### Trinchera de Espinas de Madera
#### Capítulo 8: El Abrazo del Bowibu
Los golpes en la puerta llegaron al fin, no como un trueno, sino como un ritual inevitable. Eran las 4:17 de la madrugada, según el reloj digital que Gunther había desconectado semanas atrás para ahorrar batería. Ji-yeon, acurrucada contra él en el suelo frío, se tensó como un animal herido. Sus ojos, hundidos en órbitas moradas, se abrieron de golpe. No hubo palabras. Solo un beso rápido, desesperado, con sabor a sangre seca y a semen de la noche anterior.
Gunther se levantó, desnudo y magullado, y abrió la puerta sin resistencia. Cuatro agentes del Ministerio de Seguridad del Estado —el Bowibu— entraron como sombras negras. Uniformes impecables, rostros de piedra. El líder, un hombre alto con cicatrices en las manos, lo miró con desprecio clínico.
—Profesor Voss. Camarada Gunther Alexander. Está bajo arresto por traición al pueblo y conspiración contra el Estado.
No hubo sorpresa. Gunther extendió las manos para las esposas. Detrás de él, Ji-yeon fue arrastrada del suelo por dos agentes. Gritó una vez, un sonido gutural que se ahogó cuando le taparon la boca con un trapo. La golpearon en el estómago hasta que se dobló, vomitando bilis sobre sus pies descalzos.
Los separaron de inmediato. A Gunther lo metieron en un saco negro sobre la cabeza y lo arrojaron a la parte trasera de una furgoneta. El viaje fue largo, lleno de baches y silencio. Sintió el olor a gasolina y a miedo propio. Pensó en Ariza, en cómo su muerte lo había traído aquí. Pensó en Ji-yeon, en si la volvería a ver.
Lo bajaron en un sótano subterráneo, un kuryujang —centro de detención e interrogatorio— en las afueras de Pyongyang. Lo desnudaron, lo registraron con brutalidad: dedos invasivos en cada orificio, buscando dinero, mensajes, cualquier cosa. Lo afeitaron la cabeza con una navaja oxidada que le cortó el cuero cabelludo en varios puntos. La sangre corrió caliente por su cuello.
La primera sesión de interrogatorio empezó esa misma noche.
Lo encadenaron a una silla metálica en una habitación sin ventanas, iluminada por una bombilla desnuda que parpadeaba como un ojo enfermo.
Ahí llegó El interrogador principal . Era una mujer. Alta, delgada, con uniforme negro ajustado que acentuaba su figura atlética. Cabello corto, ojos fríos como el acero de una bayoneta. Bella, preciosa.
Casi que se rio.Lo supo siempre.Ri Ji-jeon. No la Ji-yeon del jangmadang, la vendedora de cables con ojos desesperados. No.La verdadera. La Coronel Ri Ji-jeon, oficial superior del Bowibu, División de Operaciones Especiales contra Extranjeros.
Gunther la miró, y por primera vez sintió que el mundo se rompía del todo.
—Tú...Siempre lo supe —susurró, la voz ronca por la sed.
Ella sonrió. Una sonrisa perfecta, profesional, sin calor.
—Hola, Gunther Alexander. O Voss, como te gustaba llamarte. El zorro que cayó en su propia madriguera.
Se acercó, sus tacones resonando en el concreto. Le tocó la mejilla con guantes de cuero negro, un gesto casi tierno que contrastaba con la frialdad de sus ojos.
—Todo fue una operación. Desde el principio. El Tío, el hermano, los 5.000 dólares. Todo diseñado para atrapar a un extranjero ingenuo con acceso a fondos occidentales y un corazón roto. Pudo ser cualquiera. Te elegí a ti porque eras guapo. Bien parecido, como dicen en Occidente. Fácil de seducir. Fácil de romper.
Gunther intentó escupir, pero solo salió saliva seca.
—¿Y el sexo? ¿La habitación sin ventanas? ¿Todo eso también era parte del guion?-- pregunto sabiendo de antemano la respuesta
Ji-jeon —no, la Coronel Ri— se rio suavemente. Se sentó en la mesa frente a él, cruzando las piernas.
