Bloguer

viernes, 19 de diciembre de 2025

Novelas Por Capitulos

trinchera de espinas de madera
Capítulo 2: El precio de la apatía




Gunther Alexander caminó de vuelta al compound de PUST con la sensación de llevar un peso muerto en el estómago. No era el frío ni el cansancio de la caminata; era la certeza de que había cruzado un umbral. El río Taedong, congelado y silencioso, parecía un espejo de su propia vida: una superficie dura y brillante que ocultaba corrientes oscuras y peligrosas.
La idea de la trampa no era una posibilidad, sino una convicción que se había instalado en su mente con la frialdad de un teorema matemático. ¿Por qué él? Un extranjero, un profesor temporal, alguien que apenas había mostrado interés en el jangmadang. Ri Ji-yeon no era una ingenua. Su inglés era demasiado bueno, su manejo de la situación demasiado profesional. La historia del hermano y los 5.000 dólares era un cebo perfecto: lo suficientemente desesperada para ser creíble en este lugar, lo suficientemente costosa para ser un compromiso serio.
Cinco mil dólares. El precio de un alma, o el precio de un anzuelo.
Pensó en el Tío. El hombre no había suplicado, había negociado. Había usado términos como “donju” (nuevos ricos) y había evaluado la capacidad financiera de Gunther con una precisión alarmante. Un simple trabajador no habla así. Un simple trabajador no tiene la calma para apagar un cigarrillo mientras decide el destino de su sobrina. Era obvio que El Tío era un intermediario, un engranaje en una maquinaria más grande.

. El Estado.
En el mundo de Gunther, el Gran Hermano no era un hombre con bigote en una pantalla, sino una red de algoritmos, cámaras de reconocimiento facial y metadatos. Aquí, en Pyongyang, era más primitivo, más personal, y por lo tanto, más aterrador. Era el vecino que escucha, el guardia que mira, el Tío que negocia.
Llegó a la entrada del compound. El guardia, un joven con un gorro de piel que le cubría las orejas, le hizo un saludo perezoso. Gunther le devolvió el gesto.
—Profesor Voss, ¿disfrutó de su paseo? —preguntó el guardia en coreano, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—Mucho. El aire es fresco —respondió Gunther en un coreano básico.
El guardia asintió. Gunther sintió un escalofrío. ¿Sabía el guardia dónde había estado? ¿Había un informe ya redactado? La paranoia era el aire que se respiraba en esta ciudad, y ahora, Gunther la estaba inhalando profundamente.
Subió a su apartamento. El televisor en la pared, el equivalente local de la telepantalla, estaba apagado, pero él sabía que podía estar encendido. Se sentó en su escritorio y encendió su laptop. El mensaje a su ex-jefe, Klaus, ya había sido enviado. La cifra de 30.000 euros era su propia prueba. Si esto era una trampa, él la haría más grande, más ruidosa. No quería solo salvar a Ji-yeon; quería comprar una palanca, una salida de emergencia para ambos.
A las 3:00 AM, el teléfono satelital vibró. Era un mensaje cifrado de Klaus.
Klaus: El préstamo está aprobado. 30k. ¿Qué estás construyendo, Alexander? No me digas que es otra vez el proyecto de la IA de reconocimiento de emociones. Te lo transfiero a la cuenta de Hong Kong mañana a primera hora. Úsalo bien. Y por favor, vuelve a casa.
Gunther sintió un nudo en la garganta. Klaus era su ancla al mundo real, el único que entendía su necesidad de autodestrucción controlada. La transferencia a Hong Kong era el primer paso. El segundo era moverlo a Pyongyang.
El sistema bancario norcoreano era un laberinto de sanciones y controles. No podía simplemente hacer una transferencia SWIFT. Necesitaba un donju, un intermediario del mercado negro que pudiera mover dinero desde China a Pyongyang a cambio de una comisión exorbitante.
Al día siguiente, en la universidad, Gunther se movía como un fantasma. Sus clases de “Introducción a la Programación Orientada a Objetos” se sintieron irreales. Los estudiantes, con sus uniformes inmaculados y sus ojos brillantes de ambición controlada, eran el producto perfecto del sistema.
Durante el almuerzo, se acercó a un colega chino, el Profesor Lin, un hombre corpulento y silencioso que enseñaba Ingeniería de Redes. Lin era conocido por su afición a los puros cubanos y su silencio sobre cómo los conseguía.
—Profesor Lin —dijo Gunther en inglés, bajando la voz—. Necesito un favor. Algo discreto.
Lin dejó su cuchara. Sus ojos pequeños y oscuros se fijaron en Gunther.
—¿Discreto? En PUST, Alexander, solo la muerte es discreta.
—Necesito mover una cantidad de dinero de Hong Kong a aquí. Cinco mil dólares americanos. Rápido.
Lin sonrió, una expresión lenta y calculada.
—Cinco mil es una cantidad pequeña. Para ti. Para mí, es una comisión. ¿Qué ofreces?
—Diez por ciento. Y mi silencio sobre tus puros.
Lin se rió suavemente.
—Veinte por ciento. Y me dirás por qué un hombre que huye de su vida está comprando una nueva aquí.
—Trato hecho —dijo Gunther.
—Bien. Mañana por la noche. Te daré una dirección. No la escribas. Memorízala.
El trato con Lin fue la segunda confirmación de la trampa. El dinero se movía con demasiada facilidad. El sistema estaba diseñado para ser impenetrable, pero la corrupción era el lubricante que hacía girar los engranajes. Si el Estado quería que Gunther tuviera acceso a 5.000 dólares, el Estado se aseguraría de que los tuviera.
Están facilitando mi caída. Me están dando la cuerda para que me ahorque.
La sospecha se convirtió en una forma de excitación. Si Ji-yeon era una agente, una espía del Partido, entonces su relación no sería una simple aventura prohibida, sino un duelo psicológico, una batalla de voluntades en la que el premio era la verdad.





