda, irregular, con bordes sucios.

—Déjenme trabajar —ordenó Charlton, y los hombres retrocedieron.

Se arrodilló junto a ella, sacó su instrumental, limpió con alcohol, evaluó la fractura. Vanessa no gritó, no se quejó. Solo lo miraba. Un ojo entrecerrado, el otro fijo en su rostro, con una mezcla de curiosidad, rabia y algo más... ¿orgullo?

—Necesitas puntos y antibiótico. Vas a estar sin montar por semanas.-- informó el doctor a la mujer,que a pesar del dolor no dejaba de verlo.

—Haga lo que tenga que hacer—gruñó ella.

—Deberia ir a una clínica,no hay aquí una radiografía.Va a doler algo porque debo explorar Parece el fémur.No parece astillado,afortunadamente. —respondió él, sin levantar la voz.

Fue el primer choque. Fuego contra hielo. Mando contra razón. Ella lo estudió un segundo... y se dejó hacer. Alejandro cosió su carne con precisión y firmeza. Cada puntada fue un acto de confianza silenciosa. Cuando terminó, Vanessa respiraba con dificultad.

—¿Cómo te llamas, Doctor?

—Doctor Charlton Rivas.

—¿Eres de ciudad?

—De São Paulo.

—Se te nota. Pero no lo haces mal.

—Gracias. Con lo que he hecho,da suficiente para transladarte a una clínica y ver qué te harán ellos.

-- Si usted lo sugiere.

-- Si.

--Vendría conmigo?

-- No es necesario. Veremos qué le indica el traumatólogo.

Ella asintió.

-- Me duele mucho.

 El la reviso y se vio obligado a acercar su rostro a ella, limpió su herida en la cabeza y ella susurro.

-- Fui una idiota.Me cai por culpa mía 

Un silencio.

Vanessa sonrió. Apenas. Pero fue la primera vez que lo hacía en años frente a un desconocido.

-- Me quedaré para ver cómo pasa la noche.Deberia llamar a una aéreo ambulancia para mañana.

-- Dígale a mi capataz.El la pedirá desde ya.

-- Está bien.Te voy a inyectar un sedante y dormirás bien la noche. Tienes la tensión arterial bien.

-- Yo creía que la tenía alta.

--- No.

-- Es que una siempre se lleva sustos..

-- Me imagino-- dijo el Doctor,preparando la inyección...

-- Yo quería que se fuera conmigo.-- sugirió ella, en su primera muestra de miedo y fragiludad

-- Mañana tengo consulta.Estoy solo en el consultorio.

-- Si me curo,seré su enfermera-- dijo casi dormida con toda la intención.

Esa noche, Charlton se quedó en la hacienda, por precaución médica. La habitación era austera, con olor a cuero y madera. Desde la ventana, el llano se abría como un mar dormido.

No podía dormir. Se preguntaba qué había sentido cuando la tocó, cuando su sangre se pegó a sus dedos. . Era una energía nueva. Peligrosa. Magnética.Era un invisible poder que venía de ella,poseedora de una belleza salvaje y fuertte

En la pieza contigua, Vanessa dormía con un revólver bajo la almohada. El dolor aún latía en su pierna y cabeza  pero en su mente solo rondaba una idea:

—Ese médico... no es como los demás.Huele divino....Me asusta ....Me hace sentir frágil....Que me pasa con el? No es mi tipo de hombre. Además....Es demasiado bello... Tiene otra...Claro que tiene dueña...Y hasta hijos-- susurro frustrada por el dolor y por esa idea que no le gustaba tenerla...Durmió por el dolor,por el sedante y por el doctor que se quedó en una silla dormido a su lado.

Y sin saberlo, esa noche, dos mundos completamente opuestos comenzaron a girar en una misma órbita, destinados a colisionar.


Continua...


El amanecer irrumpió en el llano con una calma engañosa, como si el mundo entero contuviera el aliento antes de una tormenta. El cielo, encendido con tonos dorados y anaranjados, se reflejaba en los espejos del rocío sobre los pastizales indicando otro día de de calor y brisa caliente. Una brisa tibia rozaba las ventanas abiertas de la habitación principal de "La Indomable", llevando consigo el olor a tierra húmeda y a vegetación viva. Allí, en la cama que alguna vez fue el trono de Vanessa, ella despertaba convertida en algo que odiaba ser: vulnerable y con el doctor metido entre ceja y ceja en sus pensamientos

Abrió los ojos con lentitud. Le tomó un instante reconocerse en esa prisión de vendas, yeso y moretones. El dolor era punzante, sí, pero no tan profundo como la humillación de verse derrotada por su propio cuerpo. Un accidente estúpido con un caballo desbocado, una caída absurda, y de pronto toda su independencia había desaparecido. Su cuerpo, antes ágil y fuerte como el de una yegua salvaje, ahora no era más que una jaula.

Y allí estaba él.

El doctor Chantal Rivas

Al borde de su cama, sentado como una sombra firme e inamovible, con el ceño ligeramente fruncido por el cansancio. Tenía las mangas arremangadas hasta los codos, dejando al descubierto unos antebrazos marcados que contrastaban con la suavidad de sus manos. Sus ojos oscuros estaban fijos en ella con una mezcla de alivio y preocupación, pero sin una pizca de compasión.

—Estás fuera de peligro, Vanessa —dijo, su voz grave y segura, como una caricia áspera—. Pero la recuperación será larga y requerirá mucha paciencia.

Esa palabra. Paciencia. Era un insulto disfrazado de consejo. Vanessa no tenía paciencia. No la necesitaba. Ella ordenaba, ella mandaba, ella tomaba y dejaba según su antojo. Pero ahora... estaba atrapada. Y lo peor era que él, un extraño, un médico contratado por obligación y no por elección, tenía el control absoluto de su cuerpo.

CHARLTON  no era de esos hombres que se doblegaban ante su belleza. No la miraba con hambre ni con temor. La trataba con la misma rigurosidad que trataría a cualquier otro paciente. Y eso la enfurecía.

La llevaron con cuidado y la ambulancia aérea se la llevó.

Tres días después, ya estabilizada, fue trasladada de regreso a la hacienda en otra  aeroambulancia. El dolor seguía ahí, pero más insoportable aún era el silencio. El silencio de los pasillos, de los empleados que caminaban con pies de plomo, del llano mismo que parecía guardar sus propios secretos. Charlton había decidido ir todos los días y hacerle la terapia, al menos hasta que pudiera caminar sin ayuda.

La hacienda, que alguna vez fue un hervidero de actividad y autoridad, ahora era un espacio dominado por susurros, frascos de medicamentos y rutinas clínicas.

CHARLTON llegaba cada mañana con la puntualidad de un militar. Le traía flores.Una forma de darle ánimo.Cosa que ella recibió con agrado. Sintió que era algo más que profesional. Ella no se atrevía a insinuar nada. Y rabiosa no pudo dejar de notar que no era la única que el doctor veía.


Su maletín parecía una extensión de su cuerpo. Revisaba vendajes, medía la inflamación de sus huesos, la ayudaba a incorporarse en la cama con una paciencia que rozaba la provocación. Sus manos, aunque médicas, no podían evitar rozarla con una suavidad casi reverente, casi íntima. Y eso la desconcertaba.

Vanessa no podía dejar de observarlo. Había algo en la forma en que se movía, en la manera meticulosa en que recogía los vendajes sucios, en cómo exhalaba antes de tocarla, como si necesitara contener algo.

Una mañana, mientras él ajustaba la férula de su pierna izquierda, su voz se deslizó como un susurro entre el zumbido del ventilador de techo:

—Una curiosidad.Como es Sao Paulo?

La pregunta no era inocente. Estaba cargada de un deseo disfrazado de curiosidad. Él no levantó la mirada, pero sus dedos se detuvieron un instante antes de continuar.

—Soy solo unmédico, . Eso es todo.Clases.Rutina de Hospital,Poco sueño,poco sueldo y mucha responsabilidad 

Una respuesta perfecta. Fría, cortés, impenetrable. Como una pared. Vanessa apretó los dientes. No toleraba ser ignorada. Nunca lo había sido. Su belleza, su dinero, su nombre... todo en ella era irresistible. Y sin embargo, CHARLTON era inmune.

Pero esa inmunidad lo hacía más deseable. Él no jugaba el juego. Y eso convertía cada encuentro en una guerra silenciosa.

La tensión entre ellos crecía como el calor bajo la piel. En los ejercicios de fisioterapia, El la tomaba de la cintura para ayudarla a mantenerse en pie. En esos momentos, Vanessa cerraba los ojos y sentía el mundo girar. No por el esfuerzo físico, sino por la cercanía. Por ese aroma discreto a jabón neutro y café que se aferraba a su camisa. Por el roce de su pecho contra su espalda mientras la sostenía, fuerte pero con un cuidado casi reverente.