—Improvisación. Me gustaste de verdad. Tu cuerpo, tu desesperación. Fue... divertido. Pero al final, todo sirve al Estado. Demostramos la culpabilidad de los extranjeros. Cómo corrompen, cómo traicionan. Tu "Operación Fénix" era perfecta: un profesor alemán reclutando disidentes, moviendo dinero, planeando fugas. Evidencia irrefutable.
Un agente entró con una carpeta. Fotos: Gunther en el jangmadang, con el Tío, con Min-ho. Grabaciones de audio de sus conversaciones. Incluso fotos de ellos follando en el apartamento, tomadas desde una cámara oculta en la telepantalla.
—Te embrujaste a ti mismo, Gunther. Creíste en mí. En nosotros. Y ahora, pagarás.-- dijo con el íntimo tono de ambos,después de amarse con locura.
La tortura empezó esa noche.
Primero, lo colgaron de las muñecas, pies apenas tocando el suelo. Lo golpearon con varas de madera en las plantas de los pies, en las rodillas, en la espalda. Cada golpe un estallido de dolor que lo hacía gritar hasta quedarse sin voz.
Luego, el agua. Lo obligaron a arrodillarse en una tina, agua hasta la nariz. Lo empujaban bajo el superficie hasta que los pulmones ardían, sacándolo justo antes de ahogarse. Repetido. Una y otra vez.
—Confiesa —decía Ri Ji-jeon, observando desde una silla—. Confiesa que eres un espía imperialista. Que viniste a derrocar al Líder.
Gunther negaba. Al principio con rabia, luego con súplicas mudas.
En la tercera sesión, trajeron electricidad. Electrodos en los dedos, en los genitales. Corriente que lo hacía convulsionar, orinarse encima, morderse la lengua hasta sangrar.
Ri Ji-jeon participaba personalmente. Se quitaba los guantes, lo tocaba. Lo violaba con objetos fríos —un bastón, una botella— mientras le susurraba al oído:
—Te amo, Gunther. Te amo tanto que te destruiré. Me embrujaste con tu piel pálida, con tu deseo. Ahora, me libero de ese hechizo.Me obligantes a enamorarme de ti.Eso de debilita, me corrompe.Por eso toda esta charada.
Lo montaba a veces, forzándolo a endurecerse con drogas inyectadas, follándolo mientras los agentes miraban o grababan. Era violación pura, humillación absoluta. Le decía "te amo" mientras lo sodomizaba con un strap-on improvisado, lágrimas falsas en sus ojos.
—Eres mío. Siempre lo fuiste. Pero ahora, te mato porque no puedo tenerte. Tu belleza extranjera me corrompió. Debo purgarme matándote.-- le dijo mordiendo lo brutalmente en la mejilla,mientras lo miraba cara a cara
Gunther perdía la noción del tiempo. Días, semanas. Lo alimentaban con sopa agria, arroz con gusanos. Lo dejaban en una celda diminuta donde no podía estar de pie ni acostarse del todo. Privación de sueño: luces constantes, ruidos grabados de gritos.
En una sesión, trajeron a Ji-yeon —la verdadera, la que él había escondido. Estaba irreconocible: huesuda, cubierta de moretones, ojos vacíos. La arrojaron al suelo frente a él.
-- Resiste. Yo me lánzate la culpa de todo. Soy extranjero. A la larga me liberan. Dire que te engañe e involucre contra mi voluntad.
La mujer levantó su cara y comenzó a reír .
—Ella era mi agente encubierta,yo misma —dijo Ri Ji-jeon parándose repentinamente y riéndose con malvada expresion—. este era mi disfraz, buen maquillaje ,La usé para atraerte. Odio está representación que hice;ropa normal,maquillaje barato
porque se que amas a esa figura y no a mi, a pesar de todo Me gusta ,cuando me hacías el amor así. Ahora Nadie nos ve. Será la última vez.Se que voy a llorar de desesperación. Pero no puede ser de otra forma.Adonde vas morirás y yo estaré tranquila. No serás de nadie.Solo mio.-- dijo clavándole las uñas en el brazo.