 3: El juego de la verdad
El encuentro con Lin se produjo en un restaurante de pato a la brasa en el distrito de Moranbong. Lin le dio un número de cuenta en yuanes y un código de verificación.
—Transfiere el dinero a esta cuenta. En tres días, tendrás el equivalente en wones norcoreanos, o si lo prefieres, en billetes de dólar usados. ¿Qué prefieres?
—Dólares. Usados.
—Sabia elección. El won es solo papel de colores.
Gunther hizo la transferencia esa misma noche. La espera fue insoportable. Los días se arrastraban, llenos de la monotonía de la vida en el compound. Empezó a observar a los otros profesores extranjeros, buscando signos de su propia apatía. ¿Eran todos ciegos? ¿O simplemente habían aceptado las reglas del juego?



El sábado llegó. Gunther tenía los 5.000 dólares americanos, envueltos en papel de periódico y escondidos en un falso fondo de su maleta. Eran billetes viejos, arrugados, con el olor a humedad y a tabaco del mercado negro.
A las 9:30 PM, se dirigió al bloque de apartamentos en Sosong. La nieve había cesado, dejando las calles resbaladizas y el aire cortante. Subió las escaleras. El olor a repollo fermentado y carbón era más fuerte esta vez, como si el edificio estuviera respirando con dificultad.
Llamó a la puerta: tres golpes lentos, dos rápidos.
La puerta se abrió. No fue Ji-yeon. Fue el Tío.
—Camarada extranjero —dijo el Tío, sin sonreír—. Pasa.
El apartamento estaba igual, pero la atmósfera era diferente. Más tensa. Ji-yeon estaba sentada en el taburete, junto a la estufa. Llevaba la misma chaqueta acolchada. Sus ojos, grandes y oscuros, se encontraron con los de Gunther. No había alivio, solo una expectación fría.
—¿Lo tienes? —preguntó el Tío.
Gunther sacó el paquete de billetes y lo puso sobre la mesa, junto a la lámpara de kerosene. La luz amarilla hizo que el dinero pareciera oro sucio.
El Tío desdobló el papel de periódico y contó los billetes con dedos expertos. Los apiló en cinco montones de mil.
—Cinco mil. Exacto.
Guardó el dinero en un bolsillo interior de su chaqueta.
—El caso está cerrado. El hermano será enviado a un campo de reeducación laboral por un año, pero no a la zona oscura. La familia se queda en Pyongyang.
—¿Y el hermano? —preguntó Gunther.
—Estará bien. Aprenderá una lección.
Gunther miró a Ji-yeon.
—¿Es verdad?
Ella asintió, sin mirar al Tío.
—Es lo mejor que podíamos esperar. Gracias, Gunther Alexander.
Era la primera vez que lo llamaba por su nombre completo. El sonido de su voz, suave y con un ligero acento, le produjo un escalofrío.
—Ahora que hemos terminado con los negocios —dijo Gunther, su voz firme, casi acusatoria—, podemos hablar de otras cosas.
El Tío se puso de pie.
—Yo me voy. Tengo que entregar esto.
—No —dijo Gunther—. Quédate. Esto te concierne.
El Tío dudó. Gunther se sentó en el taburete que Ji-yeon había desocupado.
—Ri Ji-yeon —dijo Gunther, mirando directamente a la mujer—. ¿Quién eres realmente?
El Tío se tensó. Ji-yeon levantó la vista. Sus ojos eran un pozo de sombras.
—Soy Ri Ji-yeon. Vendo cables en el jangmadang. Soy la sobrina de este hombre.
—No. Eres más que eso. Tu inglés es impecable. Tu conocimiento de la logística financiera es demasiado bueno. Y tu capacidad para encontrar a un extranjero con un pasado turbio y un corazón roto es excepcional.
El Tío dio un paso hacia Gunther.
—Camarada, has pagado tu deuda. No hagas preguntas estúpidas.
—No es una deuda —replicó Gunther, sin dejar de mirar a Ji-yeon—. Es una inversión. Y quiero saber en qué he invertido. ¿Eres de la Oficina 39? ¿Del Ministerio de Seguridad del Estado? ¿Eres un cebo? ¿Una agente de la Policía del Pensamiento?
Ji-yeon no se inmutó. Su rostro era una máscara de porcelana.
—¿Por qué crees eso? —preguntó ella.
—Porque todo ha sido demasiado fácil. Porque en este país, nada es fácil. Porque el miedo que vi en tus ojos la primera vez era real, pero el miedo que veo ahora es el de una actriz que teme salirse del guion.
Gunther se inclinó hacia adelante.
—Te diré lo que creo. Creo que me estás probando. Que el Partido o la facción que te controla está buscando un canal con Occidente, o un chivo expiatorio, o simplemente un tonto útil. Y yo, Gunther Alexander Voss, el profesor alemán que huyó de la muerte de su amada, soy el candidato perfecto.
Hubo un largo silencio. El Tío estaba inmóvil, su mano cerca del bolsillo donde guardaba el dinero.
Ji-yeon sonrió. Esta vez, la sonrisa llegó a sus ojos. Era una sonrisa amarga, casi triste.
—Eres muy inteligente, Gunther Alexander. Demasiado inteligente para este lugar.
—¿Y bien?
—El Tío no es mi tío —dijo Ji-yeon.
El Tío no reaccionó.
—Es un contacto. Un hombre que mueve cosas. Personas, dinero, información. Y sí, la historia de mi hermano es verdad. Pero no es toda la verdad.
Ella se levantó y caminó hacia la ventana, que estaba cubierta con una manta gruesa para evitar que la luz se filtrara.
—El Partido tiene muchas caras. Hay el Partido de la Ideología, el Partido de la Economía, y el Partido de la Supervivencia. Yo no trabajo para el Gran Hermano. Trabajo para un grupo de personas que creen que este país necesita un cambio. Un cambio lento, desde dentro.