Vanessa empezaba a perder el control. No de su cuerpo, sino de su deseo. Ese hombre que se negaba a mirarla como mujer se convertía, día tras día, en una obsesión. Lo deseaba. Lo odiaba por resistirse. Lo ansiaba en cada noche solitaria, cuando sus dedos temblaban no por el dolor, sino por la necesidad de sentir algo más que vendajes.Y un día el se dió cuenta. Ella estaba temblando mientras la sostenía.

Una tarde, después de una sesión particularmente dolorosa, Vanessa se permitió un comentario cargado de doble filo:

—Eres muy bueno con las manos, doctor. Seguro has practicado con... otros cuerpos.-- dijo con la áspera sinceridad del Llano salvaje.

Él levantó la mirada por primera vez en mucho tiempo. Su expresión era ilegible, pero había un leve brillo en sus ojos, como si hubiera comprendido perfectamente el juego.

—Generalmente No mezclo lo profesional con lo personal,Aunque no hay nada interesante en la vida de un médico,salvó la satisfacción de ser útil. .

Esa respuesta, seca como el polvo del llano, la dejó sin aire. Porque dentro de ella, ya no podía distinguir lo uno de lo otro.

Los celos llegaron sin aviso, como las tormentas del verano. Una noche, lo escuchó hablar por teléfono en el corredor. Su voz estaba más suave, más íntima. Vanessa no alcanzó a oír las palabras, pero sintió cómo algo en su pecho se desgarraba. ¿Quién era ella? ¿La amante escondida? ¿Una esposa?

Esa noche no durmió. La idea de otra mujer en la vida de Alejandro la devoraba. ¿La acariciaba con esas manos? ¿Le hablaba con esa voz que a ella solo le dirigía en tono clínico?

A la mañana siguiente, mientras él la ayudaba con un ejercicio de estiramiento, soltó la pregunta como un dardo:

—¿Tienes a alguien? ¿Una mujer que te espere por las noches?-- pregunto a quemarropa

Alejandro no la miró. Siguió con el ejercicio, sin cambiar su tono.

—Mi vida personal no es relevante, Vanessa. Mi prioridad es tu salud.Creo que ya lo hemos hablado.

Pero ella no era tonta. Sintió el temblor leve en sus dedos, el leve titubeo antes de soltarle el brazo.

Y en ese titubeo, encontró esperanza.

El calor del llano se volvió una extensión de su cuerpo. Todo en ella ardía. Sus pensamientos, su piel, su deseo. Ahora, CHARLTON  la visitaba dos veces al día. Por las noches, Vanessa comenzaba a caminar unos pasos con ayuda del bastón. En cada uno, pensaba en él. En su boca. En sus manos. En su espalda.

Una tarde, lo esperó con el cabello suelto, envuelta solo en una bata de lino blanco. El escote apenas insinuaba el inicio de sus pechos, y sus piernas bronceadas estaban cruzadas sobre la silla del balcón. Fingía leer, pero sus ojos buscaban la silueta de Charlton como un halcón.

Cuando él apareció, el sol estaba bajando, tiñendo su piel de oro.

—Vanessa, ¿te has tomado los antiinflamatorios?

—No. Estaba esperando que tú me los dieras... personalmente —dijo con una sonrisa que no aceptaba excusas.

Él no respondió. Se acercó y se arrodilló frente a ella para examinar su pierna. Vanessa le rozó la mejilla con los dedos. Él no se apartó. Solo la miró, y en sus ojos ella vio algo que no era rechazo. Era resistencia. Un muro que comenzaba a agrietarse.

—No puedes negarlo para siempre, Charlton —susurró—. Esto que sientes...

Él se incorporó, con los músculos tensos, como si luchara contra algo más fuerte que el deber.

—No sé de qué hablas.

—Sí sabes. Y algún día dejarás de mentirte.

El día en que Vanessa dio sus primeros pasos sin ayuda, la emoción fue arrolladora. CHARLTON la sostuvo solo con una mano, mientras ella caminaba tres metros por sí sola. Al llegar al final del pasillo, ella se giró, jadeando.

—Lo logré.

—Lo lograste —dijo él, sonriendo por primera vez, una sonrisa real, amplia, que la desarmó por completo.

Vanessa, con el rostro sudado, con el corazón acelerado, se acercó a él y lo abrazó. No fue un gesto planeado. Fue necesidad. Deseo. Un impulso que no pudo contener.

Y él... no la apartó.

Esa noche,en la soledad de su cuarto ella tenía una certeza, una seguridad en algo.Pronto se curaría.Pronto averiguaria, Pronto estaría otra vez libre e independiente.Durmio..



.........

Sus cuerpos se pegaron por completo. Vanessa sintió su calor, la presión de su pecho, su respiración agitada. Durante un instante eterno, ninguno de los dos habló.

Hasta que ella alzó la cabeza y sus labios se encontraron.

El beso fue como un relámpago que atravesó el cielo llanero. Salvaje. Urgente. Ardiente. Él la tomó por la cintura con una fuerza que le hizo soltar el bastón. Vanessa gimió, no de dolor, sino de placer contenido durante semanas.

Sus bocas se reconocieron como viejas amantes, aunque nunca se hubieran tocado antes. Sus lenguas se buscaron con desesperación. Sus manos, por fin libres, recorrieron piel, cabellos, huesos rotos que ahora temblaban por otras razones.

—Esto está mal... —murmuró él contra sus labios.

—Entonces no quiero hacer lo correcto nunca más —susurró ella.

Esa noche, el médico no regresó a su casa. Y el lecho de Vanessa volvió a ser un lugar de fuego, no de dolor. Sus cuerpos, rotos y completos, se encontraron como dos partes del mismo llano: salvajes, eternos, incontrolables.

Pero mientras la pasión ardía, en el fondo de Charlton aún vivía un secreto. Un pasado que no había confesado, una herida más profunda que cualquier hueso roto. Y aunque Vanessa lo tenía entre sus brazos, aún no lo tenía del todo..

Despertó en la mañana ,con el sabor de ese beso... Que nunca ocurrió..

-- Me va a obligar a amarrarlo y enseñarle como son las cosas por aqui-- dijo a nadie ,desecha de pasión y deseo







Capítulo 3: La Pasión Desatada y el Aprendizaje Mutuo


La rehabilitación de Vanessa se convirtió en un campo de batalla emocional, donde la fuerza de voluntad de la hacendada chocaba con la resistencia silenciosa del médico

La 


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La relación se profundizó a través de las conversaciones nocturna de las miradas cómplices, de los pequeños gestos de cuidado. Charlton, poco a poco, comenzó a bajar la guardia. La risa de Vanessa, su determinación inquebrantable, su capacidad para enfrentar la adversidad, todo eso comenzó a sanar las heridas de su propio corazón. Se dio cuenta de que el amor no era un reemplazo, sino una nueva oportunidad, una forma de honrar el pasado viviendo plenamente el presente. La pasión de Vanessa, antes una amenaza, se convirtió en una promesa de vida, una fuerza que lo arrastraba hacia un futuro que nunca había imaginado. El llano, con su brutalidad y su belleza, se convirtió en el escenario de un amor que desafiaba todas las convenciones, un amor que estaba a punto de desatar una tormenta que pondría a prueba su fuerza y su compromiso.






El sol caía a plomo sobre el llano, tiñendo de oro y carmesí la inmensidad que se extendía hasta donde la vista alcanzaba. Vanessa, con el sudor perlado en su frente y el cabello oscuro pegado a la nuca, observaba el horizonte desde el porche de la hacienda. Sus manos, acostumbradas a la rudeza del trabajo y a la caricia de las riendas, apretaban con fuerza el vaso de agua fresca. No era el calor lo que la asfixiaba, sino la presencia ineludible del Dr Charlton, que se movía con la misma gracia y determinación que un jaguar en su territorio. 


Desde que llegó, un torbellino de emociones había sacudido la aparente calma de su vida. Él, un médico de ciudad, un intruso en su mundo, había irrumpido con la fuerza de un aguacero en la sequía, trayendo consigo una promesa de alivio y, al mismo tiempo, una tormenta de deseo que amenazaba con arrasar todo a su paso. Vanessa, la mujer fuerte y dueña de su destino en esas tierras indómitas, se sentía vulnerable ante su mirada, ante la forma en que sus palabras, suaves y medidas, lograban desarmar sus defensas. 




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La rehabilitación de Vanessa se convirtió en un campo de batalla emocional, donde la fuerza de voluntad de la hacendada chocaba con la resistencia silenciosa del médico. Vanessa, acostumbrada a obtener lo que quería, no entendía lo que suponía era el rechazo de Charlton. Su pasión, cruda y elemental, se manifestaba en miradas intensas, en toques prolongados durante las sesiones de fisioterapia, en palabras cargadas de doble sentido que buscaban una respuesta. Para ella, el amor era una conquista, y Charlton, a pesar de su aparente indiferencia, se había convertido en su nuevo objetivo. Pero el médico, con su alma aún en duelo, era un muro infranqueable. Su profesionalismo era impecable, su trato amable, pero sus ojos permanecían velados por una tristeza que Vanessa no lograba penetrar.

