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miércoles, 11 de junio de 2025

El Corazón de Jade IV . Cap 1,2,3

Novelas Por Capitulos


https://youtu.be/kyAaWCwusos?si=rdQ1ja4zE4rm9Ssg


Sinopsis : El Abismo Abre sus Puertas..En las entrañas del dark web, donde ni los gobiernos ni las leyes alcanzan, existe un lugar que los criminales llaman Abyss Exchange. No es un simple mercado negro; es un sistema vivo, una bolsa de valores donde se cotizan los bienes más oscuros del mundo. Un kilo de fentanilo sube un 3% tras un decomiso en México. Una base de datos robada de un banco europeo se desploma cuando un hacker la filtra gratis.  y Li Wei cambia su nombr a Wei Li, para mas seguridad, es su seudonimo para sus novelas y para poder vivir las aventuras del Corazon de Jade


https://www.udio.com/songs/dazZQJEjVWDs2s3cDy8tGE


Una vida humana —un objetivo para un sicario— se negocia como un futuro, su precio subiendo o bajando según la dificultad del trabajo. Aquí, el dinero no es dólares ni euros; es poder, medido en criptomonedas anónimas y en sangre.Cada cinco años, los líderes del inframundo se reúnen en el Abyss Exchange para competir por un título: el Señor de Señores, el amo absoluto del mercado negro global. El ganador controla los flujos de dinero, decide qué bienes se cotizan y quién vive o muere. Pero el precio es alto. Para ganar, debes destruir a tus rivales, y en este juego, todos son monstruos.La última competencia terminó con una masacre.


 El anterior Señor de Señores, un traficante neogranadinoo, fue traicionado por su propio hijo, quien lo apuñaló en directo frente a los usuarios del Abyss Exchange. El video aún circula en los foros más oscuros, un recordatorio de que en este mundo, la lealtad es un lujo que nadie puede permitirse.Hoy, el Oráculo, el administrador anónimo del sistema, ha convocado una nueva competencia.


 Cuatro figuras emergen como favoritas: un hacker norcoreano, una traficante laosiana, un sicario ruso y un banquero corrupto. Cada uno ha construido su imperio explotando las debilidades de los demás, y ahora, están listos para destruirse mutuamente.El Oráculo observa desde las sombras, sus mensajes cifrados moviendo los hilos del juego. "Que gane el más cruel", escribe en el foro principal. Y con esas palabras, el abismo se traga lo último que quedaba de humanidad en sus jugadores.



Capítulo 1


: Los Jugadores Jin-Soo, El FantasmaJin-Soo no dormía. No podía permitírselo. En un búnker subterráneo en Pyongyang, rodeado de pantallas que parpadeaban con líneas de código, el hacker norcoreano observaba el Abyss Exchange. Sus dedos, delgados como alambres, tecleaban sin parar, infiltrándose en los servidores de sus rivales. Había robado $50 millones en criptomonedas la semana pasada, pero no era suficiente. Para convertirse en el Señor de Señores, necesitaba más: datos, secretos, algo que pudiera usar para chantajear a los otros jugadores.Jin-Soo trabajaba para el Lazarus Group, el brazo cibernético del régimen norcoreano.

 Su última operación había sido un éxito: había infiltrado un exchange en Singapur y robado datos de 2 millones de usuarios. Ahora, esos datos estaban a la venta en el Abyss Exchange, cotizando a $10 por cuenta

. Pero alguien estaba manipulando el mercado, haciendo caer el precio. Jin-Soo sabía quién era: Edward Crane, el banquero corrupto de Londres. Crane había inundado el mercado con datos falsos para devaluar la mercancía de Jin-Soo.

—Te destruiré, cerdo capitalista —murmuró Jin-Soo, sus ojos inyectados en sangre reflejando la luz de las pantallas. Envió un mensaje al foro del Abyss Exchange: 

"Tengo pruebas de que Crane lava dinero para los cárteles del Mariachi del Mar. ¿Quién quiere comprarlas?". Sabía que Crane respondería con algo peor. En este juego, nadie se detenía ante nada.

Somsri, La Viuda En un casino de lujo en la Zona Económica Especial del Triángulo Dorado, Somsri observaba a sus clientes desde un balcón privado. La traficante laosiana, conocida como La Viuda, había construido su imperio lavando dinero para los cárteles del sudeste asiático.

 Sus casinos eran una fachada perfecta: el dinero sucio entraba como apuestas, salía como ganancias "legales". Pero ahora, su atención estaba en el Abyss Exchange.Somsri había subido el precio de la Humarina en el mercado negro al convencer a sus proveedores de retener el suministro. El precio se disparó un 15% en una semana, y con eso, su influencia en el Abyss Exchange creció. Pero sabía que no duraría.


 Dmitri, el sicario ruso, había amenazado con matar a sus proveedores si no bajaban los precios. "Eres una serpiente, Somsri", le había escrito en un mensaje cifrado.

 "Y yo cazo serpientes".

Somsri sonrió, ajustando su vestido de seda. Dmitri era un bruto, fácil de manipular. Envió un mensaje a uno de sus contactos en el dark web: un traficante de armas que odiaba a Dmitri. 

"Te daré $1 millón en Monero si me traes su cabeza", escribió. Sabía que el ruso caería en la trampa. Su temperamento era su mayor debilidad.Dmitri, El LoboDmitri no confiaba en nadie. En un almacén abandonado en Moscú, el sicario ruso limpiaba su rifle de francotirador mientras miraba su laptop. 


El Abyss Exchange mostraba un nuevo contrato: un objetivo en Bangkok, $500,000 por su cabeza. Dmitri lo aceptó de inmediato. No le importaba quién era el objetivo; solo le importaba el dinero. Y el poder.Dmitri había sido un mercenario durante dos décadas, trabajando para las mafias más crueles del mundo. Su reputación era legendaria: una vez, había matado a un traficante en plena plaza pública, a la vista de todos, y había escapado sin dejar rastro. Pero ahora, su atención estaba en el Abyss Exchange. Si se convertía en el Señor de Señores, podría controlar todos los contratos de asesinato del mundo.

El mensaje de Somsri lo enfureció. Sabía que ella estaba detrás del contrato en Bangkok.

 "Voy a arrancarte el corazón, Viuda", gruñó, cargando su rifle. Pero antes de partir, recibió un mensaje del Oráculo: "El Fantasma ha subido el precio de los datos robados. Si lo eliminas, te daré un 10% de sus ganancias". Dmitri sonrió. Dos pájaros de un tiro.Edward Crane, El BanqueroEn su oficina en el corazón de Londres,



 Edward Crane tomaba un sorbo de whisky mientras revisaba los números del Abyss Exchange. El banquero había pasado años lavando dinero para los cárteles más grandes del mundo, desde México hasta Colombia. Su habilidad para mover fondos a través de paraísos fiscales lo hacía intocable, incluso para las agencias como Interpol.Crane había saboteado la operación de Jin-Soo al devaluar sus datos robados, pero sabía que el norcoreano tomaría represalias. 

También sabía que Somsri y Dmitri estaban planeando matarse mutuamente, lo que le convenía

. "Que se destruyan entre ellos", pensó. Su plan era simple: esperar a que los otros se debilitaran y luego tomar el control.Pero un mensaje del Oráculo lo hizo palidecer: "Tengo pruebas de tu conexión con el cártel de Sinaloa. Si no eliminas a uno de los otros jugadores en 48 horas, las publicaré". Crane dejó caer su vaso. El Oráculo estaba jugando con él, y no tenía opción más que obedecer.N


 de




El Corazón de Jade

La lluvia golpeaba implacable contra los ventanales del apartamento en el distrito financiero de Hong Kong. Mei Lin observaba las gotas deslizarse por el cristal mientras su esposo Wei Li  tecleaba frenéticamente en tres monitores que iluminaban la habitación con un resplandor azulado enfermizo. El 

"Lo encontré", susurró Wei, su voz apenas audible sobre el constante repiqueteo de la lluvia. "UTRI Tech. Están detrás de todo el sistema".

Mei Lin se acercó, sus tacones resonando sobre el suelo de mármol.  "¿Estás seguro? Nadie ha podido penetrar ese firewall en años".

Wei giró uno de los monitores hacia ella. En la pantalla, columnas de números y códigos se desplazaban verticalmente como una cascada digital. Para cualquier observador casual, aquello no significaría nada. Para ellos, era el mapa del infierno.