—¿Una facción? ¿Disidentes?
—No uses esas palabras. Son peligrosas. Somos pragmáticos. Queremos que la gente coma. Queremos que la gente tenga acceso a la información. Y para eso, necesitamos dinero. Y necesitamos contactos.
—¿Y yo soy el contacto?
—Eres el eslabón más débil y más fuerte a la vez. Eres un extranjero con acceso a fondos y con un historial de trauma que te hace imprudente. Eres un hombre que busca un propósito, aunque sea la autodestrucción. Y lo más importante: eres un hombre que se siente atraído por mí.-- lanzo a quemarropa y lo vio directamente.Sabia que esa coraza teutona flaqueba...
Gunther sintió un golpe de calor en el pecho. La honestidad era más peligrosa que cualquier mentira.
—¿Y si te denuncio?
—No lo harás. Porque si lo haces, el Tío y yo desaparecemos. Y tú vuelves a tu apartamento en PUST, con tu apatía y tu recuerdo de Ariza. Y lo que es peor, nunca sabrás si lo que te dije es verdad.
El Tío habló por primera vez, su voz áspera.
—El dinero es para mi gente. Para comprar silencio, para comprar favores. Para mover a la gente que no puede quedarse aquí. No es para mí.
Gunther se levantó. Caminó hacia Ji-yeon. Se detuvo a un metro de ella.
—Entonces, ¿esto es una prueba de lealtad? ¿Una iniciación?
—Es una elección —dijo ella, mirándolo a los ojos—. Elegiste venir aquí. Elegiste pagar. Ahora, elige qué hacer con la verdad.
Gunther extendió la mano y le tocó la mejilla. Su piel estaba fría.
—Elijo creer que no eres una trampa. Pero si lo eres, elijo caer en ella.
Ji-yeon cerró los ojos por un instante. Cuando los abrió, la máscara se había roto. Había deseo, y algo más: una desesperación profunda.
—El Tío se va. Yo me quedo.-- dijo suponiendo que tendría que pagar....con ella misma.
El Tío asintió, recogió su gorro y salió sin decir una palabra.


 4: La habitación sin ventanas


El apartamento se sumió en un silencio denso, roto solo por el crepitar del carbón. Gunther y Ji-yeon se quedaron solos, la verdad desnuda flotando entre ellos.
—¿Por qué me lo has dicho? —preguntó Gunther.
—Porque no puedo trabajar con un hombre que no confía en mí. Y porque no puedo mentirle a un hombre que ha pagado mi libertad.
—No has pagado tu libertad. Has pagado un año de trabajo forzado para tu hermano.
—En este país, eso es libertad.
Gunther la tomó por los hombros. La acercó. El olor a carbón y a ropa vieja se mezcló con un tenue aroma a jabón.
—¿Qué quieres de mí, Ji-yeon?
—Quiero lo que tú quieres. Un respiro. Un lugar donde el Gran Hermano no pueda vernos.
Ambos no pudieron seguir luchando contra el otro.


Ella lo besó. No fue un beso apasionado, sino un acto de necesidad, un ancla en la tormenta. Sus labios estaban fríos, pero su aliento era cálido. Era un beso subversivo, un acto de rebelión contra la apatía y el control.
Se movieron hacia la puerta que Gunther supuso que era el dormitorio. Era una habitación pequeña, con una cama individual y una pila de mantas. No había televisor.
—Esta es la habitación sin ventanas —susurró Ji-yeon.
—¿Sin ventanas?
—Sin ventanas al mundo exterior. Solo a nosotros.
Se desvistieron con una urgencia silenciosa. El contacto de su piel fría con la suya fue un choque eléctrico. Gunther sintió que el hielo que había cubierto su corazón desde la muerte de Ariza se agrietaba. No era amor, no era romance. Era una alianza, un pacto de mutua destrucción o salvación.
Hicieron el amor como si fuera el último acto de libertad en un mundo que se desmoronaba. Era un acto político, una negación del control del Estado sobre sus cuerpos y sus emociones.
Después, yacieron en silencio, cubiertos por las mantas. Gunther sintió la familiar oleada de sospecha. ¿Estaba ella actuando? ¿Era esta la parte más sutil de la trampa? Pero la calidez de su cuerpo junto al suyo era demasiado real para ser una mentira.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Gunther, acariciando su cabello.
—Ahora, tú eres parte de nosotros.
—¿De tu facción?
—De la red. El Tío te dará instrucciones. Necesitamos tu acceso. Tu pasaporte. Tu capacidad para mover información y dinero.
—¿Y si me niego?
—No te negarás. Porque te he dado algo que perdiste hace mucho tiempo. Un motivo para levantarte por la mañana.
Gunther se rió, un sonido ronco y amargo.
—¿Un motivo? ¿O una soga?
—La soga es la vida que tenías antes. Esto es un riesgo. Y el riesgo es lo único que te hace sentir vivo.
Ella se acurrucó contra él.
—Dime algo. ¿Qué pasó con Ariza?
Gunther dudó. Nunca hablaba de Ariza.
—Un ataque terrorista. En la universidad. Yo estaba en la pista de atletismo. Ella estaba en la biblioteca.
—Y te culpas.
—No. Culpo al mundo. Y a mí mismo por no haber estado allí.
—Aquí, Gunther, no hay lugar para la culpa. Solo para la acción.
Capítulo 5: La red de la supervivencia
A la mañana siguiente, Gunther se despertó solo. Ji-yeon se había ido. En la mesa, junto a la estufa apagada, había una nota escrita en un papel de arroz:
Lunes. 10:00 AM. Biblioteca de PUST. Sección de libros de texto de inglés. Busca el volumen de Shakespeare. Página 451. El Tío.