Carlton, por su parte, se encontraba en una encrucijada. La intensidad de Vanessa era abrumadora, una fuerza de la naturaleza que amenazaba con arrastrarlo. Sabía que no podía rechazarla de plano; la recuperación de Vanessa dependía en gran medida de su estado de ánimo, y un golpe emocional podría ser desastroso. Además, la vulnerabilidad que Vanessa mostraba durante su convalecencia, una faceta que nadie más en el llano había visto, lo conmovía. Era una mujer fuerte, sí, pero también una mujer herida que necesitaba sanar. Sin embargo, el fantasma de su novia muerta se interponía entre ellos, una barrera invisible que le impedía abrir su corazón a una nueva relación.

La dinámica entre ellos se transformó en un delicado baile de acercamiento y retirada. Vanessa, por primera vez en su vida, se vio obligada a aprender a conquistar. Sus métodos habituales, basados en la imposición y la fuerza, eran inútiles con Alejandro. Tuvo que aprender a escuchar, a observar, a interpretar las señales sutiles de un hombre que no se dejaba impresionar por su riqueza o su poder. Empezó a mostrarle su lado más humano, a compartir sus miedos y sus sueños, a dejar caer las máscaras que la protegían del mundo. Descubrió que la verdadera conquista no era someter, sino seducir, y que la vulnerabilidad podía ser una forma de poder.

Mientras tanto, Charlton se veía forzado a confrontar su propia realidad. El llano, con su belleza indómita y sus peligros constantes, lo estaba transformando. Ya no era el médico de ciudad que solo quería cumplir su servicio y marcharse. La vida en la hacienda, la cercanía con la naturaleza salvaje, la convivencia con los peones y sus historias, todo lo estaba arraigando a esa tierra. Aprendió a leer las señales del clima, a identificar los sonidos de la noche, a comprender la lógica de un mundo donde la supervivencia era una lucha diaria. Se dio cuenta de que para vivir en esa zona, no bastaba con ser un buen médico; había que ser parte de ella, entender sus reglas, aceptar sus desafíos. Y en ese proceso, comenzó a ver a Vanessa no solo como una paciente o una mujer apasionada, sino como una guía, alguien que podía enseñarle a navegar por ese mundo desconocido. No le quedaba ninguna duda de la salvaje belleza que ella tenía, de su espontánea franqueza,de ser una mujer directa,sin Extrategicas,ni complicaciones en una relación. El sol salía por el este y se ocultaba por el oeste.Sin variaciones.La pregunta era muy obvia. Encajaba el en este estilo de vida? Sería ella ,una mujer de amplia independencia y toma de decisiones,participe de ser compañera solitaria de un medico con 18 horas de trabajo diario sin un día de descanso?.

Era muy difícil encontrar a la persona indicada en el tiempo equivocado.Sus mundos eran incompatibles.El no encajaba en el de ella y ella ni de lejos encajaba en el de el. Debía tomar una decisión.Y sin dudas, le correspondía a el,antes que las cosas se complicarán. Una nueva experiencia.Tan amarga y dolorosa como la anterior. Era comprender que el no encajaba en ese estilo y forma de vida.Era pedir un sacrificio emocional muy grande y a la larga le haría daño a los dos.Ella se ahogaría viviendo en la ciudad, estando muchas horas solas,mientras el trabajaba 18 horas al día sin ningún descanso.



Charlton, por su parte, se sentía atrapado en una red de sensaciones que nunca antes había experimentado. La belleza salvaje de Vanessa, su espíritu indomable, la forma en que sus ojos, dorados y profundos como el preludio del atardecer antes de  la noche llanera, lo desafiaban y lo atraían a la vez. Había venido a cumplir con su deber, a sanar cuerpos y almas en un lugar donde la medicina era un lujo y la vida una lucha constante. Pero Vanessa era una enfermedad que no tenía cura, un veneno dulce que se extendía por sus venas, amenazando con consumir su razón y su profesionalismo. 


La hacienda, con sus paredes de adobe y su techo de tejas, era un refugio en medio de la vastedad, pero para ellos, se había convertido en una jaula. Cada encuentro, cada mirada furtiva, cada roce accidental, era una chispa que encendía un fuego que ambos sabían que no podían controlar. El llano, testigo silencioso de sus pasiones, parecía vibrar con la misma intensidad de sus corazones. Las noches, antes llenas del canto de los grillos y el susurro del viento, ahora resonaban con el eco de sus deseos inconfesables que no encontraban cause para liberarse.

El fue espaciando sus visitas médicas y Vanessa siempre buscaba una excusa para llamarlo. Una invitación para desayunar.Una llamada para que viera como empezaba a caminar. Todo era para ese encuentro que ella quería que fueran más largos. Que fueran continuos.

 Ella le hablaba de su producción,de levantarse de madrugada a ordeñar, de como esperaba con ansia volver a cabalgar. Luego se quedaba en silencio.Decepcionada al ver que el la escuchaba por cortesía,Pero que en realidad,esa querencia del Llano no era precisamente la forma de vida que el esperaba desarrollar.


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Pasaron varios días y Charton no fue a la hacienda.Ella había mejorado mucho.

 Y el doctor estaba concentrado visitando enfermos,atendiendo partos,repartiendo las ayudas sociales que instituciones gubernamentales y privadas enviaban.


Vanessa llena de angustia,de dudas,de celos,de ansiedad y necesidad de verlo; no satisfecha de nada más el saludo diario por Whassap, desesperada revisaba el Instagram del doctor. Veía su diario quehacer. También veía a Inés,A Rosa del Campo y Xiomara, las otras hijas de los hacendados subir fotos con el.Sabia que ellas,tramposas,igualadas y propasadas harían cualquier trampa para tener al doctor.

El comentario de Rosa del Campo fue la gota que derramó el vaso.


Una foto en el instagram de Rosa del Campo ,que sin duda el citadino doctor no entendió.

-- Para que quiere caramelos la que es dueña de la piñata?-- se preguntaba una sonriente Rosa del Campo junto al atractivo Charlton.


Hasta ahí soporto. se levantó, incapaz de seguir la quietud. Necesitaba moverse, sentir la tierra bajo sus pies, el viento en su rostro. Se dirigió hacia los corrales, donde los caballos, sus fieles compañeros, la esperaban. De alguna manera entendió que Charlton nunca la acompañaría en esos quehaceres ni con la mirada, su corazón latiendo con una fuerza inusitada al entender una verdad que no podía negar mas.Sabía que no debía, que su presencia allí era solo para ayudar, para curar, no para desatar pasiones prohibidas. Pero la atracción era magnética, una fuerza imparable que los arrastraba el uno hacia el otro. 


Casi que llorando de rabia,le pidió a uno de sus capataces que la llevará al consultorio.Furiosa,inventando escusas para verlo.

Y es que en su mente tenía la escena que quería forzar se diera a como fuera lugar.Nientras la pick up la llevaba,ella contemplaba la infinita llanura y viendo en el paisaje la escena

"Se acercaron el uno al otro, lentamente, como si el aire mismo se resistiera a su unión. Las manos de Charlton  se posaron en su cintura , y ella, sin dudarlo, rodeó su cuello con sus brazos. Sus cuerpos se unieron en un abrazo que era a la vez un refugio y una condena. Sus labios se encontraron en un beso que era un lamento, un grito silencioso de una pasión que no podía ser contenida. El sabor de sus bocas era una mezcla de sal y dulzura, de deseo y desesperación" 


El llano, con su inmensidad y su silencio, sería testigo de su amor prohibido. Las estrellas, indiferentes a su dolor, brillaban con la misma intensidad que sus corazones. 


Vanessa y Charlton, dos almas atrapadas en un torbellino de pasión, sabían que si concretaban su amor era un fuego que los consumiría, una llama que no podía ser extinguida, pero que tampoco podía arder libremente en ese mundo que los rodeaba. Su historia era un lamento, un eco en la inmensidad del llano, una promesa de un amor que nunca podría ser. 

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Esa noche, Vanessa,desecha,muerta en vida,contemplaba desde el corredor de su inmensa casa,el vacío negro de la noche 

Llegó al consultorio.Y ahí está Charlton,alto, tranquilo,hermoso,quizás hasta fragil. Revisaba documentos.

Ella no pudo más y le saludo.

-- Vine para que vea que casi estoy curada.

Camino y perdió el equilibrio.Charlton boto los papeles y la sostuvo.Fue un abrazo.y Ella sintió que el mundo podía girar eternamente.No hubo necesidad de más nada.Fue un beso no buscado.Fue un beso que estallaba y encendía pasiones negadas.

 Alejandro fue el primero en romper el abrazo, sus ojos llenos de una tristeza profunda. Vanessa sintió el vacío en su cuerpo, el frío de la separación. Sabían que cada momento robado era un riesgo, una traición a sus propios mundos. Él, con su deber en la ciudad, ella, con su vida arraigada en el llano. No había futuro para ellos, solo ese presente efímero.

-- Viene un reemplazo.Es una muchacha muy capaz.Te atenderá bien.Me necesitan en el hospital de Panamá.