Gunther se rompió entonces. Confesó todo. Firmó papeles. Admitió ser espía, traidor, corrupto.Sabia que no tenía oportunidad ante ella.
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Lo trasladaron a un kwanliso, un campo político en las montañas del norte. Camp 15, Yodok, o uno similar. Trabajo forzado en minas de carbón, 16 horas al día, con raciones que lo reducían a esqueleto.
Allí, en las barracas heladas, oyó rumores. Ri Ji-jeon había sido ascendida por su operación exitosa. Demostró la "culpabilidad de los extranjeros". Su informe era lectura obligatoria en las academias del Bowibu.
Gunther cavaba carbón, pensando en ella. En su cuerpo, en su traición. En cómo la amaba y la odiaba. En cómo ella lo amaba lo suficiente para destruirlo.
Una noche, un guardia nuevo le susurró: "La Coronel Ri viene de visita. Quiere verte. Dice que te extraña."
Gunther sonrió en la oscuridad. El juego no había terminado. O quizás sí. En este infierno, ¿qué diferencia había?
La nieve caía eterna fuera de las alambradas electrificadas. Adentro, los prisioneros morían uno a uno. Gunther esperaba su turno, o su visita.
El Gran Hermano había ganado. Pero en su mente rota, Gunther aún follaba a Ri Ji-jeon en la habitación sin ventanas. Aún la odiaba. Aún la amaba.
Y planeaba, en silencio, su venganza. O su muerte.
(Continuará)
### Trinchera de Espinas de Madera
Dos meses después.
#### Capítulo 9: La Habitación 101
El campo de reeducación política número 14, en las montañas de Hamgyong del Norte, era un valle helado rodeado de alambradas y torres de vigilancia. El viento cortaba como cuchillas, y el carbón negro cubría todo: la nieve, la piel, los pulmones. Gunther Alexander Voss ya no era un hombre; era el prisionero 47-892, un saco de huesos con cabeza rapada y ojos hundidos que cavaba en la mina desde el amanecer hasta que la oscuridad lo devoraba todo.
Habían pasado meses —o años; el tiempo se disolvía en este lugar—. La rutina era simple: trabajo hasta desfallecer, sopa agria con gusanos, palizas por cuota no cumplida, ejecuciones públicas los domingos para mantener la moral. Gunther había visto a hombres romperse de formas que ni en sus peores pesadillas berlinesas imaginaba. Uno confesaba haber sido agente de la CIA solo por dormir una noche sin golpes. Otro se comía su propia mierda para calmar el hambre.
Pero Gunther resistía. En su mente rota repetía un mantra: *Ri Ji-jeon vendrá. Me prometió que vendría.Se que vendrá a liberarme. Vendrá a matarme*
Y ella llego.
Una mañana de invierno tan fría que el aliento se congelaba en la barba, los guardias sacaron a Gunther de la barraca. Lo arrastraron, encadenado, a un edificio separado: el centro de "reeducación intensiva". Lo metieron en una celda blanca, sin ventanas, con una sola bombilla y una silla de metal atornillada al suelo. Lo dejaron allí tres días, sin comida, solo agua helada. La luz nunca se apagaba. El silencio era tan absoluto que oía su propia sangre circulando.
Al cuarto día, la puerta se abrió.
Ella entró sola. Coronel Ri Ji-jeon, impecable en su uniforme negro, botas relucientes, el cabello corto peinado hacia atrás. Llevaba guantes de cuero y un maletín pequeño. Olía a jabón caro y a poder absoluto. Cerró la puerta con llave. Se quedó mirándolo.
Gunther, desnudo y temblando, levantó la vista. Su cuerpo era un mapa de cicatrices: quemaduras de electricidad, cortes infectados, costillas visibles bajo la piel translúcida.
—Mi hermoso extranjero —dijo ella en voz baja, casi tierna—. Mira lo que te has hecho.
Gunther intentó hablar, pero solo salió un graznido. Ella se acercó, se arrodilló frente a él y le tocó la cara con el guante. El cuero frío contra su piel ardiente fue un shock.