Gunther regresó al compound antes del amanecer. Se duchó, se afeitó y se puso su traje de profesor. El mundo exterior parecía normal, pero él había cambiado. Ahora era un hombre con un secreto, un agente doble en su propia vida.
El lunes, a las 10:00 AM, Gunther estaba en la biblioteca de PUST. La sección de inglés era pequeña y polvorienta. Encontró el volumen de Shakespeare. Era una edición de bolsillo, con las tapas desgastadas. Abrió la página 451.
No había texto. Había un microchip de memoria USB, del tamaño de una uña, pegado con cinta adhesiva.
Gunther lo deslizó en su bolsillo. Se sentó en una mesa y fingió leer. Su corazón latía con fuerza. Esto era real. No era solo una estafa de 5.000 dólares.
De vuelta en su apartamento, conectó el microchip a su laptop. Estaba cifrado. La contraseña era la fecha de la muerte de Ariza, que él había usado en su mensaje a Klaus.
El archivo se abrió. Era un documento de texto simple, sin formato.
Operación Fénix. Fase I: Establecimiento de la Ruta del Norte.
Objetivo: Crear un canal de comunicación seguro y una ruta de escape para personal clave del sector tecnológico.
Contacto Primario (CP): Ri Ji-yeon (nombre en clave: Loto).
Contacto Secundario (CS): Gunther Alexander (nombre en clave: Voss).
Misión de Voss:
Transferencia de Datos: El CP te proporcionará datos sensibles (listas de contactos, ubicaciones de servidores, planes de contingencia) que deben ser transferidos a la red de Hong Kong (Klaus) a través de tu canal satelital.
Logística: Debes asegurar la logística para la extracción de dos personas (un ingeniero de software y su familia) a través de la frontera china. El Tío (nombre en clave: Coyote) te proporcionará los detalles.
Financiamiento: El dinero que proporcionaste ha asegurado la primera etapa. Necesitarás asegurar 50.000 euros adicionales para la extracción.
Gunther leyó el documento dos veces. Su nombre en clave: Voss. Su nombre real. No se habían molestado en ocultarlo. Era una burla, una señal de que sabían exactamente quién era y de dónde venía.
Voss. El zorro. ¿O la presa?
La trampa era real, pero no era la que él había imaginado. No era una trampa para entregarlo a la Policía del Pensamiento, sino una trampa para reclutarlo. Lo habían estudiado, habían usado su trauma, su dinero y su deseo por Ji-yeon para convertirlo en un peón.
Y la parte más aterradora era que él no quería salir. La apatía había sido reemplazada por un propósito, aunque ese propósito fuera increíblemente peligroso.
Esa noche, Gunther no pudo dormir. Se levantó y miró por la ventana. Pyongyang estaba en penumbra, el Monumento a la Idea Juche brillaba rojo en la distancia.
Sacó su teléfono satelital. Escribió un mensaje a Klaus.
Alexander: Klaus, necesito 50.000 euros más. Urgente. Y necesito que contactes a tu viejo amigo en la embajada alemana en Pekín. Necesito un favor. Algo que no puedan rastrear.
Lo envió.
Luego, se sentó en su escritorio y abrió un nuevo documento en su laptop. Empezó a escribir. No era código, sino una carta, una confesión, una última voluntad.
Si me atrapan, quiero que el mundo sepa por qué lo hice.
Escribió sobre Ariza, sobre el vacío, sobre la nieve sucia de Pyongyang. Y escribió sobre Ji-yeon, la mujer que era a la vez su salvadora y su verdugo.
Al amanecer, el teléfono satelital vibró. Era Ji-yeon.
Loto: El Tío te espera en el jangmadang. No compres cables. Solo escucha.
Gunther sonrió. El juego había comenzado. Él era Voss, el zorro, y estaba a punto de entrar en la madriguera.
Capítulo 6: El plan del zorro
El sábado, Gunther volvió al jangmadang. Esta vez, no llevaba bufanda. Quería ser visto. Quería que el Gran Hermano supiera que no se escondía.
El Tío estaba en el mismo lugar, vendiendo cigarrillos sueltos. Gunther se acercó.
—Tío —dijo Gunther en coreano.
—Voss —respondió el Tío en un inglés gutural.
—He leído el archivo.
—Bien. El tiempo es corto. El ingeniero, Kim, está en peligro. Su supervisor sospecha.
—Necesito 50.000 euros. Ya los he solicitado. Pero el movimiento de personas es lo más arriesgado.
—La ruta es a través de Tumen. Un cruce de río. El Coyote te dará los detalles.
—No. No confío en el Coyote. Confío en ti.
El Tío lo miró fijamente.
—¿Por qué?
—Porque tú eres el que tiene la cara de la desesperación. El Coyote es solo un nombre.
—El Coyote soy yo.
Gunther asintió.
—Entonces, Coyote, hablemos de la logística. No podemos usar el tren. Demasiados controles. Necesitamos un vehículo. Y un conductor que no tenga nada que perder.
—Tenemos un camión de carbón. Sale de Pyongyang el próximo martes.
—¿Carbón? Es demasiado obvio. Necesitamos algo que pase desapercibido. Algo oficial.
Gunther pensó. La PUST tenía una furgoneta de reparto para suministros de laboratorio. Blanca, con el logo de la universidad.
—La furgoneta de PUST. Puedo conseguir las llaves.
El Tío sonrió, una expresión de admiración.
—Eres un hombre peligroso, Voss.
—Solo estoy jugando al juego que me pusisteis delante.
—Ji-yeon te dará los detalles del ingeniero. Su familia. Tienes que memorizarlo todo.
—¿Dónde está ella?
—Está preparando la transferencia de datos. Es más seguro que no la veas hasta el día de la extracción.
Gunther sintió una punzada de decepción.
—Dile que el dinero extra no es solo para la extracción. Es para comprarle un billete de avión a Berlín.
El Tío se quedó en silencio.
—Ella no se irá.