-- Perdón.No debió haber pasado.Siempre supe que no te quedarías aquí -- dijo ella derrotada.No se pudo.Era tan sencillo como eso.

--Vas a estar bien.Prometo estar pendiente-- le dijo Charlton roto por dentro.

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Fue tácito.Quedaron en no verse Fue un acuerdo no escrito. Esa misma noche 

Se despidieron con una mirada, una promesa silenciosa de que, a pesar de todo, sus corazones siempre estarían unidos por el lamento del llano, por el eco de un amor que no podía ser, pero que nunca sería olvidado. 



La luna, testigo de su dolor, se ocultó tras las nubes, dejando el llano en la oscuridad, un lienzo para el lamento de dos almas que se amaban en silencio, en la inmensidad de un mundo que no les permitía ser. 


Vanessa se prometió no llorar.Se prometio refugiarse en su llano,en sus labores.Algun día alguien llegaria, alguien que compartiera su mundo y forma de vida.

La mañana siguiente trajo consigo la cruda realidad. El sol, implacable, disipó las sombras de la noche y con ellas, la ilusión de un amor sin barreras. Vanessa se levantó antes del amanecer, el cuerpo aún vibrando con el recuerdo del abrazo de Charlton, pero la mente ya anclada en las responsabilidades de la hacienda. El ganado no esperaba, los peones necesitaban dirección, y la vida en el llano no permitía distracciones. Se vistió con su ropa de trabajo, la tela áspera contra su piel, un recordatorio de la dureza de su existencia. Cada fibra de su ser le gritaba que corriera de vuelta a los brazos de Charlton, pero su voluntad, forjada en la adversidad, la obligaba a seguir adelante. 

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Charlton, en su pequeña habitación improvisada, sentía el peso de su juramento hipocrático. Había venido a curar, a aliviar el sufrimiento, no a causar más dolor. La imagen de Vanessa, su piel morena por el sol, sus ojos fieros y dorados, su boca dulce, se negaba a abandonar su mente. 

Se reprochaba su falta de profesionalismo, su incapacidad para controlar sus propios deseos. Pero, ¿cómo resistirse a una fuerza tan elemental como la que emanaba de ella? Era como intentar detener un río caudaloso con las manos desnudas. Se levantó, se lavó la cara con agua fría, intentando borrar las huellas de una noche de insomnio y anhelo. 


En la hacienda, El desayuno fue un asunto tenso. Las miradas de todos se cruzaban, Todos Los peones, sabían  la tormenta que se gestaba a su patrona, hablaban del clima, del ganado, de las tareas del día. 


Vanessa, con una maestría que solo la experiencia otorga, lograba mantener la compostura, dando órdenes, escuchando problemas, resolviendo conflictos


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Por su parte, Después del desayuno, Charlton se dirigió a la pequeña enfermería Había varios pacientes esperando, algunos con fiebres, otros con heridas, todos con la esperanza de encontrar alivio en sus manos. Se sumergió en su trabajo, buscando en la medicina una vía de escape a la pasión que lo consumía. Pero cada vez que tocaba una piel, cada vez que miraba unos ojos, la imagen de Vanessa se superponía, recordándole la calidez de su cuerpo, la profundidad de su mirada. Tenía que irse rápido.Mas bien huir de su mismo


Vanessa, por su parte, cabalgaba por el llano, supervisando el ganado, revisando las cercas, sintiendo el viento en su rostro y el sol en su piel. La inmensidad del paisaje la ayudaba a poner en perspectiva sus propios sentimientos. El llano era un lugar de extremos, de vida y muerte, de sequía y abundancia.




 Y su amor por Charlton era igual de extremo, igual de incontrolable. Sabía que no podía huir de él, que estaba arraigado en lo más profundo de su ser. Pero también sabía que no podía permitirse el lujo de ceder a esa pasión. Su gente dependía de ella, la hacienda era su responsabilidad, y el llano no perdonaba la debilidad. 


Los días se sucedían, marcados por la rutina del trabajo y la tensión de sus encuentros. Cada noche, cuando el sol se ponía y las estrellas comenzaban a brillar, la atracción entre ellos se volvía casi insoportable. Cada uno desde su hogar pensaba en el otro.Se buscaban con la mirada, con los gestos, con el silencio. 

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Pero la realidad siempre los alcanzaba. Las responsabilidades de Vanessa, las exigencias de su gente,a ella le dijeron la inminente partida de Charlton. Él no podía quedarse, su vida estaba en la ciudad, en los hospitales, en la ciencia. Ella no podía irse, su alma estaba ligada a la tierra, a la tradición, a la herencia de sus ancestros. Eran dos mundos que se habían encontrado por un breve instante, dos estrellas fugaces que habían colisionado en la inmensidad del universo, dejando una estela de luz y dolor. 


Una tarde,apenas horas antes de irse, mientras Charlton atendía a un niño con fiebre alta, Vanessa entró en la enfermería. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, la preocupación por el niño se mezcló con la angustia de su propia situación. El niño, ajeno a la tensión que flotaba en el aire, se quejaba débilmente.Charlton, con la profesionalidad que lo caracterizaba, se concentró en su paciente, pero la presencia de Vanessa era una distracción constante. 


"¿Cómo está?" preguntó Vanessa, su voz apenas un susurro. 


"Tiene una infección fuerte, pero creo que con los antibióticos y el reposo, se recuperará," respondió , sin levantar la vista. 


Vanessa se acercó a la cama del niño, acariciando su frente sudorosa.

 "Es el hijo de María, una de las cocineras. Es un buen muchacho." 


Charlton asintió, su mirada fija en el rostro pálido del niño. "Lo sé. Haré todo lo que pueda." 


El silencio se instaló entre ellos, un silencio cargado de emociones no dichas. Vanessa quería decirle que se quedara, que no la dejara sola en ese mundo tan vasto y solitario. Charlton quería decirle que la amaba, que no podía vivir sin ella. Pero las palabras se ahogaban en sus gargantas, prisioneras de la realidad que los rodeaba. 


Cuando el niño se durmió, Charlton se levantó y se acercó a Vanessa. Sus manos se encontraron, y un escalofrío recorrió sus cuerpos. "No puedo quedarme, Vanessa," dijo , su voz ronca de emoción. "Sabes que no puedo." 


"Lo sé," respondió Vanessa, sus ojos llenos de lágrimas no derramadas. "Pero no quiero que te vayas.No soy cobarde y digo lo que siento.No es gratitud por curarme.Me enamore de ti. No del médico. De ti" 


Se abrazaron, un abrazo desesperado, un intento de detener el tiempo, de aferrarse a un amor que se les escapaba de las manos. El llano, con su inmensidad y su silencio, fue testigo de su dolor. Las estrellas, indiferentes a su sufrimiento, brillaban con la misma intensidad que sus corazones rotos.



 Vanessa y Charlton, dos almas atrapadas en un torbellino de pasión, sabían que su amor era un fuego que los consumiría, una llama que no podía ser extinguida, pero que tampoco podía arder libremente en ese mundo que los rodeaba. Su historia era un lamento, un eco en la inmensidad del llano, una promesa de un amor que nunca podría ser. 


El tiempo se escurría entre sus dedos como la arena del río. Cada hora  que pasaba, acercaba el momento  de la partida  , y con ella, la angustia de la separación se hacía más palpable. Intentaban aprovechar cada momento, cada mirada, cada roce, como si fueran tesoros que pronto les serían arrebatados.




 Vanessa apoyó su cabeza en el hombro de Alejandro, sintiendo la calidez de su piel, el latido de su corazón. "¿Qué haremos cuando te vayas?" preguntó, su voz apenas un susurro. 


El la abrazó con más fuerza. "No lo sé, . Solo sé que te llevaré conmigo, en cada latido de mi corazón, en cada pensamiento.Pero no voy a dañar tu vida ni tu futuro" 


"Y yo a ti, " respondió Vanessa, sus ojos fijos en la inmensidad del cielo. "Serás el eco de mi alma en este llano." 


Las lágrimas, que tanto se había esforzado por contener, finalmente rodaron por sus mejillas. Charlton las secó con sus dedos, sus ojos también empañados. Sabían que su amor era un imposible, una flor exótica que no podía florecer en la aridez del llano. Pero eso no lo hacía menos real, menos intenso. 


El día siguiente, llegó el momento de la partida , implacable como el sol de mediodía.

 La camioneta militar vino a buscarlo , Alejandro inspiro, estaba cargada con sus pocas pertenencias, lista para emprender el largo camino de regreso a la ciudad. Vanessa lo esperaba en la puerta del consultorio, su rostro una máscara de serenidad, pero sus ojos traicionaban la tormenta que se desataba en su interior. Los peones se despidieron de Alejandro con respeto y gratitud, agradecidos por su ayuda y su dedicación. 


Cuando solo quedaron ellos dos, el silencio se hizo insoportable. Alejandro se acercó a Vanessa, sus manos temblaban. "Adiós, mi amor,bello doctor," dijo, su voz quebrada. 