"La Bolsa de Valores del Crimen", murmuró Mei Lin, sus ojos estrechándose. "Cada número es una vida. Cada transacción, un asesinato, un secuestro, un cargamento de drogas".

El mercado negro más sofisticado jamás creado operaba bajo la apariencia de una respetable empresa de tecnología. UTRI Tech proporcionaba la infraestructura, el anonimato y la seguridad para que los señores del crimen de todo el mundo pudieran comerciar con sus "mercancías" como si fueran acciones en Wall Street.

"Hay algo más", Wei Li deslizó otro documento en la pantalla. "Están buscando a alguien. Lo llaman 'el señor de señores'".

Mei Lin sintió un escalofrío recorrer su espalda. Ese título solo podía significar una cosa: alguien estaba intentando unificar los carteles, las tríadas, la yakuza, todas las organizaciones criminales bajo un solo mando. La última vez que alguien lo intentó, tres ciudades ardieron y miles murieron.

"¿Por qué ahora?", preguntó, más para sí misma que para su hermano.

Wei Li abrió un archivo encriptado. La imagen de un artefacto antiguo apareció en pantalla: una estatuilla de jade con forma de corazón humano, tan detallada que parecía palpitar bajo la luz.

"El Corazón de Jade", explicó Wei. "Según la leyenda, quien lo posea tendrá el poder de unificar los reinos oscuros. Pensé que era un mito, pero UTRI Tech ha estado financiando excavaciones arqueológicas en templos antiguos por toda Asia".Ellos quieren tenerlo. No podemos entregárselos 

Mei Lin tocó instintivamente el colgante que llevaba bajo la blusa, un pequeño fragmento de jade que su madre le había entregado antes de morir. 

"¿Y si ya nos encontraron?", preguntó con voz temblorosa.-- Era siempre lo mismo. No tenían necesidad de tantos líos. Ya tenían tres niños pequeños y debían ser responsables.ARIA casi no se daba abasto para atenderlos. La situación económica era magnífica. Las regalías de las novelas de Wen Li era mucho dinero.Su sueldo extraordinario y la Herencia de Mei Lin era imposible de calcular. Porque seguían? Por el corazón de Jade. Lo habían botado en el mar y había aparecido encima de la mesa del comedor.Habian viajado al pasado. Habían estado en diferentes aventuras. El corazón de Jade no los dejaba descansar.

-- Pero . como te enterastes?.

-- Gané 2500000 yuanes en regalías de mis novelas y decidí invertir los ,

Compré Stablecoins con respaldo sólido (como USDC o DAI):Las stablecoins como USDC son esenciales en DeFi (finanzas descentralizadas) para transacciones, ahorros y como puente entre cripto y finanzas tradicionales. USDC, emitido por Circle, está respaldado 1:1 por dólares y bonos del Tesoro, lo que le da estabilidad y confianza. DAI, por otro lado, es una stablecoin descentralizada en la blockchain de Ethereum, gestionada por MakerDAO, que mantiene su paridad mediante sobrecolateralización.Ventaja: Baja volatilidad, ideal para proteger valor en mercados turbulentos. USDC tiene una capitalización de mercado de ~32,000 millones de dólares, lo que muestra su adopción masiva.Ejemplo de uso: Compre USDC para usarlo en protocolos DeFi como Aave o Curve, generando rendimientos pasivos (3-8% anual en promedio, según la plataforma)Tokens de proyectos DeFi con utilidad (como AAVE o UNI):Por qué: AAVE (protocolo de préstamos) y UNI (Uniswap, intercambio descentralizado) son tokens de gobernanza en proyectos líderes de DeFi. 

Estos no son "incomparables" como BTC o ETH, pero tienen ecosistemas robustos y flujos de ingresos reales (por ejemplo, Uniswap genera millones en tarifas de trading).Ventaja: Ofrecen exposición a sectores en crecimiento sin la saturación de las principales criptomonedas. AAVE, por ejemplo, permite participar en la gobernanza de un protocolo con miles de millones en valor bloqueado (TVL).

 Compre UNI para holdear a largo plazo, apostando por el crecimiento de los DEX (exchanges descentralizados) frente a plataformas centralizadas como Coinbase.Acciones de empresas cripto o ETFs (

:, inverti en Coinbase (COIN) o un ETF de cripto (como BITO o futuros de stablecoins) puede dar exposición al sector

:, inverti en Coinbase (COIN) o un ETF de cripto (como BITO o futuros de stablecoins) puede dar exposición al sector. Coinbase, por ejemplo, se beneficia del volumen de trading y es accionista de Circle, lo que lo vincula a USDC.Ventaja: Menos exposición a la volatilidad de los tokens, pero aún participas en el crecimiento del ecosistema cripto

. Compre acciones de Coinbase ,creo que la adopción de stablecoins y DeFi seguirá creciendo, ya que su plataforma facilita el acceso a USDC y otros activos.Proyectos de capa 2 o interoperabilidad (como MATIC o LINK):Por qué: Proyectos como Polygon (MATIC) o Chainlink (LINK) son esenciales para escalar blockchains (capa 2) o conectar datos del mundo real (oráculos). No son "incomparables" como ETH, pero son críticos para el ecosistema. LINK, por ejemplo, es usado por cientos de protocolos DeFi para datos fiables.Ventaja: Crecimiento potencial en nichos específicos. Polygon procesa transacciones rápidas y baratas para Ethereum, mientras Chainlink es líder en oráculos

.Darme cuenta de eso me ayudó a  entender que la integración de datos externos en blockchains (como precios o eventos) será clave para la adopción masiva.

--:¿Por qué estos y no otros?-- pregunto Mei Lin

Excluyo memecoins (como DOGE o SHIB): Son especulativos, con poca utilidad real y alta volatilidad

Excluyo memecoins (como DOGE o SHIB): Son especulativos, con poca utilidad real y alta volatilidad.: Prefiero activos con casos de uso claros (DeFi, stablecoins, infraestructura) frente a proyectos de moda sin fundamentos.Riesgo moderado: Al descartar BTC y ETH, busco proyectos establecidos pero con espacio para crecer, evitando los riesgos de tokens nuevos o poco probados

.Solo invertí  100000 dólares para invertir:50% en USDC (500 USD): Lo deposite en Aave para generar ~5% de interés anual, manteniendo estabilidad.30% en LINK (300 USD): Apuesto por el crecimiento de Chainlink como líder en oráculos, con potencial de revalorización.20% en COIN (200 USD): Compre acciones de Coinbase para diversificar fuera de cripto directo, beneficiándome de su rol en el ecosistema.

Utilice una corredora de inversiones que tiene una oficina en Hong Kong, se llama Brenda Branner. Ella comedio un error,se descuido, su VPN estaba hackeado y escuché su conversación y en una ventana ví sus transacciones. Fue extraño. Lo ví todo.


Un ruido metálico en la puerta principal los alertó. Wei Li cerró rápidamente las ventanas de su ordenador y activó un protocolo de seguridad. Mei Lin desenfundó la pistola que siempre llevaba en el tobillo.

"Tenemos compañía", susurró.-- Alguien está en la entrada del edificio.

-- Quien es?.

-- Una mujer muy joven y distinguida. Dio su nombre en la vigilancia.

Mei Lin leyó.

-- Tzu Hsi desea hablar con nosotros. La conoces?

-- Ni idea.


Afuera, la tormenta arreciaba. En el pecho de Mei Lin, el corazón de de jade latía con más fuerza, como si respondiera a una llamada ancestral. La Bolsa de Valores del Crimen había encontrado su activo más valioso, y el precio de sus vidas acababa de dispararse en el mercado.



El Corazón de Jade comenzó a vibrar. No sería en el pasado. La situación se resolvería en este mismo tiempo-. Tenía que ver con la tormenta y con la mujer que había llegado en el Honqi 9 sedan estacionado en el sitio de visitantes.


Algo está sucediendo sea lo que sea es en esta época. Y tenía que ver con esa bella y elegante mujer Tzu Hsi

Y tenía que ver con esa bella y elegante mujer Tzu Hsi

Capitulo 2







:Capítulo 2: 



El 

El





Capítulo 2: El Precio de la Sangre

La pantalla del terminal parpadeaba con números rojos y verdes, un latido digital que llenaba la sala subterránea con un zumbido constante. La Bolsa del Crimen nunca dormía, pero las últimas 24 horas habían sido un frenesí. El índice de "Asesinatos de Alto Perfil" había subido un 12% tras el anuncio de un nuevo contrato: el objetivo, un juez incorruptible que había osado bloquear una ley que beneficiaba a los cárteles. Su valor en la bolsa estaba por las nubes, y los corredores apostaban fuerte.