—Lo sé. Pero quiero que sepa que la opción está ahí.
El Tío asintió.
—Le diré. Ahora, el microchip.
Gunther le entregó el microchip. El Tío lo guardó.
—Martes. 2:00 AM. Estación de servicio abandonada en la carretera de Sinuiju. Lleva la furgoneta.
—Estaré allí.
Gunther se dio la vuelta y se alejó. Sabía que estaba caminando hacia una emboscada. Pero la idea de la emboscada ya no le asustaba. Era el único lugar donde se sentía en casa.
El domingo, Gunther pasó el día en su apartamento, preparando su coartada. Escribió un correo electrónico a la administración de PUST, solicitando permiso para usar la furgoneta para un “viaje de investigación de campo” a una fábrica de software en el sur.
Por la noche, recibió un mensaje cifrado de Ji-yeon.
Loto: El ingeniero se llama Kim Min-ho. Su esposa, Hana. Su hija, Nari. 5 años. El punto de encuentro es el apartamento de Min-ho. Distrito de Potonggang. Te enviaré la dirección en un mensaje de un solo uso a la 1:00 AM del martes. No falles, Voss. No solo por ellos. Por ti.
Gunther sonrió. Ella no se había ido. Estaba en el centro de la red, moviendo los hilos. Y él, el zorro, estaba a punto de convertirse en el conductor de su escape.
Se acostó, pero no durmió. Pensó en Ariza, en su muerte sin sentido. Y pensó en Ji-yeon, en su vida llena de sentido y peligro.
Si esta es la trampa, que así sea. Al menos, moriré por algo.
El martes, a la 1:00 AM, el teléfono satelital vibró. La dirección de Kim Min-ho. Gunther la memorizó y borró el mensaje.
Salió del compound con las llaves de la furgoneta de PUST en el bolsillo. El guardia nocturno, el mismo joven del otro día, le hizo un saludo.
—Buen viaje, Profesor Voss.
—Gracias, camarada.
Gunther se subió a la furgoneta. El motor rugió en el silencio de la noche. Se dirigió al distrito de Potonggang, sintiendo que cada metro lo acercaba a la verdad. O a la ejecución.
(Continuará)
—No lo harás. Porque si lo haces, el Tío y yo desaparecemos. Y tú vuelves a tu apartamento en PUST, con tu apatía y tu recuerdo de Ariza. Y lo que es peor, nunca sabrás si lo que te dije es verdad.
El Tío dio un paso hacia Gunther.
—El dinero es para mi gente. Para comprar silencio, para comprar favores. Para mover a la gente que no puede quedarse aquí. No es para mí.
Gunther se levantó. Caminó hacia Ji-yeon. Se detuvo a un metro de ella.
—Entonces, ¿esto es una prueba de lealtad? ¿Una iniciación?
—Es una elección —dijo ella, mirándolo a los ojos—. Elegiste venir aquí. Elegiste pagar. Ahora, elige qué hacer con la verdad.
Gunther extendió la mano y le tocó la mejilla. Su piel estaba fría.
—Elijo creer que no eres una trampa. Pero si lo eres, elijo caer en ella.
Ji-yeon cerró los ojos por un instante. Cuando los abrió, la máscara se había roto. Había deseo, y algo más: una desesperación profunda.
—El Tío se va. Yo me quedo.
El Tío asintió, recogió su gorro y salió sin decir una palabra.
Capítulo 4: La habitación sin ventanas
El apartamento se sumió en un silencio denso, roto solo por el crepitar del carbón. Gunther y Ji-yeon se quedaron solos, la verdad desnuda flotando entre ellos.
—¿Por qué me lo has dicho? —preguntó Gunther.
—Porque no puedo trabajar con un hombre que no confía en mí. Y porque no puedo mentirle a un hombre que ha pagado mi libertad.
—No has pagado tu libertad. Has pagado un año de trabajo forzado para tu hermano.
—En este país, eso es libertad.
Gunther la tomó por los hombros. La acercó. El olor a carbón y a ropa vieja se mezcló con un tenue aroma a jabón.
—¿Qué quieres de mí, Ji-yeon?
—Quiero lo que tú quieres. Un respiro. Un lugar donde el Gran Hermano no pueda vernos.
Ella lo besó. No fue un beso apasionado, sino un acto de necesidad, un ancla en la tormenta. Sus labios estaban fríos, pero su aliento era cálido. Era un beso subversivo, un acto de rebelión contra la apatía y el control.
Se movieron hacia la puerta que Gunther supuso que era el dormitorio. Era una habitación pequeña, con una cama individual y una pila de mantas. No había televisor.
—Esta es la habitación sin ventanas —susurró Ji-yeon.
—¿Sin ventanas?
—Sin ventanas al mundo exterior. Solo a nosotros.
Se desvistieron con una urgencia silenciosa. El contacto de su piel fría con la suya fue un choque eléctrico. Gunther sintió que el hielo que había cubierto su corazón desde la muerte de Ariza se agrietaba. No era amor, no era romance. Era una alianza, un pacto de mutua destrucción o salvación.
Hicieron el amor como si fuera el último acto de libertad en un mundo que se desmoronaba. Era un acto político, una negación del control del Estado sobre sus cuerpos y sus emociones.
Después, yacieron en silencio, cubiertos por las mantas. Gunther sintió la familiar oleada de sospecha. ¿Estaba ella actuando? ¿Era esta la parte más sutil de la trampa? Pero la calidez de su cuerpo junto al suyo era demasiado real para ser una mentira.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Gunther, acariciando su cabello.
—Ahora, tú eres parte de nosotros.
—¿De tu facción?
—De la red. El Tío te dará instrucciones. Necesitamos tu acceso. Tu pasaporte. Tu capacidad para mover información y dinero.
—¿Y si me niego?
—No te negarás. Porque te he dado algo que perdiste hace mucho tiempo. Un motivo para levantarte por la mañana.