Vanessa lo abrazó con todas sus fuerzas, un abrazo que era una despedida y una promesa de amor eterno. Sus labios se encontraron en un último beso, un beso que sabía a sal y a lágrimas, a pasión y a dolor. Era el adiós a un amor que nunca podría ser, pero que siempre viviría en sus corazones. 


Charlton subió a la camioneta, su mirada fija en Vanessa. Ella se mantuvo de pie en el porche, observándolo mientras se alejaba, hasta que la camioneta se convirtió en un punto diminuto en el horizonte y finalmente desapareció. El llano, inmenso y silencioso, la envolvió en su soledad. 


Vanessa regresó a sus tareas, a su vida en el llano, pero algo había cambiado en ella. Llevaba consigo la huella de Carlton, el recuerdo de un amor que la había transformado. Las noches, antes llenas del canto de los grillos, ahora resonaban con el eco de su ausencia. El llano, antes un refugio, ahora era un recordatorio constante de lo que había perdido. 



Charlton, de regreso en la ciudad, se sumergió en su trabajo, intentando olvidar, intentando sanar las heridas de su corazón. Pero la imagen de Vanessa, su llanera, lo perseguía en cada esquina, en cada rostro, en cada sueño. El asfalto de la ciudad no podía borrar el recuerdo de la tierra roja del llano, el bullicio de la gente no podía acallar el eco de su voz. 


Ambos se prepararon para vivir sus vidas, separados por la distancia y por las circunstancias, pero unidos por un hilo invisible de amor y anhelo. A veces, en esas semanas, la quietud de la noche, Vanessa miraba las estrellas y sentía la presencia de Charlton, como si su alma estuviera vagando por el llano, buscándola. .


Y Charlton, en la soledad de su apartamento, cerraba los ojos y se transportaba al llano, a aquellos pocos momentos juntos a su llanera, a la pasión que los había consumido. 


. , dos almas unidas por un amor imposible, un amor que trascendia el tiempo y la distancia, un amor que, aunque no pudo continuar, nunca dejó de existir. 

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Continua















El amor, como el fuego en el llano, no podía permanecer oculto por mucho tiempo. Los rumores sobre la relación entre Vanessa y el joven médico de ciudad comenzaron a extenderse como la pólvora por el pueblo y las haciendas vecinas. Al principio, eran susurros, miradas furtivas, pero pronto se convirtieron en comentarios abiertos, en chismes que corrían de boca en boca. La idea de que la indomable Vanessa, la mujer que había rechazado a los hombres más poderosos y temidos del llano, se hubiera enamorado de un forastero, un "niño de ciudad" sin tierra ni abolengo, era inaceptable para muchos. Y para los hacendados que habían codiciado a Vanessa y su inmensa fortuna, la noticia fue un golpe devastador, una afrenta personal que desató una ira incontrolable.

Entre ellos, destacaban los hermanos Mendoza, dos terratenientes brutales y sin escrúpulos que habían intentado en vano conquistar a Vanessa por años. Para ellos, la hacienda "La Indomable" era un trofeo, y Vanessa, una posesión que les había sido arrebatada. La aparición de Alejandro en la vida de Vanessa no solo era una humillación, sino una amenaza directa a sus ambiciones. La época moderna, con sus pasiones sin frenos y sus libertades, chocaba de frente con las viejas costumbres y la mentalidad machista del llano. Los Mendoza, y otros como ellos, no estaban dispuestos a permitir que un médico recién llegado les arrebatara lo que consideraban suyo por derecho.

Las amenazas no tardaron en llegar. Primero, fueron advertencias veladas, luego, sabotajes a la hacienda, robos de ganado, incendios provocados. La tensión en el llano se volvió palpable, el aire se cargó de una violencia latente que recordaba los tiempos más oscuros. Alejandro, que había aprendido a vivir en ese entorno peligroso, se dio cuenta de que su vida, y la de Vanessa, estaban en riesgo. Los hacendados no solo querían a Vanessa; querían eliminar al "estorbo" que se había interpuesto en su camino. La pasión sin frenos que había surgido entre ellos se convirtió en un catalizador para el conflicto, una chispa que encendió la pradera.

Vanessa, con su carácter indomable, no se amilanó. Al contrario, la amenaza de los Mendoza solo sirvió para fortalecer su determinación. Por primera vez, tenía algo que proteger más allá de su hacienda: a Alejandro. Y él, el médico que había llegado al llano con el alma rota y sin deseos de quedarse, se encontró luchando por un amor que nunca había buscado. Juntos, Vanessa y Alejandro, se enfrentaron a la tormenta. Ella, con su conocimiento del llano y su astucia para los negocios; él, con su inteligencia y su capacidad para pensar con calma bajo presión. La hacienda "La Indomable" se convirtió en su fortaleza, y los peones, que habían visto el cambio en su patrona y el respeto que sentía por el médico, se unieron a ellos en la lucha.

El desenlace fue una confrontación épica, una batalla por el amor y la tierra que puso a prueba todo lo que habían aprendido. Los Mendoza, confiados en su poder y su brutalidad, subestimaron la fuerza de la unión entre Vanessa y Charlton. La astucia de Vanessa, combinada con la estrategia de Charlon, los llevó a una victoria que no solo consolidó su amor, sino que también cambió la dinámica de poder en el llano. 



. Ella, la mujer que aprendió a conquistar con el corazón; él, el hombre que encontró un hogar y un amor en el lugar más inesperado. Su historia se convirtió en una leyenda, un testimonio de que el amor, incluso en el más peligroso de los llanos, puede florecer y triunfar sobre la adversidad, dejando una huella imborrable en la tierra y en los corazones de quienes la habitan. La portada, con sus rostros decididos y apasionados, capturaría la esencia de esta historia de amor y supervivencia en el corazón de Sudamérica.



I
El llano, inmenso y callado tras las tormentas, respiraba una calma engañosa. La tierra, aún herida por las llamas y los asedios, comenzaba a cicatrizar con la fuerza ancestral de la naturaleza. En "La Indomable", la hacienda que resistió como su dueña, solo quedaban cenizas de lo que alguna vez intentaron destruir... pero también nuevos brotes, verdes, tercos, vivos.

Vanessa miraba el horizonte con el ceño fruncido, la piel dorada por el sol y el alma estrujada por la ausencia. Alejandro se había marchado hacía tres meses. No huyó. Lo hizo para salvarlos. Para protegerla. Para evitar que lo mataran, que la obligaran a elegir entre su vida y su tierra. Había sido su decisión, rápida, amarga, sin una despedida real. Solo una carta, apretada entre las manos temblorosas de Vanessa al amanecer.

Desde entonces, ni una palabra.

Pero el amor, como el llano, se niega a morir.

II
En la ciudad, Charlton se ahogaba entre paredes blancas, uniformes asépticos y el zumbido constante de monitores médicos. Su cuerpo estaba en el hospital, pero su alma seguía allá, entre palmas, toros y noches perfumadas de lluvia sobre la sabana. En cada mirada perdida, en cada paciente que atendía, buscaba la firmeza de los ojos de Vanessa, el olor a cuero de su sombrero, la voz que le decía: "Esto también lo vamos a aguantar."

Le llegaban rumores: que "La Indomable" había resistido, que los hermanos Mendoza estaban presos o arruinados, que la patrona seguía a caballo al amanecer, con la mirada clavada en la distancia.Charlton , por más que deseara volver, se creía una sombra demasiado peligrosa, un blanco fácil. Si regresaba, ¿volvería a ponerla en peligro?

Y sin embargo... su corazón, testarudo, comenzaba a susurrarle que la cobardía también es una forma de traición.

III
Una noche, frente al espejo, se encontró preguntándose: ¿Cuánto más puedo vivir sin ella? Y no hubo respuesta, solo la certeza de que ese hueco en el pecho no sanaría con antibióticos ni bisturí. Así que al amanecer, se despidió de su jefe, dejó una carta sobre su escritorio, se colgó el maletín cruzado al hombro y tomó el primer bus hacia el llano.

Iba ligero de equipaje. Cargaba solo dos cosas: una promesa incumplida... y un anillo.

IV
Vanessa despertó antes del alba. El día anterior, un peón había traído un mensaje desde el pueblo: alguien buscaba a la patrona. Un médico. Un forastero de vuelta. Nadie dijo más. Ella no preguntó. No podía arriesgarse a una falsa esperanza.

Pero esa mañana, el corazón le palpitaba distinto.

Montó a su yegua negra y galopó hacia el río, el lugar donde Carlton solía leerle en voz alta, curar heridos, soñar despierto. Su mente, lógica y feroz, le gritaba que no se hiciera ilusiones. Su corazón, salvaje y tierno, galopaba más rápido que el animal.

Y entonces lo vio.

De pie, junto al tronco caído donde solía sentarse. Más flaco. Más moreno. Más hermoso que nunca.

Vanessa detuvo la yegua de golpe. Alejandro alzó la vista.

—Volví —dijo él.