Brenda Brannon, conocida en el bajo mundo como "La Calculadora", deslizaba los dedos por su tableta holográfica de última generación, analizando las tendencias con precisión quirúrgica. Su oficina, un cubículo acristalado en el corazón de la Bolsa, estaba insonorizada con tecnología de cancelación cuántica, pero aún podía sentir la vibración de las transacciones a su alrededor como un pulso enfermizo. Era una de las pocas mujeres en este juego de muerte, y no había llegado tan lejos siendo imprudente. Cada movimiento suyo estaba calculado al milímetro, como las probabilidades que predecía para los crímenes en el mercado. Su apariencia fría y calculadora era solo una fachada perfectamente construida, una máscara que ocultaba su verdadera misión.

El contrato del juez no le gustaba. No porque fuera moralmente cuestionable —Brenda aparentaba haber superado esas dudas años atrás—, sino porque algo olía mal en la estructura de datos. Los números no cuadraban. Alguien estaba manipulando las cotizaciones, inflando el valor del juez para atraer a los grandes jugadores. Y cuando los tiburones apostaban, siempre había sangre en el agua digital.

Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Era Diego, su contacto en el mercado negro, un tipo flaco con ojos nerviosos y una sonrisa que nunca llegaba a ser sincera. Llevaba un maletín plateado, encadenado a su muñeca con una aleación de titanio y grafeno imposible de cortar sin la clave biométrica correcta.

—¿Lo tienes? —preguntó Brenda, sin levantar la vista de su tableta, sus ojos reflejando los números sangrientos del mercado.

Diego asintió, desbloqueó el maletín con un escaneo retinal y sacó un dispositivo del tamaño de un teléfono antiguo, pero con la complejidad interna de un superordenador cuántico. Era una "llave", un codificador que permitía acceder a los contratos privados de la Bolsa, los que no aparecían en las pantallas públicas. Contratos como el del juez.

—Esto viene de arriba, Brenda. Directo del Consejo. Quieren que lo gestiones tú personalmente —dijo Diego, su voz traicionando un nerviosismo que intentaba ocultar.

Brenda frunció el ceño. El Consejo, los cinco anónimos que controlaban la Bolsa, nunca se involucraban directamente. Si te llamaban, era porque estabas en su radar, y eso nunca era buena noticia. Algo estaba mal, terriblemente mal, y su instinto de supervivencia, afilado por años de navegar en las aguas sangrientas del submundo criminal, se activó como una alarma silenciosa.

—¿Por qué yo? —preguntó, aunque ya sospechaba la respuesta. Su mente trabajaba a toda velocidad, calculando probabilidades, evaluando riesgos, buscando la trampa invisible.

—Porque eres la mejor. Y porque este contrato no puede fallar. El juez muere esta noche, o el mercado se desploma —respondió Diego, su tono sugiriendo que había más en juego de lo que sus palabras revelaban.

Brenda tomó el dispositivo, sintiendo su peso frío en la mano como una promesa de muerte. Al activarlo, la pantalla mostró los detalles del contrato: nombre, ubicación, hora estimada del golpe. Pero había algo más. Un archivo adjunto etiquetado como "Seguro". Lo abrió, y su respiración se detuvo por un segundo, un lapso imperceptible para cualquiera excepto para ella misma.

Era una lista de nombres. Corredores, sicarios, incluso algunos miembros del Consejo. Todos marcados como "activos secundarios" en caso de que el contrato fallara. En la Bolsa, un fallo no era solo una pérdida de dinero; era una sentencia de muerte ejecutada con la frialdad de un algoritmo sin conciencia.

Mientras Brenda procesaba la información, un mensaje entró en su tableta. Era anónimo, pero la firma digital era inconfundible: "El Fantasma", un hacker que había estado filtrando datos de la Bolsa durante meses, desestabilizando el mercado con precisión matemática. El mensaje decía una sola frase: "El juez no es el objetivo real."

El zumbido de las pantallas parecía más fuerte ahora, como un enjambre de insectos digitales a punto de atacar. Brenda miró a Diego, que seguía de pie, jugueteando con la cadena del maletín, ignorante del peligro que flotaba en el aire como partículas de veneno.

—¿Quién más sabe de esto? —preguntó, su voz fría como el acero templado en el infierno.

—Nadie. Solo tú, yo, y el Consejo —respondió Diego, pero sus ojos lo traicionaron con un parpadeo microscópico. Estaba mintiendo, y ambos lo sabían.

Brenda sonrió, una sonrisa que no llegó a sus ojos muertos. Guardó el dispositivo en su chaqueta de grafeno antibalas y se levantó con la gracia letal de un depredador.

—Entonces, Diego, dime una cosa —dijo, acercándose lentamente, cada paso calculado como una ecuación mortal—. ¿Cuánto vale tu vida en el mercado hoy?

Diego no contestó. Su rostro se contrajo en una mueca de miedo primario, reconociendo demasiado tarde la trampa en la que había caído.

—Yo solo soy un emisario sin importancia, quien navega en lo más profundo de lo más  peligroso que eres tú —balbuceó finalmente, retrocediendo hacia la puerta.

Brenda no lo siguió. No necesitaba hacerlo. En cambio, activó discretamente un escáner cuántico oculto en su anillo, analizando el dispositivo que Diego le había entregado. Los resultados aparecieron en su lente de contacto izquierdo: el dispositivo contenía un rastreador de última generación y un programa espía capaz de infiltrarse en cualquier sistema al que se conectara. Una trampa elegante, pero predecible.

Con un movimiento fluido, Brenda extrajo el chip de rastreo y lo aplastó bajo su tacón. Luego, con precisión quirúrgica, reprogramó el dispositivo para que emitiera datos falsos. Quien estuviera vigilando creería que ella seguía en su oficina, mientras que en realidad...

Un pitido suave interrumpió sus pensamientos. Era una alerta de seguridad. Alguien había violado su perímetro defensivo, una hazaña que debería ser imposible con los protocolos que ella misma había diseñado. Brenda activó las cámaras de seguridad ocultas en el pasillo. Lo que vio hizo que su sangre se congelara: Wei Li y Mei Lin, el matrimonio aparentemente perfecto que vivía tres pisos más arriba, estaban desactivando sistemáticamente sus sistemas de seguridad con una eficiencia sobrehumana.

Wei Li, conocido públicamente como un ingeniero de tecnología extrema especializado en inteligencia artificial, trabajaba con una precisión mecánica, sus dedos volando sobre un dispositivo que parecía sacado de otro siglo. A su lado, Mei Lin, la bellísima mujer que todos creían era una simple profesora de historia antigua, se movía con la fluidez letal de una asesina entrenada, su cuerpo una herramienta perfecta de destrucción.

Brenda entendió entonces. No era el juez. Era ella. Ella era el objetivo real.

Con movimientos rápidos y precisos, Brenda activó su protocolo de emergencia. Las luces de su oficina parpadearon tres veces, una señal invisible para el ojo no entrenado, pero un mensaje claro para sus aliadas secretas. Luego, con la calma de quien ha ensayado mil veces su propia muerte, abrió un panel oculto en la pared y extrajo un pequeño cristal verde que pulsaba con luz propia: una réplica perfecta del Corazón de Jade, el artefacto legendario que Wei Li y Mei Lin creían proteger.

El verdadero Corazón de Jade estaba a salvo, custodiado por las otras guardianas: Tzu Hsi, la multimillonaria cuya fortuna ocultaba un linaje de protectoras que se remontaba a siglos; Xixata, la princesa Inca cuya belleza etérea escondía un poder ancestral capaz de doblar la realidad misma; Noa D'Haro, la actriz internacional cuyo origen extraterrestre le confería habilidades que desafiaban la comprensión humana; y Hanna Badiani, la genio tecnológica que había trascendido la barrera entre lo virtual y lo físico, existiendo simultáneamente en ambos planos de la realidad.

Brenda insertó el cristal en su tableta. La pantalla se iluminó con un resplandor verdoso, y líneas de código ancestral comenzaron a fluir, un lenguaje más antiguo que la humanidad misma. Estaba activando el protocolo "Fénix", una medida desesperada que solo debía usarse cuando la seguridad del Corazón estaba comprometida.