Gunther se rió, un sonido ronco y amargo.
—¿Un motivo? ¿O una soga?
—La soga es la vida que tenías antes. Esto es un riesgo. Y el riesgo es lo único que te hace sentir vivo.
Ella se acurrucó contra él.
—Dime algo. ¿Qué pasó con Ariza?
Gunther dudó. Nunca hablaba de Ariza.
—Un ataque terrorista. En la universidad. Yo estaba en la pista de atletismo. Ella estaba en la biblioteca.
—Y te culpas.
—No. Culpo al mundo. Y a mí mismo por no haber estado allí.
—Aquí, Gunther, no hay lugar para la culpa. Solo para la acción.
Capítulo 5: La red de la supervivencia
A la mañana siguiente, Gunther se despertó solo. Ji-yeon se había ido. En la mesa, junto a la estufa apagada, había una nota escrita en un papel de arroz:
Lunes. 10:00 AM. Biblioteca de PUST. Sección de libros de texto de inglés. Busca el volumen de Shakespeare. Página 451. El Tío.
Gunther regresó al compound antes del amanecer. Se duchó, se afeitó y se puso su traje de profesor. El mundo exterior parecía normal, pero él había cambiado. Ahora era un hombre con un secreto, un agente doble en su propia vida.
El lunes, a las 10:00 AM, Gunther estaba en la biblioteca de PUST. La sección de inglés era pequeña y polvorienta. Encontró el volumen de Shakespeare. Era una edición de bolsillo, con las tapas desgastadas. Abrió la página 451.
No había texto. Había un microchip de memoria USB, del tamaño de una uña, pegado con cinta adhesiva.
Gunther lo deslizó en su bolsillo. Se sentó en una mesa y fingió leer. Su corazón latía con fuerza. Esto era real. No era solo una estafa de 5.000 dólares.
De vuelta en su apartamento, conectó el microchip a su laptop. Estaba cifrado. La contraseña era la fecha de la muerte de Ariza, que él había usado en su mensaje a Klaus.
El archivo se abrió. Era un documento de texto simple, sin formato.
Operación Fénix. Fase I: Establecimiento de la Ruta del Norte.
Objetivo: Crear un canal de comunicación seguro y una ruta de escape para personal clave del sector tecnológico.
Contacto Primario (CP): Ri Ji-yeon (nombre en clave: Loto).
Contacto Secundario (CS): Gunther Alexander (nombre en clave: Voss).
Misión de Voss:
Transferencia de Datos: El CP te proporcionará datos sensibles (listas de contactos, ubicaciones de servidores, planes de contingencia) que deben ser transferidos a la red de Hong Kong (Klaus) a través de tu canal satelital.
Logística: Debes asegurar la logística para la extracción de dos personas (un ingeniero de software y su familia) a través de la frontera china. El Tío (nombre en clave: Coyote) te proporcionará los detalles.
Financiamiento: El dinero que proporcionaste ha asegurado la primera etapa. Necesitarás asegurar 50.000 euros adicionales para la extracción.
Gunther leyó el documento dos veces. Su nombre en clave: Voss. Su nombre real. No se habían molestado en ocultarlo. Era una burla, una señal de que sabían exactamente quién era y de dónde venía.
Voss. El zorro. ¿O la presa?
La trampa era real, pero no era la que él había imaginado. No era una trampa para entregarlo a la Policía del Pensamiento, sino una trampa para reclutarlo. Lo habían estudiado, habían usado su trauma, su dinero y su deseo por Ji-yeon para convertirlo en un peón.
Y la parte más aterradora era que él no quería salir. La apatía había sido reemplazada por un propósito, aunque ese propósito fuera increíblemente peligroso.
Esa noche, Gunther no pudo dormir. Se levantó y miró por la ventana. Pyongyang estaba en penumbra, el Monumento a la Idea Juche brillaba rojo en la distancia.
Sacó su teléfono satelital. Escribió un mensaje a Klaus.
Alexander: Klaus, necesito 50.000 euros más. Urgente. Y necesito que contactes a tu viejo amigo en la embajada alemana en Pekín. Necesito un favor. Algo que no puedan rastrear.
Lo envió.
Luego, se sentó en su escritorio y abrió un nuevo documento en su laptop. Empezó a escribir. No era código, sino una carta, una confesión, una última voluntad.
Si me atrapan, quiero que el mundo sepa por qué lo hice.
Escribió sobre Ariza, sobre el vacío, sobre la nieve sucia de Pyongyang. Y escribió sobre Ji-yeon, la mujer que era a la vez su salvadora y su verdugo.
Al amanecer, el teléfono satelital vibró. Era Ji-yeon.
Loto: El Tío te espera en el jangmadang. No compres cables. Solo escucha.
Gunther sonrió. El juego había comenzado. Él era Voss, el zorro, y estaba a punto de entrar en la madriguera.
Capítulo 6: El plan del zorro
El sábado, Gunther volvió al jangmadang. Esta vez, no llevaba bufanda. Quería ser visto. Quería que el Gran Hermano supiera que no se escondía.
El Tío estaba en el mismo lugar, vendiendo cigarrillos sueltos. Gunther se acercó.
—Tío —dijo Gunther en coreano.
—Voss —respondió el Tío en un inglés gutural.
—He leído el archivo.
—Bien. El tiempo es corto. El ingeniero, Kim, está en peligro. Su supervisor sospecha.
—Necesito 50.000 euros. Ya los he solicitado. Pero el movimiento de personas es lo más arriesgado.
—La ruta es a través de Tumen. Un cruce de río. El Coyote te dará los detalles.
—No. No confío en el Coyote. Confío en ti.
El Tío lo miró fijamente.
—¿Por qué?
—Porque tú eres el que tiene la cara de la desesperación. El Coyote es solo un nombre.
—El Coyote soy yo.
Gunther asintió.