—Me costó más de lo que imaginás no irte a buscar —respondió ella, bajando del caballo como quien se arranca una herida.

—Y a mí más aún quedarme lejos. Pero tenía que asegurarme... que estuvieras viva. Que pudieras ser feliz, aunque fuera sin mí.

Ella avanzó despacio, como si temiera que él fuera un espejismo. Alejandro dio un paso más.

—No quiero una vida donde tú no estés, Vanessa. Ni el llano ni la ciudad tienen sentido sin tus ojos mirándome.

Entonces ella lo abrazó. Sin permiso. Sin explicación. Lo abrazó con toda la fuerza contenida, con toda la rabia y el amor, con toda la piel y la historia. Y Charlton, al sentirla temblar contra su pecho, supo que había llegado a casa.

-- No podía estar más engañando me.Adicional que debo apoyar a la doctora que enviaron...Y sinceramente no puedo hacer esto sin ti.

V
Días después, la noticia se esparció por todo el llano: la patrona de "La Indomable" se había comprometido con el médico de ciudad. Fue como lanzar una piedra en un pozo de aguas dormidas. Algunos reaccionaron con burla, otros con respeto. Pero todos sabían una cosa: no era una unión común. Era un pacto forjado en sangre, fuego y amor verdadero.

La boda fue en la propia hacienda, con los peones formando un arco de machetes en alto, y las cocineras llorando sin disimulo. Vanessa, vestida de lino blanco, llevaba una flor de moriche en el cabello. AlCharlton, sin bata ni corbata, usaba el mismo sombrero que Vanessa le había regalado antes de partir. Se miraron, y no hubo votos, solo un silencio tan poderoso que el llano entero pareció contener el aliento.

Cuando se besaron, las garzas levantaron vuelo desde el río.

VI
Meses después, la hacienda prosperaba como nunca. Vanessa y Charlton trabajaban codo a codo. Ella enseñándole los secretos del ganado y la tierra; él mejorando las condiciones de salud de todos los llaneros, montando dispensarios en pueblos cercanos. Fundaron una escuela. Crearon una red de cooperación con otras fincas. Nadie volvió a atreverse a alzar la voz contra "La Indomable", no por miedo... sino por respeto.

Y aunque el amor entre ellos era cotidiano, sin gestos grandilocuentes, bastaba ver cómo se miraban cuando creían que nadie los observaba, para saber que la llama seguía viva. Una llama suave, profunda, indestructible.

VII
Una tarde, bajo el cielo naranja del llano, Alejandro escribió en su cuaderno:

"No vine al llano a salvarme. Vine a encontrarme. Y te encontré a ti, Vanessa. Este amor no es perfecto. Es fuerte, es terco, es como esta tierra: a veces duele, pero siempre florece."

Vanessa se recostó a su lado, leyendo por encima de su hombro. Sonrió.

—Y pensar que yo te odié la primera vez que te vi.

—Yo también —dijo él, acariciándole la mejilla—. Me odié por no haber llegado antes.

VIII
Esa noche, se escucharon guitarras bajo las estrellas. Peones cantando coplas, niños corriendo con faroles, viejas contando historias al calor del fogón. La leyenda de Vanessa y Alejandro se había vuelto parte del alma del llano. Se decía que su amor había vencido al odio, que "La Indomable" era más que una hacienda: era un símbolo.

Y en la penumbra de su cuarto, abrazados, Vanessa y Alejandro sabían que no necesitaban más. Que el amor, cuando es verdadero, no pide permiso.

Solo se queda.







El llano, esa vasta extensión de tierra que se perdía en el horizonte, respiraba una calma tensa, una quietud que solo sigue a las más feroces tormentas. La tierra, herida por el fuego y la ambición desmedida de hombres sin escrúpulos, comenzaba a mostrar los primeros signos de su indomable capacidad de recuperación. En "La Indomable", la hacienda que se erigía como un bastión de resistencia, un reflejo del carácter de su dueña, las cenizas de los incendios provocados eran un recordatorio constante de la batalla librada. Pero entre los restos carbonizados, la vida se abría paso con una terquedad admirable, nuevos brotes de un verde intenso desafiaban la desolación, prometiendo un futuro de renovada prosperidad.

Vanessa, de pie en el porche de la casa principal, contemplaba el paisaje con una mezcla de orgullo y melancolía. Su piel, curtida por el sol y el viento del llano, reflejaba la fortaleza de su espíritu, pero sus ojos, dos pozos oscuros y profundos, delataban una tristeza que no lograba disimular. Hacía tres meses que Alejandro se había marchado. No había sido una huida cobarde, sino un acto de amor y sacrificio. Se fue para protegerla, para evitar que la guerra desatada por los hermanos Mendoza terminara con su vida y la obligara a ella a una elección imposible entre el hombre que amaba y la tierra que era su legado. La decisión había sido de él, tomada en la urgencia del momento, sin tiempo para una despedida adecuada, sin un último abrazo que les diera consuelo. Solo una carta, arrugada por la fuerza con que Vanessa la había aferrado entre sus manos temblorosas en la soledad de aquel amanecer, era el único vestigio de su partida.

Desde ese día, el silencio había sido su única compañía. Ni una llamada, ni un mensaje, ni una sola palabra que le diera la certeza de que él estaba bien, de que la recordaba tanto como ella a él. Pero el amor, como la tierra del llano, se negaba a morir. Se aferraba a la vida con una tenacidad que desafiaba la lógica y la distancia, un sentimiento que, como el fuego en la sabana, no podía permanecer oculto por mucho tiempo.

Los rumores sobre la relación entre la indomable Vanessa y el joven médico de ciudad se habían extendido como la pólvora por todo el llano. Al principio, eran solo susurros, miradas curiosas y comentarios a media voz, pero pronto se convirtieron en chismes que corrían de boca en boca, alimentados por la envidia y el resentimiento. La idea de que Vanessa, la mujer que había rechazado a los hombres más ricos y poderosos de la región, se hubiera enamorado de un forastero, un "niño de ciudad" sin más fortuna que su inteligencia y su buen corazón, era algo que muchos no podían aceptar. Y para los hacendados que habían codiciado a Vanessa y su vasta fortuna, la noticia fue un golpe directo a su orgullo, una afrenta que desató una ira incontrolable.

Entre ellos, los hermanos Mendoza, dos terratenientes conocidos por su brutalidad y falta de escrúpulos, eran los más resentidos. Durante años, habían intentado por todos los medios conquistar a Vanessa, no por amor, sino por la ambición de apoderarse de "La Indomable". Para ellos, la hacienda era un trofeo y Vanessa una posesión que les había sido arrebatada. La llegada de Alejandro a la vida de Vanessa no solo fue una humillación, sino una amenaza directa a sus planes. La mentalidad moderna y libre de la pareja chocaba de frente con las viejas costumbres y el machismo arraigado en el llano. Los Mendoza, y otros como ellos, no estaban dispuestos a permitir que un médico recién llegado les arrebatara lo que consideraban suyo por derecho.

Las amenazas no tardaron en materializarse. Primero fueron advertencias veladas, anónimos con mensajes intimidatorios. Luego, pasaron a la acción con sabotajes en la hacienda, el robo de ganado y la quema de pastizales. La tensión en el llano se volvió palpable, el aire se cargó de una violencia latente que recordaba las épocas más oscuras de la región. Alejandro, que había aprendido a moverse en ese entorno hostil, comprendió que su vida y la de Vanessa estaban en grave peligro. Los hacendados no solo querían a Vanessa, querían eliminar el "estorbo" que se interponía en su camino. La pasión que había surgido entre ellos se convirtió en el catalizador del conflicto, la chispa que encendió la pradera.

Vanessa, fiel a su carácter indomable, no se amilanó. Al contrario, las amenazas de los Mendoza solo sirvieron para fortalecer su determinación. Por primera vez en su vida, tenía algo más valioso que proteger que su hacienda: a Alejandro. Y él, el médico que había llegado al llano con el alma rota y sin intenciones de quedarse, se encontró luchando por un amor que nunca había buscado. Juntos, Vanessa y Alejandro, se enfrentaron a la tormenta. Ella, con su profundo conocimiento del llano y su astucia para los negocios; él, con su inteligencia y su capacidad para mantener la calma bajo presión. "La Indomable" se convirtió en su fortaleza, y los peones, que habían sido testigos del cambio en su patrona y del respeto que sentía por el médico, se unieron a ellos en la lucha, leales hasta la muerte.

El desenlace fue una confrontación épica, una batalla por el amor y la tierra que puso a prueba todo lo que habían aprendido. Los Mendoza, confiados en su poder y su brutalidad, subestimaron la fuerza de la unión entre Vanessa y Alejandro. La astucia de Vanessa, combinada con la estrategia de Alejandro, los llevó a una victoria que no solo consolidó su amor, sino que también cambió para siempre la dinámica de poder en el llano. La leyenda de la pareja comenzó a forjarse en esa victoria, un testimonio de que el amor, incluso en el más peligroso de los llanos, puede florecer y triunfar sobre la adversidad, dejando una huella imborrable en la tierra y en los corazones de quienes la habitan.