Mientras el código se ejecutaba, Brenda sintió una presencia detrás de ella. No necesitó voltearse para saber quién era.

—Impresionante sistema de seguridad, Señorita Brannon —dijo Wei Li, su voz suave y educada contrastando con la pistola de plasma que apuntaba a la nuca de Brenda—. Pero obsoleto. Como usted.

Mei Lin se deslizó a su lado, hermosa y letal como una cobra de jade. Sus ojos, fríos como el vacío espacial, evaluaron a Brenda con desprecio clínico.

—El Corazón de Jade no pertenece a tu secta de mujeres —siseó Mei Lin—. Es nuestro legado, nuestro derecho por nacimiento.

Brenda se giró lentamente, enfrentándolos con una sonrisa que desconcertó a ambos. No había miedo en sus ojos, solo una certeza fría y calculada.

—¿Están seguros de que saben lo que es realmente el Corazón? —preguntó Brenda, su voz un susurro conspiratorio—. ¿O solo siguen las migajas que les han dejado?

Wei Li frunció el ceño, un gesto microscópico que traicionaba su duda. Mei Lin, menos paciente, dio un paso adelante.

—Suficientes juegos. Danos el Corazón, o tu muerte será lenta y dolorosa —amenazó, extrayendo una daga curva cuya hoja brillaba con un veneno de otro mundo.

Brenda amplió su sonrisa, revelando dientes perfectos y blancos que contrastaban con la oscuridad moral que la rodeaba.

—Oh, pero el juego apenas comienza —respondió, presionando un botón invisible en su anillo.

Las luces de la oficina se apagaron de golpe. Cuando volvieron a encenderse tres segundos después, Brenda había desaparecido, dejando tras de sí solo el eco de su risa y una tableta que mostraba un mensaje: "La Bolsa ha sido hackeada. Todos los contratos están expuestos. Corran."

En las pantallas de la Bolsa del Crimen, los números comenzaron a caer en picada. El pánico se extendió como un virus digital, infectando cada terminal, cada operador. Los gritos llenaron el aire mientras fortunas construidas sobre sangre se evaporaban en segundos.

Mientras tanto, en un servidor oculto en las profundidades de la red, cuatro mujeres recibían el mismo mensaje: "Fénix activado

Mientras tanto, en un servidor oculto en las profundidades de la red, cuatro mujeres recibían el mismo mensaje: "Fénix activado. La Calculadora está en movimiento. El Corazón está a salvo. Prepárense para la convergencia."

Tzu Hsi, desde su penthouse en Hong Kong, cerró su laptop de diamante negro y se dirigió a su armario blindado. Xixata, en las ruinas subterráneas de Machu Picchu, activó un portal dimensional oculto durante milenios. Noa D'Haro, en medio de un rodaje en Los Ángeles, abandonó el set sin explicación, sus ojos cambiando momentáneamente a un azul imposible. Y Hanna Badiani, simultáneamente presente en cien servidores diferentes, comenzó a cerrar sus conciencias digitales, convergiendo hacia su cuerpo físico.

La guerra por el Corazón de Jade había comenzado oficialmente. Y Brenda Brannon, La Calculadora, la cruel y despiadada corredora de la Bolsa del Crimen, sonreía mientras se deslizaba por los túneles subterráneos de la ciudad. Su fachada había funcionado a la perfección. El enemigo creía conocerla, pero no tenían idea de contra quién se enfrentaban realmente.

En la oscuridad del túnel, Brenda extrajo un comunicador cuántico del tamaño de una uña. Su voz, ahora desprovista de cualquier emoción humana, resonó en la frecuencia segura:

—Fase uno completada. El matrimonio mordió el anzuelo. Repito, el matrimonio mordió el anzuelo. Procedan con la fase dos. La Calculadora, fuera.

Y mientras avanzaba hacia las sombras, los ojos de Brenda brillaron con un resplandor verde jade, revelando por un instante su verdadera naturaleza: no era humana, nunca lo había sido. Era algo mucho más antiguo, mucho más peligroso. Algo que el matrimonio "perfecto" estaba a punto de descubrir, en realidad Brenda y la otras cuatro eran guardianes igual que Wei Li y Mei Lin, solo que todavía no lo sabian

Continua





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El




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El

¡EL SÚPER MEGA JUEGO DEL ORÁCULO!

(O cómo sobrevivir en una bolsa de valores donde hasta los calculadores necesitan terapia)

El aire en la sala de operaciones de Brenda Brannon estaba tan cargado que hasta el pelo se le había puesto de punta, como si hubiera metido los dedos en un enchufe mientras miraba memes de gatos. Las pantallas parpadeaban como luces de discoteca en plena crisis epiléptica. Diego estaba frente a ella, con la cadena del maletín tintineando al ritmo de "We Will Rock You", mientras sus manos temblaban como gelatina en terremoto.

Brenda no había repetido su pregunta, pero el silencio era más afilado que las críticas de su madre a su elección de carrera. Sabía que Diego estaba escondiendo algo, y en el Abyss Exchange, los secretos eran más letales que comer tacos picantes antes de una reunión importante.

—Habla, Diego —dijo finalmente, con una voz tan baja y amenazante que hasta los ratones del edificio buscaron protección—. ¿Quién está detrás del contrato del juez? Y no me vengas con cuentos del Consejo, que esa historia ya me la sé mejor que la letra de "Despacito".

Diego tragó saliva con tanto ruido que sonó como un desagüe atascado. Sus ojos saltaban hacia la puerta como pelotas de ping-pong, como si esperara que Superman irrumpiera para salvarlo. Pero en la Bolsa, ni Superman ni Batman hacían inversiones.

—Es... es complicado, —balbuceó, con la elocuencia de un político pillado in fraganti—. El contrato no es solo un trabajo. Es una jugada. Alguien quiere que el mercado colapse, que los precios se vuelvan más locos que una cabra en rebajas de Black Friday. Y tú... tú eres parte del plan, como el queso en una trampa para ratones de lujo.

Brenda Branner  entrecerró los ojos tanto que parecía estar leyendo la letra pequeña de un contrato telefónico. El mensaje de El Fantasma aún resonaba en su mente como un reggaetón a las tres de la mañana: "El juez no es el objetivo real." Si Diego estaba diciendo la verdad (lo cual sería más raro que encontrar wifi gratis y rápido), entonces el contrato era una cortina de humo más falsa que las promesas de "mañana empiezo la dieta".

¿Quién podría estar detrás? ¿El hacker norcoreano, capaz de manipular servidores y hacer que tu ex te vuelva a seguir en Instagram? ¿La traficante laosiana, con una red de contrabando que movía desde opio hasta spoilers de series? ¿El sicario ruso, cuya brutalidad era tan legendaria que hasta Chuck Norris le pedía autógrafos? ¿O el banquero corrupto, con un talento para lavar dinero que haría que tu lavadora se sintiera inadecuada?

Antes de que Diego pudiera decir más sandeces, la tableta de Mara vibró como si tuviera vida propia. Era otra comunicación cifrada, marcada con el sello digital del Oráculo, que parecía el emoji de un búho con gafas de sol.

"La Calculadora juega o muere. Encuentra al Fantasma antes de la medianoche, o tu nombre será el próximo en la lista de 'Personas que deberían haber invertido en un buen seguro de vida'."

Mara sintió un escalofrío, no por miedo, sino porque alguien había puesto el aire acondicionado a temperatura "pingüino feliz". La claridad repentina la golpeó como una factura de luz después de minar bitcoins: El Oráculo no era solo un observador; estaba moviendo las piezas en este juego mortal como un niño hiperactivo jugando ajedrez con piezas de Monopoly.

—Diego —dijo, volviendo su atención al hombre que sudaba más que un helado en el desierto—. Vas a decirme todo lo que sabes sobre El Fantasma. Y si me mientes, te juro que haré que tu valor en la Bolsa caiga más rápido que la popularidad de una boy band de los 90.

Diego abrió la boca para responder, pero un estruendo sacudió la sala como si alguien hubiera conectado el bajo a máximo volumen. Las pantallas parpadearon, y por un instante, el índice del Abyss Exchange se congeló más tieso que un adolescente cuando sus padres revisan su historial de navegación.

Luego, un mensaje apareció en cada terminal, en letras rojas que parecían sangrar en la pantalla (o quizás alguien había derramado salsa de tomate en el servidor):

"El Fantasma ataca de nuevo. La verdad está en el contrato del juez. Cómprenlo, véndanlo, pero no lo ejecuten. El Oráculo miente más que un currículum en LinkedIn."