—Entonces, Coyote, hablemos de la logística. No podemos usar el tren. Demasiados controles. Necesitamos un vehículo. Y un conductor que no tenga nada que perder.
—Tenemos un camión de carbón. Sale de Pyongyang el próximo martes.
—¿Carbón? Es demasiado obvio. Necesitamos algo que pase desapercibido. Algo oficial.
Gunther pensó. La PUST tenía una furgoneta de reparto para suministros de laboratorio. Blanca, con el logo de la universidad.
—La furgoneta de PUST. Puedo conseguir las llaves.
El Tío sonrió, una expresión de admiración.
—Eres un hombre peligroso, Voss.
—Solo estoy jugando al juego que me pusisteis delante.
—Ji-yeon te dará los detalles del ingeniero. Su familia. Tienes que memorizarlo todo.
—¿Dónde está ella?
—Está preparando la transferencia de datos. Es más seguro que no la veas hasta el día de la extracción.
Gunther sintió una punzada de decepción.
—Dile que el dinero extra no es solo para la extracción. Es para comprarle un billete de avión a Berlín.
El Tío se quedó en silencio.
—Ella no se irá.
—Lo sé. Pero quiero que sepa que la opción está ahí.
El Tío asintió.
—Le diré. Ahora, el microchip.
Gunther le entregó el microchip. El Tío lo guardó.
—Martes. 2:00 AM. Estación de servicio abandonada en la carretera de Sinuiju. Lleva la furgoneta.
—Estaré allí.
Gunther se dio la vuelta y se alejó. Sabía que estaba caminando hacia una emboscada. Pero la idea de la emboscada ya no le asustaba. Era el único lugar donde se sentía en casa.
El domingo, Gunther pasó el día en su apartamento, preparando su coartada. Escribió un correo electrónico a la administración de PUST, solicitando permiso para usar la furgoneta para un “viaje de investigación de campo” a una fábrica de software en el sur.
Por la noche, recibió un mensaje cifrado de Ji-yeon.
Loto: El ingeniero se llama Kim Min-ho. Su esposa, Hana. Su hija, Nari. 5 años. El punto de encuentro es el apartamento de Min-ho. Distrito de Potonggang. Te enviaré la dirección en un mensaje de un solo uso a la 1:00 AM del martes. No falles, Voss. No solo por ellos. Por ti.
Gunther sonrió. Ella no se había ido. Estaba en el centro de la red, moviendo los hilos. Y él, el zorro, estaba a punto de convertirse en el conductor de su escape.
Se acostó, pero no durmió. Pensó en Ariza, en su muerte sin sentido. Y pensó en Ji-yeon, en su vida llena de sentido y peligro.
Si esta es la trampa, que así sea. Al menos, moriré por algo.
El martes, a la 1:00 AM, el teléfono satelital vibró. La dirección de Kim Min-ho. Gunther la memorizó y borró el mensaje.
Salió del compound con las llaves de la furgoneta de PUST en el bolsillo. El guardia nocturno, el mismo joven del otro día, le hizo un saludo.
—Buen viaje, Profesor Voss.
—Gracias, camarada.
Gunther se subió a la furgoneta. El motor rugió en el silencio de la noche. Se dirigió al distrito de Potonggang, sintiendo que cada metro lo acercaba a la verdad. O a la ejecución.
Capítulo 7: La noche de la niebla
El viaje a Potonggang fue un descenso a la realidad. Las calles principales de Pyongyang, amplias y vacías, dieron paso a callejones estrechos y oscuros, donde la luz de la luna apenas penetraba. El hedor a carbón y a aguas residuales era abrumador.
El apartamento de Kim Min-ho estaba en un bloque de viviendas prefabricadas, idénticas y grises. Gunther estacionó la furgoneta a dos cuadras de distancia y caminó el resto del camino. La niebla, densa y fría, se había levantado del río Taedong, envolviendo la ciudad en un sudario blanco.
Llamó a la puerta del apartamento de Min-ho. Un código de tres toques rápidos, uno lento.
La puerta se abrió. Kim Min-ho era un hombre pequeño, con gafas gruesas y una barba de tres días. Sus ojos, llenos de terror, se fijaron en Gunther.
—¿Voss? —susurró.
—Sí. Vamos. Rápido.
Dentro, la esposa de Min-ho, Hana, estaba envolviendo a su hija, Nari, en una manta gruesa. La niña, de cinco años, no lloraba. Sus ojos, grandes y redondos, miraban a Gunther con una curiosidad silenciosa.
—¿Están listos? —preguntó Gunther.
—Sí. Solo esto —dijo Min-ho, señalando una pequeña mochila.
—No. Solo lo que llevan puesto. No podemos arriesgarnos.
Min-ho asintió, la resignación grabada en su rostro. Dejó la mochila.
—Mi trabajo. Mis datos.
—Ya los tenemos. Ji-yeon se encargó.
Al escuchar el nombre de Ji-yeon, Min-ho pareció relajarse un poco.
—Ella es… una mujer increíble.
—Lo sé.
Salieron del apartamento. Gunther cargó a Nari, que se acurrucó contra su pecho. La niña olía a jabón y a miedo.
Caminaron en silencio a través de la niebla. Gunther sentía que cada paso era un tamborazo en el silencio de la noche. Estaba seguro de que los estaban observando. La telepantalla invisible, la Policía del Pensamiento, el Gran Hermano.
Llegaron a la furgoneta. Gunther puso a Hana y a Nari en la parte trasera, entre las cajas de suministros de laboratorio. Min-ho se sentó en el asiento del pasajero.
—¿A dónde vamos? —preguntó Min-ho.
—A Sinuiju. A la frontera.
—Es un viaje de ocho horas. ¿Tienes los permisos?
—Tengo la furgoneta de PUST. Eso es un permiso.
Gunther encendió el motor. La furgoneta se deslizó en la niebla.