En la ciudad, Alejandro se sentía como un animal enjaulado. Las paredes blancas y asépticas del hospital, el olor a desinfectante y el zumbido constante de los monitores médicos lo asfixiaban. Su cuerpo estaba allí, cumpliendo con su deber de salvar vidas, pero su alma seguía anclada en el llano, entre las palmeras, los toros salvajes y las noches perfumadas por la lluvia sobre la sabana. En cada rostro que atendía, en cada historia de dolor y esperanza que escuchaba, buscaba la firmeza de los ojos de Vanessa, el olor a cuero de su sombrero, el eco de su voz diciéndole: "Esto también lo vamos a aguantar".

Le llegaban rumores a través de viajeros y comerciantes, noticias fragmentadas que alimentaban su angustia y su esperanza. Sabía que "La Indomable" había resistido, que los hermanos Mendoza estaban presos o arruinados, que la patrona seguía al frente de su hacienda, cabalgando al amanecer con la mirada clavada en la distancia. Pero Alejandro, a pesar del anhelo que le quemaba el pecho, se consideraba una sombra peligrosa, un blanco fácil para la venganza de los enemigos que aún quedaban. Si regresaba, ¿no estaría poniendo de nuevo en peligro la vida de la mujer que amaba? Y sin embargo, su corazón, testarudo y rebelde, comenzaba a susurrarle que la cobardía también es una forma de traición, una muerte lenta y silenciosa.

Una noche, frente al espejo de su austero apartamento, se enfrentó a su propia imagen y se hizo la pregunta que lo atormentaba desde su partida: ¿Cuánto más puedo vivir sin ella? No hubo respuesta, solo la certeza abrumadora de que el vacío que sentía en el pecho no sanaría con medicamentos ni con el paso del tiempo. Así que, al amanecer, tomó una decisión. Se despidió de su jefe con una nota escueta, dejó una carta sobre su escritorio, se colgó el maletín de cuero cruzado al hombro y tomó el primer autobús que lo llevara de regreso al llano. Viajaba ligero de equipaje, pero cargaba con el peso de una promesa incumplida y la esperanza de un futuro juntos. En el bolsillo de su chaqueta, un pequeño estuche de terciopelo guardaba el símbolo de su amor y su compromiso: un anillo de oro con una pequeña esmeralda, el color de los ojos de Vanessa.

Vanessa despertó antes de que el sol despuntara en el horizonte. El día anterior, uno de sus peones más leales le había traído un mensaje desde el pueblo: un médico forastero preguntaba por la patrona de "La Indomable". Nadie dijo más, y ella no se atrevió a preguntar. No podía permitirse el lujo de una falsa esperanza, el dolor de una nueva decepción sería insoportable. Pero esa mañana, su corazón latía con una fuerza inusual, un presentimiento que le erizaba la piel y le aceleraba el pulso. Montó a su yegua negra, la más veloz y fiel de sus caballos, y galopó hacia el río, el lugar secreto donde Alejandro solía leerle poemas en voz alta, donde curaba a los heridos de la hacienda y donde ambos habían soñado despiertos con un futuro juntos. Su mente, lógica y pragmática, le gritaba que no se hiciera ilusiones, que podría ser cualquier otro médico, cualquier otro forastero. Pero su corazón, salvaje y tierno como el llano que tanto amaba, galopaba más rápido que la yegua, anhelando el reencuentro.

Y entonces, lo vio. De pie, junto al tronco caído donde solían sentarse, con la mirada perdida en la corriente del río. Estaba más delgado, su piel más curtida por el sol, pero era él. Más hermoso que nunca. Vanessa detuvo a la yegua en seco, el corazón desbocado en el pecho. Alejandro alzó la vista, y sus ojos se encontraron en un silencio que lo decía todo.

—Volví —dijo él, con la voz ronca por la emoción.

—Me costó más de lo que imaginas no ir a buscarte —respondió ella, desmontando del caballo con una agilidad que desmentía la tormenta de emociones que la embargaba.

—Y a mí, quedarme lejos. Pero tenía que asegurarme de que estuvieras a salvo, de que pudieras ser feliz, aunque fuera sin mí.

Ella avanzó despacio, como si temiera que él fuera un espejismo, un producto de su imaginación. Alejandro dio un paso hacia ella, acortando la distancia que los separaba.

—No quiero una vida en la que tú no estés, Vanessa. Ni el llano ni la ciudad tienen sentido si no puedo ver tus ojos al despertar.

Entonces, ella lo abrazó. Sin pedir permiso, sin dar explicaciones. Lo abrazó con toda la fuerza contenida durante aquellos largos meses de ausencia, con toda la rabia por la separación y todo el amor que había guardado en su corazón. Y Alejandro, al sentirla temblar contra su pecho, supo que había vuelto a casa.

Días después, la noticia del compromiso de la patrona de "La Indomable" con el médico de ciudad se esparció por todo el llano como una onda expansiva. La reacción fue variada: algunos lo tomaron con burla, otros con respeto, pero todos sabían que no se trataba de una unión común. Era un pacto forjado en la adversidad, en la sangre y el fuego, un amor verdadero que había superado todas las pruebas. La boda se celebró en la propia hacienda, en una ceremonia sencilla pero cargada de significado. Los peones, con sus machetes en alto, formaron un arco bajo el cual pasaron los novios, mientras las cocineras lloraban de emoción sin disimulo. Vanessa, vestida con un sencillo traje de lino blanco, llevaba una flor de moriche en el cabello, un símbolo de la belleza y la resistencia del llano. Alejandro, sin su bata de médico ni la corbata que tanto odiaba, lucía el mismo sombrero que Vanessa le había regalado antes de su partida. Se miraron a los ojos, y no hubo necesidad de votos ni promesas. El silencio que los envolvió fue tan poderoso que el llano entero pareció contener el aliento. Cuando se besaron, una bandada de garzas blancas levantó el vuelo desde la orilla del río, como un presagio de felicidad y buena fortuna.

Meses después, "La Indomable" prosperaba como nunca antes. Vanessa y Alejandro trabajaban codo a codo, uniendo sus conocimientos y sus habilidades para mejorar no solo la hacienda, sino la vida de todos los habitantes de la región. Ella le enseñó los secretos del ganado y de la tierra, los ciclos de la siembra y la cosecha, el lenguaje del viento y de las estrellas. Él, por su parte, organizó un sistema de salud que benefició a todos los llaneros, montando dispensarios en los pueblos cercanos y capacitando a promotores de salud. Juntos, fundaron una escuela para los hijos de los peones y crearon una red de cooperación con otras fincas, promoviendo un modelo de desarrollo más justo y equitativo. Nadie volvió a atreverse a desafiar a la patrona de "La Indomable", no por miedo, sino por un profundo respeto y admiración.

Y aunque el amor entre ellos se había vuelto parte de la rutina diaria, sin grandes gestos ni demostraciones extravagantes, bastaba con ver la forma en que se miraban cuando creían que nadie los observaba para saber que la llama de la pasión seguía viva. Era una llama suave, profunda, indestructible, como la tierra que los había unido.

Una tarde, bajo el cielo anaranjado del atardecer llanero, Alejandro escribió en su cuaderno de notas:

"No vine al llano a buscarme, vine a encontrarme. Y te encontré a ti, Vanessa. Este amor no es perfecto, es fuerte, es terco, es como esta tierra: a veces duele, pero siempre, siempre florece".

Vanessa, que se había acercado en silencio, leyó por encima de su hombro y sonrió.

—Y pensar que te odié la primera vez que te vi.

—Yo también me odié —dijo él, acariciándole la mejilla—. Me odié por no haberte encontrado antes.

Esa noche, el sonido de las guitarras y las arpas llenó el aire bajo un manto de estrellas. Los peones cantaban coplas y contrapunteos, los niños corrían con faroles de papel y las viejas contaban historias al calor del fogón. La leyenda de Vanessa y Alejandro se había convertido en parte del alma del llano, un relato de amor y superación que se transmitía de generación en generación. Se decía que su amor había vencido al odio y a la ambición, que "La Indomable" era más que una hacienda: era un símbolo de esperanza y de un futuro mejor.

Y en la penumbra de su habitación, abrazados en la cama que compartían, Vanessa y Charltonsabían que no necesitaban nada más. Que el amor, cuando es verdadero, no pide permiso ni se somete a ninguna ley. Simplemente, se queda. Para siempre.

La vida en "La Indomable" se había transformado, no solo por la presencia del apuesto medico, sino por la visión compartida que él y Vanessa habían forjado. Ya no era solo una hacienda, sino un modelo de comunidad, un faro de progreso en medio de la inmensidad del llano. Cada amanecer, el sol pintaba el cielo con tonos de fuego y oro, y con él, se levantaban también los sueños y los proyectos de la pareja. Vanessa, con su innata sabiduría para la tierra y los animales, guiaba las labores del campo. Sus manos, fuertes y hábiles, acariciaban el lomo de los caballos, palpaban la tierra para sentir su humedad, y sus ojos, agudos y conocedores, detectaban cualquier anomalía en el ganado. Carlton , por su parte, había traído consigo no solo sus conocimientos médicos, sino una mente innovadora y un espíritu de servicio que se extendía más allá de la curación de enfermedades. Había implementado sistemas de riego más eficientes, utilizando técnicas que había estudiado en la ciudad y adaptándolas a las particularidades del llano. Introdujo nuevas razas de ganado, más resistentes y productivas, y promovió la rotación de cultivos para enriquecer la tierra.