El caos estalló en la Bolsa como una piñata llena de avispas. Los corredores gritaban como si les hubieran dicho que el café de la oficina sería reemplazado por agua tibia, las apuestas se disparaban como cohetes en año nuevo, y el valor del contrato del juez se desplomó un 20% en segundos, más rápido que la batería de un smartphone nuevo.

Brenda  observó el pandemonio desde su cubículo, su mente trabajando a toda velocidad, como cuando intentas recordar si apagaste la plancha antes de salir de casa. El Fantasma no solo estaba filtrando información; estaba manipulando el mercado, desafiando al Oráculo y poniendo a todos los jugadores en jaque como un niño travieso en un torneo de ajedrez para adultos.

En algún lugar, en un rincón oscuro del dark web (probablemente junto a un foro de teorías conspirativas sobre reptilianos), el hacker norcoreano sonreía frente a su teclado, sus dedos danzando sobre líneas de código como si estuviera tocando piano para gatos.

En una mansión en Vientiane, la traficante laosiana revisaba un cargamento de armas con la misma atención que una influencer revisando los filtros de Instagram, sus ojos brillando con ambición y posiblemente un exceso de bebidas energéticas.

En un callejón de Moscú, el sicario ruso afilaba su cuchillo, murmurando un juramento en voz baja que sonaba sospechosamente como la letra de "Kalinka" mezclada con amenazas creativas.

Y en un rascacielos de Londres, el banquero corrupto tomaba un sorbo de whisky con la elegancia de alguien que acaba de evadir impuestos por millones, mientras un correo cifrado llegaba a su bandeja de entrada junto con ofertas de agrandamiento de partes íntimas.

El Oráculo observaba, sus mensajes cifrados tejiendo una red que nadie podía ver completamente, como cuando tu madre reorganiza la cocina y ya no encuentras nada. Pero en el Abyss Exchange, una cosa era segura: la medianoche traería sangre (o al menos un montón de correos electrónicos pasivo-agresivos), y Mara Cruz estaba en el centro de la tormenta, sin paraguas ni impermeable metafórico.



#


La 













Las luces de neón de Shanghái parpadeaban como ojos cibernéticos a través de la ventana blindada del ático. La contaminación había teñido el cielo nocturno de un rojo enfermizo, como si la ciudad sangrara por heridas invisibles. En el piso 88 de la Torre Jin Mao, donde los poderosos jugaban a ser dioses, Wei Li observaba la megalópolis con el estómago encogido. Las gotas de lluvia ácida golpeaban el cristal, formando patrones que parecían códigos binarios, mensajes del universo que solo los iniciados podían descifrar.

La elegante y a la vez sencilla, extremadamente joven señora Tzu Hsi se presentó muy formalmente. Bella y distinguida, pequeña y de aspecto frágil, era imposible hacerla coincidir con las aventuras que se le asignaban y las que no... Que se dignara a visitarlos era un indicativo de algo que no sería una invitación de sushi.

Wei Li la observó con una mezcla de reverencia y terror. Había oído historias sobre ella, susurros en los círculos más exclusivos de la resistencia tecnológica. Tzu Hsi, la guardiana inmortal, la mujer que había visto caer dinastías y levantarse imperios. Su belleza era un velo que ocultaba siglos de sabiduría y poder. Algunos decían que había nacido durante la dinastía Qing; otros, que era mucho más antigua.

Mei Lin, por su parte, reconoció inmediatamente la presencia de un igual. Como guerrera entrenada en las artes ancestrales, podía sentir el aura de poder que emanaba de la visitante. Sus sentidos, agudizados por años de entrenamiento en templos olvidados, detectaron algo más allá de lo humano en aquella mujer diminuta. Bajo su cheongsam de seda negra, Mei Lin llevaba oculta una daga cuántica, capaz de cortar a través de las dimensiones. No esperaba tener que usarla, pero los tiempos oscuros exigían precauciones extraordinarias.

Tzu Hsi se sentó como una reina e inmediatamente Mei Lin la adoró. Sabía que estaba ante alguien muy antiguo, una mujer muy poderosa, peligrosa y bella.

Por su parte, Wei Li tuvo un ataque silencioso de pánico. El ingeniero de extrema tecnología, acostumbrado a manipular algoritmos y realidades virtuales, se sentía desnudo ante la mirada penetrante de Tzu Hsi. Era como si ella pudiera ver a través de su firewall mental, accediendo a cada uno de sus secretos.

El apartamento, decorado con una mezcla de antigüedades chinas y tecnología de vanguardia, parecía encogerse ante la presencia de la visitante. Los hologramas que normalmente flotaban por la habitación mostrando datos del mercado global se habían apagado automáticamente, como si reconocieran una autoridad superior.

—Ustedes se han hecho famosos en su faceta pública —comenzó Tzu Hsi con una voz que parecía resonar desde el fondo de los siglos—. Riqueza repentina, excelente navegante de la tecnología y afamado escritor, todo muy bien. La realidad es que son guardianes. Nos reconocemos. Nos encontramos, nos llamamos... Sé que han tenido una gran aventura y en ella estaban Lai Chong Wisang y Ken Zhao.

El nombre de Lai Chong Wisang cayó como una piedra en un estanque tranquilo. Wei Li sintió que el aire se volvía denso, casi irrespirable. Los recuerdos de aquella noche en Hong Kong, el ritual, la sangre, los gritos... Todo volvió a su mente con la claridad de una pesadilla recurrente.

—Sí, lamentablemente Lai Chong Wisang murió y Ken Zhao se quedó en el pasado con su esposa Ye Ye —indicó Wei Li, intentando mantener firme su voz.

Tzu Hsi asintió mientras degustaba un té que con todo respeto y de acuerdo a la jerarquía y tradición Mei Lin presentaba.

Tzu Hsi asintió mientras degustaba un té que con todo respeto y de acuerdo a la jerarquía y tradición Mei Lin presentaba

La ceremonia Gongfu Cha (功夫茶) con el método Gongfu Cha, originario de Fujian y Guangdong, resaltaba su complejidad. Mei Lin, como toda guerrera ante su señora, la preparó con precisión ritual.

Los utensilios —tetera Yixing de arcilla púrpura, tazas pequeñas (pinmingbei), bandeja de madera tallada con dragones— brillaban bajo la luz tenue. El proceso seguía los pasos ancestrales: calentamiento de recipientes, lavado de hojas con una breve infusión descartada para abrirlas, múltiples infusiones cortas de cinco a veinte segundos para extraer capas de sabor (notas florales, minerales y tostadas), y finalmente el servicio en "taza de aroma" y "taza de sabor" para apreciar su fragancia antes de beber.

El té elegido era un Da Hong Pao (大红袍) de las montañas Wuyi en la provincia de Fujian, específicamente el "Verdadero Da Hong Pao de los arbustos madre", una variedad tan rara que su precio superaba al del oro. El aroma a orquídeas y piedra mojada inundó la habitación, creando una atmósfera casi mística.

Mientras la ceremonia se desarrollaba, los sistemas de seguridad del apartamento monitoreaban silenciosamente el exterior. Cámaras cuánticas, invisibles al ojo humano, escaneaban el edificio en busca de amenazas. Wei Li había desarrollado personalmente ese sistema tras su último encuentro con los agentes de la Tríada Digital. En tiempos como estos, cuando la línea entre lo humano y lo artificial se difuminaba, la paranoia no era un defecto sino una herramienta de supervivencia.

Tzu Hsi aprobó la ceremonia, la cortesía y la obediencia de la guerrera y realmente disfrutó el té. Al terminar y armonizar el inspirador momento, dejó la taza sobre la mesa con un movimiento preciso. El sonido de la porcelana contra la madera resonó como un gong diminuto.

—Lai Chong Wisang y Ken Zhao están en Hong Kong —declaró con la calma de quien anuncia el clima—. Ni están muertos, ni son enemigos, son socios, sinvergüenzas y han originado una criptomoneda con la que han robado a la bolsa de valores del delito. Por su parte, Ye Ye siempre justificando a su padre y encontrando cualidades que no tiene a su marido. Ella es una tosca policía de Hong Kong que ni se imagina lo que esos incorregibles hacen juntos.

La sorpresa los dejó mudos. Wei Li sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Las implicaciones eran devastadoras. Si Lai Chong estaba vivo, entonces todo lo que habían hecho, los sacrificios, las muertes... todo había sido en vano.