En silencio, sin dejar de verlo lo baño, ella misma fue limpiando las costras de sucio.. limpio sus dientes, le coloco cremas contra los hongos en los dedos de los pies, lo afeito.
—Te quiero, Gunther. Siempre te amé. Por eso tuve que romperte. Me embrujaste con tu piel blanca, con tus ojos tristes, con tu deseo por mí. Un oficial del Partido no puede amar a un enemigo del pueblo. Así que te purifiqué. Te traje aquí para salvarte... y para salvarme.
Se quitó los guantes lentamente. Sus manos eran suaves, manicure perfecto. Le acarició el pecho, los pezones endurecidos por el frío, bajó hasta su sexo flácido y lo tomó con delicadeza clínica.
—Te voy a matar, amor mío. Pero primero, te voy a hacer confesar la verdad final. No la verdad del Partido. La tuya.
Luego diestra mente le hizo sexo oral, luego con movimientos felinos se desnudo, mostrándole su cuerpo precioso y perfecto.
-- Soy de vulva muy pequeña.. tu aparato europeo gigante me destroza, me hace feliz y me convierte en una puta.Tu puta.
Cuando terminaron de amarse como animales en el frío suelo, ella se incorporo.
Abrió el maletín. Dentro había instrumentos: pinzas, un bisturí pequeño, una jeringa con un líquido transparente, y algo peor: una caja de madera con agujeros.
Gunther conocía esa caja. Había oído los rumores en el campo. La Habitación 101 norcoreana.
Ri Ji-jeon se sentó en la silla frente a él. Lo miró a los ojos.
—Sabemos lo que más temes, Gunther. No es el dolor. Lo soportaste. No es la muerte. La deseas. Es otra cosa.
Abrió la caja. Dentro, atadas con alambres, había tres ratas grandes, grises, hambrientas. Sus ojos rojos brillaban. Chillaban de excitación.
Gunther palideció. El miedo primal, el que no podía controlar, le subió por la garganta como bilis. Desde niño le aterrorizaban las ratas. En Berlín, una vez una lo mordió en la cara mientras dormía. La cicatriz aún estaba en su mejilla.
Ri Ji-jeon sonrió, esta vez con verdadera tristeza.
—Te pondré esta jaula en la cara, amor. Las ratas olerán tu miedo. Comerán a través de tus ojos, de tu nariz, hasta tu cerebro. Lentamente. Mientras yo miro.
Se acercó con la jaula. Las ratas se volvieron locas, arañando los barrotes.
Gunther gritó. No palabras. Un sonido animal, inhumano.
—¡No! ¡Por favor! ¡Haré lo que quieras!
Ella se detuvo. La jaula a centímetros de su cara.
—¿Qué quieres confesar?
—¡Que te amo! ¡Que siempre te amé! ¡Que el Partido tiene razón! ¡Que los extranjeros somos gusanos! ¡Que merezco morir!
Ri Ji-jeon bajó la jaula. Las ratas chillaron de frustración.
—No es suficiente.
Volvió a acercarla.
Gunther rompió del todo.
—¡Traicionaré a cualquiera! ¡A Klaus! ¡A los disidentes! ¡Dame nombres falsos y los firmaré! ¡Diré que Ariza era una puta imperialista! ¡Que nunca la amé! ¡Que solo te amo a ti y al Líder!
Ella apartó la jaula. La cerró. La guardó.
Se arrodilló de nuevo. Lo besó en la boca. Un beso profundo, con lengua, como amantes en la habitación sin ventanas. Gunther respondió con desesperación, lágrimas corriendo por su cara.
—Bien, mi amor —susurró ella contra sus labios—. Ahora eres puro.Sabes algo?. Un día soñé que tú y yo caminábamos felices por Urbania.Tu tenías una niña en brazos y yo estaba embarazada.Nos reíamos.Eramos felices...Desperté y me sentí sucia, traidora a mi ideología, a mi entrenamiento.Tu eres el culpable..
Se levantó. Sacó la jeringa.