El viaje fue una prueba de nervios. Pasaron por tres puestos de control. En el primero, un soldado joven y aburrido miró la furgoneta, vio el logo de PUST y les hizo un gesto para que pasaran.
En el segundo, un oficial más viejo y astuto les hizo detenerse.
—¿A dónde va, camarada profesor?
—Viaje de investigación de campo. Suministros de laboratorio.
—¿A esta hora?
—La investigación no espera.
El oficial se acercó a la ventana. Miró a Min-ho.
—¿Quién es su acompañante?
—Mi asistente. Un técnico de laboratorio.
—No se parece a un técnico de laboratorio.
Gunther sintió que el sudor le corría por la espalda.
—Es nuevo. Un poco… desaliñado.
El oficial se acercó a la parte trasera de la furgoneta. Gunther contuvo la respiración. Si abría la puerta, vería a Hana y a Nari.
—Abra la puerta.
Gunther sacó las llaves. En ese momento, el teléfono del oficial sonó. Era un teléfono de línea fija, un aparato viejo y negro. El oficial contestó.
—Sí. Entendido.
Colgó. Miró a Gunther con una expresión indescifrable.
—Continúe, camarada profesor. Y conduzca con cuidado.
Gunther asintió. Arrancó la furgoneta.
—¿Qué fue eso? —preguntó Min-ho.
—Ji-yeon. O el Tío. Alguien tiene contactos en el Partido.
El tercer puesto de control fue más fácil. El oficial solo miró el logo de PUST y les hizo pasar.
Llegaron a la estación de servicio abandonada a las 4:30 AM. Estaba en medio de la nada, un esqueleto de hormigón bajo la niebla.
El Tío estaba allí, junto a un camión cisterna oxidado. No estaba solo. Había otros dos hombres, corpulentos y silenciosos.
—Llegas tarde, Voss —dijo el Tío.
—Tráfico.
Gunther abrió la puerta trasera de la furgoneta. Hana y Nari salieron. Nari, al ver al Tío, se escondió detrás de las piernas de su madre.
—Ellos son los Coyotes —dijo el Tío, señalando a los dos hombres—. Ellos los llevarán a través del río.
—¿Y Ji-yeon? —preguntó Gunther.
—Ella no viene.
—Lo sé. Pero ¿dónde está?
—Está donde tiene que estar. En Pyongyang.
Gunther sintió una punzada de rabia.
—Dile que el dinero está en camino. El billete de avión.
—Ella no lo quiere.
—¿Por qué?
—Porque su lucha no ha terminado. Y la tuya tampoco.
El Tío se acercó a Gunther.
—El dinero extra, Voss. Lo necesito ahora. Para los Coyotes.
Gunther sacó el teléfono satelital.
—No lo tengo aquí. Lo transferiré a la cuenta de Hong Kong.
—No. Lo necesito en efectivo. Ahora.
Gunther sintió que la trampa se cerraba. El Tío no había pedido el dinero extra antes.
—No tengo 50.000 euros en efectivo.
—Lo sé. Pero tienes algo más.
El Tío sonrió. Una sonrisa fría y cruel.
—Tu pasaporte.
Gunther se quedó helado.
—¿Qué?
—El pasaporte alemán. Es más valioso que el dinero. Es una llave. Para la próxima fase.
—No. No puedo darte mi pasaporte.
—Entonces, Min-ho y su familia se quedan.
Min-ho miró a Gunther, el terror en sus ojos.
Gunther miró a Nari, que lo miraba con sus ojos grandes y redondos.
La trampa. Siempre fue el pasaporte.
Sacó su pasaporte. Se lo entregó al Tío.
—Dile a Ji-yeon que esto es lo que quiero. Que me lo devuelva ella.
El Tío tomó el pasaporte. Lo guardó en su bolsillo.
—Se lo diré. Ahora, vete. Y no mires atrás.
Gunther se subió a la furgoneta. Miró por el espejo retrovisor. Vio a Min-ho, Hana y Nari desaparecer en la niebla, guiados por los Coyotes.
Arrancó la furgoneta. Condujo de vuelta a Pyongyang, sintiéndose vacío. Había perdido su pasaporte, su ancla al mundo. Ahora era un hombre sin país, un fantasma en la ciudad de la apatía.
Llegó al compound al amanecer. El guardia nocturno le hizo un saludo.
—Bienvenido, Profesor Voss.
Gunther asintió. Subió a su apartamento. Se sentó en su escritorio. Abrió su laptop.
El archivo de la “Operación Fénix” se había actualizado.
Contacto Secundario (CS): Gunther Alexander (nombre en clave: Voss).
Misión de Voss (Actualizada):
Infiltración: Sin pasaporte, tu coartada como profesor extranjero es insostenible. Debes desaparecer del compound antes de que se den cuenta de la furgoneta.
Contacto: Dirígete al punto de encuentro de emergencia. El Tío te dará un nuevo pasaporte y una nueva identidad.
El Precio: El pasaporte alemán es la llave para la siguiente fase. Te has convertido en un activo irremplazable.
Gunther sonrió. La trampa se había cerrado. Pero él no era la presa. Era el zorro, y estaba a punto de convertirse en el cazador.
Sacó su teléfono satelital. Escribió un mensaje a Ji-yeon.
Voss: Me has quitado mi pasaporte. Ahora, ven a buscarme.
Apagó el teléfono. Se puso su chaqueta. Miró el televisor apagado.
—El juego ha terminado, Gran Hermano —susurró.
Salió del apartamento. La nieve había comenzado a caer de nuevo. El olor a carbón quemado era el olor de la libertad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola Amigos, Aquí Puedes Colocar tus comentarios de los posts

Relatos,Cuentos,Poemas y Novelas de Ana Sabrina PIRELA Parte II.

Novelas Por Capitulos 1.- No se imaginan cómo  siente  sus palabras cuando me dicen  " te extraño "  mientras  yo aquí, para no pe...