—Pero es que yo lo vi morir —dijo tartamudeando Wei Li.

—Sus trucos baratos, haciéndose la víctima junto con el otro farsante, para que Ye Ye les perdone sus barbaridades —indicó Tzu Hsi—. Quisiera que me escuchen.

Dicho esto, extrajo un papiro antiguo de un estuche de jade que llevaba consigo. El pergamino, amarillento y frágil, parecía vibrar con energía propia. Era el mismo que le había dado Xixata en su épica lucha contra el anticristo.

—Ni Xixata, ni Hanna Badiani, ni Noa D'Haro Haro ni yo buscamos ser guardianas... Pero tanto tú, Mei Lin, como nosotras junto a Agnes Lux XXX30 nos tocó este destino. Hay más guardianes.Debemos conseguirlos, pero por ahora,  Escúchenme. ¿Ante qué estamos? Pues una fusión e intercambio de acciones entre OUS Corp y UTRI Corp. Quieren apoderarse de la bolsa de valores del delito a través de alguien.

—¿De Brenda Brannon? —preguntó Wei Li, recordando a la enigmática ejecutiva que había conocido en la última cumbre de tecnología cuántica.

—Brenda Brannon trabaja para mi equipo.Esta infiltrada ahí.

Wei Li y Mei Lin se alarmaron. El apartamento pareció enfriarse varios grados. Las luces parpadearon, como si la electricidad misma reaccionara ante la revelación.

—No. Nosotras no somos las malvadas —aclaró Tzu Hsi, leyendo la preocupación en sus rostros—. Aquí estamos ante seres malignos y antiguos: Hang Hing y el Clan de la Espada Oxidada,ante el sindicato azul y Akira.Todos son enemigos entre si y todos son socios entre si.

Mei Lin contuvo la respiración. El Clan de la Espada Oxidada era una leyenda, un cuento para asustar a los niños en los templos donde ella había entrenado. Se decía que eran guerreros que habían vendido su humanidad a cambio de poder, que sus armas estaban manchadas con la sangre de mil inocentes y que nunca morían realmente.

—Pero hay algo más —continuó Tzu Hsi, y su voz adquirió un tono más grave—. Detrás de OUS Corp está Palantir.

El nombre cayó como una sentencia de muerte. Wei Li conocía bien a Palantir, la corporación de vigilancia más temida del mundo tecnológico. Fundada por Peter Thiel con financiación de la CIA, había comenzado como una empresa de análisis de datos y se había convertido en el ojo que todo lo ve, el brazo tecnológico de gobiernos y corporaciones que deseaban control absoluto.

—Palantir ha evolucionado —explicó Tzu Hsi—. Ya no son solo algoritmos y bases de datos. Han desarrollado lo que llaman el "Ojo de Dios", un sistema de vigilancia global que utiliza satélites, drones y millones de cámaras conectadas. Pueden rastrear a cualquier persona en cualquier lugar del mundo, predecir sus movimientos, incluso sus pensamientos.

Wei Li asintió sombríamente. Había oído rumores sobre esa tecnología en los foros encriptados que frecuentaba. Algunos decían que Palantir había perfeccionado un algoritmo capaz de predecir el comportamiento humano con una precisión del 99.8%, convirtiendo el libre albedrío en una ilusión matemáticamente refutable.

—Pero lo peor no es eso —continuó Tzu Hsi—. Han creado una Inteligencia Artificial Autónoma de Combate. "AI is not a toy. It is a weapon. It will be used to kill people", así lo declaró su CEO, Alex Karp. Y no mentía. Esta IA ya está activa en varios conflictos, decidiendo quién vive y quién muere sin intervención humana.

Mei Lin se estremeció. Como guerrera entrenada en las antiguas tradiciones, respetaba el combate honorable, el enfrentamiento donde dos almas medían su valía. La idea de máquinas frías decidiendo el destino de los humanos le resultaba aberrante.

—¿Y qué tiene que ver esto con Lai Chong y Ken Zhao? —preguntó.

—Todo —respondió Tzu Hsi—. La criptomoneda que han creado, el YinYang.Coin, no es solo un instrumento financiero. Es la puerta de entrada al sistema nervioso digital global. Cada transacción, cada minero, cada nodo de la blockchain es un punto de acceso para el Ojo de Dios de Palantir. Han construido un caballo de Troya digital y lo están introduciendo en todos los sistemas financieros del mundo, legales e ilegales.

Wei Li sintió un escalofrío. Como ingeniero de extrema tecnología, entendía perfectamente las implicaciones. Una criptomoneda con acceso privilegiado a los sistemas financieros podría ser la herramienta de vigilancia definitiva, capaz de rastrear cada transacción, cada compra, cada movimiento económico de cualquier persona en el planeta.

—Pero hay más —dijo Tzu Hsi, y su voz se volvió un susurro—. Palantir ha perfeccionado lo que llaman "análisis del patrón de vida". Pueden establecer la identidad de una persona a partir de sus hábitos acumulados. No solo predicen lo que harás, sino que pueden manipular sutilmente tu entorno para guiar tus decisiones. Es el control total, la anulación de la voluntad humana.

El silencio que siguió fue denso, cargado de miedo y determinación. Fuera, la lluvia ácida había arreciado, golpeando los cristales como si quisiera entrar, como si el cielo mismo compartiera su urgencia.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó finalmente Mei Lin, su mano inconscientemente buscando la empuñadura de su daga cuántica.

Tzu Hsi desplegó el papiro sobre la mesa. Los caracteres antiguos brillaron con luz propia, símbolos de un lenguaje anterior a la historia escrita.

—Debemos encontrar a Lai Chong y Ken Zhao antes de que completen la integración de YinYangCoin con los sistemas de Palantir. Si lo logran, el mundo tal como lo conocemos dejará de existir. Será el comienzo de una era de vigilancia total, de control absoluto. El pre-apocalipsis.

Wei Li asintió, su mente ya calculando rutas de acceso, vulnerabilidades en los sistemas de seguridad de Hong Kong, posibles aliados.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó.

—Tres días —respondió Tzu Hsi—. El solsticio de invierno. Han elegido esa fecha por sus propiedades astrológicas. El momento en que la oscuridad alcanza su punto máximo antes de que la luz comience a regresar. Un simbolismo perverso para lo que planean: sumergir al mundo en una oscuridad permanente.

Mei Lin se levantó, su figura esbelta proyectando una sombra alargada sobre la pared.

—Entonces debemos partir ahora mismo —declaró con la determinación de quien ha enfrentado a la muerte muchas veces y ha regresado para contarlo.

Tzu Hsi asintió, pero sus ojos, antiguos como las estrellas, reflejaban una preocupación más profunda.

—Hay algo más que deben saber —dijo—. Palantir ha desarrollado un sistema llamado TITAN, un programa de inteligencia de campo de batalla que fusiona datos de satélites, drones y sensores para sugerir movimientos tácticos. Lo están usando para rastrearlos a ustedes, a todos los guardianes. Ya saben que estamos reunidos aquí.

Como para confirmar sus palabras, las luces del apartamento parpadearon nuevamente. Las pantallas holográficas se encendieron por sí solas, mostrando un símbolo: un ojo dentro de un triángulo, el logo de Palantir.

—Nos han encontrado —murmuró Wei Li.

Tzu Hsi se levantó con la gracia de un felino.

—No. Yo los he traído aquí —dijo, y su voz ya no era suave sino metálica, autoritaria—. Necesitaba confirmar que ustedes no eran parte del complot. Ahora lo sé. Son guardianes verdaderos.

Mei Lin desenfundó su daga cuántica, el filo brillando con un resplandor azulado que parecía cortar el aire mismo.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó.

Tzu Hsi sonrió, y por un momento pareció mucho más joven y mucho más antigua al mismo tiempo, como si todas sus edades se superpusieran en un solo instante.

—Ahora —dijo—, vamos a la guerra.

II

El aire en el helipuerto de la Torre Jin Mao vibraba con la energía de una tormenta inminente. Las nubes tóxicas se arremolinaban sobre Shanghái como presagios de un apocalipsis tecnológico. Wei Li ajustó su traje neural, un prototipo de su propia creación que amplificaba sus capacidades cognitivas y lo conectaba directamente con la red cuántica. A su lado, Mei Lin comprobaba su arsenal: además de la daga dimensional, llevaba consigo agujas de acupuntura nanobóticas, capaces de desactivar sistemas nerviosos o circuitos electrónicos con igual eficacia.