—Esto es para el dolor. Y para el placer.Se que no tienes fuerza para hacerlo normalmente
Le inyectó en el cuello. Una droga que calentó su cuerpo, que lo hizo endurecerse a pesar del terror.
Ri Ji-jeon se desabrochó el uniforme. Se quitó la chaqueta, la camisa, el sujetador. Sus pechos perfectos, como los recordaba. Se sentó a horcajadas sobre él, aún encadenado a la silla.
Lo montó lentamente, mirándolo a los ojos.
—Te amo, Gunther. Te amo tanto que te voy a matar y después me mataré.Tengo un atraso.No puedo seguir traicionado lo que soy.No puedo tener un bebé de un cerdo capitalista.
Lo cabalgó con furia controlada, sus caderas moviéndose como en un ritual. Gunther gemía, mezcla de placer y horror. Ella lo besaba, lo mordía, le arañaba el pecho ya destrozado.
—Cuando termines dentro de mí —susurró—, te cortaré la garganta. Será rápido. Y me llevaré tu semilla. Quizás tenga un hijo tuyo. Un hijo del enemigo, para criarlo como soldado del Partido.
Gunther eyaculó con un grito ahogado, el orgasmo más intenso y terrible de su vida.
Ella se levantó. Su semen corría por sus muslos. Tomó el bisturí.
Se acercó a su cuello.
Gunther cerró los ojos.
—Es verdad, es muy básico,debo aceptarlo. Estoy enamorado de ti, con disfraz,con uniforme,desnuda—repitio él.
—Falso, mentira.No me amas a mi te enamoras tes de la muchacha del mercado,la que fue tu compañera, la que tenía miedo y busco refugio en ti. Ella no existe, nunca se enamoro de ti.Yo si.Me atraistes desde el primer momento.Deseaba estar contigo,solos los dos, como ahora.Este es nuestro verdadero refugio—respondió ella.
El bisturí brilló bajo la luz.
Pero no cortó.
En vez de eso, Ri Ji-jeon se arrodilló de nuevo. Lo besó en la frente.
—No puedo —susurró vencida—. No puedo matarte. Me embrujaste demasiado.
Guardó el bisturí. Sacó una llave del bolsillo. Le quitó las cadenas.
—Hay un túnel. Debajo de la mina. Lleva a ROCT. Un guardia está comprado. Corre. Ahora.
Gunther la miró, incrédulo.
—¿Por qué?
—Porque me importas de verdad. Y porque si te mato, tendré que matarmé después. El Partido no permite el amor. Así que elijo la traición final.Te traicionó,traicionó mis ideales y me traicionó yo.
Lo empujó hacia la puerta trasera de la celda. Un pasadizo oscuro.
—Corre, Gunther. Y olvídame.
Él dudó un segundo. La besó una última vez, con sangre y lágrimas.
Corrió.
Detrás de él, oyó un disparo.
Dicen que Ri Ji-jeon se había pegado la pistola en la sien.
Cuando los guardias entraron, informaron que encontraron un cuerpo perfecto en un charco rojo, y al prisionero extranjero estaba desaparecido.
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Gunther cruzó la frontera esa noche, guiado por el guardia sobornado. Llegó a ROCT hecho un esqueleto, con el nombre cambiado, la mente rota.
Nunca volvió a Urbania. Vivió en el exilio, en un apartamento pequeño en la Unión Vettel, escribiendo su confesión. La novela que estás leyendo ahora.
A veces, en sueños, vuelve a la Habitación 101. Ve a Ri Ji-jeon montándolo, con el bisturí en la mano y amor en los ojos.
A veces despierta gritando.Viendo a Ri Ji-jeon con la pistola en la sien.
A veces despierta erecto.
El Gran Hermano ganó, al final. Porque incluso en la libertad, Gunther la ama.
Y la odia.Y la adora.No puede enamorarse
Y sabe que ella lo salvó, asesinando a una inocente.
Todo fue otra mentira.Lo supo cuando un desconocido le entregó la fotografía de una niña con rascos coreanos y ojos azules.En el reverso de la foto estaba estampado un beso con lapiz labial.Los labios de ella.
Fin.
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