Pero su mayor legado, el que más orgullo les generaba a ambos, era la escuela. Un pequeño edificio de adobe y techo de palma, construido con el esfuerzo y la colaboración de todos los peones, se había convertido en el centro de la vida social y cultural de la hacienda. Allí, los niños aprendían a leer y escribir, a sumar y restar, pero también a amar su tierra y a valorar sus raíces. CHARLTON Y la doctora residente les enseñaba nociones básicas de higiene y salud, mientras Vanessa les transmitía el respeto por la naturaleza y las tradiciones llaneras. Las tardes se llenaban de risas y juegos, de canciones y cuentos, y el futuro del llano comenzaba a gestarse en esas pequeñas aulas improvisadas.

La red de dispensarios médicos que Carlton había establecido en los pueblos vecinos era otro testimonio de su compromiso. Viajaba incansablemente, a caballo o en una vieja camioneta que había logrado reparar, llevando medicinas y esperanza a comunidades remotas que nunca antes habían tenido acceso a atención médica. Vanessa, a menudo, lo acompañaba, no solo para ayudarlo con los pacientes, sino para fortalecer los lazos con las otras haciendas, para tejer una red de solidaridad que antes no existía. Las viejas rencillas y los conflictos por tierras, tan comunes en el pasado, comenzaron a ceder ante la necesidad de cooperación y el ejemplo de "La Indomable". Los hacendados, al principio escépticos, luego curiosos, y finalmente admirados, empezaron a buscar el consejo de Vanessa y de los dos medicos, a imitar sus prácticas, a entender que la prosperidad de uno podía ser la prosperidad de todos.

El amor entre ellos, lejos de desvanecerse con la rutina, se había vuelto más profundo, más arraigado. No necesitaban grandes gestos ni palabras grandilocuentes. Su amor se manifestaba en las pequeñas cosas: en la mirada cómplice que se cruzaban al final de un día agotador, en la mano que se buscaba bajo la mesa durante la cena, en el silencio compartido mientras observaban el atardecer desde el porche. Vanessa, que siempre había sido una mujer de acción, había descubierto en Carlton  la calma y la ternura que complementaban su espíritu indomable. Él, por su parte, había encontrado en ella la fuerza y la pasión que le habían faltado en su vida anterior, una vida que ahora le parecía lejana y sin sentido. Se habían convertido en uno, dos almas entrelazadas por el destino y por la voluntad de construir un futuro juntos.

Las noches en "La Indomable" eran mágicas. Bajo un cielo salpicado de estrellas, el sonido de las guitarras y las arpas se mezclaba con las voces de los peones, que cantaban coplas y contrapunteos, historias de amor y desamor, de valentía y traición. Los niños, con sus ojos brillantes de emoción, corrían con faroles de papel, persiguiendo luciérnagas, mientras las viejas del lugar, sentadas alrededor del fogón, contaban leyendas ancestrales, transmitiendo la sabiduría de sus antepasados. La historia de ese amor se había convertido en una de esas leyendas, un relato que se transmitía de generación en generación, un testimonio de que el amor verdadero puede vencer cualquier obstáculo, incluso el odio y la ambición desmedida. "La Indomable" ya no era solo una hacienda, era un símbolo, un lugar donde la esperanza florecía y donde el futuro se construía con las manos y el corazón.

En la intimidad de su habitacion, ellos se abrazaban, sintiendo la calidez del cuerpo del otro, el latido de sus corazones al unísono. No necesitaban palabras. Sabían que su amor era un regalo, un milagro que había surgido en el lugar más inesperado. Un amor que no pedía permiso, que simplemente se quedaba, arraigado en la tierra y en sus almas, para siempre. La vida les había enseñado que el amor no es un cuento de hadas, sino una construcción diaria, un compromiso constante, una lucha contra la adversidad. Y ellos, juntos, estaban dispuestos a seguir luchando, a seguir construyendo, a seguir amando, hasta el último aliento. El llano, testigo silencioso de su historia, los abrazaba con su inmensidad, prometiéndoles un futuro lleno de desafíos, pero también de infinitas posibilidades. Y ellos, de la mano, se preparaban para enfrentar lo que viniera, sabiendo que mientras tuvieran el uno al otro, nada podría detenerlos.

Los años pasaron, y con ellos, "La Indomable" se consolidó como un referente de progreso y armonía en el llano. La visión de Vanessa y su marido había trascendido las fronteras de su hacienda, inspirando a otros a seguir su ejemplo. La escuela, que comenzó siendo un humilde rancho de adobe, se había transformado en un centro educativo con varias aulas, una pequeña biblioteca y hasta un huerto escolar donde los niños aprendían sobre la tierra y sus frutos. Los hijos de los peones, que antes estaban destinados a seguir los pasos de sus padres en las labores del campo, ahora tenían la oportunidad de soñar con un futuro diferente, de convertirse en maestros, ingenieros o, como Charlton, en médicos que regresaran a su tierra para servir a su gente.

CHARLTON, con el apoyo incondicional de Vanessa, había logrado establecer una red de clínicas rurales que cubría una vasta extensión del llano. No solo atendía a los enfermos, sino que también implementaba programas de prevención, vacunación y educación sanitaria. La mortalidad infantil disminuyó drásticamente, y las enfermedades que antes diezmaban a la población, como el paludismo o el dengue, comenzaron a ser controladas. Su nombre, el del "médico del llano", se pronunciaba con respeto y gratitud en cada rincón de la región. Vanessa, por su parte, se había convertido en una líder natural, una voz influyente en las asambleas de hacendados, donde defendía los derechos de los trabajadores y promovía prácticas agrícolas sostenibles. Su astucia para los negocios y su conocimiento del mercado le permitieron diversificar la producción de "La Indomable", abriendo nuevos mercados para sus productos y generando más empleo para la comunidad.

Pero la vida en el llano, a pesar de los avances, seguía presentando desafíos. Las sequías prolongadas, las inundaciones repentinas y la amenaza constante de los grupos armados que aún merodeaban en las zonas más remotas, eran recordatorios de la fragilidad de la paz. Sin embargo, ellos  habían aprendido a enfrentar estas adversidades con la misma unión y determinación que los había llevado a la victoria contra los Mendoza. Cada problema era una oportunidad para fortalecer su vínculo, para demostrar que su amor era capaz de superar cualquier prueba. Se apoyaban mutuamente, se daban ánimo en los momentos de flaqueza y celebraban juntos cada pequeña victoria.

Una tarde, mientras observaban a los niños jugar en el patio de la escuela, Vanessa se recostó en el hombro de Charlton.

"¿Quién iba a decir, mi amor, que este llano, que tanto dolor nos causó, se convertiría en nuestro paraíso?" Carlton la abrazó con fuerza. "El paraíso no es un lugar, Vanessa, es lo que construimos juntos, con amor y con la esperanza de un futuro mejor para todos". Sus miradas se encontraron, y en ellas se reflejaba la historia de un amor que había florecido en la adversidad, un amor que había transformado no solo sus vidas, sino también el destino de todo un pueblo. La leyenda de Vanessa y Charlton , el médico de ciudad y la indomable llanera, se seguiría contando por generaciones, un testimonio eterno de que el amor verdadero, cuando es cultivado con paciencia y perseverancia, puede mover montañas y construir imperios, incluso en el corazón salvaje y hermoso del llano.

Y así, bajo el vasto cielo del llano, la historia de Vanessa continuó escribiéndose día a día, capítulo a capítulo, en cada amanecer que los encontraba juntos, en cada desafío superado, en cada sonrisa compartida. Su amor, como el río que serpenteaba por sus tierras, fluía constante y poderoso, nutriendo todo a su paso. Habían demostrado que la verdadera fuerza no reside en la violencia o la ambición, sino en la unión, en el respeto y en la capacidad de transformar la adversidad en oportunidad. Y en cada rincón de "La Indomable", en cada rostro de los niños que corrían libres por la escuela, en cada cosecha abundante, se reflejaba el legado de dos almas que, contra todo pronóstico, habían encontrado su hogar y su propósito en el corazón salvaje y hermoso del llano, un lugar donde el amor, en su forma más pura e indomable, siempre encontraba la manera de florecer.

FIN


2 comentarios:

  1. Excelente sinopsis. Gracias por compartirlo. Un abrazo

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    1. Gracias Nuria... Estamos tratando de desarrollar un cuento Corto de romance muy normal, algo así como estilo Corina Tellado... Cómo siempre extremadamente agradecido por tu estimable apoyo.

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