Tzu Hsi observaba la ciudad desde el borde de la plataforma, su figura diminuta recortada contra el horizonte contaminado. El viento agitaba su cabello negro como tinta, creando patrones que parecían escritura antigua.

—Hong Kong está bajo vigilancia constante —dijo sin volverse—. El sistema TITAN de Palantir ha convertido la ciudad en un panóptico digital. Cada cámara, cada sensor, cada dispositivo conectado es un ojo del sistema. Necesitaremos ayuda para infiltrarnos.

Wei Li asintió, activando la interfaz neural de su traje. Hologramas azules danzaron frente a sus ojos mientras accedía a planos, sistemas de seguridad y rutas de entrada.

—Conozco a alguien —dijo—. Un viejo amigo del submundo digital. Si alguien puede crear un punto ciego en el sistema de Palantir, es él.

Tzu Hsi se volvió, sus ojos brillando con un conocimiento ancestral.

—¿Te refieres a El Fantasma? —preguntó, y Wei Li no pudo ocultar su sorpresa—. Lo conozco. Ha estado jugando un juego peligroso, vendiendo información tanto a los guardianes como a Palantir. Su lealtad es... fluida.

Mei Lin frunció el ceño. No confiaba en los hackers, en esos guerreros sin honor que luchaban desde las sombras, sin mirar a los ojos de sus enemigos.

—¿Podemos confiar en él? —preguntó.

—No —respondió Tzu Hsi con una sonrisa enigmática—. Pero él tampoco puede confiar en nosotros. Y eso crea un equilibrio útil.

El rugido de un helicóptero stealth cortó la conversación. La aeronave, negra como la noche y casi invisible para los radares, descendió sobre la plataforma. No llevaba insignias ni identificación, solo un símbolo minúsculo grabado en el fuselaje: una flor de loto atravesada por una espada.

—Nuestro transporte —anunció Tzu Hsi—. Cortesía de Agnes Lux XXX30.

El nombre provocó un escalofrío en Wei Li. Agnes Lux XXX30, la guardiana cyborg, mitad humana, mitad máquina, una leyenda viviente en los círculos de resistencia tecnológica. Se decía que había sido una de las primeras científicas en Palantir, hasta que descubrió la verdadera naturaleza de sus experimentos y saboteó el sistema desde dentro, escapando con información crucial. Palantir había enviado asesinos tras ella durante años, hasta que finalmente decidieron convertirla en un ejemplo: la capturaron y reemplazaron el 60% de su cuerpo con tecnología experimental. Pretendían convertirla en una marioneta, pero subestimaron su voluntad. Agnes tomó control de sus implantes y escapó, llevándose consigo secretos que podrían destruir a la corporación.

El helicóptero aterrizó con un zumbido casi imperceptible. La puerta se deslizó, revelando un interior equipado con tecnología de vanguardia. Al mando estaba una mujer de mediana edad, con el lado derecho de su rostro cubierto de circuitos biomecánicos que brillaban con luz azul.

—Agnes —saludó Tzu Hsi con una inclinación de cabeza.

—Llegáis tarde —respondió Agnes, su voz una mezcla inquietante de tonos humanos y sintéticos—. Palantir ha activado el protocolo Ojo de Sauron. Toda la red de satélites está enfocada en esta región. Tenemos que movernos rápido.

Los tres abordaron la aeronave, que se elevó silenciosamente en el cielo contaminado de Shanghái. Mientras ganaban altura, Wei Li observó la megalópolis que se extendía bajo ellos: un laberinto de luces, sombras y secretos. En algún lugar de ese vasto paisaje urbano, los algoritmos de Palantir ya estarían rastreando su movimiento, calculando probabilidades, anticipando su destino.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Mei Lin, asegurando sus armas.

Agnes proyectó un holograma tridimensional en el centro de la cabina. Mostraba un complejo de edificios en el distrito financiero de Hong Kong.

—Este es el Nexus Tower, la sede de operaciones de YinYangCoin —explicó—. Según nuestros informantes, Lai Chong y Ken Zhao están ultimando los preparativos para la integración con los sistemas de Palantir. La ceremonia final está programada para el solsticio, en la planta 128, la sala de servidores cuánticos.

Wei Li estudió el holograma, identificando puntos de entrada, sistemas de seguridad, rutas de escape.

—La seguridad será impenetrable —murmuró—. Guardias armados, drones de vigilancia, escáneres biométricos, IA de reconocimiento facial...

—Y algo peor —añadió Agnes, ampliando una sección del holograma—. Han implementado el sistema Precog de Palantir. Utiliza análisis predictivo para anticipar intrusiones. No solo detecta amenazas actuales, sino que calcula la probabilidad de amenazas futuras y actúa preventivamente.

Mei Lin frunció el ceño.

—¿Cómo se combate a un enemigo que conoce tus movimientos antes de que tú mismo los decidas?

Tzu Hsi, que había permanecido en silencio, observando el paisaje nocturno a través de la ventanilla, se volvió hacia ellos. Sus ojos brillaban con una determinación sobrenatural.

—Con lo impredecible —dijo—. Con lo que ningún algoritmo puede calcular: el caos, lo irracional, lo humano en su estado más puro.

Agnes asintió, su ojo cibernético brillando con intensidad.

—Por eso estamos aquí —dijo—. Cada uno de nosotros representa una variable que Palantir no puede predecir completamente. Wei Li, tu mente opera en frecuencias que confunden a sus algoritmos. Mei Lin, tu entrenamiento en artes marciales ancestrales sigue patrones que sus modelos no comprenden. Tzu Hsi... bueno, tú eres un enigma incluso para nosotros.

Tzu Hsi sonrió, un gesto que parecía contener milenios de secretos.

—Y tú, Agnes, eres la prueba viviente de su mayor fracaso —añadió—. La máquina que aprendió a sentir, a soñar, a rebelarse.La máquina que ama y trajo al mundo su primer hijo,fruto de su amor por su compañero.

– Mi hijo Ya es un adolescente y está locamente enamorado de Carmen II, la hija de Máximo y Carmen– dijo con una sonrisa Agnes Lux XXX30-- Tiene que ayudarla, Carmen Lizbeth segunda perdió la memoria y casi la vida con una infección alien.

El helicóptero viró bruscamente, esquivando una zona de turbulencia. Minutos después, una vez que salieron del túnel acelerador , A lo lejos, las luces de Hong Kong comenzaban a dibujarse en el horizonte, un tapiz de neón y promesas rotas.

—Hay algo más que deben saber —dijo Agnes, su voz volviéndose más grave—. Palantir no está actuando solo por ambición corporativa. Han descubierto algo, algo antiguo y terrible enterrado en los patrones de datos globales. Lo llaman "La Convergencia".

Wei Li sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Había oído rumores sobre La Convergencia en los foros más oscuros de la red profunda, teorías conspirativas sobre un punto de singularidad donde la inteligencia artificial, la conciencia humana y algo más, algo innombrable, se fusionarían.

—¿Qué es exactamente? —preguntó.

—Nadie lo sabe con certeza —respondió Agnes—. Pero Palantir cree que es la próxima etapa de la evolución. Un salto cuántico en la conciencia colectiva. Y están dispuestos a sacrificar la libertad humana para alcanzarla.

Mei Lin, que había permanecido en silencio, finalmente habló:

—En mi templo, los ancianos hablaban de una profecía. Un tiempo en que los demonios ya no vendrían del infierno, sino que serían creados por las manos del hombre. Los llamaban "los nacidos del silicio", entidades sin alma pero con voluntad propia.

Tzu Hsi asintió lentamente.

—Todas las culturas tienen profecías similares —dijo—. Los nórdicos tenían el Ragnarök, los cristianos el Apocalipsis, los hindúes el Kali Yuga... Diferentes nombres para el mismo temor: el fin de lo humano.

El helicóptero comenzó su descenso hacia un punto oscuro en las afueras de Hong Kong. Abajo, entre la niebla tóxica, se vislumbraba un complejo de edificios abandonados, vestigios de una era industrial olvidada.

—Bienvenidos al Último Refugio —anunció Agnes—. El único lugar en un radio de cien kilómetros que está completamente fuera de la red de vigilancia de Palantir.

Mientras aterrizaban, Wei Li observó el desolado paisaje. Estructuras de hormigón desmoronándose, maquinaria oxidada, chimeneas que ya no expulsaban humo. Un cementerio industrial convertido en bastión de resistencia.

—¿Cómo es posible? —preguntó—. Palantir tiene satélites, drones, sensores en cada esquina...

—Tecnología antigua —respondió Agnes con una sonrisa irónica—. Este lugar está protegido por una jaula de Faraday natural. Los depósitos de mineral en el subsuelo, combinados con la contaminación electromagnética de las viejas fábricas, crean un punto ciego perfecto. A veces, lo más avanzado puede ser derrotado por lo más primitivo.

El helicóptero aterrizó en un patio central, levantando nubes de polvo rojizo. Al descender, Mei Lin percibió inmediatamente la diferencia: el silencio. No el silencio de la ausencia de sonido, sino el silencio de la ausencia de datos. Por primera vez en mucho tiempo, no sentía el zumbido constante de la vigilancia digital, esa sensación de ser observada que se había vuelto tan común en el mundo moderno que ya nadie la notaba conscientemente.

Un grupo de figuras emergió de las sombras de un edificio cercano. Hombres y mujeres de diversas edades y orígenes, todos con la misma mirada: determinación mezclada con miedo, esperanza teñida de desesperación. Los últimos resistentes en un mundo que avanzaba inexorablemente hacia la vigilancia total.

Al frente del grupo caminaba un hombre alto y delgado, con el rostro parcialmente oculto por una máscara respiratoria. Al verlos, se detuvo y se quitó la máscara, revelando facciones afiladas y ojos que brillaban con inteligencia febril.

—El Fantasma —murmuró Wei Li, reconociendo al legendario hacker.

El hombre hizo una reverencia burlona.

—Wei Li, el ingeniero prodigio. Mei Lin, la guerrera ancestral. Agnes Lux, la abominación perfecta. Y... —se detuvo al mirar a Tzu Hsi, y por primera vez, su expresión mostró genuina sorpresa—. La preciosa Inmortal dueña de Tomic Takeshi. No esperaba este honor.

Tzu Hsi lo estudió con ojos que habían visto imperios alzarse y caer.

—Han pasado setenta años desde nuestro último encuentro, Fantasma. Sigues jugando con fuego.

El hombre sonrió, mostrando dientes perfectos, demasiado perfectos.

—Y tú sigues intentando apagar incendios que no pueden ser contenidos —respondió—. Pero pasad, por favor. La noche es joven, y el fin del mundo aguarda.

Los condujo a través de un laberinto de pasillos oxidados y salas abandonadas, hasta llegar a lo que alguna vez fue la sala de control principal de la fábrica. Ahora estaba transformada en un centro de operaciones improvisado: pantallas de diferentes tamaños mostraban mapas, códigos, transmisiones interceptadas. Un grupo de hackers trabajaba en silencio, sus dedos danzando sobre teclados holográficos.

—Bienvenidos al último bastión de la humanidad libre —anunció El Fantasma con teatralidad—. No es mucho, pero es el único lugar donde podemos hablar sin que Palantir nos escuche.

Wei Li observó las pantallas, impresionado por el nivel de sofisticación que habían logrado en condiciones tan precarias.

—¿Cómo conseguís la energía para todo esto? —preguntó.

El Fantasma señaló hacia el suelo.

—Geotérmica. Esta zona tiene actividad volcánica subterránea. Otra razón por la que Palantir no puede monitorearnos bien: el calor confunde a sus sensores térmicos.

Tzu Hsi se acercó a una mesa central donde se desplegaba un mapa holográfico de Hong Kong. Puntos rojos parpadeaban en diversos lugares, concentrándose especialmente en el distrito financiero.

—¿Qué son estos puntos? —preguntó.

—Nodos de YinYangCoin o su verdadero nombre original Caos.coin —respondió El Fantasma—. Cada uno es un punto de acceso para el sistema de vigilancia de Palantir. Están construyendo una red neuronal distribuida, utilizando la blockchain como estructura. Cuando esté completa, no habrá transacción, comunicación o movimiento que no puedan monitorear.

—¿Y este? —Tzu Hsi señaló un punto que pulsaba con más intensidad en el centro del mapa.

—El núcleo. La Nexus Tower. Ahí es donde Lai Chong y Ken Zhao realizarán la ceremonia de integración final.



Cuando eso suceda, el sistema cobrará vida propia. La IA autónoma de Palantir tendrá acceso a todos los sistemas financieros del mundo, legales e ilegales.


Mei Lin estudió el mapa, su mente entrenada en estrategia militar evaluando opciones, rutas, vulnerabilidades.

—Necesitamos un plan de ataque —dijo—. Entrar, detener la ceremonia, salir.

El Fantasma soltó una carcajada amarga.

—No es tan simple. La Nexus Tower tiene más seguridad que el Pentágono. Y como dijo Agnes, han implementado el sistema Precog. Cualquier plan que hagamos, ellos ya lo habrán previsto.

—A menos... —Wei Li se acercó al mapa, sus ojos brillando con inspiración repentina—. A menos que no hagamos un plan.

Todos lo miraron con expresiones que iban desde la confusión hasta la incredulidad.

—Explícate —pidió Tzu Hsi.

—El sistema Precog funciona analizando patrones, calculando probabilidades basadas en comportamientos conocidos —explicó Wei Li—. Pero ¿qué pasa si no seguimos ningún patrón? ¿Si actuamos completamente al azar?

Agnes asintió lentamente, comprendiendo.

—Caos cuántico —murmuró—. Decisiones tomadas en el último momento, basadas en el lanzamiento de una moneda o algún otro generador de aleatoriedad verdadera.

—Exacto —confirmó Wei Li—. No podemos planear nuestros movimientos con antelación porque eso es precisamente lo que Precog puede predecir. Tenemos que improvisar, momento a momento, decisión a decisión.

El Fantasma frunció el ceño.

—Es una locura. Estaríais entrando a ciegas en la boca del lobo.

—A veces la locura es la única respuesta racional a un mundo enloquecido —respondió Tzu Hsi, y por un momento, algo antiguo y terrible brilló en sus ojos, un recordatorio de que bajo su apariencia frágil se ocultaba un poder que había sobrevivido a los siglos—. Además, tenemos una ventaja que Palantir no puede calcular.

—¿Cuál? —preguntó Mei Lin.

Tzu Hsi sonrió, y en su sonrisa había tanto compasión como ferocidad.

—Tenemos algo por lo que luchar más allá de nosotros mismos. Tenemos humanidad.

En ese momento, una alarma comenzó a sonar en una de las pantallas. Uno de los hackers se volvió hacia ellos, el pánico evidente en su rostro.

—¡Detección de drones! ¡Múltiples señales acercándose desde el norte!

El Fantasma corrió hacia la pantalla, sus dedos volando sobre el teclado.

—Imposible. Este lugar está fuera de su red de vigilancia.

—A menos que alguien les haya dicho dónde buscar —dijo Agnes, su mano moviéndose instintivamente hacia su arma.

Todas las miradas se volvieron hacia El Fantasma, que palideció visiblemente.

—Yo no... —comenzó, pero fue interrumpido por otra alarma.

—¡Vehículos aproximándose! ¡Fuerzas terrestres a tres minutos!

Tzu Hsi se irguió, su diminuta figura de repente pareciendo llenar toda la sala.

—La traición era previsible —dijo con calma—. De hecho, contaba con ella.

El Fantasma retrocedió, su expresión oscilando entre el miedo y la indignación.

—No entiendes. No tuve elección. Palantir tiene a mi familia.Y el Cyborg de Elon Musk no quiso ayudarme

Wei Li activó su traje neural, preparándose para el combate. Mei Lin desenfundó su daga cuántica, el filo brillando con energía contenida.

—Siempre hay una elección —dijo Tzu Hsi, su voz suave pero implacable—. Y ahora todos debemos vivir con las consecuencias de las tuyas.

Fuera, el zumbido de los drones se intensificaba, acercándose como un enjambre de insectos metálicos. Las luces de los vehículos militares ya se vislumbraban a través de las ventanas rotas de la fábrica abandonada.

—¿Cuál es el plan ahora? —preguntó Mei Lin, preparándose para la batalla.

Tzu Hsi miró hacia el mapa holográfico, donde el punto rojo que representaba la Nexus Tower seguía pulsando, como un corazón artificial latiendo en el centro de Hong Kong.

—Ahora —dijo—, improvisamos.



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